31 de octubre de 2010
1. La necesidad de reformar la Iglesia continuamente
La reforma integral de la Iglesia es un sueño que, para muchos, se sigue posponiendo. Si en los inicios de la Reforma Protestante el propio Martín Lutero no sintió la necesidad de abandonar el redil católico-romano sino hasta que recibió la bula de excomunión, Juan Calvino no vaciló en referirse a la Iglesia como “madre de los creyentes” (IRC, IV.I.1), una frase que suena muy católica y que, en efecto lo es, en el sentido de “universal”, pues aunque en ocasiones muchos creyentes sientan que su comunidad o confesión se desencamina del rumbo que debe seguir, la presencia del Espíritu en su seno es la garantía de que no faltará la palabra profética para denunciar sus fallas e infidelidades. Incluso algunos críticos muy severos de la Iglesia actual, como Hans Küng y Leonardo Boff no han dudado al afirmar que abandonarla en protesta por sus errores no es más que una táctica errada, puesto que sólo si ella decide expulsar a los disidentes se justifica la salida, la cual tampoco los excluye de la fe y muchos menos de la comunión solidaria.
Esta madre, pues, requiere la preocupación y acción de sus hijos para renovarse, continuamente, en todos los aspectos. De ahí que a veces resulte bochornoso escuchar a tantas personas insatisfechas que miran los defectos de su comunidad desde afuera, sin sumarse activamente a la lucha por el cambio al interior de la misma. Muy diferente fue la actitud de los/as reformadores/as, quienes incluso poniendo en riesgo su vida participaron en los movimientos que hasta llevarían su nombre, sin buscarlo, pero con la firme intención de contribuir a la transformación del pueblo de Dios en sus diferentes niveles. Justamente en el otro aspecto en donde destaca la catolicidad de Calvino (la institucionalidad), se ubica una de las trincheras actuales en que los creyentes podemos y debemos sumarnos a la búsqueda de su transformación. Porque resulta muy claro que la labor reformadora no puede darse por concluida si no son visibles los cambios en la mentalidad, en los proyectos y en las acciones de la Iglesia.
En La necesidad de reformar la Iglesia (1544), Calvino, incluye cinco aspectos básicos que deben modificarse: la adoración; la oración; la doctrina de la salvación; los sacramentos; y el gobierno de la iglesia. Cada uno de estos aspectos es expuesto de manera programática a la luz de los avances que ya se tenían hasta ese momento y como una respuesta a las críticas que dentro del imperio de Carlos V se lanzaban contra las iglesias protestantes en general. Calvino asume estas críticas y reconoce que los cambios deberían profundizarse. Con esta actitud, ajena a cualquier tipo de triunfalismo, abrió la puerta para que la reforma de las diversas iglesias siguiera su propio camino:
Aun nuestros enemigos no pueden negar nuestra perseverancia en exhortar a los hombres a esperar el bien que ellos desean de ningún otro más que de Dios, confiar en Su poder, descansar en Su bondad, depender en Su verdad, y volverse a Él con todo el corazón, reposar en Él con plena esperanza, y acudir a Él en la necesidad, esto es, en cada momento; atribuirle a Él toda cosa buena que disfrutamos, y lo manifestamos así por expresiones abiertas de alabanza. Y para que ninguno sea impedido por la dificultad de entrar, proclamamos que una fuente completa de bendiciones nos es abierta en Cristo, y que de ella podemos tomar para cada necesidad. Nuestros escritos son testigos, y nuestros sermones testifican de cuán frecuentes y diligentes somos en recomendar el arrepentimiento verdadero, instando a los hombres a renunciar su propia razón y deseos carnales, y a sí mismos enteramente, para que puedan ser traídos a la obediencia a Dios solamente, y ya no vivir para sí mismos sino para Él. Tampoco pasamos por alto los deberes externos y obras de caridad [amor], que se siguen de este tipo de renovación. Esto digo, es la forma segura e infalible del culto, que sabemos que Él aprueba, porque es la forma que Su Palabra prescribe, y estos los únicos sacrificios de la Iglesia cristiana que tienen Su autoridad.[1]
