MONSIVÁIS Y LA BIBLIA REINA-VALERA (I)
Carlos Martínez García
Protestante Digital, 3 de julio de 2010
[…]
Carlos abrevó toda su vida capítulos y versículos que se grabaron para siempre en su mente en la revisión de 1909 de sus siempre queridos y admirados Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. […]
En uno de nuestros habituales desayunos, en los que invariablemente participaba mi amigo de la adolescencia Carlos Mondragón González, después de referirnos su decidida parcialidad por la versión antigua de Reina-Valera, lanzó una de sus acostumbradas frases que resumían la argumentación que había desplegado en nuestra plática: “Hay libros que lleva uno en su ADN”.
Acerca de la centralidad de la Biblia en la formación cultural y literaria de Carlos Monsiváis dos de sus amigos de juventud, y que siguieron como tales hasta la muerte de aquel, nos referimos a Sergio Pitol (Premio Cervantes 2005) y José Emilio Pacheco (Premio Cervantes 2009), han dejado testimonios claros al respecto. El primero reconstruye la impresión que le produce conocer a Carlos en la Escuela Nacional Preparatoria (en 1954), en San Ildefonso, y su relación en los años siguientes hasta que Pitol se va a Europa (en 1961).
Un día de 1957, en los acostumbrados intercambios de lecturas ya realizadas y adquisición de novedades bibliográficas, coinciden en que “el lenguaje de Borges constituye el mayor milagro que le ha ocurrido en este siglo a nuestro idioma”. Entonces Monsiváis reivindica a los autores de la traducción bíblica de su preferencia y admiración: “…hace allí una leve pausa y añade que uno de los momentos más altos de la lengua castellana le es debido a Casiodoro de Reina y a su discípulo Cipriano de Valera, y cuando desconcertado ante aquellos nombres, le preguntó: ¿y ésos quiénes son?, me responde escandalizado, que nada menos que los traductores de la Biblia".
Carlos Martínez García
Protestante Digital, 3 de julio de 2010
[…]
Carlos abrevó toda su vida capítulos y versículos que se grabaron para siempre en su mente en la revisión de 1909 de sus siempre queridos y admirados Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. […]
En uno de nuestros habituales desayunos, en los que invariablemente participaba mi amigo de la adolescencia Carlos Mondragón González, después de referirnos su decidida parcialidad por la versión antigua de Reina-Valera, lanzó una de sus acostumbradas frases que resumían la argumentación que había desplegado en nuestra plática: “Hay libros que lleva uno en su ADN”.
Acerca de la centralidad de la Biblia en la formación cultural y literaria de Carlos Monsiváis dos de sus amigos de juventud, y que siguieron como tales hasta la muerte de aquel, nos referimos a Sergio Pitol (Premio Cervantes 2005) y José Emilio Pacheco (Premio Cervantes 2009), han dejado testimonios claros al respecto. El primero reconstruye la impresión que le produce conocer a Carlos en la Escuela Nacional Preparatoria (en 1954), en San Ildefonso, y su relación en los años siguientes hasta que Pitol se va a Europa (en 1961).
Un día de 1957, en los acostumbrados intercambios de lecturas ya realizadas y adquisición de novedades bibliográficas, coinciden en que “el lenguaje de Borges constituye el mayor milagro que le ha ocurrido en este siglo a nuestro idioma”. Entonces Monsiváis reivindica a los autores de la traducción bíblica de su preferencia y admiración: “…hace allí una leve pausa y añade que uno de los momentos más altos de la lengua castellana le es debido a Casiodoro de Reina y a su discípulo Cipriano de Valera, y cuando desconcertado ante aquellos nombres, le preguntó: ¿y ésos quiénes son?, me responde escandalizado, que nada menos que los traductores de la Biblia".
