19 de septiembre de 2010*
A Carmen Flores
Mi maestra, mi amiga, mi madre...
Callad, señor, por respeto a la Nación y a los potosinos, para quienes escribís; Juárez vive y vivirá en la Patria del Anáhuac, mientras ella exista. Juárez, es sí, a vuestro pesar, el augusto representante del derecho en la historia. Su cuerpo reposa en el sepulcro, pero su memoria es el numen de los libres, el símbolo de nuestra segunda Independencia, y su genio emblema distintivo característico del pueblo mexicano…
Hexiquio Forcada (1888)**
En diciembre pasado y después de un acalorado debate, la Asamblea Legislativa del D.F. aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Este hecho, abrió un nuevo capítulo en las relaciones Iglesia-Estado, ha marcado posiciones antagónicas en la sociedad civil y ha puesto en la mesa de discusión el tema del Estado laico. Por un lado, el grupo parlamentario del Partido de Acción Nacional, el alto clero católico y algunas iglesias evangélicas,[1] han mostrado su desaprobación contra estas disposiciones apelando a una violación a su idea de familia y a los derechos de los niños de tener un padre y una madre en el sentido tradicional. Por el otro lado están las muchas organizaciones y movimientos sociales que están a favor de las minorías, de su inclusión y el reconocimiento de sus derechos en las políticas públicas.
Ante estas discusiones, en la opinión pública se apela al ejercicio democrático en donde todas las voces tienen cabida en el debate social. Sin duda, esto ha permitido el desarrollo de diferentes posturas al respecto, y aún más, creo contundentemente que cada institución religiosa tiene el derecho de socializar a sus feligreses de la manera que más le parezca correcta. Tanto católicos como protestantes tienen una idea de lo que es o debiera ser el Estado, ambos defienden sus posturas y socializan a sus feligreses con ellas. Pero también, estas conceptualizaciones se han construido históricamente, con discursos y acciones concretas desde distintas posiciones en el campo religioso mexicano.
Para los protestantes, el Estado laico ha acompañado su desarrollo histórico en suelo mexicano. Sin duda, desde los albores de su historia han reconocido la separación Iglesia-Estado, al hacerlo han buscado igualdad de condiciones para desarrollar su tarea evangelística y pastoral. Sin embargo, parece que hay un doble juego de perspectivas, ya que por un lado exigen reconocimiento, legitimidad e igualdad ante la ley por ser una minoría religiosa, pero, por otro, no están dispuestos a ofrecer el mismo reconocimiento para quienes no comulgan con su propuesta ética. Esto obedece a dos formas de proceder en dos campos distintos, como señalaría Bourdieu: por un lado, en la arena política, y, por otro, en el propiamente religioso desde donde defienden su perspectiva de ethos, desplegando en cada uno capitales sociales diversos.[2]
En el campo político, los protestantes tienen una herencia que los vincula con el liberalismo juarista, y que se alimenta de dos características: en primer lugar, de un anticatolicismo; en segundo, de su idea de libertad de conciencia. Con estas dos conceptualizaciones los protestantes decimonónicos tuvieron un vínculo histórico que pugnaba por un Estado laico. En el presente trabajo desarrollaré estas dos características y señalaré tres puntos que son necesarios involucrar en el debate sobre la laicidad.
Un discurso anticatólico: la pugna por los bienes de salvación
Como lo han mostrado los trabajos pioneros en la materia, uno de los rasgos del protestantismo decimonónico fue el carácter anticlerical. La herencia misionera veía en el catolicismo romano un evangelio apócrifo y carente de buenas virtudes que se encarnaba en el cristianismo católico cuya misión era mantener el status quo de privilegios a costa de aprisionar las conciencias de los individuos. Rubén Ruiz Guerra señala con mucha claridad cómo los misioneros protestantes concebían a México en el siglo XIX y qué percepción tenían de él, viéndolo como un país atrasado, inmoral, inestable y con una institución religiosa que velaba por sus propios intereses a costa de la ignorancia de la gente.[3] Por ejemplo, la presbiteriana Melinda Rankin, precursora del protestantismo en el Norte del país, creía que tan sólo el “evangelio puro” era el antídoto para los males sociales, pues el catolicismo romano sólo había desmoralizado y oprimido a la población mexicana, además los mantenía en un sistema de esclavitud ya que esta religión sólo había substituido el paganismo de los antepasados.[4]
Este anticlericalismo ha acompañado el imaginario religioso protestante. El sociólogo francés Jean-Paul Willaime ha mencionado que un rasgo distintivo del protestantismo es su relación antagónica con el catolicismo, es decir, se define frente a él, pues nace de una protesta por la administración de los bienes de salvación.[5] En México, esta relación emerge del legado liberal juarista que fue inherente en la génesis de las Iglesias protestantes, en donde el clero era visto como el principal opositor a la libertad de cultos. Durante el gobierno de Porfirio Díaz, los protestantes mostrarán una actitud donde ellos se señalaban como defensores de la separación Iglesia-Estado, señalando:
Nosotros, como cristianos protestantes, damos testimonio que bajo el gobierno del Sr. Díaz hemos disfrutado de perfecta libertad religiosa y de las garantías que nos otorgan las Leyes de Reforma, pero sí notamos el trabajo del clero preparando una reacción y estamos seguros de que si puede triunfar no perdonará ni a los mismos que hoy le ayudan.[6]
Willaime señala que esta oposición remite a un asunto de autoridad entre católicos y protestantes: “aquella entre sacerdocio universal y clericalismo: [donde] la sola escritura protestante lleva en sí el riesgo de un individualismo exacerbado, de una multitud de magisterios individuales invalidando cualquier regulación colectiva de las creencias y de las prácticas”.[7] Este rasgo distintivo de protesta contra una autoridad colegiada acompañó el proceso de la construcción de la laicidad protestante, ya que no sólo explica un antagonismo y un enfrentamiento por la administración de los bienes de salvación, sino representa también la formación de una identidad frente a otros.
La laicidad protestante retomó el liberalismo anticlerical juarista que heredó el gobierno de Lerdo de Tejada. El apoyo recibido por la política religiosa fue capitalizado por las sociedades protestantes quienes vieron la política liberal muy cercana a sus intereses, a pesar de mantener cierta distancia con respecto al partidismo.[8] Esta laicidad buscaba que el gobierno retirara los apoyos otorgados por varios siglos al clero católico y que se creara la igualdad de condiciones para poder establecer sociedades religiosas de un modo legítimo. Por ello, como bien documenta Bastian, los grupos protestantes se identificaron con el liberalismo radical.