La reforma integral de la Iglesia es un sueño que, para muchos, se sigue posponiendo. Si en los inicios de la Reforma Protestante el propio Martín Lutero no sintió la necesidad de abandonar el redil católico-romano sino hasta que recibió la bula de excomunión, Juan Calvino no vaciló en referirse a la Iglesia como “madre de los creyentes” (IRC, IV.I.1), una frase que suena muy católica y que, en efecto lo es, en el sentido de “universal”, pues aunque en ocasiones muchos creyentes sientan que su comunidad o confesión se desencamina del rumbo que debe seguir, la presencia del Espíritu en su seno es la garantía de que no faltará la palabra profética para denunciar sus fallas e infidelidades. Incluso algunos críticos muy severos de la Iglesia actual, como Hans Küng y Leonardo Boff no han dudado al afirmar que abandonarla en protesta por sus errores no es más que una táctica errada, puesto que sólo si ella decide expulsar a los disidentes se justifica la salida, la cual tampoco los excluye de la fe y muchos menos de la comunión solidaria.
Esta madre, pues, requiere la preocupación y acción de sus hijos para renovarse, continuamente, en todos los aspectos. De ahí que a veces resulte bochornoso escuchar a tantas personas insatisfechas que miran los defectos de su comunidad desde afuera, sin sumarse activamente a la lucha por el cambio al interior de la misma. Muy diferente fue la actitud de los/as reformadores/as, quienes incluso poniendo en riesgo su vida participaron en los movimientos que hasta llevarían su nombre, sin buscarlo, pero con la firme intención de contribuir a la transformación del pueblo de Dios en sus diferentes niveles. Justamente en el otro aspecto en donde destaca la catolicidad de Calvino (la institucionalidad), se ubica una de las trincheras actuales en que los creyentes podemos y debemos sumarnos a la búsqueda de su transformación. Porque resulta muy claro que la labor reformadora no puede darse por concluida si no son visibles los cambios en la mentalidad, en los proyectos y en las acciones de la Iglesia.
En La necesidad de reformar la Iglesia (1544), Calvino, incluye cinco aspectos básicos que deben modificarse: la adoración; la oración; la doctrina de la salvación; los sacramentos; y el gobierno de la iglesia. Cada uno de estos aspectos es expuesto de manera programática a la luz de los avances que ya se tenían hasta ese momento y como una respuesta a las críticas que dentro del imperio de Carlos V se lanzaban contra las iglesias protestantes en general. Calvino asume estas críticas y reconoce que los cambios deberían profundizarse. Con esta actitud, ajena a cualquier tipo de triunfalismo, abrió la puerta para que la reforma de las diversas iglesias siguiera su propio camino:
