18 de julio de 2010
Introducción. Mel Gibson y la salvación por la violencia
En 2004, el investigador Miguel Hernández Madrid, realizó círculos de discusión para intercambiar opiniones respecto a la recién estrenada película La Pasión de Mel Gibson, entre personas católico-romanas de Zamora, Michoacán (Hernández, 2008: 101-123). El impacto mediático que este filme logró a nivel global, la seducción sádica de sus escenas y la sobredimensión barroca de la violencia en la muerte de Jesús proyectada en la opera prima de Gibson como director de cine, continúa una tradición cinematográfica que inicia en 1925 con la película de Eisenstein, El acorazado Potemkin, donde se encuentra la escena del genocidio de la escalinata de Odessa, sin embargo, afirma el historiador y crítico de cine Donald J. Drew: "Pese a todo, Bonnie and Clyde y Butch Cassidy and the Sundance Kid (Dos Hombres y un Destino) fueron ciertamente las iniciadoras en esta loca carrera, siendo muy pronto imitadas […]" (Drew, 1977; 52)[1]La Pasión, inserta dentro de esta línea de producción fílmica, utiliza un binomio temático atractivo: violencia-religión. Según Drew, hacia la década de los sesenta lo predominante en el cine era el binomio violencia-sexo. ¿El gusto y atracción generalizados que provocó está película se deberá a que inconscientemente provocaba una sustitución inconsciente de sexo por religión, despertando así un atractivo erótico? Las opiniones que Miguel encontró revelan efectivamente un gusto apasionado por el filme. Sin embargo dicho gusto apasionado revela algo escalofriante, quizá más escalofriante que las cruentas escenas de esta película. En general, aunque con notables excepciones, la gente zamorana –como también de otros lugares, y aún población evangélica– consideraba muy buena esta película por el hecho de que demostraba “realmente “el sufrimiento de Cristo. En el periódico Reforma se citó el 19 de marzo de 2004 la opinión del Cardenal Norberto Rivera: "Una auténtica experiencia espiritual. A mí como creyente y seguidor de Nuestro Señor Jesucristo, la película me ha ayudado a meditar y a apreciar de forma muy gráfica y visual el infinito amor de Dios y su único Hijo hecho hombre por el género humano" (p. 107)[2].
En las escuelas católicas, como también en iglesias evangélicas, esta película también fue transmitida con la intención de edificar la fe. No sólo eso, sino que los mismos creyentes cristianos deseaban que se difundiera lo más posible, y que fuera vista aún por los niños, por eso muchos protestaron que recibiera clasificación “C”. En un foro de internet de esmás.com una persona escribía indignada:
Es una total vergüenza para mí como mexicano el que una película basada en el amor y el sacrificio del Hijo de Dios la clasifiquen como “C” por la RTC (p.108). Es decir, la gente dio por hecho que la película mostraba cómo las cosas habían sido en realidad. En la ciudad de Zamora, nos dice Miguel Hernández: “A través de volantes, pequeños carteles e imágenes virtuales para internet que se podían visualizar en los comercios, los escritorios de las recepcionistas, en consultorios médicos, notarías, oficinas, en los fondos de escritorio de las computadoras y en los forros de plástico de las libretas de los estudiantes, se reproducía la carátula del cartel oficial de la película: la imagen de un Cristo de perfil, con corona de espinas y rostro sangrante, a la que se añadía la leyenda: "¿Sólo una película? NO. La pasión de Cristo fue una realidad, sucedió hace más de dos mil años y efectivamente Jesús fue crucificado de la forma más inhumana y salvaje” (p.109).
Así, de pronto, lo importante de la muerte de Jesús dejó de ser el cumplimiento profético, el amor, la comunión y el bienestar universal, para dar lugar a la violencia y al dolor extremo. Y fue esa violencia y dolor lo que parece que a los cristianos más les gustó de la película, y al mismo tiempo lo que más valoran de la muerte de Jesucristo. Dice un estudiante de 21 años: "Un hombre común no hubiera aguantado, se muere en los azotes. Jesucristo sí pudo porque era el hijo de Dios y tenía poderes de fortaleza para aguantar […] aguantó más para enseñar a la humanidad que tenía que morir para salvarla, entonces yo sí creo que la película dice la verdad" (p. 115).