Aspira, me dice, a que algún día su prosa muestre el beneficio de los infinitos años que ha dedicado a leer los textos bíblicos; yo que soy lego en ellos, comento bastante encogido que la mayor influencia que registro por el momento es la de William Faulkner, y allí me da jaque mate al aclararme que el lenguaje de Faulkner, como el de Melville y Hawthorne, están profundamente marcados por la Biblia: son una derivación no religiosa del Lenguaje Revelado. (1)
Por su parte José Emilio enfatiza el tema de la Biblia en la formación de su amigo, y en distintos momentos se ha referido la centralidad de la lectura de la Biblia en la vida y obra de Monsiváis. Lo hace en 1992, en el marco de un homenaje a Carlos en la Universidad de Guadalajara. Ahí menciona que Monsiváis lo deja asombrado cuando le descubre la Biblia Reina-Valera. A fines de los cincuentas del siglo XX ambos comparten el goce de películas y libros: “En la feliz ignorancia del porvenir, combinamos sin saberlo alta cultura y cultura popular: programas triples en viejos cines ya también desaparecidos y lecturas de la Biblia en la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. Como buen niño católico yo ignoraba esta obra maestra y me había mantenido a distancia de poetas rojos como Pablo Neruda y César Vallejo”. (2)
El autor de Las batallas en el desierto vuelve al tema en vísperas del cumpleaños número setenta de Carlos Monsiváis. En una auto-entrevista José Emilio Pacheco evoca el perfil del joven escritor, a quien conoce en 1957, y le deslumbra por la solidez y vastedad de sus conocimientos, “cuando lo conocí a sus diecinueve años, nadie de nuestra generación había leído tanto como él. A menudo se olvida que la lectura es tiempo y no podemos dar por leído lo que sólo hojeamos o picoteamos. Monsiváis a esa edad tenía ya una gran cantidad de libros perfectamente y críticamente asimilados”.(3)
Entre esos libros bien apropiados que Carlos comparte con José Emilio está, sobre todos, la Biblia como recuerda éste último: “…ese niño se forma en la Biblia de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, una obra maestra del Siglo de Oro a la que nunca se toma en cuenta como parte esencial de la gran literatura española, mientras para la mayoría de sus contemporáneos la prosa castellana era lo que leían en las más veloces y descuidadas traducciones, pagadas a un céntimo por línea”.
—¿Usted leyó también la Biblia de Reina y Valera? —Sí, pero tarde y gracias a Monsiváis. Yo ni siquiera me había acercado a las biblias católicas, excepto por supuesto a los Evangelios. En vez de la lectura directa, que nos desalentaban casi como una invitación al luteranismo, había clases de “Historia sagrada” en que nos contaban los relatos de Adán y Eva y el diluvio y la torre de Babel.(4)
Notas
(1) Sergio Pitol, Escritos autobiográficos, Obras reunidas, tomo IV, México, FCE, México, 2006, p. 64.
(2) J.E. Pacheco, “Monsiváis y el desierto del pasado”, en Laberinto, supl. de Milenio Diario, 3 de mayo 2008.
(3) J.E. Pacheco, “La iniciación de Monsiváis”, en Nexos, mayo del 2008, p.34.
(4) Ibid.
Por su parte José Emilio enfatiza el tema de la Biblia en la formación de su amigo, y en distintos momentos se ha referido la centralidad de la lectura de la Biblia en la vida y obra de Monsiváis. Lo hace en 1992, en el marco de un homenaje a Carlos en la Universidad de Guadalajara. Ahí menciona que Monsiváis lo deja asombrado cuando le descubre la Biblia Reina-Valera. A fines de los cincuentas del siglo XX ambos comparten el goce de películas y libros: “En la feliz ignorancia del porvenir, combinamos sin saberlo alta cultura y cultura popular: programas triples en viejos cines ya también desaparecidos y lecturas de la Biblia en la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. Como buen niño católico yo ignoraba esta obra maestra y me había mantenido a distancia de poetas rojos como Pablo Neruda y César Vallejo”. (2)
El autor de Las batallas en el desierto vuelve al tema en vísperas del cumpleaños número setenta de Carlos Monsiváis. En una auto-entrevista José Emilio Pacheco evoca el perfil del joven escritor, a quien conoce en 1957, y le deslumbra por la solidez y vastedad de sus conocimientos, “cuando lo conocí a sus diecinueve años, nadie de nuestra generación había leído tanto como él. A menudo se olvida que la lectura es tiempo y no podemos dar por leído lo que sólo hojeamos o picoteamos. Monsiváis a esa edad tenía ya una gran cantidad de libros perfectamente y críticamente asimilados”.(3)
Entre esos libros bien apropiados que Carlos comparte con José Emilio está, sobre todos, la Biblia como recuerda éste último: “…ese niño se forma en la Biblia de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, una obra maestra del Siglo de Oro a la que nunca se toma en cuenta como parte esencial de la gran literatura española, mientras para la mayoría de sus contemporáneos la prosa castellana era lo que leían en las más veloces y descuidadas traducciones, pagadas a un céntimo por línea”.