Aun nuestros enemigos no pueden negar nuestra perseverancia en exhortar a los hombres a esperar el bien que ellos desean de ningún otro más que de Dios, confiar en Su poder, descansar en Su bondad, depender en Su verdad, y volverse a Él con todo el corazón, reposar en Él con plena esperanza, y acudir a Él en la necesidad, esto es, en cada momento; atribuirle a Él toda cosa buena que disfrutamos, y lo manifestamos así por expresiones abiertas de alabanza. Y para que ninguno sea impedido por la dificultad de entrar, proclamamos que una fuente completa de bendiciones nos es abierta en Cristo, y que de ella podemos tomar para cada necesidad. Nuestros escritos son testigos, y nuestros sermones testifican de cuán frecuentes y diligentes somos en recomendar el arrepentimiento verdadero, instando a los hombres a renunciar su propia razón y deseos carnales, y a sí mismos enteramente, para que puedan ser traídos a la obediencia a Dios solamente, y ya no vivir para sí mismos sino para Él. Tampoco pasamos por alto los deberes externos y obras de caridad [amor], que se siguen de este tipo de renovación. Esto digo, es la forma segura e infalible del culto, que sabemos que Él aprueba, porque es la forma que Su Palabra prescribe, y estos los únicos sacrificios de la Iglesia cristiana que tienen Su autoridad.[1]
2. La consigna del cambio en la Iglesia cristiana de todos los tiempos
Si hay alguna epístola en donde el apóstol Pablo promueva el cambio en todos los órdenes de la vida de fe, ésa sería la que escribió a las comunidades de Galacia (Iconio, Listra, Derbe), fruto de su primer esfuerzo misionero en Europa, pues seguramente al dirigirse a ellas recordaría con especial emoción los primeros tiempos de su labor al servicio de la expansión del Evangelio. No obstante, en varios momentos manifiesta una clara decepción por las tendencias “regresivas” que surgieron al interior de dichas comunidades, en el sentido de asumir prácticas ligadas al judaísmo tradicional, es decir, de un modo que en vez de avanzar o de profundizar la reforma de la fe, como diríamos hoy, mostraba un claro retroceso opuesto al cambio que la fe evangélica debía producir. La metáfora de la niñez en desarrollo hacia una vida adulta que utiliza en el cap. 4 para referirse a los avances que habían sucedido en la historia de la salvación le sirve para aclarar que, “cuando vino el cumplimiento del tiempo”, el kairós divino, la maduración de circunstancias y coyunturas específicas, la actuación del propio Dios desencadenó una serie de cambios que ahora debían ser entendidas, aceptadas y promovidas por la Iglesia de todos los tiempos, comenzando por las comunidades de Galacia. El acto supremo de adopción a través de Jesucristo era el motor para este conjunto de transformaciones en la mentalidad y en la acción de los/as creyentes.
Por ello, el apóstol se dirige enérgicamente a los cristianos gálatas para recordarles que los avances verdaderos en la comprensión de la voluntad revelada de Dios no pueden tener retrocesos sin consecuencias negativas para la marcha del reino de Dios en el mundo, al grado de que llega a dudar de la efectividad de su trabajo si ellos siguen en el esquema antiguo de “guardar los días, los meses, los tiempos, los años” (vv. 10-11), esto es, que sigan apegados a las reglas y las fiestas judías, ya superadas por la manifestación abrumadora del hecho de Cristo. Cuando Pablo estaba entre ellos, agrega, se mostraban más dispuestos al cambio, pero en su ausencia volvían al pasado (v. 18). La reforma de la Iglesia, subrayaríamos hoy en este orden de ideas paulinas, sólo se consumará hasta que “Cristo sea formado en la comunidad” (v. 19), una fórmula cristológica y eclesiológica que resume magníficamente el verdadero objetivo de las transformaciones al interior de las iglesias, pues la reforma integral de la Iglesia no consiste únicamente en una moda o en una conmemoración enfermiza o idolátrica de nombres, fechas y situaciones épicas, sino más bien en la constante revisión de nuestra disposición para ser conducidos por el Espíritu libre de Dios hacia donde Él quiera que marche la Iglesia.