Esta laicidad protestante y anticatólica se conformó con mayor claridad a partir del asenso al poder de Porfirio Díaz en 1877, en donde “la temprana actitud porfirista de apertura hacia los sectores católicos trazaba el camino hacia una política sistemática de conciliación con la Iglesia Católica”. [9] Lo que generó que la política religiosa se tornara más laxa y el clero católico se reforzara (aumentando sus diócesis, creando nuevos seminarios, fundando órdenes, etc.). Al mismo tiempo, con dicha conciliación con la Iglesia católica, durante el gobierno de Porfirio Díaz y debido a la relación entre la élite porfirista y las cúpulas sacerdotales,[10] se exacerbó la radicalización religiosa de los protestantes[11] y cobró mayor auge con la coronación de la virgen de Guadalupe como patrona del país en 1895.[12]
Ante la oleada católica y la conciliación con el Estado porfirista, los protestantes denunciaron en distintos momentos la laxa aplicación de la Leyes de Reforma y continuaron su programa anticatólico mediante la prensa. En la denuncia, los protestantes señalaban los abusos del clero y las violaciones a las Leyes de Reforma que constantemente cometían los sacerdotes. En algunos lugares como el Estado de México y San Luis Potosí,[13] hubo severas quejas porque no se respetaba esta división de poderes. En este último Estado, Hexiquio Forcada entabló un combate contra la prensa conservadora, El Estandarte, quien imputaba a los protestantes como anti-guadalupanos.[14] En la misma ciudad, el obispo Ignacio Montes de Oca, quien tenía muy buena relación con el gobernador, era invitado a los eventos públicos, lo que incomodaba a muchos protestantes quienes veían estas actitudes como violaciones a la separación Iglesia-Estado:
Aquí el fraile ostenta en la calle la sotana, las campanas se desatan en interminables repiques... y para colmo de audacia, un hermoso obispo imperialista (de reconocida fama europea) ricamente ataviado con su ropaje talar, se presenta en una repartición de premios del primer plantel de instrucción primaria del Estado, ocupa un puesto honorífico al lado del gobernador y hace ostentación y gala de violar y pisotear la ley en presencia de sus representantes...[15]
Quejas como estas se publicaron en la prensa protestante durante la dictadura porfirista. Pero también, se usaron los discursos de tinte nacionalista para combatir al clero católico, recordando o rememorando las actitudes y acciones de los liberales juaristas y conceptualizando la historia entre un pasado católico y un futuro liberal. Estas alegorías se inscriben en lo que Bastian denominó como religión cívica[16] por ser una pedagogía que proponía valores nacionales y prácticas democráticas. Por ello es que durante los festejos patrios, o en alguna fecha conmemorativa, los discursos de oradores protestantes enfatizaban cuánto había perjudicado a México el catolicismo. Por ejemplo, en septiembre de 1894 se decía:
No importa ¡oh Patria! que tres siglos de dominación ibera hayan agotado tus fuerzas, pero no tu patriotismo; no importa que durante trescientos años hayas sentido herido tu seno por la garra del león hispano... Llevas en las manos y en los pies las señales de los grillos y cadenas del siervo, pero bastará el despertar de tu conciencia de matrona libre para que sueltas las cadenas y rotos los grillos, entones el himno de la libertad.[17]
Por otro lado, los discursos siempre apelaron a diversos personajes quienes fueron parte importante de la historia del país, tales como Hidalgo, Josefa Ortiz de Domínguez, Allende, Aldama, Morelos, Ignacio Zaragoza, Mariano Matamoros, Vicente Guerrero, Javier Mina, Leona Vicario, Manuela Medina y Lerdo de Tejada,[18] y, desde luego, a Benito Juárez, en quien veían la figura de un reformador que les permitió la legalidad en suelo mexicano:
Si todo mexicano debe admirar a Juárez como patriota consumado, como liberal sincero y fiel hasta la muerte, nosotros los protestantes tenemos un motivo más para recordarlo con gratitud y estarle obligados por los esfuerzos nobles, gigantescos que hizo por liberar a la patria del yugo férreo del poder papal... Pero así como fue el deber de Juárez y como tuvo la dicha este grande hombre de Estado de cimentar las libertades públicas en las instituciones políticas, así es nuestra obligación de velar por ellas como buenos mexicanos, no permitiendo que el clero romano las conculque ó las haga ilusorias con sus maléficas influencias pisoteando con sus plantas la sangre preciosa con que fueron compradas las Leyes de Reforma que son la obra magna de nuestro caudillo liberal.[19]
En la memoria histórica encontramos parte de la visión de la laicidad protestante. Con el uso de la historia se legitimaban a sí mismos como portadores de una misión salvífica y, por ende, como una institución que también puede y debe administrar los verdaderos bienes de salvación, compitiendo con la institución católica. Pero también, los protestantes recriminaban el poco patriotismo de los católicos y la omisión de las fiestas patrias, aprovechando las fechas conmemorativas para hacer explícita esta demanda:
A cualquiera de nuestros lectores que el 16 de septiembre hayan asistido a las iglesias romanas, le rogamos sirvan contestarnos a estas preguntas: “¿Qué han dicho los sacerdotes romanos con motivo de la festividad cívica de tan glorioso día? ¿Qué exhortación han hecho al pueblo para que se esfuerce en conservar sus conquistas entonces iniciadas?”. Sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que nada, absolutamente nada.[20]
Con esto, los protestantes empezaron a tomar una forma institucional, ya que como señala la antropóloga Mary Douglas, una institución no sólo necesita legitimarse para permanecer en el tiempo, sino fijar posturas claras sobre los propios individuos que se adscriben a ellas, tales como hacer “olvidar experiencias incompatibles con la rectitud de su imagen y recordar hechos que respaldan una visión de las cosas complementaria consigo misma”.[21] De ese modo, las instituciones ejercen cierto control y “guían de manera sistemática a la memoria individual y encauzan nuestra percepción hacia formas que resultan compatibles con las relaciones que ellas autorizan”.[22]
Para los protestantes decimonónicos, Juárez representó un parteaguas en la manera de concebir la historia. El anticlericalismo lo tomaron para tener una postura ante el gobierno en turno, por lo que el pasado católico debía quedar atrás en pos de un Estado moderno, liberal y laico, pues como mexicanos herederos de este proceso estaban destinados a continuar la causa.
Ya por fortuna esos luctuosos tiempos han pasado; ya los católicos modernos han envainado la espada, si bien no han prescindido de su ardua tarea de sojuzgar la conciencia y embrutecer la razón. De bueno o de mal grado han dejado de enmohecer, por falta de uso, los horripilantes instrumentos que ideara la inquisición; más con todo, no deponen la saña que en ellos despertaran sus dominadores, los venerables caudillos de la libertad. ¿A quién, si no, debe atribuirse que algunos de los de México sean encarnizados enemigos del benemérito Juárez, ese venerable y esclarecido corifeo de la segunda independencia del país?[23]
No obstante, el anticatolicismo no es la única pieza de la laicidad protestante, también se encuentra otro principio de tinte teológico que se encarna en un discurso apelando a la libertad de los individuos: la libertad de conciencia.
Libertad de conciencia: oposición al absolutismo
Otro punto nodal en la laicidad protestante es la crítica al absolutismo. Como principio sociológico, Willaime recuerda la siempre oposición frente al catolicismo que hasta el siglo XVI fungía como único intermediario con lo sagrado. También Peter Berger ha señalado esta oposición histórica que se fundamenta en tres principios que son parte esencial de las comunidades católicas y de los cuales el protestantismo se separa: el milagro, el misterio y la magia. Al despojarse de estos, los protestantes desacralizan el mundo y hacen operativa su función en él.[24] Como categoría teológica, Paul Tillich lo llamó el “principio protestante”; una postura contestaría frente a todo absolutismo, en la cual “no se sacraliza lo finito, como lo son las ideologías, las clases sociales, las jerarquías, las iglesias, las confesiones, los dogmas, e incluso la unicidad del sentido de la Biblia”.[25]
Estas razones se conjuntan en la posición asumida frente a los regímenes cuando la editorial del periódico El Faro señala que “el pueblo que entrega su conciencia al dominio despótico de una jerarquía, no es capaz de conservar sus derechos políticos”.[26] Discursos como estos acompañaron la prensa durante la administración de Díaz, por ello, en el mismo tono político y apelando a una conciencia libre, a causa del asesinato de un correligionario, Hexiquio Forcada señala:
El protestantismo, desechando todo humano yugo moral, todo intermediario entre Dios y el alma humana, proclama el predominio del libre examen, el respeto al derecho ajeno, la virtud como la base de todo progreso; pone el fundamento de la positiva libertad, ya en el orden civil y el religioso, y hace imposible la resurrección de la teocracia.[27]
La laicidad protestante apela a la libertad de conciencia como un principio que permite resistir a cualquier intento de absolutismo, político, civil o religioso. Carlos Mondragón menciona que para los protestantes la libertad de conciencia tiene un vínculo con la Reforma luterana: la libre interpretación de la Biblia, sin magisterios ni autoridades colegiadas.[28] Los editores de El Faro señalaron esto desde el comienzo de su labor:
El credo religioso que profesamos; que apoyados en argumentos irrefutables sostendremos y para cuya propaganda no economizaremos, según hemos dicho ya, esfuerzo ni sacrificio alguno, es el siguiente: La Biblia ha sido escrita por inspiración de Dios; por consiguiente, es la única regla infalible de fe y de conducta moral... Rechazamos por ser antibíblicas las doctrinas referentes a la Misa, al Purgatorio, a la confesión auricular, a la absolución y a la obras de supererogación. Tampoco admitimos la supremacía papal, ni el culto tributado a la virgen, ni el rendido a los Santos o a sus imágenes.[29]
Este principio lo es también para otras libertades, como la libertad religiosa y la libertad de cultos; por la primera, se entiende la capacidad que tienen los individuos de decidir sobre su adscripción religiosa y sus convicciones personales, por la segunda, la libre práctica del culto de su preferencia.