—¿Usted leyó también la Biblia de Reina y Valera? —Sí, pero tarde y gracias a Monsiváis. Yo ni siquiera me había acercado a las biblias católicas, excepto por supuesto a los Evangelios. En vez de la lectura directa, que nos desalentaban casi como una invitación al luteranismo, había clases de “Historia sagrada” en que nos contaban los relatos de Adán y Eva y el diluvio y la torre de Babel.(4)
Notas
(1) Sergio Pitol, Escritos autobiográficos, Obras reunidas, tomo IV, México, FCE, México, 2006, p. 64.
(2) J.E. Pacheco, “Monsiváis y el desierto del pasado”, en Laberinto, supl. de Milenio Diario, 3 de mayo 2008.
(3) J.E. Pacheco, “La iniciación de Monsiváis”, en Nexos, mayo del 2008, p.34.
(4) Ibid.
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LUTERO AVANZA EN AMÉRICA LATINA
Carlos G. Cano
El País, Madrid, 30 de julio de 2010
El protestantismo avanza en América Latina. No hay estadísticas unificadas pero en El Salvador, según una reciente encuesta del IUDOP -instituto dependiente de la jesuita Universidad Centroamericana-, los que se declaran protestantes -en 1988, apenas un 16%- hoy suponen más del 38% de la población. Y en el resto del continente, con la excepción de México, al menos una de cada 10 personas es protestante. En algunos casos, como en Guatemala, hasta se anuncia que el país será pronto mayoritariamente evangélico.
Pero, aunque en Centroamérica la tendencia es pronunciada, los datos también hablan por sí mismos al sur de Panamá. Hasta 1960, en Brasil los protestantes siempre se habían mantenido por debajo del 5%. Pero durante los noventa, la proporción pasó del 9% al 15,4%. Y ahora, con unos 30 millones de evangélicos, los brasileños le disputan a Alemania, Sudáfrica y Nigeria la tercera plaza en el ranking de los países con más protestantes del mundo, liderada por EU y Reino Unido.
El protestantismo histórico, el de Lutero, el de Calvino o el anglicano, fue siempre muy minoritario en la América colonial, y hasta principios del siglo XX, con el revival norteamericano y la expansión de las iglesias pentecostales, no empezó a echar raíces. Pero, ¿a qué se debe un cambio tan considerable en un continente que durante siglos ha sido aplastantemente católico?
Samuel Rodríguez, director de la mayor organización hispano-evangélica de EU, la NHCLC, arguye tres motivos: que para convertirte "no tienes que cambiar tu cultura porque el Evangelio puede entrar con salsa o con mariachis"; que la Iglesia evangélica propone "una relación personal con Dios, sin burocracia religiosa", y que, frente a las dictaduras, "la religión ofreció libertad".
El antropólogo salvadoreño Carlos Lara afirma que, en su país, el auge del protestantismo "tiene que ver con la guerra" y, aunque solo en parte, también con una cierta "reacción apolítica a la Teología de la Liberación". Pero, para Lara, lo fundamental es el cambio sociocultural.
Otro de los baluartes evangélicos es su rol social: centros de rehabilitación para drogadictos, apoyo en las cárceles, colegios... Pero no solo actúan a gran escala. Las iglesias evangélicas "funcionan como microsociedades en las que los niveles de ayuda mutua son muy fuertes", explica Lara. Hay quien hasta atribuye al protestantismo un cierto efecto ascensor. Pero el antropólogo estadounidense David Stoll, autor en 1990 del premonitorio ensayo Is Latin America turning protestant?, se muestra escéptico: "Pasar cuatro noches en la iglesia, en vez de borracho en la calle, mejora la alimentación de los niños y promueve roles familiares más adecuados. Pero no se puede demostrar que hacerse evangélico mejore tu posición social".
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