viernes, 17 de septiembre de 2010

Letra 188, 19 de septiembre de 2010


HEROÍNAS DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
Diario de Xalapa, 13 de septiembre de 2010

La noche del 13 de septiembre de 1810 la conspiración se descubre y conociendo el carácter de su mujer y su esposo para protegerla, la encierra en su cuarto. Ella desesperada comienza a hacer toques en el piso como contraseña al alcalde de la ciudad Ignacio Pérez que vivía en el piso de abajo, éste llega a ella aprovechando que el corregidor no estaba y a través de la puerta le comenta que los descubrieron. Como Ignacio también era de la causa, sale rápidamente de Querétaro y se encamina a San Miguel el Grande; llega el 15 al amanecer y como no encontró a Allende se lo comunica a Aldama. Mientras tanto el día 14 Josefa llama a su hijastra y le dice que vaya con el presbítero José María Sánchez a ver a Joaquín Arias, capitán de uno de los regimientos de la ciudad, y le diga lo ocurrido. Cuando éste supo la noticia, entró en pánico y denunció a todos los conjurados, y en especial a Josefa Ortiz de Domínguez, diciendo que era la principal cabecilla. Josefa fue detenida el 16 de septiembre y llevada a la casa del alcalde junto con otras personas. De ahí fue trasladada al convento de Santa Clara, tiempo después la dejaron libre pues parece que el juez de Corte, apellidado Collado, tuvo miedo a que Hidalgo atacara la ciudad.
Josefa Ortiz continúa después de esto, valerosamente conspirando sin importarle los riesgos a los que se enfrentaba. Además, la causa ya se había convertido en guerra; aun así siguió cooperando con los insurrectos. Un hombre de las confianzas del virrey de apellido Beristáin fue mandado por éste a investigar a la ciudad de Querétaro. En una carta al virrey le cuenta: “Había en Querétaro un agente efectivo, descarado y audaz que no perdía ocasión de conspirar contra España, y esa era la esposa del corregidor; termina diciendo que la corregidora era una Ana Bolena”. La trasladan presa a la ciudad de México, y la ponen en el convento e Santa Teresa, pero como estaba embarazada, la trasladan a una casa particular. Siempre en calidad de detenida. Ahí duró cuatro años.
Después de que se consumó la independencia y dar el golpe de estado Agustín de Iturbide para convertirse en emperador, dio amnistía a todos los presos políticos, entre ellos a Josefa. El emperador le ofreció entonces el alto honor de ser dama de su esposa la emperatriz, cargo que no aceptó por sus ideas republicanas. Parece ser que después de consumada la independencia, ya no tuvo mayor influencia en el México independiente. Murió en 1829 y fue sepultada en la iglesia de Santa Catarina. En 1878 el Congreso de Querétaro declaró a Josefa Ortiz de Domínguez "Benemérita de la Patria" y dispuso que su nombre quedara grabado en letras de oro en el salón de sesiones. Sus restos se trasladaron a Querétaro en 1994 con gran ceremonia.
Josefa Ortiz es el prototipo de la mujer patriótica, firme en sus ideas y convicciones sin importar los riesgos, se embarcó en una aventura en la cual tenía la certeza de sus ideales. Por eso junto con los héroes de la independencia es honrada, pues sin su colaboración no hubiera sido posible la independencia o se hubiera retrasado algunos años. Algunas son célebres, otras no tanto, pero todas lucharon por un mismo deseo: ver a su patria libre. Todas sufrieron el flagelo de la guerra y muchas de ellas fueron fusiladas sin tener un juicio justo. Así tenemos a Mariana Anaya, Petra Arellano, Francisca Torres, Antonia Ochoa, María Dolores Basurto y su hija Margarita, Carmen Camacho, María de Jesús Iturbide, María Antonia García, Gertrudis Jiménez, María Andrea (La Campanera), Juana Villaseñor, Josefa Sixtos, Antonia Piña, y muchas más que ofrendaron su vida por la patria.

Desplómese el imperio tenebroso
Del déspota orgulloso
y la patria festiva grita ufana:
¡Viva la Independencia Americana!
Tomás Blasco

A pesar de los tiempos que corrían y del machismo imperante, estas heroínas tuvieron carácter y mucha decisión; nos enseñaron de lo que fueron capaces de hacer en su condición de mujeres. Llenas de un relieve casi mágico nos muestran la perfección que alcanzaron al realizar hechos heroicos con personalidad suficiente para sobresalir en un mundo de hombres.
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LAICIDAD, IGLESIAS Y BICENTENARIO
ALC Noticias, 9 de septiembre de 2010