Esto lo tenían claro los protestantes decimonónicos al pugnar por la separación entre la Iglesia y el Estado,[30] ya que un Estado que se rija dentro de un marco confesional no puede garantizar las igualdades necesarias ante la ley para una libre competencia dentro del campo religioso. Aunque no es que se separen, sino que, como subraya Roberto Blancarte, la Iglesia es la que es separada del Estado, convirtiéndola en una institución ajena a él, de carácter privado y formada por voluntarios.[31] De ese modo, las Leyes de Reforma son los estamentos jurídicos que se encargan de desplazar las atribuciones del clero. Al respecto, los protestantes señalan:
La desamortización de la propiedad, La nacionalización de los bienes del clero, El divorcio del Estado y la Iglesia, La abolición del fuero eclesiástico, La supresión de las órdenes monásticas, La libertad religiosa y de cultos, El matrimonio civil, El registro civil de las personas y la secularización de los cementerios, son los nueve robustos principios que echaron por tierra el pontificio en México, y redujeron a la Iglesia romana a lo que debe ser, a una simple congregación religiosa.[32]
Bourdieu señala que tanto las instancias religiosas, individuos o instituciones, recurren a su capital religioso en la competencia por la administración de los bienes de salvación, y lo hacen en función de la posición que ocupen en una estructura.[33] Este aspecto de la posición para Bourdieu es importante, ya que determina la forma en que las Iglesias disponen del uso de su capital religioso de un modo estratégico en la competencia dentro del campo religioso. La búsqueda por la separación de la Iglesia y el Estado también es una posición dentro de un campo religioso. La apelación a la libertad de conciencia permitió a los protestantes gestar un discurso sobre la libertad religiosa y la tolerancia de cultos.
La libertad religiosa nace, señalaban los protestantes, de una conciencia libre, autodeterminada y tan sólo ayudada por Dios, pues “una buena conciencia es la que aprueba lo que uno piensa, se propone ó hace; es la conciencia tranquila, no por falta de susceptibilidad, sino por estar en armonía con lo bueno y con Dios”.[34] Por su parte, la tolerancia de cultos, conquista ganada por el esfuerzo y sangre de los héroes liberales,[35] da paso al buen desarrollo de la patria, por lo cual se exhortaba a los políticos a garantizar las igualdades necesarias ante la ley en materia de culto:
La intolerancia religiosa contradice la libertad de conciencia, y la religión de Estado (de nombre o de hecho) ó la Iglesia que la ejerce, está preparando su propia destrucción. Los políticos de México que deseen el bien de su patria y un renombre ilustre, deben fijarse en esto, y obrar, en conformidad con esta ley divina y eterna, ó, edificaran de lo contrario sus casas en la arena donde tendrán que caer.[36]
Años más tarde, Alberto Rembao y algunos protestantes retomarán esta discusión al señalar que no hay “libertad de conciencia ahí donde un Estado prohibía su ejercicio o expresión en un culto, o ahí donde las ideas religiosas no se podían propagar libremente”.[37] Para ellos, la libertad de conciencia garantizaba otro tipos de libertades, esta era tan sólo la primera de ellas, ya que al no existir intermediarios entre Dios y el hombre no debían de existir presiones externas para poder ejercitar la autodeterminación. Los presbiterianos apelaban así por esta libertad:
...la libertad de conciencia, esta ha sido la más imperiosa necesidad de la religión cristiana en todos los tiempos; este debe ser el lema de los apologistas actuales, y es la ayuda que deseamos y pedimos de todos los hombres de buena voluntad que aman la razón y la justicia: libertad para todos los cultos, libertad para el esclarecimiento de la verdad, libertad para que el pueblo de Dios sea emancipado del servilismo y de la idolatría papales.[38]
Sin embargo, hay que tomar con pinzas esta libre autodeterminación, como señala Willaime. El protestantismo, al poner a disposición de cada creyente la Biblia, medio absoluto de la legitimidad religiosa, consolidó un nuevo tipo de poder: el pastor-teólogo. Es por eso que el protestantismo se encuentra atravesado por una tensión: por un lado, la autodeterminación de una conciencia libre; por otro, la socialización de esas conciencias y sus prácticas por medio de los liderazgos.[39] Lo que Bourdieu llama como una “monopolización de la gestión de los bienes de salvación”,[40] donde hay un círculo de especialistas que señalan las pautas en determinados temas éticos.
Consideraciones finales
A pesar de lo dicho, la laicidad protestante no es algo acabado ni absolutamente definido. Lo multifacético del protestantismo tiene en sí diversos puntos de opinión al respecto. Incluso a pesar de compartir la misma autoridad en materia de fe (la Biblia), las lecturas sobre ella siempre estarán contextualizadas, y por lo tanto, las prácticas serán justificables para cada Iglesia. Willaime ya anunciaba que la multiplicidad de magisterios dentro de la tradición protestante es el acabose para una diversidad de interpretaciones al respecto, por lo que se debe analizar en su pluralidad confesional y en la diversidad de sus manifestaciones históricas.[41]
Era comprensible que los protestantes criticaran la relación entre la Iglesia católica y el Estado, ya que la única forma de apelar a la igualdad entre las instituciones religiosas era a través de las leyes que establecían tal separación. Además, no sólo critican que no se respetara la ley, sino las relaciones de poder entre la jerarquía católica y el Estado. Las Leyes de Reforma permitieron el sustento ideológico para entablar tal crítica y pedir, por su condición de minoría, igualdad ante el Estado.
Existen el protestantismo por lo menos dos posturas definidas frente a dos ámbitos distintos: en un campo de juego éstos despliegan el capital político heredado del liberalismo juarista, vinculado a su reconocimiento histórico como minoría activa.[42] Por otro lado, en el campo netamente religioso expresan su carácter teológico materializándose en el espacio público, visualizándose cuando emergen políticas que no necesariamente están a favor de sus valores y comportamiento.
Finalmente, cabría señalar que faltan aún algunos puntos a considerar dentro del debate sobre el Estado laico en México. Uno de ellos, creo que el más importante, el pluralismo religioso, donde la propia diversidad evita por sí mismo el monopolio.[43] Entender que vivimos en un país con diversidad religiosa es la principal tarea para redefinir la laicidad mexicana, donde el Estado debe garantizar un marco de igualdad para cada asociación religiosa. En este punto, la propuesta del senador Pablo Gómez de reformar el artículo 130 constitucional para permitir el ejercicio democrático donde todas las opiniones sean tomadas en cuenta,[44] queda desfasada, pues tendría que tomar en cuenta a las minorías religiosas quienes también tienen voz en este juego democrático.
El segundo de ellos remite a la frontera tan endeble que existe entre lo político y lo religioso. Mientras las políticas sociales sigan tocando temas que involucren la moralidad, las Iglesias y movimientos religiosos alzarán la voz de un modo “profético” contra tales políticas. El problema se agrava aún más cuando no sólo se trata de las Iglesias en su carácter institucional, sino de muchos grupos que no están conformados como Asociación Religiosa (A. R), sino como Asociación Civil (A. C.), lo que en el papel tiene otros matices para la laicidad mexicana.
Finalmente, habrá que reflexionar sobre lo que Gilles Kepel llama la revancha de Dios,[45] en donde se ha visto a la religión recuperar agresivamente el espacio público e interfiriendo cada vez más en la vida social. No es desconocida la afiliación religiosa de funcionarios públicos quienes desde su perspectiva generan políticas, como la penalización al aborto, y quienes tienen una línea confesional muy clara. El problema no es que tengan estas convicciones, sino que transgredan los derechos de las minorías y que no necesariamente comulguen con ellas. Ya que para el Estado, los individuos, antes de ser feligreses, deben ser ciudadanos.
