UNO DE LOS MÁS GRANDES MISTERIOS DE LA FE cristiana es la creencia en la resurrección. El surgimiento de la misma es una demostración de la forma en que se comprendió, de manera integral, la salvación en el ámbito bíblico. En la más remota antigüedad, como puede apreciarse en algunos salmos (“Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción”, 16.10), no existía una certeza clara acerca del destino de la vida humana más allá de la muerte, aun cuando no dejaba de expresarse la esperanza de que Dios intervendría para garantizar la sobrevivencia de las personas creyentes. El tema, en sí, se presta para múltiples especulaciones y forma parte del conjunto de creencias ubicadas en el terreno de la escatología, es decir, las últimas cosas, los aspectos relacionados con el destino final de la vida humana.
Cuando Jesús de Nazaret ejerció su labor profética, tuvo fuertes debates con los saduceos, quienes no creían en la resurrección por tratarse de una creencia demasiado “nueva” para su época, dado que ellos eran los guardianes del tradicionalismo, a diferencia de otros grupos religiosos, más ligados a las novedades ideológicas y culturales. Así explica el historiador Josefo su horizonte de comprensión: “Los saduceos sostienen que el alma perece junto con el cuerpo” (Ant 18, 1). Además, estaban muy vinculados al Templo de Jerusalén, como observa César Vidal: “Esta vinculación de los saduceos con la vida del Templo así como su pertenencia a la clase alta explica con facilidad su actitud hacia Jesús y sus seguidores. El primero no sólo se diferenciaba de ellos en creencias como las de la inmortalidad del alma, la resurrección o el infierno, sino que además disminuía el papel espiritual del Templo en la vida de Israel. Al igual que otros judíos de la época, Jesús previó que el Templo terminaría siendo arrasado (Lc 13.34-35; Mc 13; Mt 24; Lc 21) pero vinculó tal catástrofe al hecho de que sus compatriotas lo habían rechazado. Al ser el Templo una de las claves del poder saduceo, segura-mente la más importante, Jesús no podía ser visto con buenos ojos”.
Por estas razones, ideológicas y de práctica religiosa y moral, Jesús tuvo que enfrentarlos con una sólida convicción de la recuperación del cuerpo. En esto, la mentalidad judeocristiana se opuso rotundamente a las creencias griegas, pues para la cultura helenística, heredera del pensamiento clásico, el cuerpo no era otra cosa que “la cárcel del alma”.
Debe señalarse que el principio básico de la vida humana no consiste solamente en la definición de sus “partes” o “componentes” según una clasificación arbitraria. Lo que le interesa a Dios no es únicamente la “sustancia espiritual” de las personas sino la totalidad de su existencia, pues los aspectos históricos, psicológicos y culturales que entran en juego constituyen el marco del pacto de Dios con la humanidad.
Por ello, el Nuevo Testamento no duda en colocar en la fe en la resurrección el mayor peso del aspecto doctrinal de la fe cristiana y va más allá de las categorías que otorgan privilegio a algún aspecto de la vida humana. (LC-O)
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