Los estereotipos que nos ha impuesto la sociedad, con sus relaciones y su cultura, nos han llevado a asumir una identidad masculina que no es coherente con la búsqueda de la paz, la justicia, la equidad, la igualdad, el empoderamiento y la libertad de las mujeres en el mundo, así como la de otros individuos que no se identifican con unos u otras. Replantear la masculinidad que ha traído modelos dominantes y opresores es una urgencia para quienes creemos que un mundo de iguales, no sólo en discurso sino en acciones, es posible. ¿Cómo debe ser una identidad masculina sana? ¿Qué aspectos debe tener en cuenta? […]
Presentaré ocho aspectos que debe incluir una masculinidad sana, reconociendo que el diálogo sigue abierto. Espero que este trabajo traiga esperanza y cambio de mentalidad a muchos hombres y mujeres que aún creemos en una sociedad de iguales.
Presentaré ocho aspectos que debe incluir una masculinidad sana, reconociendo que el diálogo sigue abierto. Espero que este trabajo traiga esperanza y cambio de mentalidad a muchos hombres y mujeres que aún creemos en una sociedad de iguales.
1. Conciencia por los problemas del mundo. Una identidad masculina sana no debe dejar de lado la problemática del mundo actual manifiesta en las injusticias del sistema, especialmente contra los más débiles de nuestra sociedad. Estas injusticias van de la mano con la violencia de todo tipo. Además, en esas injusticias que marginan a las mujeres y otros polimorfismos diferentes al masculino, está presente la masculinidad que ha sido identificada como opresora, poderosa y controladora de la situación del resto de los seres del mundo.
Una identidad masculina sana, entonces, debe empezar por confrontarse consigo misma, rompiendo el paradigma que el sistema de injusticias ha mostrado como válido e incuestionable. Un modelo que ha sido legitimado por las ideologías dominantes, así como por las teologías conservadoras y fundamentalistas. Ante esta situación, una identidad masculina sana debe trabajar contra esas injusticias, empezando por replantear su propio modelo de masculinidad. Una masculinidad que trabaje por la igualdad de hombres y mujeres, como contracorriente al sistema de injusticias que prevalece en el fondo de las identidades masculinas y femeninas. Por encima de los modelos que han sido fortalecidos por la tradición, empezando por la casa, debe trabajarse en la construcción de un modelo donde se busque el bien común.
2. Reconocer que tanto varones como mujeres hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Dentro de un contexto eclesial y religioso, es importante resaltar esta afirmación hecha en el Génesis: “Y creó Dios al ser humano a su imagen y semejanza, a imagen de Dios lo creó. Varón y hembra los creó” (Gen 1:27 VRV). El error se ha presentado al leer este texto de forma unilateral: “Y creó Dios al hombre”, olvidándose de lo que sigue y de la connotación genérica de ser humano. Dicha lectura ha llevado a colocar al varón por encima del resto de la creación, siguiendo el orden jerárquico Dios-varón-mujer-niños/niñas, lo cual ha querido legitimar la desigualdad de género y sexo.
Otro error es limitar la imagen y semejanza de Dios a un cuerpo físico: ojos, manos, pies, etcétera, olvidándose de la imagen de justicia, creatividad, amor, solidaridad, paz, de respeto, de igualdad. Lo anterior ha llevado a hacer lecturas inapropiadas para los contextos de marginación y opresión de nuestros pueblos, haciendo que el varón asuma roles (papeles) de victimario opresor sobre otros hombres y, en especial, sobre las mujeres. Una identidad masculina sana asume su creación y la de los otros seres humanos, incluidas las mujeres, como una creación de iguales y para la igualdad, donde cada uno y cada una cumple el papel de velar por las necesidades del otro. Donde la imagen y semejanza de Dios no se relaciona sólo con una imagen de hombre o de mujer sino con una imagen de justicia, paz, amor, solidaridad, equilibrio, igualdad y respeto a la diferencia. Una diferencia enmarcada dentro del bienestar de toda la creación, incluidos los seres humanos. Por eso, la masculinidad sana debe entender que cuando se oprime al otro o a la otra, se está distorsionando y desdibujando la imagen de Dios, de ese Dios de igualdad y de justicia.
Otro error es limitar la imagen y semejanza de Dios a un cuerpo físico: ojos, manos, pies, etcétera, olvidándose de la imagen de justicia, creatividad, amor, solidaridad, paz, de respeto, de igualdad. Lo anterior ha llevado a hacer lecturas inapropiadas para los contextos de marginación y opresión de nuestros pueblos, haciendo que el varón asuma roles (papeles) de victimario opresor sobre otros hombres y, en especial, sobre las mujeres. Una identidad masculina sana asume su creación y la de los otros seres humanos, incluidas las mujeres, como una creación de iguales y para la igualdad, donde cada uno y cada una cumple el papel de velar por las necesidades del otro. Donde la imagen y semejanza de Dios no se relaciona sólo con una imagen de hombre o de mujer sino con una imagen de justicia, paz, amor, solidaridad, equilibrio, igualdad y respeto a la diferencia. Una diferencia enmarcada dentro del bienestar de toda la creación, incluidos los seres humanos. Por eso, la masculinidad sana debe entender que cuando se oprime al otro o a la otra, se está distorsionando y desdibujando la imagen de Dios, de ese Dios de igualdad y de justicia.
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