domingo, 24 de octubre de 2010

Metamorfosis, la palabra clave (IV)


La centralidad de la predicación en la Iglesia fue un asunto fundamental desde los inicios de la Reforma Protestante. Unánimemente, los reformadores afirmaron que la correcta exposición de las Sagradas Escrituras es la razón de ser de la existencia de la comunidad cristiana en el mundo. Alrededor de ella debían girar todos los aspectos de su labor y misión. Incluso llegó a ser uno de las marcas de la “Iglesia verdadera”, junto con la correcta administración de los dos únicos sacramentos. Este interés por la Biblia propició el extendimiento del estudio serio de sus lenguas originales y ocasionó que los círculos reformados fueran vistos como espacios en donde la gramática tenía una gran preeminencia. La práctica de la predicación, así, demandaba de sus responsables un conocimiento sólido de las características de los textos a fin de confrontar a los y las oyentes con un mensaje actualizado para el momento.
De Calvino, por ejemplo, se han publicado varios volúmenes de sermones, muchos de los cuales aparecen en el Corpus Reformatorum como parte de sus obras completas. Para él, tanto el sermón como los sacramentos dependen de la palabra escrita y únicamente funcionan como medios de gracia cuando son aplicados por la presencia, plena de gracia, del Espíritu Santo. Por ello, acerca de la responsabilidad como predicador, el reformador se expresaba así: “Si voy a subir al púlpito sin dignarme a abrir un libro, pensando frívolamente para mis adentros: ‘Está bien, al predicar Dios ya me dará lo que debo declarar’, y sin considerar cuidadosamente cómo aplicar las Sagradas Escrituras a la edificación de la gente, sería una persona realmente presuntuosa y arrogante”. Con esta visión emprendió la tarea de exponer casi la totalidad de la Biblia.
“Los profetas son órganos del Espíritu Santo” afirmó en un sermón sobre el libro de Job. Esta seriedad para asumir la tarea proclamadora ha caracterizado siempre a la tradición reformada por lo que el método expositivo se convirtió en el más característico dentro de ésta. “Explicaba así la razón de ser del mismo: “Por mi parte, ciñéndome a la manera en que Dios se manifiesta aquí, me esforzaré por seguir en definitiva el auténtico hilo del texto y, sin insistir en largas exhor-taciones, me preocuparé sólo en masticar, como se dice, las palabras de David para que podamos digerirlas”.
En su Epístola a Sadoleto, Calvino se quejó amargamente del tipo de predicación anterior a la Reforma y esboza la mejor manera de llevarla a cabo. Cottret resume muy bien el sentido general de esta predicación: “…para Calvino, la predicación no es un género literario entre otros: constituye la esencia misma de la actividad reformadora. […] Al utilizar la metáfora de la trompeta, Calvino compara la tarea del predicador con la de un instrumento de percusión, en el que resuena la Palabra de Dios”.
Ésta es la base de la actividad proclamadora que la Reforma rescató y proyectó hacia nuevas y desafiantes alturas. (LC-O)

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