Para este joven Jesús no sólo tenía que morir en la cruz para demostrar su amor, sino, debía sufrir, “aguantar” más. Eso es lo que conmueve, y tal parece que eso fue lo que más conmovió y, ¡que terrible!, lo que más gustó de la película. Miguel preguntó a algunos jóvenes qué sintieron después de ver la película, estas son algunas de sus reacciones: "Una chica de 17 años dijo: ¡Ay, no! ¡Está muy fuerte Sí, eso dicen que le hicieron, sufrió mucho para salvarnos" (p. 119).
Otro joven de 18 años comentaba: "Mis compañeros van al cine, pero no saben de qué trata la película. Van nomás por ir. Fueron a ver La Pasión, porque todos hablaban de ella y querían ver las escenas de los azotes. Una amiga lloró mucho, otro que es bien hereje, que no va a misa ni nada de eso, dicen que se puso a rezar" (p. 119). Pero el premio al gusto por el dolor morboso se lo lleva este varón de 18 años que exclamó: "¡Está chida!, sale bien como crucificaron a Jesús. La parte que más me gustó fue cuando le dan de latigazos. ¡Está bien gruesa!" (p.120).
Bien, hasta aquí parece que lo más atractivo de la crucifixión de Jesús es el sufrimiento, en especial los latigazos que le dieron, y que sólo al ver tanta carnicería hasta uno “que es bien hereje” puede ponerse a rezar. ¿Por qué nos importa tanto el sufrimiento de Cristo en la cruz?, ¿será que como aquel joven dijo, sólo así podía mostrarnos su amor? Pero otra pregunta también interesante es la que plantea Miguel, ¿Por qué los zamoranos –y el resto de las personas– pensaron que la película de Mel Gibson era una realidad? Quizá todas estas preguntas tengan una sola respuesta: el cristianismo se ha enseñado como una creencia de martirio, de sufrimiento y de muerte violenta.
Ahora, al reflexionar sobre las raíces de la violencia según el Nuevo Testamento debemos recapacitar en este hecho: nosotros mismos ya hemos adoptado la violencia como algo sagrado cuando no divino, y a menos que reflexionemos sobre este hecho incuestionado no podremos entender el descubrimiento y denuncia que la Palabra de Dios hace respecto a la gestación de la violencia. Este es nuestro problema: ¿cómo buscar en el Nuevo Testamento una salida a la violencia contemporánea si nuestra lectura ya está prejuiciada por una ideología de salvación mediante la violencia?
En esta exposición busco que juntos reflexionemos a la luz de la Sagradas Escrituras, especialmente en los pasajes de Génesis 6 y Santiago 4 sobre las condiciones humanas de la violencia. Para esto me valdré de los valiosos y bellos estudios del antropólogo francés René Girard (2005) quien ha sido uno de los pensadores contemporáneos, amante de la Biblia por demás, que más ha reflexionado sobre la relación entre la violencia y lo sagrado. Esto nos permitirá releer el mensaje del Nuevo Testamento y en particular la muerte y resurrección de Jesús alejados de la ideología de salvación mediante la violencia.
