CUANDO SE PREGUNTA A LAS PERSONAS, CREYENTES O NO, si aceptan la inmortalidad del alma, de manera casi unánime la respuesta es afirmativa, pues lamentablemente existe una confusión que va más allá de la mera terminología. La inmortalidad del alma es un concepto de origen griego, muy diferente de la doctrina cristiana de la resurrección de la carne. Buena parte de esta confusión se debe a que en las iglesias se han aceptado, de manera generalizada, muchos conceptos provenientes del mundo helenístico que aparecen directamente en el Nuevo Testamento, relacionados especialmente con la conformación del ser humano, es decir, con su supuesta división en varias entidades: cuerpo, alma, espíritu… Con ello se deja de apreciar que la humanidad es vista en las Escrituras como un todo indisoluble, inseparable. Las palabras de Eclesiastés 12.7, que ya reflejan influencia griega, son muy famosas: "…y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio". Al parecer, en esta cita se hace una clasificación de los componentes de la vida, como si el cuerpo no fuera creación de Dios y el espíritu es lo más importante de la persona.
Precisamente, la catalogación del cuerpo como algo secundario, idea eminentemente griega es lo que se combate en toda la Biblia. Como explica Oscar Cullmann: "La concepción de la muerte y la resurrección […] está enraizada en la historia de la salvación. Completamente determinada por ésta, es incompatible con la creencia griega en la inmortalidad del alma". En otras palabras, y como lo constató el apóstol Pablo en Atenas, existe una profunda oposición entre ambas creencias porque la idea de inmortalidad sugiere que el alma seguirá eternamente errabunda en busca de un cuerpo, abriendo la puerta para una aceptación de algo parecido a la reencarnación, planteamiento aún más inaceptable.
Ni siquiera el cuarto evangelio, con sus ideas cristológicas tan elevadas, enseña la inmortalidad del alma, pues relaciona estrechamente la vida eterna a la historia de Cristo. Suponer que el cuerpo es inferior al alma o el espíritu equivaldría a despreciar la obra redentora de Cristo en la medida en que él habló de una recuperación total de la existencia humana, aunque con características diferentes a las actuales. Cullmann lo expresa impecablemente: "Allí donde la muerte sea concebida como el enemigo de Dios, no puede haber ‘inmortalidad’ sin una obra óntica de Cristo, sin una historia de la salvación donde la victoria sobre la muerte es el centro y el fin. Jesús no puede conseguir esta victoria si continúa vivo en su alma inmortal y en el fondo, sin morir".
Estas es la dimensión salvífica del cuerpo: su victoria total y plena sobre la muerte, el gran enemigo de la vida. La inmortalidad es una afirmación negativa: el alma no muere. En la resurrección, Dios lleva a cabo un nuevo acto creador, es un nuevo inicio de la vida.
Finalmente, la transformación del cuerpo carnal en cuerpo de resurrección forma parte de la consumación completa de la obra divina de redención, pues según san Pablo, habrá un "cuerpo espiritual". En ello se fundamenta la esperanza cristiana. (LC-O)
Estas es la dimensión salvífica del cuerpo: su victoria total y plena sobre la muerte, el gran enemigo de la vida. La inmortalidad es una afirmación negativa: el alma no muere. En la resurrección, Dios lleva a cabo un nuevo acto creador, es un nuevo inicio de la vida.
Finalmente, la transformación del cuerpo carnal en cuerpo de resurrección forma parte de la consumación completa de la obra divina de redención, pues según san Pablo, habrá un "cuerpo espiritual". En ello se fundamenta la esperanza cristiana. (LC-O)
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