11 de julio, 2010
1. La
denuncia profética de la violencia ayer y hoy
Si aceptamos que la profecía en Israel surgió como un
contrapeso para frenar los abusos de los monarcas, algo así como una
“defensoría informal de derechos humanos” en los tiempos antiguos, también
deberíamos reconocer que los profetas asumieron una postura radical ante la
violencia que experimentaba la sociedad que conocieron y que no dejaron de
denunciarla, viniera de donde viniera. Porque la espiral de violencia de la que
se habla desde el Génesis siguió su camino hasta establecerse como una
auténtica realidad estructural a la cual las personas se acostumbraron tarde o
temprano, lo mismo que sucede hoy entre nosotros. Si las cifras de ejecuciones
de los noticieros nocturnos ya escasamente llaman nuestra atención, esto se
refiere a que la sensibilidad se ha desgastado y la fuerza de la costumbre se
ha impuesto, situación contra la que precisamente los profetas lucharon
persistentemente.
Un recorrido por la
enseñanza profética, como el que realizó el extinto biblista chileno Dagoberto
Ramírez puede ayudar a entender esta situación:
Para un
profeta era difícil generalizar su acusación a todo el país, a todos sus
habitantes. Los pecados son concretos. El de la violencia es sumamente
concreto, pues es el abuso de un poder que es determinado. Es notable el hecho
de que el vocablo hebreo que indica violencia (hamas) suele ir acompañado de sod
(raíz: sadad), “despojo”:
Jeremías 6:7; 20:8; Ezequiel 45:9 con un sujeto bien definido (“esto es
demasiado, príncipes de Israel: desistid del
despojo y de la violencia, practicad el derecho y la justicia, liberad a ‘mi
pueblo' de vuestros impuestos”). A la clase dirigente de Samaria se dirige Amós
como aquellos que “amontonan violencia y despojo en sus palacios” (3:10).
Violencia, despojo y juicio pervertido van unidos en Habacuc 1:2-4. ¿Por qué
Miqueas grita a la ciudad sus pecados (6:9 y 13) sino para especificar que
denuncia los pecados sociales de los jefes y de los explotadores en lo
económico y (“sus ricos están llenos de violencia”, v.12a)? Isaías 53:9 asocia
“ricos” con “violencia”. En Ezequiel 28, en aquel célebre poema que critica la
ideología y el poder económico del rey de Tiro, la violencia está en paralelo
con “pecado”, mostrando que éste es específico, y con el comercio, para señalar
una de sus dimensiones más iterativas. (v.16)[1]
Esta manera concreta de referirse al problema y
atacarlo, propia de una conciencia muy precisa de las circunstancias, aparece
en Isaías 30, cuando se reprocha al pueblo su desmemoria al voltear hacia su
antiguo dominador, Egipto, y esperar apoyo en él (vv. 1-7). La rebeldía que se
le reprocha al pueblo y a sus gobernantes consiste en desechar la profecía (v.
10) y “confiar en la violencia” (v. 12). Este pecado sería una especie de
grieta que traería la “ruina extendiéndose en una pared elevada” (v. 13). Estas
palabras son un eco del inicio mismo del libro, cuando Yahvé, en palabras del
profeta, se lamenta acerca de la falta de discernimiento del pueblo (1.3) y el
retrato social que procede de la visión profética advierte que la violencia
está presente en todos los niveles: doméstico, social, político y económico,
todo ello autorizado por la estructura religiosa: “Vuestras manos están llenas
de sangre” (1.15b), por el sacrificio humano que no exige Dios, pero que era
una supuesta necesidad social, tal como proponen algunos gobernantes actuales.
La crítica profética se
dirige hacia el corazón de la violencia y promueve su superación como parte de
un proceso de enjuiciamiento de sus resultados ofreciendo la alternativa que
aparece en 30.15: “En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en
confianza será vuestra fortaleza”. La propuesta divina entiende que la
violencia seguirá ejerciendo una fascinación entre los seres humanos, pero
ofrece también la posibilidad de atisbar un camino diferente.
