jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Inmortalidad del alma o resurrección de la carne?, L. Cervantes-O.


8 de noviembre, 2009

1. El cuerpo, objeto de debate ideológico y teológico
Un par de preguntas pueden servir para valorar o definir la perspectiva con que asumimos el lugar del cuerpo en la comprensión de la salvación. Ambas son complementarias y apuntan hacia la aplicación de la enseñanza del Nuevo Testamento en relación con la resurrección, una creencia que se fue consolidando progresivamente en la mentalidad bíblica. Primero, ¿qué le interesa más salvar a Dios: el cuerpo o el alma? Una respuesta generalizada subraya lo segundo, con la idea de que algunas afirmaciones bíblicas apoyan semejante subordinación del cuerpo a la parte “espiritual” de la persona. Especialmente se recuerdan las palabras del Eclesiastés, las cuales, aunque ya están influidas por algunos elementos griegos debido a la época de su escritura, no necesariamente afirma la superioridad del alma sobre el cuerpo. Como parte de sus reflexiones finales, el autor del libro se refiere, como de paso, desde una visión casi materialista, a lo que sucede cuando mueren las personas: “…y el polvo vuelva a la tierra como era, y el espíritu a Dios que lo dio” (12.7), para destacar el buen uso de la vida. Si resulta evidente que toda forma de vida procede de Dios, el cuerpo es la expresión máxima de vida en su carácter de portador de la existencia, es el contacto directo con el mundo, la puerta de acceso a las bondades de Dios que han de ser recibidas con todos los sentidos.

Podríamos decir, además, que el cuerpo es el reino de los sentidos y la conciencia. De ahí que los estudiosos del tema señalen que cualquier falta de respeto a la naturaleza del cuerpo como organismo integral del ser humano, hace posible que se atente contra él de múltiples formas, pues si después de todo no es lo más importante, ni siquiera para Dios, su creador, entonces puede atacársele, producir violencia sobre él sin el temor de Hay que observar con atención las imágenes de los crematorios nazis para ver hasta dónde puede llegar este desprecio y violencia criminal contra la realidad corporal del ser humano. El sadismo hasta el que se ha llegado en la historia manifiesta la oposición radical con que se deja de atender el interés de Dios por la integridad ontológica de las personas.

La segunda pregunta, ¿cree usted en la inmortalidad del alma o en la resurrección del cuerpo?, es un desafío para advertir hasta qué punto se han interiorizado las creencias de origen griego y de qué forma se confunden con los elementos fundamentales de la fe cristiana. La inmortalidad del alma es un concepto de origen griego, muy diferente de la doctrina cristiana de la resurrección de la carne. La comparación entre la muerte de Sócrates y Jesús es un magnífico ejemplo de la oposición radical entre estas dos formas de ver y experimentar el asunto: el primero muere como un acto de congruencia por su falta de apego al cuerpo, y el segundo grita terriblemente a la hora de afrontar el fin de su existencia terrena, en apego vital al cuerpo mismo.[1] Buena parte de esta confusión se debe a que en las iglesias se han aceptado, de manera generalizada, muchos conceptos provenientes del mundo helenístico que aparecen directamente en el Nuevo Testamento, relacionados especialmente con la conformación del ser humano, es decir, con su supuesta división en varias entidades: cuerpo, alma, espíritu… Con ello se deja de apreciar que la humanidad es vista en las Escrituras como un todo indisoluble, inseparable, que es objeto de la preocupación de Dios, puesto que él no puede desatender aquellas partes de su creación que precisamente por ser visibles, pueden mostrar más su gloria. En ese sentido, el cuerpo es una parte fundamental en el plan redentor de Dios.

2. Comprender la salvación ontológicamente de manera integral
Precisamente, la catalogación del cuerpo como algo secundario, idea eminentemente griega es lo que se combate en toda la Biblia. Como explica Oscar Cullmann: “La concepción de la muerte y la resurrección […] está enraizada en la historia de la salvación. Completamente determinada por ésta, es incompatible con la creencia griega en la inmortalidad del alma”.[2] En otras palabras, y como lo constató el apóstol Pablo en Atenas, existe una profunda oposición entre ambas creencias porque la idea de inmortalidad sugiere que el alma seguirá eternamente errabunda en busca de un cuerpo, abriendo la puerta para una aceptación de algo parecido a la reencarnación, planteamiento aún más inaceptable. Pablo choca frontalmente con los griegos, en su propio terreno, porque para ellos el cuerpo era algo vil y despreciable y, por lo tanto, susceptible de las peores bajezas. De ahí la preocupación de Pablo en varios lugares de sus cartas por reivindicarlo y recatalogarlo, ahora, como “templo del Espíritu Santo”.

La centralidad del cuerpo en la creencia cristiana sobre la salvación aparece con claridad en muchas expresiones de Jesús, en su labor sanadora (pues como comenta Cullmann: “Toda curación es una resurrección parcial, una victoria parcial de la vida sobre la muerte”.[3]) e incluso en algunas de las resurrecciones que llevó a cabo. Su propia vivencia, al experimentar verdaderamente la muerte, no como un fingimiento sino como un verdadero “purgatorio” (creencia enfatizada por la frase: “Descendió a los infiernos”, del Credo Apostólico), es una declaración del propio Dios a favor de la importancia del cuerpo dentro de su proyecto de redención integral. Creerle a Dios en este aspecto deriva en asumir una nueva relación con la corporalidad propia y la de los demás.

Ni siquiera el cuarto evangelio, con sus ideas cristológicas tan elevadas, enseña la inmortalidad del alma, pues relaciona estrechamente la vida eterna a la historia de Cristo. Suponer que el cuerpo es inferior al alma o el espíritu equivaldría a despreciar la obra redentora de Cristo en la medida en que él habló de una recuperación total de la existencia humana, aunque con características diferentes a las actuales. Cullmann lo expresa impecablemente: “Allí donde la muerte sea concebida como el enemigo de Dios, no puede haber ‘inmortalidad’ sin una obra óntica de Cristo, sin una historia de la salvación donde la victoria sobre la muerte es el centro y el fin. Jesús no puede conseguir esta victoria si continúa vivo en su alma inmortal y en el fondo, sin morir”.[4] Esta es la dimensión salvífica del cuerpo: su victoria total y plena sobre la muerte, el gran enemigo de la vida. “La in-mortalidad, en realidad, no es más que una afirmación negativa: el alma no muere (continúa viviendo). La resurrección es una afirmación positiva: el hombre entero, que está realmente muerto, es llamado a la vida por un nuevo acto creador de Dios”.[5] Es un nuevo inicio de la vida. La transformación del cuerpo carnal en cuerpo de resurrección forma parte de la consumación completa de la obra divina de redención, pues según san Pablo, habrá un “cuerpo espiritual”. En ello se fundamenta la esperanza cristiana.

Las consecuencias de la creencia en la resurrección de la carne son múltiples, ideológicas, doctrinales y prácticas. Reivindicar el cuerpo en todos los sentidos, afirmar su primacía en el plan salvífico y cuidarlo como parte de un proyecto de vida plena en los ámbitos individual y colectivo en la esperanza por su afirmación total en el futuro de Dios.


[1] O. Cullmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de los cuerpos?”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Trad. de R. Silva Costoyas. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31), pp. 236-243. Cullmann se refiere también al cuadro de Grünewald, quien pintó como pocos la terrible realidad de la muerte de Jesús.
[2] Ibid., p. 233.
[3] Ibid., p. 244.
[4] Ibid., p. 241.
[5] Ibid., p. 242.

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