jueves, 26 de junio de 2008

Letra 79, 29 de junio de 2008

FORMAS HISTÓRICAS DE RENOVACIÓN Y ALABANZA (II)
Samuel Escobar


También a fines de la década del sesenta surgió la corriente neocarismática con influencia de diversas procedencias, incluyendo católicos carismáticos de Estados Unidos, pero que adquirió un sabor particular latinoamericano en las predicaciones y escritos de personas como los argentinos Jorge Himitián y Juan Carlos Ortiz. Las ideas del evangélico chino Watchman Nee tuvieron su parte de influencia en este movimiento que también fue productivo en el campo de la creación musical. Himitián y Ortiz ponían mucho énfasis en un discipulado centrado en el señorío de Jesucristo y en una adoración contemplativa. Insistían también en la necesidad de recuperar una sensibilidad especial a la presencia y poder del Espíritu Santo para la vida de los cristianos y el cumplimiento de la misión de la iglesia. No hay acuerdo hoy en día respecto a los verdaderos alcances de esta renovación carismática, si tuvo los efectos de reforma moral y eclesial que tuvieron procesos de renovación en otras épocas o si fue un momento de intensa espiritualidad que luego se fue disolviendo en el seno de las iglesias evangélicas.
Puede decirse que a estas dos corrientes, tan diferentes entre sí, le debe mucho la renovación de la himnología evangélica hispana en dirección a una verdadera contextualización, que alcanza a la música y la letra de himnos de adoración, y que también tocó aspectos sustantivos en relación con la renovación de la iglesia . Mi observación general es que en algunos países los bautistas fueron muy renuentes a plantearse los interrogantes teológicos y pastorales que estos dos movimientos tan diversos les planteaban. Me parece que los rápidos cortes disciplinarios y expulsiones o marginación de liberacionistas a la izquierda y carismáticos a la derecha pueden haber empobrecido al pueblo bautista en más de un lugar.

En busca de una adoración evangélica y contextual
El hecho de que los bautistas hayan convocado congresos como el de Berlín y luego el de Niterói para considerar con detenimiento el tema de la adoración indica que tenemos preocupaciones y nos estamos haciendo preguntas no solo sobre las formas sino sobre el fondo, la sustancia misma del acto de adoración. Creo que algunos nos preguntamos si ante los tremendos cambios culturales que nos toca vivir en la entrada de este nuevo siglo acaso estamos necesitando una renovación espiritual que nos lleve a formas nuevas y creativas de adoración a Dios que sean contextuales y que nos capaciten para la misión. No se trata sólo de saber si para nuestro gusto musical de personas de clase media algunas formas nuevas de adoración resultan chocantes y aun escandalosas. Se trata de saber si esas formas inquietantes son expresión de un proceso de renovación que está en marcha, y si al rechazar las formas nos estamos negando a una apertura al Espíritu de Dios que busca renovarnos para servirle mejor en el nuevo siglo.
La búsqueda de formas bíblicas y evangélicas de adoración para el mañana tiene que ir a las fuentes permanentes de la vida espiritual: Dios el Espíritu, la Palabra de Dios, el pueblo de Dios. Dios sigue hablando hoy como en los tiempos del salmista: en el libro de su creación y de la historia, y en la palabra de los profetas y los apóstoles. La contemplación de la creación o la historia pueden motivarnos a la admiración o al temor, pero solo la palabra revelada tiene la clave que nos ayuda a leer el mundo y la obra de Dios de manera que nos mueve a la adoración. Solo en Cristo, palabra final de quien da testimonio toda la Escritura, hallamos nuestra paz, nuestra fortaleza, nuestra esperanza, y respondemos con gratitud, temor y temblor reverente, y adoración genuina. La Palabra de Dios no es un recetario que nos da respuestas fáciles para toda ocasión. Tampoco es un arsenal de motivos y paradigmas para justificar nuestras preferencias políticas. Es ante todo palabra revelada de Dios que nos invita a tener fe, nos confronta para inducirnos al arrepentimiento y nos impulsa a la adoración. Leer la Palabra no es sólo un ejercicio intelectual, es lectura en oración, atenta al Espíritu que se mueve y habla hoy.
Aunque vivimos la fe de manera personal y seguimos a Cristo llevando nuestra propia cruz, lo hacemos siempre como parte de un pueblo y una comunidad. Por eso aun en la intimidad oramos al Señor como "Padre nuestro"; intercedemos por los hermanos y hermanas y por el mundo. Por eso la espiritualidad puede enriquecerse con la experiencia de creyentes de otras épocas que aprendieron el arte de escuchar a Dios en medio del fragor de sus batallas grandes o pequeñas, y que nos dejaron testimonio en sus escritos. Himnos, oraciones, disciplinas espirituales, biografías son un rico bagaje que nos ayuda en la lectura actual de la Palabra y en el peregrinaje aquí y ahora.
No debemos olvidar que la América Latina tomada como totalidad incluye además de lo ibérico y europeo, lo indígena y africano, y que todo ello se ha ido amalgamando en una nueva realidad. La espiritualidad bautista llevará también las marcas de este variado trasfondo. Además tendrá que encontrar formas de expresión que tomen en cuenta los cambios culturales y lingüísticos que han ido imponiendo la modernidad, la urbanización y la cibernética. Hay que recordar que la vitalidad espiritual acompaña siempre los momentos de intensidad misionera. Los grandes avances misioneros surgen en el seno de una intensa espiritualidad y una verdadera adoración. De aquí se deduce la validez pastoral de nuestro esfuerzo. Sabremos mejor cómo compartir la fe y pastorear al rebaño, si comprendemos mejor las fuerzas que han conformado la conciencia de nuestro pueblo, y la manera en que han actuado sobre ella tanto ayer como hoy. Pero además, el discipulado implica la forma de concebir el impacto de la fe sobre la sociedad. Es aquí donde la espiritualidad y la adoración conectan con las inquietudes más profundas de cómo vivir una vida profética y de servicio, que exprese los valores del reino de Dios dentro de las condiciones de injusticia, pobreza, corrupción y opresión que caracterizan a nuestros pueblos.

