19 de septiembre, 2010
Éxodo 15 y Romanos 8
Introducción
El bicentenario del inicio de la Independencia, se ha presentado como una ocasión que nos invita a festejar, a levantar monumentos, a escuchar y reescuchar discursos cívicos que repiten frases trilladas. Ha sido una convocatoria a celebrar con inauguración de obras, fuegos artificiales, desfile, música y gritos al aíre. Este 15 de septiembre ha vuelto a ser como los otros, sólo que este año con mayor presupuesto, por tratarse del bicentenario, quedando todo meramente en un grandioso espectáculo, y dejando al pueblo otra vez, con un sabor amargo.
Por eso se hace necesario que desde las trincheras, desde las comunidades eclesiales, desde el pueblo mismo, y desde nuestra fe, reflexionemos estos dos eventos ocurridos en nuestro país (Independencia y Revolución) y que con tanta pompa se celebra, no como un esfuerzo humano y hasta sobrehumano, sino como eventos en la historia que nacen en el corazón mismo de Dios. Así lo proclama el autor del Éxodo: “He visto la aflicción de mi pueblo” “He oído su clamor” “He conocido sus angustias” “He visto la opresión con que los oprimen” “He descendido para librarlos y sacarlos de aquella tierra” “He decidido liberar a mi pueblo” “YO SOY EL QUE SOY TE ENVÍA", esa es la consigna de Dios, esa debe de ser la del ser humano; trabajar por un pueblo libre, y donde la opresión, la esclavitud, los signos de muerte, sean abolidos.
Es paradójico ver hoy a la iglesia (católica y evangélica) unirse a la magna celebración del bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución, atendiendo al llamado del gobierno, cuando ella misma (la iglesia) se ha opuesto a los movimientos sociales que luchan por una vida más justa y digna, y no solo se opone sino que también los condena, y algunas hasta lo satanizan, como ocurrió con el EZLN. Si estos movimientos se hubieran consolidado y trascendido, hoy posiblemente también lo estaríamos celebrando, pero como eso no ocurrió, se le condeno al olvido.
El bicentenario del inicio de la Independencia, se ha presentado como una ocasión que nos invita a festejar, a levantar monumentos, a escuchar y reescuchar discursos cívicos que repiten frases trilladas. Ha sido una convocatoria a celebrar con inauguración de obras, fuegos artificiales, desfile, música y gritos al aíre. Este 15 de septiembre ha vuelto a ser como los otros, sólo que este año con mayor presupuesto, por tratarse del bicentenario, quedando todo meramente en un grandioso espectáculo, y dejando al pueblo otra vez, con un sabor amargo.
Por eso se hace necesario que desde las trincheras, desde las comunidades eclesiales, desde el pueblo mismo, y desde nuestra fe, reflexionemos estos dos eventos ocurridos en nuestro país (Independencia y Revolución) y que con tanta pompa se celebra, no como un esfuerzo humano y hasta sobrehumano, sino como eventos en la historia que nacen en el corazón mismo de Dios. Así lo proclama el autor del Éxodo: “He visto la aflicción de mi pueblo” “He oído su clamor” “He conocido sus angustias” “He visto la opresión con que los oprimen” “He descendido para librarlos y sacarlos de aquella tierra” “He decidido liberar a mi pueblo” “YO SOY EL QUE SOY TE ENVÍA", esa es la consigna de Dios, esa debe de ser la del ser humano; trabajar por un pueblo libre, y donde la opresión, la esclavitud, los signos de muerte, sean abolidos.
Es paradójico ver hoy a la iglesia (católica y evangélica) unirse a la magna celebración del bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución, atendiendo al llamado del gobierno, cuando ella misma (la iglesia) se ha opuesto a los movimientos sociales que luchan por una vida más justa y digna, y no solo se opone sino que también los condena, y algunas hasta lo satanizan, como ocurrió con el EZLN. Si estos movimientos se hubieran consolidado y trascendido, hoy posiblemente también lo estaríamos celebrando, pero como eso no ocurrió, se le condeno al olvido.
1. El Éxodo, como evento independentista y Revolucionario
El Éxodo es un evento revolucionario, radical e independentista, ya que permite al pueblo hebreo liberarse del yugo de los egipcios, comprometerse totalmente a la liberación y luchar porque la liberación se alcance.
