jueves, 12 de noviembre de 2009

Letra 147, 15 de noviembre de 2009

JUAN CALVINO EN LA HABANA (II)
Sergio Arce Martínez
ALC Noticias, 2 de noviembre de 2009

Movido por ese mismo espíritu ecuménico, escribió cartas fraternales a Lutero, a los arzobispos ingleses, al Secretario de Estado de la Reina Elizabeth, y a otras personalidades eclesiales y no eclesiales, con el propósito de relacionarse con todos ellos y las iglesias y las naciones que representaban. Al Grupo de los Valdenses, que habían sido declarados herejes por el Papa, le prestó su apoyo para que se pudiesen establecer en Italia. Estrechó relaciones con el Movimiento de los Hermanos Checos, ya prácticamente olvidado.
La segunda cuestión que nos interesa comentar es su ideología, fundamentada en un principio francamente comunista, el principio de “a cada quien de acuerdo a sus necesidades y de cada quien de acuerdo a sus capacidades”. Calvino hubo de dar las razones para adherirse a ese principio. Primeramente, su compromiso con su Señor, Jesús. No hay duda alguna de que el grupo que dirigía Jesús tenía una bolsa a la cual contribuían los que se incorporaban al grupo y de la cual sólo se extraía lo que hubiese de necesitar alguno de sus seguidores.
Para confirmar lo que decimos comentemos la manera en que sus apóstoles se organizaron en Jerusalén, comunidad de creyentes basada en el principio de que todos tuviesen todo en común, por lo cual vendían sus propiedades y compartían lo obtenido, según la necesidad de cada uno. Así lo dice el capítulo dos de los Hechos y, más específicamente, el capítulo cuatro: “La multitud de los creyentes… tenían todas sus cosas en común… no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”. Esta sociedad basada en esos principios comunistas, fracasó. Fracasó, según nuestro criterio porque fue sólo un comunismo de consumo, sin producción alguna. Según Carlos Marx fracasaron porque el principio socio-económico que sustentaron no lo convirtieron en un estandarte de lucha política, solamente de promoción inter-eclesial.
Hoy, proclamamos que aquel Jesús y aquellos apóstoles demandan de cada creyente, que pretenda ser, realmente, continuador de su obra, que se disponga a luchar contra del imperio de turno, como lo hicieron los creyentes de entonces en contra del Imperio Romano, el imperio que había crucificado a su Señor, fundando su fe en el Jesús de los Evangelios y sustentando la ideología socio-religiosa de carácter comunista de aquellos cristianos jerosolimitanos.
Varios años después, el Apóstol Pablo pide a los cristianos de Corinto que recojan una ofrenda para los hermanos y hermanas de aquella iglesia, quienes, como era de esperarse, vivían en total indigencia. “No se trata –dice Pablo, en su 2da Carta a los Corintios capítulo 8; versículos del 13 al 15:- de que unos tengan abundancia, mientras otros sufran escasez; es cuestión de igualdad. En las circunstancias actuales la abundancia material de ustedes suplirá lo que ellos necesitan, para que, a su vez, lo que ellos tienen en abundancias espirituales supla las que ustedes necesitan. Así podrá decirse que hay igualdad”. De inmediato Pablo añade: “como está escrito, ni al que recogió mucho le sobró, ni al que recogió poco le faltó”, refiriéndose al comentario mosaico con idénticos ribetes de igualdad socio-económica.
Calvino comentó este texto como hiciese con todos los libros de la Biblia, excepto el Apocalipsis. En 1561, en su Comentario a la Carta de Pablo ya citada, en la cual éste pide a los Corintios su ayuda financiera para los pobres jerosolimitanos, Calvino escribe: “Dios quiere que haya tal analogía e igualdad entre nosotros, que cada cual ha de suministrar a los que tienen menos… a fin de que algunos no tengan en demasía, y otros estén en aprieto”.
Los cristianos y cristianas que se sientan remisos a testificar del Jesús y de los dictámenes socio-políticos que encontramos en el Éxodo, en los Evangelios y en Hechos, si se atrevieran a tomar en serio lo que se nos enseña en ellos, es decir, lo que hicieron y enseñaron Jesús, Pablo, Lucas y, también a su vez, Calvino, no pudieran decir que la fe cristiana está en radical contradicción con la ideología comunista de Carlos Marx, Engels, Lafargue o Lenin, sobre todo cuando hablan del carácter dialéctico de su ideología. El término “dialéctico” que en latín significa, ”lo que es lógico”, y en griego, “lo que corresponde al diálogo”, para nosotros significa el encadenamiento de la realidad en una serie de momentos, llamados tesis, antítesis y síntesis. Admitimos que somos dialécticos, negamos, como lo hace el marxista, la tesis de la existencia de dios, del dios de la Filosofía Idealista, pero, nos seguimos moviendo dialécticamente a la antítesis, a la anti-tesis, a la negación de la negación, por lo que afirmamos la realidad de un Dios a quien nadie conoce, lo cual significa haber arribado a una síntesis cuando sobre Dios hablamos, el Dios de Jesús, de los Apóstoles, de Calvino. Así creemos y así lo proclamamos en un día como este, octubre 31, Día de la Reforma Protestante, ante la efigie de Calvino, que ahora ya es Calvino en la Habana, de quien una de sus frases más ignoradas por muchos cristianos, es la que afirma que “el hombre ha sido creado para ser un ser social”, lo cual significa que una vida cristiana individualista, como la de la mayoría de los cristianos no es ni humano, ni cristiano.