La violencia como imitación
Para Girard, el origen de la violencia se da en el acto de la imitación (mimesis). El imitar gestos, conductas, palabras y deseos es característico de los seres humanos. Así aprendemos a hablar, imitando las palabras de nuestros padres; así aprendemos a caminar, imitando el andar de los más grandes; así aprendemos a leer, escribir, conducir, cocinar, tejer, etc. Pero también mediante la imitación nos damos cuenta que “el mejor jardín es el del vecino”, y que para un niño el mejor juguete es del otro niño. A este impulso de imitación de los bienes, habilidades o circunstancias del otro, Girard le llama deseo. Y según el texto de Génesis 6.2 eso fue lo que originó la decadencia de la civilización antediluviana: “viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí…” Es decir, los hijos de Dios imitaron las relaciones de parentesco de los hijos de los hombres y convirtieron, junto con ellos, a las mujeres en objetos de intercambio. Más aún, el deseo, entendido como imitación del otro, origina la violencia, y esto, antes que Girard ya se había registrado en la Carta de Santiago: "¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites" (Santiago 4.1-3)
De este modo las pasiones no se originan en los miembros del cuerpo. Es decir, el deseo, o las pasiones como les llama Santiago, no encuentran su origen en las hormonas o en los bajos instintos del ser humano, todo lo contrario, le vienen de fuera. De hecho el texto dice que las pasiones que internaliza el hombre son ajenas a su cuerpo, por eso “combaten” en él. Estas pasiones se originan por la codicia, la envidia y por no tener lo que se desea, lo cual sólo se aplica a lo que no se tiene. Lejos de la ideología del cuerpo como origen del pecado, el texto neotestamentario deja ver claramente que el deseo o las pasiones, que sólo en un segundo momento son apropiadas por el ser humano, se originan fuera de la persona, precisamente en la imitación de lo que no se posee. René Girard, afirma:
El hombre es una criatura que ha perdido parte de su instinto animal a cambio de obtener eso que se llama deseo. Saciadas sus necesidades naturales, los hombres desean intensamente, pero sin saber con certeza qué, pues carecen de un instinto que los guíe. No tienen deseo propio. Lo propio del deseo es que no es propio. Para desear verdaderamente, tenemos que recurrir a los hombres que nos rodean, tenemos que recibir prestados sus deseos. (Citado en Burbano, 2003: 25)
Una vez que el deseo se ha originado como imitación del otro, y ha pasado a replegar a los miembros del cuerpo humano hasta llegar a su voluntad, dan comienzo los actos que señala Santiago: guerras, pleitos, asesinatos, combates y luchas, lo cual el registro en Génesis lo resume como “la maldad de los hombres”, y que puede entenderse como violencia. ¿Qué es pues la violencia?, la violencia es el ejercicio del poder hacia otro con la finalidad de modificar o incluso anular su existencia para obtener lo que se desea. Cuando un niño quiere el juguete de otro niño y le pega a este en la cabeza para obtenerlo, lo que el niño hace simbólicamente es decir “¡quítate!, tu existencia me estorba para obtener lo que deseo”, o también, “sólo quitándote de en medio puedo obtener lo que deseo”.
Si la violencia es entonces generada por la imitación, la violencia misma también es imitadora, “si me la haces, la pagas”, es la enunciación popular que sintetiza esa violencia imitadora. De este modo se da inicio a una espiral de violencia que va creciendo, recordemos que la matanza de Leví y Simeón de los siquemitas (Gén. 34.1-31) se originó por que Siquem violentó a su hermana Dina (al menos eso es lo que refieren aquellos hermanos, aunque en realidad nunca se le pregunta a Dina si fue cierto). Y posterior a la matanza, Jacob imita la violencia en forma de maldición sobre sus hijos (Gén. 49.5-6). El pleito generacional entre semitas y caneos se originó porque Cam violento el pudor de su padre (Gén. 9.22-27) Entonces cada uno imita la violencia del otro. Pero, ¿sino es con más violencia como combatir la violencia?