La perplejidad paulina (v. 20) tenía que ver con el hecho de que las comunidades de Galacia entendieran el nuevo rumbo que Dios le había dado a sus vidas y que, con madurez y valor, asintieran y realizaran, en su vida individual y colectiva, las consecuencias del enorme cambio realizado por Él en el mundo y en la comunidad de fieles. Las personas que habían colocado a Jesús como razón de ser de sus vidas no podían voltear al pasado de esclavitud del cual venían, para lo cual el apóstol recurre a la historia de Agar, con la intención de subrayar que los creyentes del momento eran “hijos de la promesa”, como Isaac (v. 28). La libertad cristiana, afirmada por las Escrituras y experimentada todos los días por cada seguidor/a de Jesús, es el punto de partida no solamente para nuevas formas de convivencia sino también la plataforma para llevar a cabo todas las transformaciones que la Iglesia requiera, en su pensamiento y acción. Mucho de este programa divino fue retomado por los y las reformadores/as del siglo XVI y sigue vigente, pues la reforma de todos los espacios de acción de la Iglesia es una responsabilidad permanente para todos sus integrantes. El culto, la espiritualidad, la enseñanza, la evangelización, la misión, el servicio: todas esas áreas deben ser reformadas continuamente para tratar de estar a la altura de las exigencias divinas y del mundo en el que le toca vivir a la Iglesia de todos los tiempos, de tal modo que podamos decir, como lo han hecho las iglesias evangélicas uruguayas en esta fecha tan relevante:
Celebramos el redescubrimiento de la inconmensurable misericordia de Dios. Por su sola Gracia y sin mediación de persona ni mérito alguno, nos coloca en una perspectiva liberadora de salvación, recordándonos que por el solo sacrificio de Cristo en la cruz, Dios perdona nuestra iniquidad y nos vuelve a considerar hijas e hijos suyos.
A casi 500 años, el mensaje de la Reforma:
· Nos reorienta en la vocación de vivir la fe como una confianza activa en un Dios vivo y amoroso.
· Nos impulsa a una espiritualidad basada en el agradecimiento y la responsabilidad individual y colectiva y no en los méritos y el miedo al castigo.
· Nos motiva a un trabajo cotidiano solidario, sirviendo al prójimo a través del desempeño de la profesión o tarea particular con los dones (capacidades) que con igual bondad Dios ha repartido a cada uno y cada una.
· Nos desafía a ser ministros y ministras de Dios, como educadoras, enfermeras, cartoneros, carpinteros, políticos, empleadas domésticas, industriales, albañiles, doctores, barrenderos, predicadores, peones rurales, policías, músicos y en cada una de las otras y tantas ocupaciones y profesiones que existen; con igual dignidad, para el bien de la sociedad y la sola gloria de Dios.[2]
Si hay alguna epístola en donde el apóstol Pablo promueva el cambio en todos los órdenes de la vida de fe, ésa sería la que escribió a las comunidades de Galacia (Iconio, Listra, Derbe), fruto de su primer esfuerzo misionero en Europa, pues seguramente al dirigirse a ellas recordaría con especial emoción los primeros tiempos de su labor al servicio de la expansión del Evangelio. No obstante, en varios momentos manifiesta una clara decepción por las tendencias “regresivas” que surgieron al interior de dichas comunidades, en el sentido de asumir prácticas ligadas al judaísmo tradicional, es decir, de un modo que en vez de avanzar o de profundizar la reforma de la fe, como diríamos hoy, mostraba un claro retroceso opuesto al cambio que la fe evangélica debía producir. La metáfora de la niñez en desarrollo hacia una vida adulta que utiliza en el cap. 4 para referirse a los avances que habían sucedido en la historia de la salvación le sirve para aclarar que, “cuando vino el cumplimiento del tiempo”, el kairós divino, la maduración de circunstancias y coyunturas específicas, la actuación del propio Dios desencadenó una serie de cambios que ahora debían ser entendidas, aceptadas y promovidas por la Iglesia de todos los tiempos, comenzando por las comunidades de Galacia. El acto supremo de adopción a través de Jesucristo era el motor para este conjunto de transformaciones en la mentalidad y en la acción de los/as creyentes.