Para Calvino, Jesucristo es la Cabeza de un cuerpo, un cuerpo místico; la Iglesia. Pero el cuerpo está formado por sus miembros, como dijese el apóstol Pablo, lo que significa que somos todos miembros los unos de los otros. Para Calvino esto significaba, además, que “los Santos -es decir, los cristianos- están unidos a la sociedad de Cristo con la condición de que deben, mutuamente, compartir entre sí los bienes que Dios les ha conferido”. Entendemos que Calvino nos está diciendo que sustenta una ideología de carácter comunista al estilo de Jesús y de sus apóstoles, ideología que la mayoría de los cristianos cubanos estamos muy lejos de compartir.
Mas tarde, Calvino afirmará que al expresar que el ser humano es un ser social, esto significaba practicar la solidaridad; es decir, “el intercambio mutuo de bienes y servicios… sin desigual distribución de las riquezas, dejando el rico de ser tan rico de modo que el pobre deje de ser tan pobre… para que exista una total igualdad social; y no hacerlo así es robar”, afirma Calvino, o sea, convertirnos ante Dios en verdaderos
ladrones. Naturalmente que Calvino no fue nunca un dirigente de carácter político, sino simplemente, un pastor como los demás pastores de la Iglesia de Ginebra.
En cierta ocasión, en uno de sus sermones, condenó la explotación de los pobres por los ricos, poniendo como ejemplo el caso de “cuando un pobre no encuentra en donde emplearse…entonces el rico piensa que lo empleará por un pedazo de pan”. A lo que Calvino agregó, de manera inesperada, una frase que lo ha hecho famoso: “Dios usa las revoluciones para castigar a los que explotan el trabajo ajeno, puesto que no podrá encontrarse mayor violencia que la de hacer morir de hambre… a aquellos que nos proveen de pan con su trabajo”. Esta manera de pensar explica la razón por la cual, en cierta ocasión, intervino ante las autoridades políticas de Ginebra para que los obreros recibieran un mayor salario y pudiesen vivir mejor.
En 1559, el Consejo de Estado de Ginebra decretó quitarles a los obreros el derecho a organizarse. Hubo grandes disturbios. Dirigidos por Calvino, los pastores organizaron un debate público en el cual participaron patrones, obreros y miembros del Consejo de Estado. Allí los obreros convencieron a los miembros presentes del Consejo, de la necesidad de organizarse como lo estaban los patrones para bien de la propia ciudad. Este debate organizado por los pastores respondía al celo de Calvino por los pobres, por lo cual no debe sorprendernos que, en uno de sus sermones, afirmase que todo banquero o usurero que cobrase interés cuando prestaba dinero a algún pobre, debería el Señor enviarlo al infierno.
Finalmente, cuando hablamos de Calvino tenemos que decir que tuvo y que sigue teniendo grandes críticos. Entre esos críticos encontramos al sociólogo alemán Max Weber, quien centró su crítica en él llamándolo el Padre del capitalismo, lo cual resulta algo inexplicable por lo inverosímil y ahistórico de dicho calificativo, puesto que Calvino vivió en el Siglo XVI y la Revolución Industrial Inglesa, madre del capitalismo es un fenómeno histórico ocurrido dos siglos después, en el XVIII. La crítica weberiana, que se encuentra expuesta en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, publicada originalmente en 1979 en portugués, retrata no a Calvino, sino al movimiento de los llamados Puritanos en el Siglo XVIII, quienes estaban sumamente influidos por corrientes religiosas y políticas, de origen inglés, muy ajenas al pensamiento y a la política que caracterizaron a Calvino, de quien se decían, sus sucesores.
No es, pues, de la responsabilidad de Calvino que la rehabilitación socio-ético-espiritual que él hiciese del trabajo, así como del dinero resultado del trabajo, haya conducido a interpretaciones muy distantes a lo que él trataba de fomentar, es decir, el bien de los pobres, no sólo con palabras, sino con su forma de vivir como pobre, que siempre lo fue, así cuando muere sus compañeros pastores no sabían donde enterrarlo, no tenía un pedazo de tierra en el cementerio separada para él, donde debía haber sepultado a su esposa. Lo más interesante es que nadie, por largos siglos, tampoco supo donde había sido enterrado, porque uno de sus reclamos fue que no se conociese ese lugar; hasta ahí llegó su humildad de hombre pobre, señal de la riqueza de su grandeza ético-moral y espiritual. Gracias por la paciencia con que me han escuchado, una paciencia nada calvinista, sino benedictina.

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