2. Jesús, el profeta, y la violencia en todos
los órdenes
En
estos días, un gobierno laico, el de El Salvador, desea responder a la
violencia con la lectura de la Biblia en las escuelas, algo que algunos
dirigentes religiosos rechazan con diversos argumentos. Una nota periodística
explica así la situación: “‘Este decreto ya raya en
la ignorancia e hipocresía… los religiosos no hemos sido consultados. Para mí
es más importante tener un encuentro con los valores’, dijo por su parte el
obispo Medardo Gómez de la Iglesia Luterana. La Ley para autorizar la lectura
de la Biblia en el sistema educativo, que ‘instituye la lectura de pasajes de
la Biblia de forma diaria y sistemática en todos los centros educativos del
país’, fue aprobada por el Parlamento la semana pasada. La misma se haría hasta
por siete minutos antes de cada jornada, sin comentarios adicionales. El
decreto, que deberá ser sancionado por el presidente Mauricio Funes, se aprueba
a 18 días después de que resultaran muertas 15 personas, al de ser abatidas por
disparos e incendiado el microbús en que se transportaban. Otras resultaron
heridas. […] Para Funes, la lectura de la Biblia podría ser una ‘iniciativa que
alivie la situación de violencia del país’. ‘La visión con que se aborda la
violencia me preocupa, no estamos viendo lo que hay detrás’, expresó el pastor
Miguel Tomás Castro, de la Iglesia Bautista, al hacer alusión a que no se están
atacando las verdaderas causas de ese fenómeno”.[2]
Ante un planteamiento de
estas características, bien valdría la pena observar la actitud de Jesús mismo
ante la violencia que se había establecido como núcleo o centro de la realidad
social. La actitud básica de Jesús ante la violencia se basó en exhortar al
pueblo a no seguir la lógica o las leyes que rigen al mundo en ese sentido. En
su caso, la ley mosaica debería ser superada, pues la ley apenas puede intentar
la regulación de la violencia:
Al
comprometerse solemnemente a no recurrir más a la violencia, Dios sugiere que,
si la ley es necesaria para contener la violencia, también espera que “eduque”
a los humanos –en el sentido etimológico de conducirlos fuera de la violencia–,
hacia el bien y lo justo. Pero bien y justicia sólo se darán donde los humanos,
a ejemplo de Dios, tengan la audacia de ir más allá de la ley, para renunciar
voluntariamente a la violencia. Este camino lo explicitará el Jesús de Mateo:
“Habéis oído que se dijo ‘ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo que
no resistáis al mal...” Que no adoptéis su lógica de violencia a la que intenta
llevaros (Mt 5, 38-39).[3]
Pero
Jesús no deja de recurrir a la denuncia típicamente profética en su diatriba de
Lc 11, donde recuerda la actitud violenta de los religiosos profesionales y la
manera en que “resolvieron” sus diferencias con los profetas mediante el
asesinato de algunas de sus figuras. Jesús afirma tajantemente que desde Abel
hasta Zacarías (v. 51; II Cr 24.20-21), Dios no dejará de reclamar la sangre de
las personas justas víctimas de la violencia social. Jesús toma partido
abiertamente por ellas y llama la atención al hecho de q1ue el pueblo tiene una
responsabilidad compartida para la superación de la violencia en todos sus
órdenes, pues ésta es un cáncer que se autoriza a sí mismo para reproducirse
sin control y permear todas las relaciones humanas. En Jesús, el Cordero
inocente entregado por el pecado humano, Dios mismo renuncia a la violencia
para siempre y abre las puertas para nuevas alternativas de convivencia,
siempre al acecho de la forma en que aquélla seguirá impidiendo la concordia y
la armonía entre iguales.
[1] D. Ramírez, “Violencia y desmesura del poder
(Reflexiones bíblicas)”, en RIBLA, núm. 2, www.claiweb.org/ribla/ribla2/violencia%20y%20desmesura%20del%20poder.htm.
[2] Susana Barrera, “Líderes religiosos se oponen a la
lectura de la Biblia”, en ALC Noticias, 5 de julio de 2010, www.alcnoticias.net/interior.php?lang=687&codigo=17301&PHPSESSID=6c0b6df3f6c73a204ae8e533d9e161c9.
[3] André Wénin, “Más allá de la
violencia, ¿qué justicia? Reflexiones a partir del Antiguo Testamento”, en Selecciones
de Teología, vol. 44, núm. 173, 2005, www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol44/173/173_wenin.pdf.
Cf. Bernard van Meenen, “Biblia y violencia”, en Selecciones de
Teología, vol. 44, núm. 173, 2005, www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol44/173/173_meenen.pdf.
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