Por ello, el apóstol se dirige enérgicamente a los cristianos gálatas para recordarles que los avances verdaderos en la comprensión de la voluntad revelada de Dios no pueden tener retrocesos sin consecuencias negativas para la marcha del reino de Dios en el mundo, al grado de que llega a dudar de la efectividad de su trabajo si ellos siguen en el esquema antiguo de “guardar los días, los meses, los tiempos, los años” (vv. 10-11), esto es, que sigan apegados a las reglas y las fiestas judías, ya superadas por la manifestación abrumadora del hecho de Cristo. Cuando Pablo estaba entre ellos, agrega, se mostraban más dispuestos al cambio, pero en su ausencia volvían al pasado (v. 18). La reforma de la Iglesia, subrayaríamos hoy en este orden de ideas paulinas, sólo se consumará hasta que “Cristo sea formado en la comunidad” (v. 19), una fórmula cristológica y eclesiológica que resume magníficamente el verdadero objetivo de las transformaciones al interior de las iglesias, pues la reforma integral de la Iglesia no consiste únicamente en una moda o en una conmemoración enfermiza o idolátrica de nombres, fechas y situaciones épicas, sino más bien en la constante revisión de nuestra disposición para ser conducidos por el Espíritu libre de Dios hacia donde Él quiera que marche la Iglesia.
La perplejidad paulina (v. 20) tenía que ver con el hecho de que las comunidades de Galacia entendieran el nuevo rumbo que Dios le había dado a sus vidas y que, con madurez y valor, asintieran y realizaran, en su vida individual y colectiva, las consecuencias del enorme cambio realizado por Él en el mundo y en la comunidad de fieles. Las personas que habían colocado a Jesús como razón de ser de sus vidas no podían voltear al pasado de esclavitud del cual venían, para lo cual el apóstol recurre a la historia de Agar, con la intención de subrayar que los creyentes del momento eran “hijos de la promesa”, como Isaac (v. 28). La libertad cristiana, afirmada por las Escrituras y experimentada todos los días por cada seguidor/a de Jesús, es el punto de partida no solamente para nuevas formas de convivencia sino también la plataforma para llevar a cabo todas las transformaciones que la Iglesia requiera, en su pensamiento y acción. Mucho de este programa divino fue retomado por los y las reformadores/as del siglo XVI y sigue vigente, pues la reforma de todos los espacios de acción de la Iglesia es una responsabilidad permanente para todos sus integrantes. El culto, la espiritualidad, la enseñanza, la evangelización, la misión, el servicio: todas esas áreas deben ser reformadas continuamente para tratar de estar a la altura de las exigencias divinas y del mundo en el que le toca vivir a la Iglesia de todos los tiempos, de tal modo que podamos decir, como lo han hecho las iglesias evangélicas uruguayas en esta fecha tan relevante:
Celebramos el redescubrimiento de la inconmensurable misericordia de Dios. Por su sola Gracia y sin mediación de persona ni mérito alguno, nos coloca en una perspectiva liberadora de salvación, recordándonos que por el solo sacrificio de Cristo en la cruz, Dios perdona nuestra iniquidad y nos vuelve a considerar hijas e hijos suyos.
A casi 500 años, el mensaje de la Reforma:
· Nos reorienta en la vocación de vivir la fe como una confianza activa en un Dios vivo y amoroso.
· Nos impulsa a una espiritualidad basada en el agradecimiento y la responsabilidad individual y colectiva y no en los méritos y el miedo al castigo.
· Nos motiva a un trabajo cotidiano solidario, sirviendo al prójimo a través del desempeño de la profesión o tarea particular con los dones (capacidades) que con igual bondad Dios ha repartido a cada uno y cada una.
· Nos desafía a ser ministros y ministras de Dios, como educadoras, enfermeras, cartoneros, carpinteros, políticos, empleadas domésticas, industriales, albañiles, doctores, barrenderos, predicadores, peones rurales, policías, músicos y en cada una de las otras y tantas ocupaciones y profesiones que existen; con igual dignidad, para el bien de la sociedad y la sola gloria de Dios.[2]
Notas
[1] J. Calvino, La necesidad de reformar la Iglesia, http://www.presbiterianoreformado.org/doctrina/necesidadreformar.php.
[1] J. Calvino, La necesidad de reformar la Iglesia, http://www.presbiterianoreformado.org/doctrina/necesidadreformar.php.
[2] “Iglesias de Uruguay en un nuevo aniversario de la Reforma Protestante”, en EcuPres. Agencia de Noticias Prensa Ecuménica, 29 de octubre de 2010, www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=9171.
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