Dios no es una justificante en el Éxodo, sino la fuente misma de la liberación, por eso se da a conocer, para que Moisés y el pueblo sepan que lo que va a ocurrir es trascendental, ya que Dios mismo no solo lo designa sino que se involucra. Ex. 15:3. En cierta ocasión le pidieron a Juan Calvino que moderara su concepto entorno a la soberanía de Dios, a lo que sabiamente respondió “Dios no solo tiene sus ojos en la historia, sino que también tiene metida sus manos en ella”. Dios no es un Dios estático, inmóvil, nuestro Dios es un Dios presente en la historia de un pueblo sufriente. Nuestro Dios es un Dios presente en nuestra historia, en nuestra vida diaria, es el Dios peripatético, el Dios que camina con nosotros, que siempre nos acompaña y quien está al frente de nuestras luchas.
Dios no está en la ideología o filosofía revolucionaria, como concepto abstracto, para santificar una guerra, Dios está como Dios para libertar a la humanidad, y en esa libertad humanizarlo. Dios no está como objeto o concepto, sino como sujeto y constructor de la historia de un pueblo. El Éxodo pues, se constituye en un evento independentista y revolucionario, nuestra Independencia y Revolución se constituye en un Éxodo, nuestro Éxodo, en donde aún nos falta camino por recorrer.
““Viva México, viva México, viva México”, no sin antes haber gritado los vivas a los héroes que nos dieron Patria, Hidalgo, Morelos, Josefa Ortiz de Domínguez, Allende, Aldama y Matamoros, viva la Independencia nacional, viva el bicentenario de la independencia, viva el centenario de la Revolución”
Esos Vivas, debemos interpretarlo como frases trilladas, huecas, sin sentido, desconectado de la historia y de la realidad actual. El sistema nos fabrico héroes cuyas figuras quedaron fijas en la historia que se escribió y que llegaron a ocupar un lugar importante en la enseñanza elemental del pueblo. No demerito la lucha por la independencia, no demerito a los personajes mencionados como héroes, y menos aún la participación de todo un pueblo sediento de justicia, pero si recalco que el sistema, la estructura política y económica actual se monto sobre esos ideales y logros que solo le pertenecían al pueblo como pueblo, para justificar el autoritarismo, el neoliberalismo, el militarismo que muy pronto suplió a la tan cantada democracia, a lo largo y ancho de nuestro país y continente.
Contrario a esto, debo entender el grito de “Viva México” como un clamor del pueblo por liberarse de la opresión, del hambre, del desempleo.
Sólo es digno, digna de gritarlo, a aquel, aquella que verdaderamente escucha el clamor del pueblo y se compromete a luchar y mejorar la situación de muerte a una de Vida. Así lo canta María, Moisés y el Pueblo que ha cruzado al otro lado del mar. Éxodo 15
2. El éxodo como evento de liberación y salvación
El éxodo fue un proceso largo y doloroso, sembrado de situaciones imprevistas, titubeos y vuelcos. Dice Pixley: “¡El pueblo que ha vencido al tirano para ganarse el derecho de construir su propio proyecto, no tiene ahora el ánimo para afrontar los sacrificios del tránsito hacia la nueva sociedad!”[1] Las semanas, los meses y los años de trayecto por un desierto hostil parecen haber derretido el espíritu de aventura. Los israelitas empiezan a actuar como gente que ha perdido su norte, su rumbo, su espíritu de lucha. El cansancio, el hambre y la sed, hacen que caigan en angustia, depresión e impotencia, y la nostalgia de que el pasado es mejor que el presente, añorando y anhelando así las comidas de los egipcios.
El Éxodo constituye la experiencia fundacional del pueblo israelita. Se trata de una salida de esclavitud, explotación y carencia en Egipto, país extranjero, para ir a través de un proceso de liberación multifacético hacia la libertad, la justicia y la posesión de la tierra prometida, tierra en propiedad. Ex 6:2-8.