Coda…
El Estado laico es una conquista que como ciudadanos hay que defender, gracias a él es que se puede garantizar nuestra propia capacidad de elegir, decidir y optar. La laicidad puede verse como un instrumento jurídico para poder ejercer la capacidad de decisión que tenemos como sujetos, sin determinación religiosa alguna. Quién desee negarse asimismo esa capacidad, debe mantenerlo como un asunto de conciencia personal, pero no pretender que todos nieguen su libertad de elección. Finalmente, nos remite a la libertad de conciencia, sobre la cual nadie se encuentra encima de ella: “es un derecho humano fundamental que debemos defender resueltamente, pues la conciencia es el territorio íntimo en el que podemos decidir sin presión externa y sin impulsos ciegos, es un espacio de diálogo y de batalla interior en el que tomamos decisiones y al cual, si así lo deseamos, le abrimos la puerta a Dios”.[46]
A Carmen Flores
Mi maestra, mi amiga, mi madre...
Callad, señor, por respeto a la Nación y a los potosinos, para quienes escribís; Juárez vive y vivirá en la Patria del Anáhuac, mientras ella exista. Juárez, es sí, a vuestro pesar, el augusto representante del derecho en la historia. Su cuerpo reposa en el sepulcro, pero su memoria es el numen de los libres, el símbolo de nuestra segunda Independencia, y su genio emblema distintivo característico del pueblo mexicano…
Hexiquio Forcada (1888)**
En diciembre pasado y después de un acalorado debate, la Asamblea Legislativa del D.F. aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Este hecho, abrió un nuevo capítulo en las relaciones Iglesia-Estado, ha marcado posiciones antagónicas en la sociedad civil y ha puesto en la mesa de discusión el tema del Estado laico. Por un lado, el grupo parlamentario del Partido de Acción Nacional, el alto clero católico y algunas iglesias evangélicas,[1] han mostrado su desaprobación contra estas disposiciones apelando a una violación a su idea de familia y a los derechos de los niños de tener un padre y una madre en el sentido tradicional. Por el otro lado están las muchas organizaciones y movimientos sociales que están a favor de las minorías, de su inclusión y el reconocimiento de sus derechos en las políticas públicas.
Ante estas discusiones, en la opinión pública se apela al ejercicio democrático en donde todas las voces tienen cabida en el debate social. Sin duda, esto ha permitido el desarrollo de diferentes posturas al respecto, y aún más, creo contundentemente que cada institución religiosa tiene el derecho de socializar a sus feligreses de la manera que más le parezca correcta. Tanto católicos como protestantes tienen una idea de lo que es o debiera ser el Estado, ambos defienden sus posturas y socializan a sus feligreses con ellas. Pero también, estas conceptualizaciones se han construido históricamente, con discursos y acciones concretas desde distintas posiciones en el campo religioso mexicano.
Para los protestantes, el Estado laico ha acompañado su desarrollo histórico en suelo mexicano. Sin duda, desde los albores de su historia han reconocido la separación Iglesia-Estado, al hacerlo han buscado igualdad de condiciones para desarrollar su tarea evangelística y pastoral. Sin embargo, parece que hay un doble juego de perspectivas, ya que por un lado exigen reconocimiento, legitimidad e igualdad ante la ley por ser una minoría religiosa, pero, por otro, no están dispuestos a ofrecer el mismo reconocimiento para quienes no comulgan con su propuesta ética. Esto obedece a dos formas de proceder en dos campos distintos, como señalaría Bourdieu: por un lado, en la arena política, y, por otro, en el propiamente religioso desde donde defienden su perspectiva de ethos, desplegando en cada uno capitales sociales diversos.[2]
En el campo político, los protestantes tienen una herencia que los vincula con el liberalismo juarista, y que se alimenta de dos características: en primer lugar, de un anticatolicismo; en segundo, de su idea de libertad de conciencia. Con estas dos conceptualizaciones los protestantes decimonónicos tuvieron un vínculo histórico que pugnaba por un Estado laico. En el presente trabajo desarrollaré estas dos características y señalaré tres puntos que son necesarios involucrar en el debate sobre la laicidad.
Un discurso anticatólico: la pugna por los bienes de salvación
Como lo han mostrado los trabajos pioneros en la materia, uno de los rasgos del protestantismo decimonónico fue el carácter anticlerical. La herencia misionera veía en el catolicismo romano un evangelio apócrifo y carente de buenas virtudes que se encarnaba en el cristianismo católico cuya misión era mantener el status quo de privilegios a costa de aprisionar las conciencias de los individuos. Rubén Ruiz Guerra señala con mucha claridad cómo los misioneros protestantes concebían a México en el siglo XIX y qué percepción tenían de él, viéndolo como un país atrasado, inmoral, inestable y con una institución religiosa que velaba por sus propios intereses a costa de la ignorancia de la gente.[3] Por ejemplo, la presbiteriana Melinda Rankin, precursora del protestantismo en el Norte del país, creía que tan sólo el “evangelio puro” era el antídoto para los males sociales, pues el catolicismo romano sólo había desmoralizado y oprimido a la población mexicana, además los mantenía en un sistema de esclavitud ya que esta religión sólo había substituido el paganismo de los antepasados.[4]
Este anticlericalismo ha acompañado el imaginario religioso protestante. El sociólogo francés Jean-Paul Willaime ha mencionado que un rasgo distintivo del protestantismo es su relación antagónica con el catolicismo, es decir, se define frente a él, pues nace de una protesta por la administración de los bienes de salvación.[5] En México, esta relación emerge del legado liberal juarista que fue inherente en la génesis de las Iglesias protestantes, en donde el clero era visto como el principal opositor a la libertad de cultos. Durante el gobierno de Porfirio Díaz, los protestantes mostrarán una actitud donde ellos se señalaban como defensores de la separación Iglesia-Estado, señalando:
Nosotros, como cristianos protestantes, damos testimonio que bajo el gobierno del Sr. Díaz hemos disfrutado de perfecta libertad religiosa y de las garantías que nos otorgan las Leyes de Reforma, pero sí notamos el trabajo del clero preparando una reacción y estamos seguros de que si puede triunfar no perdonará ni a los mismos que hoy le ayudan.[6]
Willaime señala que esta oposición remite a un asunto de autoridad entre católicos y protestantes: “aquella entre sacerdocio universal y clericalismo: [donde] la sola escritura protestante lleva en sí el riesgo de un individualismo exacerbado, de una multitud de magisterios individuales invalidando cualquier regulación colectiva de las creencias y de las prácticas”.[7] Este rasgo distintivo de protesta contra una autoridad colegiada acompañó el proceso de la construcción de la laicidad protestante, ya que no sólo explica un antagonismo y un enfrentamiento por la administración de los bienes de salvación, sino representa también la formación de una identidad frente a otros.
La laicidad protestante retomó el liberalismo anticlerical juarista que heredó el gobierno de Lerdo de Tejada. El apoyo recibido por la política religiosa fue capitalizado por las sociedades protestantes quienes vieron la política liberal muy cercana a sus intereses, a pesar de mantener cierta distancia con respecto al partidismo.[8] Esta laicidad buscaba que el gobierno retirara los apoyos otorgados por varios siglos al clero católico y que se creara la igualdad de condiciones para poder establecer sociedades religiosas de un modo legítimo. Por ello, como bien documenta Bastian, los grupos protestantes se identificaron con el liberalismo radical.