El chivo expiatorio
Culturalmente las sociedades humanas han utilizado dos estrategias para contener la violencia, ambas también aparecen en la Biblia: el tabú y el sacrificio. Mediante el tabú o prohibición se busca restringir la imitación de las personas para poseer, tocar o hacer algo que pueda desencadenar la violencia física o sexual (Freud, 1913). La otra estrategia para restringir la imitación de la violencia es el sacrificio. Como he dicho la violencia es eliminar la existencia de otro para obtener algo. Según Girard, el sacrificio, en las culturas no bíblicas, tiene la finalidad de obtener el bienestar, la protección o el favor de los dioses inmolando a un culpable de carácter sagrado. Recordemos a Jonás en la barca hacia Társis (Jon. 2). Jonás había recibido la orden de Dios de predicar en Nínive pero él se rehusó e intentó huir en una barca, entonces Dios levantó una tormenta y la tripulación de la barca de Jonás clamó a sus dioses para apaciguar la tormenta. Como no menguaba la tempestad, llamaron a Jonás, quien estaba dormido para que también él clamara a su Dios. No hubo necesidad. Jonás sabía que la tormenta venía por su culpa, y ante la inconformidad de la tripulación fue arrojado al mar. Sólo así amainó el temporal. ¿En qué se convirtió Jonás al ser presa de la violencia por sus resignados compañeros?, en un ser sagrado, Jonás dejó de ser hombre pues poseía un gran poder: el poder de que al dejar de existir en la barca el clima mejorará. De este modo Jonás se convirtió en un sacrificio. En efecto, para las culturas no-bíblicas, las víctimas del sacrificio dejaban de ser humanas, se convertían en personajes sagrados (claro en un sentido negativo), es decir en seres con un gran poder: el de restablecer con su muerte la injusticia. De este modo la violencia misma adquiere un carácter sagrado.
En este tipo de casos se da por cierta la culpabilidad de la víctima. En efecto los sacrificios no-bíblicos son una imitación de la violencia que desean extinguir, mediante la aniquilación de un ser sagrado. Es por esto por lo que Girard considera que la violencia y lo sagrado son dos caras de la misma moneda, y por eso no sólo en el deseo, sino en la misma creencia religiosa se encuentran las raíces de la violencia, y por lo tanto, la violencia como acto de justicia se sacraliza: lo sagrado está en la violencia.
Esto puede convencer a muchas personas, sobre todo cuando miran a Medio Oriente y se percatan de que la actual Guerra en Irak y Afganistán se trata en realidad de una guerra entre dos fundamentalismos religiosos: el fundamentalismo islámico contra el fundamentalismo de Estados Unidos. Cada uno imita la violencia del otro, “en honor de Dios” ¿Cómo encontrar una alternativa a esta violencia imitadora desde una lectura reflexiva del Nuevo Testamento?
En primer lugar debemos recordar que para la Palabra de Dios nada en este mundo es sagrado (Nah. 1.5; Barth, [1921] 2002: 126) sólo la enorme trascendencia de Dios es sagrada, todo el resto del mundo, es eso mundo (Bultmann, 1970: 215-234): no hay sistema político o económico, dogma, persona o espacio que sea en sí mismo sagrado pues no existe más que un solo Dios. Por tanto, la violencia nunca es sagrada.
En segundo lugar debemos fijarnos en la figura del cordero de sacrificio (Lev. 16), o bien como suele llamársele, del chivo expiatorio. En el texto bíblico, y esto Girard lo reconoce también, el sacrificio violento es distinto pues en él existe la figura del “chivo expiatorio”. A diferencia de los sacrificios no-bíblicos, la victima del sacrificio hebreo, el chivo expiatorio, no es culpable, sino que sólo puede sacrificarse si es inocente. Esto que suena aún más terrible, es en realidad un escape a la espiral de violencia. En Génesis 6, Dios dice “no contenderá para siempre mi espíritu con el hombre”, y entonces manda el Diluvio como último acto de violencia sobre la humanidad. La muerte del chivo expiatorio es una forma en la cual Dios muestra que no quiere participar perpetuamente en nuestra espiral de violencia. ¿Cómo?