Salir de Egipto es romper con la muerte (esclavitud y carencia), un modelo de vida que no es vida, sino antivida, una condición infrahumana, para ir al encuentro con Yahvé, buscando otro modelo de vida, diferente al que Egipto ofrece. Un modelo que realmente los dignifique como seres humanos, un modelo que los haga ver y sentir que son imagen de Dios, un modelo donde vivan en libertad y experimenten la gracia de Dios. Egipto es tierra de muerte y destrucción, de esclavitud y opresión, de pecado y degeneración, quedarse ahí o anhelar volver, es morir, salir de ahí es encontrase con el Dios de la vida, un Dios de amor y de gracia, un Dios que en su corazón nace la libertad de su pueblo y lo salva. Un Dios que no consintió ver al ser humano destruido, enajenado, alienado, por el pecado (individual y estructural), pecado que engendra muerte, muerte que destruye la vida. No aguanto seguir viendo y oyendo el gemido y la opresión de la que él había creado, y entonces se encarno, se encarnó en Jesús para revelarnos al ser humano completo, perfecto y mostrarnos posibilidades de vida, de un mundo diferente, de una estructura diferente. Se encarno para poner punto final al pecado, a la muerte, a Satanás y dignificar al ser humano, no sin antes confrontarlo y llamarlo al arrepentimiento (cambio de mente) para vivir alineado bajo la voluntad de Dios y constituirse en un ser viviente generador de vida.
El Éxodo como liberación y Salvación, es una obra benéfica y vivificadora que lleva al ser humano a su verdadera plenitud, a ser verdaderamente humano, y en lo colectivo a transformar las estructuras de muerte, en estructuras generadoras de vida, que llevan al ser humano a vivir los valores del Reino de Dios (Justicia, amor, libertad, igualdad, etc).
Conclusión
La liberación humana es iniciativa de Dios, no es un proyecto político de Moisés. Dios se encarga de trazar las dimensiones y alcances del proyecto de liberación, pero es el pueblo el responsable de alcanzarlo. Dios dirige las luchas y batallas de los pueblos oprimidos, para establecer su Reino y su justicia, no deja que lo dirija el hombre porque lo haría con sed de venganza. La venganza oprime, la justicia liberta. El proyecto de Dios siempre ha sido y será un proyecto de vida, nosotros como iglesia y parte de su Reino somos llamados a proclamarlo, con palabras y acciones.
Celebrar la Independencia y la Revolución es rescatar su aportación a la liberación, su capacidad de humanizar a la sociedad, su lucha y entrega por la justicia. Por el espíritu de vida que devuelve, por el compromiso que marca y por la esperanza que vislumbra un nuevo mañana.
Por eso cuando gritemos nuevamente “Viva México” que viva, pero no un México con hambre, no un México con desempleos, no un México sin educación, no un México sin salud, no un México con violencia, no un México con Inseguridad, no un México con corrupción, no un México con más impuestos e IVA, no un México con desigualdad. Que “Viva México” en un grito de libertad y de justicia, en un espíritu de lucha por vivir en fraternidad, koinonía y diaconía. 200 años del inicio de la Independencia merecen más que un día de fastos, de pirotecnia y discursos encendidos. Celebremos sí, pero con conciencia histórica y comprometidos porque los valores del Reino de Dios se manifieste en nuestra sociedad.
Celebrar la Independencia y la Revolución es rescatar su aportación a la liberación, su capacidad de humanizar a la sociedad, su lucha y entrega por la justicia. Por el espíritu de vida que devuelve, por el compromiso que marca y por la esperanza que vislumbra un nuevo mañana.
Por eso cuando gritemos nuevamente “Viva México” que viva, pero no un México con hambre, no un México con desempleos, no un México sin educación, no un México sin salud, no un México con violencia, no un México con Inseguridad, no un México con corrupción, no un México con más impuestos e IVA, no un México con desigualdad. Que “Viva México” en un grito de libertad y de justicia, en un espíritu de lucha por vivir en fraternidad, koinonía y diaconía. 200 años del inicio de la Independencia merecen más que un día de fastos, de pirotecnia y discursos encendidos. Celebremos sí, pero con conciencia histórica y comprometidos porque los valores del Reino de Dios se manifieste en nuestra sociedad.
[1] Jorge V. Pixley, Éxodo: una lectura evangélica y popular. México,CUPSA-CEE-CRT, 1983, p. 145.
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