Esta laicidad protestante y anticatólica se conformó con mayor claridad a partir del asenso al poder de Porfirio Díaz en 1877, en donde “la temprana actitud porfirista de apertura hacia los sectores católicos trazaba el camino hacia una política sistemática de conciliación con la Iglesia Católica”. [9] Lo que generó que la política religiosa se tornara más laxa y el clero católico se reforzara (aumentando sus diócesis, creando nuevos seminarios, fundando órdenes, etc.). Al mismo tiempo, con dicha conciliación con la Iglesia católica, durante el gobierno de Porfirio Díaz y debido a la relación entre la élite porfirista y las cúpulas sacerdotales,[10] se exacerbó la radicalización religiosa de los protestantes[11] y cobró mayor auge con la coronación de la virgen de Guadalupe como patrona del país en 1895.[12]
Ante la oleada católica y la conciliación con el Estado porfirista, los protestantes denunciaron en distintos momentos la laxa aplicación de la Leyes de Reforma y continuaron su programa anticatólico mediante la prensa. En la denuncia, los protestantes señalaban los abusos del clero y las violaciones a las Leyes de Reforma que constantemente cometían los sacerdotes. En algunos lugares como el Estado de México y San Luis Potosí,[13] hubo severas quejas porque no se respetaba esta división de poderes. En este último Estado, Hexiquio Forcada entabló un combate contra la prensa conservadora, El Estandarte, quien imputaba a los protestantes como anti-guadalupanos.[14] En la misma ciudad, el obispo Ignacio Montes de Oca, quien tenía muy buena relación con el gobernador, era invitado a los eventos públicos, lo que incomodaba a muchos protestantes quienes veían estas actitudes como violaciones a la separación Iglesia-Estado:
Aquí el fraile ostenta en la calle la sotana, las campanas se desatan en interminables repiques... y para colmo de audacia, un hermoso obispo imperialista (de reconocida fama europea) ricamente ataviado con su ropaje talar, se presenta en una repartición de premios del primer plantel de instrucción primaria del Estado, ocupa un puesto honorífico al lado del gobernador y hace ostentación y gala de violar y pisotear la ley en presencia de sus representantes...[15]
Quejas como estas se publicaron en la prensa protestante durante la dictadura porfirista. Pero también, se usaron los discursos de tinte nacionalista para combatir al clero católico, recordando o rememorando las actitudes y acciones de los liberales juaristas y conceptualizando la historia entre un pasado católico y un futuro liberal. Estas alegorías se inscriben en lo que Bastian denominó como religión cívica[16] por ser una pedagogía que proponía valores nacionales y prácticas democráticas. Por ello es que durante los festejos patrios, o en alguna fecha conmemorativa, los discursos de oradores protestantes enfatizaban cuánto había perjudicado a México el catolicismo. Por ejemplo, en septiembre de 1894 se decía:
No importa ¡oh Patria! que tres siglos de dominación ibera hayan agotado tus fuerzas, pero no tu patriotismo; no importa que durante trescientos años hayas sentido herido tu seno por la garra del león hispano... Llevas en las manos y en los pies las señales de los grillos y cadenas del siervo, pero bastará el despertar de tu conciencia de matrona libre para que sueltas las cadenas y rotos los grillos, entones el himno de la libertad.[17]
Por otro lado, los discursos siempre apelaron a diversos personajes quienes fueron parte importante de la historia del país, tales como Hidalgo, Josefa Ortiz de Domínguez, Allende, Aldama, Morelos, Ignacio Zaragoza, Mariano Matamoros, Vicente Guerrero, Javier Mina, Leona Vicario, Manuela Medina y Lerdo de Tejada,[18] y, desde luego, a Benito Juárez, en quien veían la figura de un reformador que les permitió la legalidad en suelo mexicano:
Si todo mexicano debe admirar a Juárez como patriota consumado, como liberal sincero y fiel hasta la muerte, nosotros los protestantes tenemos un motivo más para recordarlo con gratitud y estarle obligados por los esfuerzos nobles, gigantescos que hizo por liberar a la patria del yugo férreo del poder papal... Pero así como fue el deber de Juárez y como tuvo la dicha este grande hombre de Estado de cimentar las libertades públicas en las instituciones políticas, así es nuestra obligación de velar por ellas como buenos mexicanos, no permitiendo que el clero romano las conculque ó las haga ilusorias con sus maléficas influencias pisoteando con sus plantas la sangre preciosa con que fueron compradas las Leyes de Reforma que son la obra magna de nuestro caudillo liberal.[19]
En la memoria histórica encontramos parte de la visión de la laicidad protestante. Con el uso de la historia se legitimaban a sí mismos como portadores de una misión salvífica y, por ende, como una institución que también puede y debe administrar los verdaderos bienes de salvación, compitiendo con la institución católica. Pero también, los protestantes recriminaban el poco patriotismo de los católicos y la omisión de las fiestas patrias, aprovechando las fechas conmemorativas para hacer explícita esta demanda:
A cualquiera de nuestros lectores que el 16 de septiembre hayan asistido a las iglesias romanas, le rogamos sirvan contestarnos a estas preguntas: “¿Qué han dicho los sacerdotes romanos con motivo de la festividad cívica de tan glorioso día? ¿Qué exhortación han hecho al pueblo para que se esfuerce en conservar sus conquistas entonces iniciadas?”. Sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que nada, absolutamente nada.[20]
Con esto, los protestantes empezaron a tomar una forma institucional, ya que como señala la antropóloga Mary Douglas, una institución no sólo necesita legitimarse para permanecer en el tiempo, sino fijar posturas claras sobre los propios individuos que se adscriben a ellas, tales como hacer “olvidar experiencias incompatibles con la rectitud de su imagen y recordar hechos que respaldan una visión de las cosas complementaria consigo misma”.[21] De ese modo, las instituciones ejercen cierto control y “guían de manera sistemática a la memoria individual y encauzan nuestra percepción hacia formas que resultan compatibles con las relaciones que ellas autorizan”.[22]
Para los protestantes decimonónicos, Juárez representó un parteaguas en la manera de concebir la historia. El anticlericalismo lo tomaron para tener una postura ante el gobierno en turno, por lo que el pasado católico debía quedar atrás en pos de un Estado moderno, liberal y laico, pues como mexicanos herederos de este proceso estaban destinados a continuar la causa.
Ya por fortuna esos luctuosos tiempos han pasado; ya los católicos modernos han envainado la espada, si bien no han prescindido de su ardua tarea de sojuzgar la conciencia y embrutecer la razón. De bueno o de mal grado han dejado de enmohecer, por falta de uso, los horripilantes instrumentos que ideara la inquisición; más con todo, no deponen la saña que en ellos despertaran sus dominadores, los venerables caudillos de la libertad. ¿A quién, si no, debe atribuirse que algunos de los de México sean encarnizados enemigos del benemérito Juárez, ese venerable y esclarecido corifeo de la segunda independencia del país?[23]
No obstante, el anticatolicismo no es la única pieza de la laicidad protestante, también se encuentra otro principio de tinte teológico que se encarna en un discurso apelando a la libertad de los individuos: la libertad de conciencia.
Libertad de conciencia: oposición al absolutismo
Otro punto nodal en la laicidad protestante es la crítica al absolutismo. Como principio sociológico, Willaime recuerda la siempre oposición frente al catolicismo que hasta el siglo XVI fungía como único intermediario con lo sagrado. También Peter Berger ha señalado esta oposición histórica que se fundamenta en tres principios que son parte esencial de las comunidades católicas y de los cuales el protestantismo se separa: el milagro, el misterio y la magia. Al despojarse de estos, los protestantes desacralizan el mundo y hacen operativa su función en él.[24] Como categoría teológica, Paul Tillich lo llamó el “principio protestante”; una postura contestaría frente a todo absolutismo, en la cual “no se sacraliza lo finito, como lo son las ideologías, las clases sociales, las jerarquías, las iglesias, las confesiones, los dogmas, e incluso la unicidad del sentido de la Biblia”.[25]
Estas razones se conjuntan en la posición asumida frente a los regímenes cuando la editorial del periódico El Faro señala que “el pueblo que entrega su conciencia al dominio despótico de una jerarquía, no es capaz de conservar sus derechos políticos”.[26] Discursos como estos acompañaron la prensa durante la administración de Díaz, por ello, en el mismo tono político y apelando a una conciencia libre, a causa del asesinato de un correligionario, Hexiquio Forcada señala:
El protestantismo, desechando todo humano yugo moral, todo intermediario entre Dios y el alma humana, proclama el predominio del libre examen, el respeto al derecho ajeno, la virtud como la base de todo progreso; pone el fundamento de la positiva libertad, ya en el orden civil y el religioso, y hace imposible la resurrección de la teocracia.[27]
La laicidad protestante apela a la libertad de conciencia como un principio que permite resistir a cualquier intento de absolutismo, político, civil o religioso. Carlos Mondragón menciona que para los protestantes la libertad de conciencia tiene un vínculo con la Reforma luterana: la libre interpretación de la Biblia, sin magisterios ni autoridades colegiadas.[28] Los editores de El Faro señalaron esto desde el comienzo de su labor:
El credo religioso que profesamos; que apoyados en argumentos irrefutables sostendremos y para cuya propaganda no economizaremos, según hemos dicho ya, esfuerzo ni sacrificio alguno, es el siguiente: La Biblia ha sido escrita por inspiración de Dios; por consiguiente, es la única regla infalible de fe y de conducta moral... Rechazamos por ser antibíblicas las doctrinas referentes a la Misa, al Purgatorio, a la confesión auricular, a la absolución y a la obras de supererogación. Tampoco admitimos la supremacía papal, ni el culto tributado a la virgen, ni el rendido a los Santos o a sus imágenes.[29]
Este principio lo es también para otras libertades, como la libertad religiosa y la libertad de cultos; por la primera, se entiende la capacidad que tienen los individuos de decidir sobre su adscripción religiosa y sus convicciones personales, por la segunda, la libre práctica del culto de su preferencia.