Al ser el chivo expiatorio una víctima inocente, no llega a poseer el carácter sagrado, al contrario, se humaniza, es decir es vista con ojos humanos. De este modo, mediante el sistema sacrificial los hebreos no violaban el primer mandamiento y reconocían que lo único sagrado que existe es Dios. Sus víctimas no eran culpables, por eso no eran sagradas, en teoría su muerte no garantizaría ningún bienestar pues no era un acto de justicia humana, y sin embargo Dios se agradaba de estos sacrificios. ¿Por qué?, porque sólo así, humanizando a la víctima, se podía detener la espiral de violencia, el chivo expiatorio no merecía morir y sin embargo es asesinado, es decir, en su muerte no se estaba imitando ninguna violencia previa, era una muerte sin sentido, como sin sentido era la violencia del culpable que presentaba el sacrificio. Esto es lo bello del Mediador: una persona hace violencia, lo correspondiente sería que la comunidad imitara su violencia convirtiéndolo en sacrificio, y por tanto, en un ser sagrado. Pero en el Antiguo Testamento, una persona hace violencia, y por otro lado la comunidad representada por el Sacerdote no imita su violencia, en su lugar mata a un chivo expiatorio, inocente, profano, de una manera absurda, y de este modo ya no hay más violencia que seguir. Todo ha sido consumado.
La ruptura de la cadena de violencia mediante la Cruz
En el caso de la muerte de Jesús la violencia no sólo es detenida, sino eliminada pues a la violencia que ejercieron sobre nuestro Señor, él no respondió con violencia, sino con un: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Así, la antropología humana del deseo por imitación, de la violencia por imitación es contrastada por la antropología de Dios, que es Jesús, el Verbo humanizado, y Dios mismo responde a nuestra cadena de violencia con un mensaje de no violencia. La misión de Jesús fue rescatar a la humanidad de su ciclo de violencia mediante el ejemplo, mostrándonos cómo ser seres humanos, cómo responder y eliminar nuestros impulsos de deseo por imitación y de buscar chivos expiatorios.
Nada más lejos de “la Pasión” de Jesucristo que la exaltación estridente de la violencia, pues su muerte no es sagrada. El crucificado no es Dios, tampoco un ser extraordinario, quien padece el suplicio de la cruz es un ser humano, en su muerte, Jesús muestra la debilidad, “la humanidad de Dios” como le llamaba Barth. Su muerte, que dicho sea de paso en los Evangelios es narrada sin morbo, más bien con sumo respeto, sin detalles sádicos ni pintorescas escenas de tortura, tiene implicaciones más relacionadas con el amor, la comunión y el bienestar. En referencia a la muerte de Jesús, Paul Tillich afirma:
Desde el momento en que Jesús, dando un fuerte grito, exhaló su último suspiro y las rocas se rajaron, la tierra dejó de ser el fundamento de lo que sobre ella identificamos. Sólo puede tener solidez en la medida en que posea un fondo más profundo; sólo puede perdurar en la medida en que esté enraizada en el mismo fundamento en el que se enraíza la cruz (Tillich, 1973: 215)
Es decir, la muerte de Cristo simboliza la unión universal de Dios con los seres humanos, de los seres humanos con ellos mismos y con la creación. Este carácter relacional comunitario de la muerte de Cristo en particular y de los sacrificios en general fue intuido genialmente por el sociólogo, teólogo y exegeta escocés William Robertson Smith quien entendía la muerte y consumo del animal sacrificado como una “comunión sacramental” de reunión entre la comunidad (Smith [1903] 1979; Díaz, 1998). No obstante, dicha muerte, no se reduce a un mero acto relacional, sino que, efectivamente, como Tillich señala, la expiación también posee un elemento cósmico, o como le llama el mismo Tillich, “universal”. Lo mismo afirman Walter Brueggemann (2007) y Mary Douglas (2006: 257-259) sobre el significado del cordero del sacrificio: no es meramente relacional sino que implica un restablecimiento y protección del orden cósmico, de la vida y la bendición mediante una muerte, no tortura, respetuosa y solemne de un inocente de carácter mundano pues a fin de cuentas es violencia y esta no puede ser sagrada.
