jueves, 26 de junio de 2008

Re-engendrar la masculinidad, Diego Irarrázabal

8 de junio de 2008

Para quienes somos varones —dentro del parámetro de ser fuertes, autónomos, con poder sobre los demás—nos es bien difícil asumir un nuevo engendramiento. Se trata de una revolución en lo más profundo dentro de cada persona y en el comportamiento cotidiano. Ser re-engendrado implica pasar a ser débiles; recibir vida, en vez de dominar; un empoderamiento en el que crecemos compartiendo poderes; dejar de ser autoritarios y pasar a ser comunidad donde los varones redescubrimos un liderazgo; aprender la interacción varón-mujer y entre varones, a fin de juntos ser re-engendrados/as. Cada uno puede relatar cómo ocurre esto concretamente. Tengo la experiencia de ser re-engendrado —durante estos últimos años— en la amistad con mujeres no sumisas. Es una interacción en la que disfruto el ser masculino en una “relación con” y una “relación para” la vida. Esto hace crecer a personas diferentes. […]
Cada universo simbólico tiene sus procesos de elaboración del ser masculino y femenino, con sus logros humanizadores, con sus entrampamientos, con sus hipocresías y sus opresiones. La perspectiva de género se enriquece en la medida en que es intercultural. Por ejemplo, a quienes somos varones urbanos nos ilumina enormemente el comportamiento de género andino; es el caso de la reciprocidad económica y ritual entre varones y mujeres del mundo quechua y aymara; es un modelo de trabajar juntos y de celebrar la vida compartida. En el contexto urbano, podemos ser re-engendrados si llevamos a cabo tareas económicas articuladas con lo espiritual; en el sentido de no dominar al otro/a, sino de la acción solidaria con su valor trascendental.Uno va cuestionando y replanteando los papeles masculinos. Nos hemos acostumbrado a ejercer papeles: sentimos con mayor fuerza física y psicológica, y descalificamos a la mujer como frágil e insegura. Ejercemos asimismo el papel de proveedor económico y conductor político de los/as demás. Esto suele ser un autoritarismo benevolente; el machismo es más eficaz cuando es sutil benefactor; sólo a veces es burdamente agresor. También los varones nos autodesignamos el papel de pensar y programar; lo femenino es supuestamente irracional
y espontáneo-caótico. Asumimos además el papel de competir y triunfar (tan importante en el neoliberalismo globalizado); y tanto más.
Estos papeles conllevan normas terribles. Siendo macho, uno es (¡y debe ser!) autosuficiente; y tiene el “derecho sagrado” de supervisar y controlar a los demás. Igualmente ha llegado a ser ley la fatal dicotomía entre el sexo y la intimidad, la separación entre el sexo y la comunión integral. Por otro lado, es norma reprimir lo femenino que hay dentro del hombre; y nunca manifestar debilidad y temor. Nos hundimos además en una perversa autoafirmación, a costa de toda otra realidad; me refiero a que lo masculino es ser siempre conquistador de personas y estructuras, y dominador de la naturaleza expoliada. En fin, la norma suprema es ser exitoso dentro del esquema androcéntrico (lo contrario es ser poco-hombre y no-hombre). […]
Después de reconocer que la mujer, y también el varón, somos todos/as víctimas del patriarcado, buscamos una regeneración del ser masculino. Somos capaces de ejercer liderazgo en corresponsabilidad entre hombres y mujeres. Empezamos asimismo a articular la inteligencia con la afectividad (que tanto reprimimos), a fin de pensar con el corazón, con símbolos y con conceptos. […]
En este sentido, uno acoge modelos bíblicos. En primer lugar, uno ve nuevos desafíos en ser discípulo/a de Jesucristo. Para el caso de los varones, Jesús nos presenta un modelo de masculinidad. Es hijo de Dios encarnado a través del cuerpo o voluntad histórica de la mujer María de Nazaret. También es paradigmático su trato con los discípulos, no en el papel autoritario y sacerdotal. Lo fundamental es su forma humana de tratar a Dios, con fe y ternura y su testimonio de la acción salvadora. […]

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