Esto lo tenían claro los protestantes decimonónicos al pugnar por la separación entre la Iglesia y el Estado,[30] ya que un Estado que se rija dentro de un marco confesional no puede garantizar las igualdades necesarias ante la ley para una libre competencia dentro del campo religioso. Aunque no es que se separen, sino que, como subraya Roberto Blancarte, la Iglesia es la que es separada del Estado, convirtiéndola en una institución ajena a él, de carácter privado y formada por voluntarios.[31] De ese modo, las Leyes de Reforma son los estamentos jurídicos que se encargan de desplazar las atribuciones del clero. Al respecto, los protestantes señalan:
La desamortización de la propiedad, La nacionalización de los bienes del clero, El divorcio del Estado y la Iglesia, La abolición del fuero eclesiástico, La supresión de las órdenes monásticas, La libertad religiosa y de cultos, El matrimonio civil, El registro civil de las personas y la secularización de los cementerios, son los nueve robustos principios que echaron por tierra el pontificio en México, y redujeron a la Iglesia romana a lo que debe ser, a una simple congregación religiosa.[32]
Bourdieu señala que tanto las instancias religiosas, individuos o instituciones, recurren a su capital religioso en la competencia por la administración de los bienes de salvación, y lo hacen en función de la posición que ocupen en una estructura.[33] Este aspecto de la posición para Bourdieu es importante, ya que determina la forma en que las Iglesias disponen del uso de su capital religioso de un modo estratégico en la competencia dentro del campo religioso. La búsqueda por la separación de la Iglesia y el Estado también es una posición dentro de un campo religioso. La apelación a la libertad de conciencia permitió a los protestantes gestar un discurso sobre la libertad religiosa y la tolerancia de cultos.
La libertad religiosa nace, señalaban los protestantes, de una conciencia libre, autodeterminada y tan sólo ayudada por Dios, pues “una buena conciencia es la que aprueba lo que uno piensa, se propone ó hace; es la conciencia tranquila, no por falta de susceptibilidad, sino por estar en armonía con lo bueno y con Dios”.[34] Por su parte, la tolerancia de cultos, conquista ganada por el esfuerzo y sangre de los héroes liberales,[35] da paso al buen desarrollo de la patria, por lo cual se exhortaba a los políticos a garantizar las igualdades necesarias ante la ley en materia de culto:
La intolerancia religiosa contradice la libertad de conciencia, y la religión de Estado (de nombre o de hecho) ó la Iglesia que la ejerce, está preparando su propia destrucción. Los políticos de México que deseen el bien de su patria y un renombre ilustre, deben fijarse en esto, y obrar, en conformidad con esta ley divina y eterna, ó, edificaran de lo contrario sus casas en la arena donde tendrán que caer.[36]
Años más tarde, Alberto Rembao y algunos protestantes retomarán esta discusión al señalar que no hay “libertad de conciencia ahí donde un Estado prohibía su ejercicio o expresión en un culto, o ahí donde las ideas religiosas no se podían propagar libremente”.[37] Para ellos, la libertad de conciencia garantizaba otro tipos de libertades, esta era tan sólo la primera de ellas, ya que al no existir intermediarios entre Dios y el hombre no debían de existir presiones externas para poder ejercitar la autodeterminación. Los presbiterianos apelaban así por esta libertad:
...la libertad de conciencia, esta ha sido la más imperiosa necesidad de la religión cristiana en todos los tiempos; este debe ser el lema de los apologistas actuales, y es la ayuda que deseamos y pedimos de todos los hombres de buena voluntad que aman la razón y la justicia: libertad para todos los cultos, libertad para el esclarecimiento de la verdad, libertad para que el pueblo de Dios sea emancipado del servilismo y de la idolatría papales.[38]
Sin embargo, hay que tomar con pinzas esta libre autodeterminación, como señala Willaime. El protestantismo, al poner a disposición de cada creyente la Biblia, medio absoluto de la legitimidad religiosa, consolidó un nuevo tipo de poder: el pastor-teólogo. Es por eso que el protestantismo se encuentra atravesado por una tensión: por un lado, la autodeterminación de una conciencia libre; por otro, la socialización de esas conciencias y sus prácticas por medio de los liderazgos.[39] Lo que Bourdieu llama como una “monopolización de la gestión de los bienes de salvación”,[40] donde hay un círculo de especialistas que señalan las pautas en determinados temas éticos.
Consideraciones finales
A pesar de lo dicho, la laicidad protestante no es algo acabado ni absolutamente definido. Lo multifacético del protestantismo tiene en sí diversos puntos de opinión al respecto. Incluso a pesar de compartir la misma autoridad en materia de fe (la Biblia), las lecturas sobre ella siempre estarán contextualizadas, y por lo tanto, las prácticas serán justificables para cada Iglesia. Willaime ya anunciaba que la multiplicidad de magisterios dentro de la tradición protestante es el acabose para una diversidad de interpretaciones al respecto, por lo que se debe analizar en su pluralidad confesional y en la diversidad de sus manifestaciones históricas.[41]
Era comprensible que los protestantes criticaran la relación entre la Iglesia católica y el Estado, ya que la única forma de apelar a la igualdad entre las instituciones religiosas era a través de las leyes que establecían tal separación. Además, no sólo critican que no se respetara la ley, sino las relaciones de poder entre la jerarquía católica y el Estado. Las Leyes de Reforma permitieron el sustento ideológico para entablar tal crítica y pedir, por su condición de minoría, igualdad ante el Estado.
Existen el protestantismo por lo menos dos posturas definidas frente a dos ámbitos distintos: en un campo de juego éstos despliegan el capital político heredado del liberalismo juarista, vinculado a su reconocimiento histórico como minoría activa.[42] Por otro lado, en el campo netamente religioso expresan su carácter teológico materializándose en el espacio público, visualizándose cuando emergen políticas que no necesariamente están a favor de sus valores y comportamiento.
Finalmente, cabría señalar que faltan aún algunos puntos a considerar dentro del debate sobre el Estado laico en México. Uno de ellos, creo que el más importante, el pluralismo religioso, donde la propia diversidad evita por sí mismo el monopolio.[43] Entender que vivimos en un país con diversidad religiosa es la principal tarea para redefinir la laicidad mexicana, donde el Estado debe garantizar un marco de igualdad para cada asociación religiosa. En este punto, la propuesta del senador Pablo Gómez de reformar el artículo 130 constitucional para permitir el ejercicio democrático donde todas las opiniones sean tomadas en cuenta,[44] queda desfasada, pues tendría que tomar en cuenta a las minorías religiosas quienes también tienen voz en este juego democrático.
El segundo de ellos remite a la frontera tan endeble que existe entre lo político y lo religioso. Mientras las políticas sociales sigan tocando temas que involucren la moralidad, las Iglesias y movimientos religiosos alzarán la voz de un modo “profético” contra tales políticas. El problema se agrava aún más cuando no sólo se trata de las Iglesias en su carácter institucional, sino de muchos grupos que no están conformados como Asociación Religiosa (A. R), sino como Asociación Civil (A. C.), lo que en el papel tiene otros matices para la laicidad mexicana.
Finalmente, habrá que reflexionar sobre lo que Gilles Kepel llama la revancha de Dios,[45] en donde se ha visto a la religión recuperar agresivamente el espacio público e interfiriendo cada vez más en la vida social. No es desconocida la afiliación religiosa de funcionarios públicos quienes desde su perspectiva generan políticas, como la penalización al aborto, y quienes tienen una línea confesional muy clara. El problema no es que tengan estas convicciones, sino que transgredan los derechos de las minorías y que no necesariamente comulguen con ellas. Ya que para el Estado, los individuos, antes de ser feligreses, deben ser ciudadanos.