Conclusiones: Hacia una reflexión sobre la violencia en México
En nuestro país la violencia se ha vuelto cotidianidad, y su ejercicio sacralidad. La guerra contra el crimen organizado es sólo una forma de imitación y prosecución de la cadena de violencia. Hay de igual modo violencia hacia las mujeres, pero también hacia los hombres, hacia los niños, hacia los animales. La violencia toma distintos tonos, diferentes contextos. ¿Puede una lectura del Nuevo Testamento que intenta alejarse de la idea de salvación mediante la violencia ser de utilidad para nuestra sociedad el día de hoy? Desde luego que sí, como evangélicos que reflexionamos sobre los prejuicios incuestionados de nuestra propia tradición tenemos cosas que decir respecto al origen y uso de la violencia en nuestro entorno.
En primer lugar respetando el primer mandamiento, la lógica del sacrificio del chivo expiatorio y la muerte de Jesús como ruptura de la cadena de violencia debemos afirmar que la violencia nunca es sagrada. Pero no sólo la violencia física. Existe un tipo de violencia que entre los evangélicos nos parece sino sagrada, al menos legitimada: la violencia hacia los que no son como nosotros, “hijos de Dios” o “verdaderos cristianos”, específicamente los católico-romanos. La quema pública de imágenes de santos, las sardónicas burlas respecto a lo estúpido de adorar vírgenes y muñecos (o monigotes), considerarlos, como dice Carlos Garma (2004), “idólatras, borrachos y violentos”, es también una forma de violencia. Cierto, también hay violencia de aquellos hacia nosotros, pero según hemos visto, eso no nos justifica para ejercerla nosotros. Garma mismo propone una alternativa mutua hacia este tipo de violencia: “la convivencia pacífica”,porque, a pesar de que como él mismo reconoce puede parecer utópica,
[…] realmente no hay otra alternativa. Las conductas intolerantes y discriminadoras hacia las diferencias religiosas son costosas en términos del sufrimiento humano. Esto es sumamente lamentable viniendo de instituciones que proclaman que su intención básica es precisamente el bienestar de la humanidad, por lo cual enfatizamos la difusión de una tolerancia ecuménica como una necesidad social que tienen las diversas iglesias (Garma, 2000: 229)
Segundo, si según el Nuevo Testamento la violencia se origina por el deseo de imitación de lo que el otro es o tiene, necesitamos construir una identidad individual y colectiva que no sea contrastante, que no tenga como marco de referencia a otro ser humano, sino a la Ley de Dios, que aquello que más anhelemos no sea la casa ni el empleado, ni los bienes del prójimo sino la deliciosa ley de Dios. Es decir construyamos nuestra identidad, sí en un contexto social donde habitan distintos otros, pero en referencia preferencial al totalmente Otro, a Dios, pues todo lo que de él podamos desear en espíritu y verdad podremos obtenerlo, y de hecho ya lo tenemos: su imagen, gracias a Jesucristo.
Tercero. No-violencia tampoco significa quietismo, pasividad ni existencial ni social. Al contrario, la búsqueda de la paz exige la toma de acciones específicas, sin agresión, ni violencia pero sí mostrando claramente la defensa de la integridad de la creación. Tan violento es responder con un golpe la primera bofetada como dejarse abofetear por segunda vez. Existen muchas formas de contrarrestar la violencia con acciones no violentas pero sí de defensa y reivindicación. Una de las más populares es la resistencia civil pacífica popularizada por Mahatma Gandhi y Martin Luther King, ridiculizada por los opositores de Andrés Manuel López Obrador (sin que él sea ni de lejos su inventor), y olvidada por los protestantes, específicamente de la tradición reformada la cual ya la había contemplado en primer lugar. Son muchas las formas de poder defendernos de la violencia sin violencia pero tampoco con pasividad: marchas y protestas, pese a lo que digan los principales medios de información, y los abusos que algunos marchistas realizan de ellas, siguen siendo medios legítimos de defenderse de violencias sociales e institucionales. La pluma (si se sabe usar más poderosa que la espada) también es de utilidad, así numerosos artículos, ensayos, e incluso poemas (como los de Benedetti) o novelas (como las de Revueltas) son otra forma de resistencia pacífica. También recurrir al amparo legal, apelar a las garantías individuales y a los derechos universales del hombre, es decir conocer cuáles son las instancias que nos defienden. Y, desde luego, el diálogo cotidiano, donde se pueda decir al señor de la tienda, al amigo, al colega del trabajo, al taxista, que lo importante de la muerte de Cristo no es la violencia a la que fue sometido, sino su mensaje de amor y su muerte (penosa, dolorosa, indignante) que va acompañada de su resurrección que pone fin a la espiral de violencia, es decir, convencerlos de que no hay nada sagrado en la violencia.