Discernir las señales de los tiempos
Espero haber podido comunicar algo acerca de la relación que hay entre cambios culturales, momentos históricos y procesos de renovación de la iglesia. Vivimos ahora en un momento que demanda atención especial y discernimiento. En la última década del siglo veinte nuestras sociedades latinoamericanas, especialmente en el mundo urbano y la subcultura juvenil, han sido afectas por la llamada cultura de la posmodernidad. Algunas de sus características son que hay una declinación de la razón y una exaltación del sentimiento, una nueva actitud hacia el cuerpo humano y sus apetitos, una declinación de las pocas normas sociales derivadas de la ética cristiana que la Iglesia Católica conseguía imponer en nuestras sociedades, una muerte de las ideologías y las utopías que unida al relativismo moral lleva a una actitud hedonista predominante, y finalmente un resurgimiento de la religiosidad y búsqueda de poder espiritual. Mi actitud ante estos cambios culturales no es la de saltar a condenarlos o aplaudirlos, sino empezar por considerarlos como notas de una época diferente. Aunque mi generación puede verlos como negativos, las generaciones jóvenes los ven simplemente como nuevos. Estas nuevas marcas de la cultura pueden ser vehículos útiles y adaptables para la vida de la iglesia en su adoración y en la comunicación del evangelio.
Algunas de las nuevas iglesias que se consideran posdenominacionales saben manejar bien estas características de la posmodernidad. Sin entrar a alabar a estas iglesias como modelos para los bautistas quiero señalar algunos puntos dignos de consideración en el aspecto formal. Saben hacer uso de los símbolos, los colores y las imágenes para comunicar contenidos bíblicos o teológicos. Han conseguido desarrollar formas de canto y alabanza a Dios que utilizan la expresión corporal con mucho menos inhibiciones que las iglesias tradicionales. Podemos criticarlas porque sus tiempos de alabanza duran 45 minutos y su predicación de la Palabra dura apenas 15. Ello contrasta con la tradición bautista que es a la inversa. Pero en algunos casos estas nuevas iglesias se han dado cuenta que las nuevas generaciones aprenden nuevos contenidos bíblicos no solo de la enseñanza explícita en el tiempo de predicación sino también del canto colectivo en el tiempo de alabanza. Es decir que sin perder la centralidad de la Palabra están desarrollando nuevas formas de comunicarla. En mi propia predicación yo me di cuenta hace años que la forma narrativa de predicación puede comunicar mejor que la forma de discurso moral o teológico abstracto que a veces caracteriza a nuestros sermones. Después de todo esa era la forma de enseñanza de Jesús: la narrativa.
Necesitamos un discernimiento que nos permita revisar nuestras prácticas a la luz de la Palabra de Dios y distinguir lo que es forma de lo que es contenido, lo que es vaso de barro pasajero que se puede quebrar y cambiar de lo que es el tesoro de valor eterno del evangelio. Este discernimiento viene de una visión renovada de Dios y su poder activo en la historia, del poder de Jesucristo para atraer a cada nueva generación y transformarla, y del poder del Espíritu Santo para inspirar a su Iglesia a ser creativa y fiel al mismo tiempo. Cuando volvemos a tener una visión así de nuestro Dios, se renueva en nosotros el sentido de reverencia, santidad y trascendencia que nos lleva a adorar en espíritu y en verdad y preguntar: "Señor:¿qué quieres que hagamos?".

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