Coda…
El Estado laico es una conquista que como ciudadanos hay que defender, gracias a él es que se puede garantizar nuestra propia capacidad de elegir, decidir y optar. La laicidad puede verse como un instrumento jurídico para poder ejercer la capacidad de decisión que tenemos como sujetos, sin determinación religiosa alguna. Quién desee negarse asimismo esa capacidad, debe mantenerlo como un asunto de conciencia personal, pero no pretender que todos nieguen su libertad de elección. Finalmente, nos remite a la libertad de conciencia, sobre la cual nadie se encuentra encima de ella: “es un derecho humano fundamental que debemos defender resueltamente, pues la conciencia es el territorio íntimo en el que podemos decidir sin presión externa y sin impulsos ciegos, es un espacio de diálogo y de batalla interior en el que tomamos decisiones y al cual, si así lo deseamos, le abrimos la puerta a Dios”.[46]
* Una primera versión de este texto se presentó en el Seminario Permanente “El Estado laico y los derechos humanos en México: 1810-2010”, realizado en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) el 17 de mayo del 2010.
** Pastor presbiteriano.
Notas
[1] Para corroborar el caso de los evangélicos, puede verse la misiva enviada al Procurador General de la República en donde apelan a un acto de inconstitucionalidad por el matrimonio entre personas del mismo sexo que aprobó la Asamblea Legislativa de la ciudad de México: CONFRATERNICE, “Escrito solicitando a la PGR la acción de Inconstitucionalidad por el matrimonio entre homosexuales, y la adopción”, en www.confraternice.com, (México), 2010. Disponible en la red: http://www.confraternice.com/ESPANOL/lideres.htm, consultado el 1º de mayo del 2010. También puede consultarse un resumen elaborado por Leopoldo Cervantes-Ortiz al respecto: “Presenta el gobierno de México recurso ante la Suprema Corte contra la ley de uniones homosexuales”, en El Faro, México, enero-febrero de 2010, pp. 25-27.
[2] Pierre Bourdieu, Respuestas para un antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995.
[3] Rubén Ruiz Guerra, Hombres nuevos. Metodismo y modernidad en México (1873-1930), México, CUPSA, 1992, p. 10; Cfr. Jean-Pierre Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1972-1911, México, El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 52.
[4] Melinda Rankin, Veinte años entre los mexicanos. Narración de la labor misionera, México, Fondo Editorial de Nuevo León, 2008.
[5] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, en Religiones y Sociedad, (México), núm. 3, 1998, pp. 124-134.
[6] “Las Leyes de Reforma”, en El Faro, (México), 1 de noviembre de 1886, p. 162.
[7] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, op. cit., p. 128.
[8] Véase Jean-Pierre Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1972-1911, op. cit., p. 77.
[9] Ibid., p. 174.
[10] Ibid., p. 175.
[11] Ibid., p. 174.
[12] “La coronación”, en El Faro, (México), 15 de octubre de 1895, p. 154; “El edicto del Arzobispo con motivo de la Coronación”, en El Faro, (México), 1 de noviembre de 1895, p. 162; “Ecos guadalupanos”, en El Faro, (México), 15 de enero de 1896, p. 13; “Coronación de la Virgen de Guadalupe”, en El Faro, (México), 1 de septiembre de 1896, p. 130; “Los protestantes y la Virgen de Guadalupe”, en El Faro, (México), 15 de octubre de 1895, p. 158. La revista El Faro es hasta el día de hoy la revista oficial de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México.
[13] Véanse: “El obispo Montes de Oca”, en El Faro, (México), 15 de marzo de 1891, p. 46; “Cuál ha sido nuestro programa político”, en El Faro, (México), 1 de julio de 1887, pp. 102-103; “Burla a las Leyes de Reforma en la Población de Capulhuac, Estado de México”, en El Faro, (México), 15 de abril de 1890, p. 61; “Reflexiones sobre algunos sucesos recientes”, en El Faro, (México), 1 de octubre de 1887, p. 146.
[14] Hexiquio Forcada, “El Partido Liberal y los Campeones Guadalupanos en San Luis Potosí”, en El Faro, (México), 15 de marzo de 1888, p. 47.
[15] “¡Alarma! ¡Alarma!”, en El Faro, (México), 15 de febrero de 1888, p. 31.
[16] Jean-Pierre Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1972-1911, op. cit., p. 162-171.
[17] Abraham Franco, “¡Ave Patria!”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1894, p. 139.
[18] “¡15 de septiembre!”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1895, p. 137; P. A., “16 de septiembre”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1896, p. 138; Beatriz Ángela Sepúlveda, “Doña Josefa Ortiz de Domínguez”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1898, p. 137, 140; Atanasio Ortiz, “La Independencia de México”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1891, p. 141; Emilio Torres, “5 de Mayo”, en El Faro, (México), 1 de mayo de 1897, p. 64; “El señor Lerdo de Tejada”, en El Faro, (México), 15 de junio de 1989, p. 110; “Abolición de la esclavitud en México”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1894, p. 138. Incluso Hidalgo y Morelos fueron vistos como medio de la Providencia. Véase Arcadio Morales, “México verdaderamente libre”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1893, p. 138.
[19] “A Benito Juárez en el triste aniversario de su muerte”, en El Faro, (México), 15 de julio de 1894, p. 106.
[20] “Fiesta cívica del 16 de septiembre de 1885”, en El Faro, (México), octubre de 1885, p. 74.
[21] Mary Douglas, Cómo piensan las instituciones, Madrid, Alianza Editorial, 1996, p. 163.
[22] Ibid., p. 137.
[23] “La libertad de conciencia”, en El Faro, (México), febrero de 1885, p. 10.
[24] Peter Berger, El dosel sagrado. Para una teoría sociológica de la religión, Barcelona, Editorial Kairós, 1999, p. 161. Los presbiterianos mexicanos dirían que el culto católico “consiste en sacramentos y ciertas prácticas tales como la confesión, las misas y los sermones, para lo cual no es indispensable saber leer”, mientras que “en la religión reformada se hace consistir en la lectura y meditación de la Biblia: el protestante debe, pues, saber leer”. “Editorial”, en El Faro, (México), abril de 1885, p. 27.
[25] José Duque, “El espíritu protestante en el quehacer teológico de la teología de la liberación”, en Pasos, (Costa Rica, Departamento Ecuménico de Investigaciones), núm. 61, septiembre-octubre de 1995, p. 3.
[26] “La religión que conviene a una República”, en El Faro, (México), 1 de enero de 1891, p. 2.
[27] Hexiquio Forcada, “Refracciones populares”, en El Faro, (México), 1 de octubre de 1887, p. 150.
[28] Carlos Mondragón, Leudar la masa. El pensamiento social de los protestantes en América Latina: 1920-1950, Buenos Aires, Kairós Ediciones, 2005, p. 90.
[29] “La misión de El Faro”, en El Faro, (México), 12 de enero de 1885, p. 2.
[30] Idem.
[31] Roberto Blancarte, “Laicidad y secularización en México”, en Jean-Pierre Bastian (coord.) La modernidad religiosa. Europa Latina y América Latina en perspectiva comparada, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 45-60.
[32] “Libertad religiosa y de cultos”, en El Faro, (México), 15 de agosto de 1886, p. 127.
[33] Pierre Bourdieu, “Génesis y estructura del campo religioso”, en Relaciones, (México), vol. XXVII, pp. 29-83.
[34] “Una buena conciencia”, en El Faro, (México), 1 de abril de 1890, p. 50.
[35] “La libertad de conciencia”, en El Faro, (México), 1 de diciembre de 1895, p. 178.
[36] “El verdadero hombre de estado”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1887, p. 138.
[37] Carlos Mondragón, Leudar la masa. El pensamiento social de los protestantes en América Latina: 1920-1950, op. cit., p. 97.
[38] Evaristo P. Collazo, “Libertad”, en El Faro, (México), 1 de junio de 1894, p. 83.
[39] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, op. cit., p. 128.
[40] Pierre Bourdieu, “Génesis y estructura del campo religioso”, op. cit., p. 42.
[41] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, op. cit., p. 124.