Finalizo con algunos comentarios de otras personas que Miguel Hernández encontró en sus círculos de discusión sobre la película La Pasión y que sirvan como luz de esperanza de que no toda la sociedad mexicana es presa de esa lectura popular de la salvación por medio de la violencia, sino que logran intuir que la muerte de Jesucristo no exalta la violencia sino que la suprime.
Una madre de familia de 43 años comentó:
Voy a decir algo muy obvio, todos somos libres de dar nuestra opinión y merecen respeto. Creo que lo que comentamos en si es una película, nada más porque se trata de la vida de Jesús, tiene que aceptarse como un testimonio espiritual para vivir nuestra fe. Yo no estoy de acuerdo con eso […] Yo me salí del cine y no acabé de ver la película, porque me agredía con escenas de violencia (p. 118).
Otro chico, un universitario de 20 años alzando la mano protestó:
Mire aquí tengo el póster que dice que lo que pasa en la película sucedió realmente [muestra el volante]. ¿Quién dice que fue así?, ¿Mel Gibson? Sus películas son de acción, de héroes que no se mueren por más que los golpeen y los balaceen. ¿Cristo era un héroe? ¿Se fijaron que desde que empieza la película a Cristo lo avientan de un puente? Se hubiera muerto de la caída, de los azotes a la mitad de la película […] ¡Todo es una exageración! (Ídem)
Y aún más, un universitario de 20 años sospecha que algo anda muy mal con la película La Pasión:
Voy a misa por costumbre –dijo – […] soy muy ignorante de la doctrina. Cuando vi la película con mi novia me enojé porque estuvo llorando todo el tiempo. Es como en las telenovelas, nomás sirven para chantajear. Ahora me preguntó, ¿así era Cristo?, ¿todo su mensaje de amor acabó así? Miren de veras que me voy a poner a leer la Biblia (Ídem).
La película La Pasión resume magistralmente 2000 años de cristianismo y sufrimiento, expresa la relación íntima que Girard veía entre la violencia y lo sagrado. Quiera Dios que con esos 2000 años sea suficiente y que a parir de esta época podamos ver otro Cristo, aquel que es una víctima inocente que pone fin a la imitación de la violencia al anular en sí mismo de una vez y para siempre la figura del chivo expiatorio, de la víctima y de la victimización cuando responde a la violencia ejercida sobre él con un mensaje y acciones de no violencia, sino de amor. Una joven de 23 años hablaba con Miguel muy elocuentemente al respecto, y con su atinado comentario quiero terminar esta predicación.
Nos han inculcado desde chicos que Cristo es solamente el del sufrimiento, el de las heridas […] y ahora, esta película se presta mucho al morbo. ¿Cuántos de nosotros han leído los Evangelios?, ¿qué sabemos de lo que predicó Jesús? Nada más nos gusta sentirnos víctimas y no vemos que Jesús murió, pero también resucitó (p. 117)
Bibliografía
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Notas
[1] Agradezco a José de Segovia de Protestante Digital el amable envío trasatlántico del libro de Drew.
[2] Las citas del texto de Hernández Madrid se citarán sólo por el número de página.