De ahí que Del Paso, al referirse al tema educativo señala: El Estado laico mexicano no le prohíbe a la Iglesia católica la enseñanza de la religión. No le prohíbe, a ningún padre de familia, que le enseñe a sus hijos a ser católicos. México siempre ha permitido la enseñanza religiosa en las escuelas privadas. Y, si se alega que sólo los niños de padres en buenas condiciones económicas pueden asistir a las escuelas privadas, la Iglesia católica tiene en México la absoluta libertad –como la tienen todas las otras iglesias– de proporcionar enseñanza religiosa a los niños de familias con escasos recursos pecuniarios en los días y horarios que no interfieran con los de las escuelas públicas, y en los locales que disponga (Idem). Porque la carta pastoral insiste en la necesidad de una “laicidad positiva” (parágrafo 22, p. 12) que permita una mejor convivencia entre la Iglesia y el Estado, de ahí que “es tan importante que la vida pública de nuestra Nación esté regulada por un auténtico sentido de laicidad, es decir, por la responsabilidad del Estado y de la sociedad para reconocer e impulsar el derecho de todos los ciudadanos a vivir, en lo privado y en lo público conforme a sus convicciones de conciencia en materia religiosa, con entera libertad” (parágrafo 78, p. 30).
El parágrafo 82 concluye, de manera inesperada, con el ofrecimiento de que la Iglesia Católica está dispuesta a participar en la consolidación del Estado laico, luego de una serie de argumentos que suenan muy conciliatorios, aunque sin abandonar nunca el tono admonitorio tradicional, sobre todo al insistir en que el país no experimenta una auténtica libertad religiosa, que es el discurso de batalla de las jerarquías católicas desde 1992, como mínimo, pues desde que se aprobó el reconocimiento de las iglesias como asociaciones religiosas, este discurso no ha variado mucho:

Para que el derecho humano a la libertad religiosa pueda ejercerse conforme a la justicia y a la libertad debe existir una sana separación entre el Estado y la Iglesia. Esta separación no sólo es un beneficio para el Estado, sino que es una exigencia constitutiva de la propia Iglesia [algo impensable en otras épocas], que en la actualidad es particularmente consciente de su legítima autonomía y de su diverso ámbito de competencia. La separación entre el Estado y la Iglesia no implica desconocimiento o falta de colaboración entre ambas instituciones. Al contrario, somos particularmente conscientes de que el Estado y la Iglesia, cada uno a su modo, deben encontrar caminos de colaboración que les permitan servir a las personas y a las comunidades. […] La Iglesia Católica en México, de este modo, se compromete a participar en la construcción de un auténtico Estado laico, garante de libertades y respetuoso de los derechos de todos por igual (pp. 30-31, énfasis agregado).

“Legítima autonomía”, “diverso ámbito de competencia”, “caminos de colabo-ración”, “responsabilidad compartida”: se trata, nada menos, que del discurso sobre la laicidad en labios de un catolicismo semi-integrista, permanentemente afe-rrado a los privilegios de la época colonial, más allá de que el lenguaje en plural (“iglesias”) le sigue resultando muy ajeno al Episcopado mexicano, por tradición y convicción claramente inmutables. Ninguna mención a las demás comunidades cristianas: no existen ni tienen importancia porque han violentado, según este abordaje, el dogma de la identidad nacional al rechazar el monopolio guadalupano, razón de ser de la existencia del país: “…fue el Acontecimiento Guadalupano, el encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, el que obtuvo un eco más profundo en el alma del pueblo naciente, cualitativamente nuevo, fruto de la gracia que asume, purifica y plenifica el devenir de la historia. […] Es un acontecimiento fundante de nuestra identidad nacional” (“Evangelización y ‘Acontecimiento Guadalupano’”, pará-grafo, 11, pp. 8-9, énfasis agregado).
Por todo eso, en la segunda parte de su texto, con un tono más agresivo, y respondiendo a la pregunta sobre qué tan laico es el Estado mexicano, Del Paso fustiga los privilegios que, con todo, sigue detentando tiene la Iglesia Católica, aun cuando nunca parece creer que son suficientes:

En México, en el Estado laico mexicano, la Iglesia católica está exenta de pagar impuestos. No paga impuesto sobre la renta. No paga IETU. No tiene, siquiera, la obligación de hacer una declaración fiscal anual. Y este extraordinario privilegio, una de las tantas, quizás la peor de las varias aberraciones del sistema tributario mexicano, no fue concedido por un gobierno panista. Viene de lejos. Esto quiere decir que la Iglesia mexicana, de todos esos inmensos ingresos destinados a engordar las arcas del Vaticano y las suyas propias, no dispone de un solo centavo destinado a enriquecer el erario nacional.
Quiere decir que la Iglesia no participa, ni con una décima de centavo, en la lucha contra la inseguridad y el crimen.
Que la Iglesia no contribuye, ni con una centésima de centavo, a la educación del pueblo mexicano.
Que la Iglesia, que con sus ingresos le alcanza y sobra para pagar los jugosos salarios de sus obispos, arzobispos y cardenales, sus palacetes, sus viajes a Roma, sus automóviles y sus choferes, sus inscripciones en los clubes de golf, no colabora, ni con la milésima de un centavo, a la salud del pueblo mexicano.
Y quiere decir que el Estado mexicano financia, cuando menos en una tercera parte, todos los gastos de la Iglesia mexicana.
Quiere decir que el Estado que se llama laico, es sólo laico a medias. Y esto es una desgracia para México. Esto es corrupción. Corrupción de la Iglesia y corrupción del Estado. Equivale a un soborno que el Estado le paga a Iglesia para tenerla tranquila y callada.

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