[42] Véase Jean Pierre Bastian, Protestantismos y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
[43] Carlos Garma, “Pluralismo religioso en el contexto internacional”, en Ángela Giglia, Carlos Garma y Ana Paula de Teresa (comp.) ¿Adónde va la antropología?, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2007, pp. 243-267.
[44] Andrea Becerril, “Propone Pablo Gómez restablecer libertad de expresión a sacerdotes, en La Jornada, (México), 26 de febrero 2010. Disponible en red: http://www.jornada.unam.mx/2010/02/26/index.php?section=politica&article=016n1pol. Consultada el 26 de febrero del 2010.
[45] Gilles Kepel, La revancha de Dios, España, Alianza Editorial, 2005.
[46] Guadalupe Cruz, “Los derechos humanos y la propuesta de católicas por el derecho a decidir”, en Guadalupe Cruz (comp.), Los derechos humanos dentro de la Iglesia Católica, México, Católicas por el Derecho a Decidir, 2005, p. 233.
[2] Pierre Bourdieu, Respuestas para un antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995.
[3] Rubén Ruiz Guerra, Hombres nuevos. Metodismo y modernidad en México (1873-1930), México, CUPSA, 1992, p. 10; Cfr. Jean-Pierre Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1972-1911, México, El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 52.
[4] Melinda Rankin, Veinte años entre los mexicanos. Narración de la labor misionera, México, Fondo Editorial de Nuevo León, 2008.
[5] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, en Religiones y Sociedad, (México), núm. 3, 1998, pp. 124-134.
[6] “Las Leyes de Reforma”, en El Faro, (México), 1 de noviembre de 1886, p. 162.
[7] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, op. cit., p. 128.
[8] Véase Jean-Pierre Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1972-1911, op. cit., p. 77.
[9] Ibid., p. 174.
[10] Ibid., p. 175.
[11] Ibid., p. 174.
[12] “La coronación”, en El Faro, (México), 15 de octubre de 1895, p. 154; “El edicto del Arzobispo con motivo de la Coronación”, en El Faro, (México), 1 de noviembre de 1895, p. 162; “Ecos guadalupanos”, en El Faro, (México), 15 de enero de 1896, p. 13; “Coronación de la Virgen de Guadalupe”, en El Faro, (México), 1 de septiembre de 1896, p. 130; “Los protestantes y la Virgen de Guadalupe”, en El Faro, (México), 15 de octubre de 1895, p. 158. La revista El Faro es hasta el día de hoy la revista oficial de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México.
[13] Véanse: “El obispo Montes de Oca”, en El Faro, (México), 15 de marzo de 1891, p. 46; “Cuál ha sido nuestro programa político”, en El Faro, (México), 1 de julio de 1887, pp. 102-103; “Burla a las Leyes de Reforma en la Población de Capulhuac, Estado de México”, en El Faro, (México), 15 de abril de 1890, p. 61; “Reflexiones sobre algunos sucesos recientes”, en El Faro, (México), 1 de octubre de 1887, p. 146.
[14] Hexiquio Forcada, “El Partido Liberal y los Campeones Guadalupanos en San Luis Potosí”, en El Faro, (México), 15 de marzo de 1888, p. 47.
[15] “¡Alarma! ¡Alarma!”, en El Faro, (México), 15 de febrero de 1888, p. 31.
[16] Jean-Pierre Bastian, Los disidentes. Sociedades protestantes y revolución en México, 1972-1911, op. cit., p. 162-171.
[17] Abraham Franco, “¡Ave Patria!”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1894, p. 139.
[18] “¡15 de septiembre!”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1895, p. 137; P. A., “16 de septiembre”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1896, p. 138; Beatriz Ángela Sepúlveda, “Doña Josefa Ortiz de Domínguez”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1898, p. 137, 140; Atanasio Ortiz, “La Independencia de México”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1891, p. 141; Emilio Torres, “5 de Mayo”, en El Faro, (México), 1 de mayo de 1897, p. 64; “El señor Lerdo de Tejada”, en El Faro, (México), 15 de junio de 1989, p. 110; “Abolición de la esclavitud en México”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1894, p. 138. Incluso Hidalgo y Morelos fueron vistos como medio de la Providencia. Véase Arcadio Morales, “México verdaderamente libre”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1893, p. 138.
[19] “A Benito Juárez en el triste aniversario de su muerte”, en El Faro, (México), 15 de julio de 1894, p. 106.
[20] “Fiesta cívica del 16 de septiembre de 1885”, en El Faro, (México), octubre de 1885, p. 74.
[21] Mary Douglas, Cómo piensan las instituciones, Madrid, Alianza Editorial, 1996, p. 163.
[22] Ibid., p. 137.
[23] “La libertad de conciencia”, en El Faro, (México), febrero de 1885, p. 10.
[24] Peter Berger, El dosel sagrado. Para una teoría sociológica de la religión, Barcelona, Editorial Kairós, 1999, p. 161. Los presbiterianos mexicanos dirían que el culto católico “consiste en sacramentos y ciertas prácticas tales como la confesión, las misas y los sermones, para lo cual no es indispensable saber leer”, mientras que “en la religión reformada se hace consistir en la lectura y meditación de la Biblia: el protestante debe, pues, saber leer”. “Editorial”, en El Faro, (México), abril de 1885, p. 27.
[25] José Duque, “El espíritu protestante en el quehacer teológico de la teología de la liberación”, en Pasos, (Costa Rica, Departamento Ecuménico de Investigaciones), núm. 61, septiembre-octubre de 1995, p. 3.
[26] “La religión que conviene a una República”, en El Faro, (México), 1 de enero de 1891, p. 2.
[27] Hexiquio Forcada, “Refracciones populares”, en El Faro, (México), 1 de octubre de 1887, p. 150.
[28] Carlos Mondragón, Leudar la masa. El pensamiento social de los protestantes en América Latina: 1920-1950, Buenos Aires, Kairós Ediciones, 2005, p. 90.
[29] “La misión de El Faro”, en El Faro, (México), 12 de enero de 1885, p. 2.
[30] Idem.
[31] Roberto Blancarte, “Laicidad y secularización en México”, en Jean-Pierre Bastian (coord.) La modernidad religiosa. Europa Latina y América Latina en perspectiva comparada, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 45-60.
[32] “Libertad religiosa y de cultos”, en El Faro, (México), 15 de agosto de 1886, p. 127.
[33] Pierre Bourdieu, “Génesis y estructura del campo religioso”, en Relaciones, (México), vol. XXVII, pp. 29-83.
[34] “Una buena conciencia”, en El Faro, (México), 1 de abril de 1890, p. 50.
[35] “La libertad de conciencia”, en El Faro, (México), 1 de diciembre de 1895, p. 178.
[36] “El verdadero hombre de estado”, en El Faro, (México), 15 de septiembre de 1887, p. 138.
[37] Carlos Mondragón, Leudar la masa. El pensamiento social de los protestantes en América Latina: 1920-1950, op. cit., p. 97.
[38] Evaristo P. Collazo, “Libertad”, en El Faro, (México), 1 de junio de 1894, p. 83.
[39] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, op. cit., p. 128.
[40] Pierre Bourdieu, “Génesis y estructura del campo religioso”, op. cit., p. 42.
[41] Jean-Paul Willaime, “Del protestantismo como objeto sociológico”, op. cit., p. 124.
[42] Véase Jean Pierre Bastian, Protestantismos y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
[43] Carlos Garma, “Pluralismo religioso en el contexto internacional”, en Ángela Giglia, Carlos Garma y Ana Paula de Teresa (comp.) ¿Adónde va la antropología?, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2007, pp. 243-267.
[44] Andrea Becerril, “Propone Pablo Gómez restablecer libertad de expresión a sacerdotes, en La Jornada, (México), 26 de febrero 2010. Disponible en red: http://www.jornada.unam.mx/2010/02/26/index.php?section=politica&article=016n1pol. Consultada el 26 de febrero del 2010.
[45] Gilles Kepel, La revancha de Dios, España, Alianza Editorial, 2005.
[46] Guadalupe Cruz, “Los derechos humanos y la propuesta de católicas por el derecho a decidir”, en Guadalupe Cruz (comp.), Los derechos humanos dentro de la Iglesia Católica, México, Católicas por el Derecho a Decidir, 2005, p. 233.
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