23 de enero de 2011
1. La fidelidad de Dios a su pacto
Una de las cosas que llama más la atención en la forma en que el libro del Éxodo expone la formalización del pacto de Yahvé con su pueblo es la intensidad con que se va desplegando históricamente a medida que avanza la experiencia de la comunidad en el camino nuevo de la libertad. La confianza con la que Moisés se dirige a Dios manifiesta cómo se fue forjando un liderazgo que reconoció plenamente las acciones liberadoras y participó en la conformación de la “comunidad alternativa”, la cual, como fruto de la salida de la situación de esclavitud en Egipto, comenzó a aprender la experiencia de la libertad en el desierto, a la vez que identificó el nuevo rostro de un Dios solidario y atento a sus necesidades. El proyecto original, expuesto por Moisés al Faraón: “Deja ir a mi pueblo, para que me sirva” (Éx 8.1). La fortaleza con que el pacto se consolidó en medio de las veleidades históricas dependió enteramente de la manera en que Dios se condujo con el pueblo, pues incluso ante los exabruptos del dirigente principal, como cuando quebró las tablas de la Ley ante la infidelidad manifiesta del pueblo, Yahvé no cejó en su afán de conducir, diríamos hoy, pastoralmente a su pueblo para que pudiera entender, progresivamente, las bondades y exigencias del pacto al que era llamado y que se encaminaban a establecer en el mundo una nueva forma de convivencia basada en la libertad como premisa fundamental.
En Éxodo 33 encontramos uno de los diálogos más intensos de Moisés con Yahvé, pues luego de la entrega de la Ley y de afirmar los lineamientos del pacto con el pueblo mediante una serie de ordenaciones litúrgicas y de organización de la vida social, el líder del pueblo debe escuchar el anuncio de que Dios no marcharía más al lado del pueblo debido a sus desobediencias constantes (33.3), puesto que eso mismo pondría en riesgo la sobrevivencia del pueblo. Éste reacciona en consecuencia con tristeza y decepción, pues ese aparente “abandono” de Yahvé no garantizaría en absoluto la consumación de las promesas del éxodo y la plenitud de vida en la tierra hacia la cual se dirigía el pueblo liberado. Dos situaciones nuevas se presentaban ahora: al quitarse las joyas y atavíos (33.4b, 5b-6), el pueblo renunciaba a las manifestaciones externas de grandeza o poder y subordinaba su existencia a la gracia y voluntad de Dios que está por manifestarse. Moisés, por su parte, toma el tabernáculo, la representación física de la presencia de Yahvé en medio del pueblo, y lo llevó fuera del campamento. Con ello, marcaba una distancia con la trascendencia divina y obligaba al pueblo a hacer un esfuerzo mayor para encontrarse con Dios: “…cualquiera que buscaba a Yahvé, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento” (33.7b).
Moisés captó muy bien los riesgos de no contar con la presencia divina ante los desafíos que debía enfrentar el pueblo, pues aunque la comunidad estaba expectante cada vez que él se presentaba delante de Dios (33.8-10), el anuncio de su alejamiento tenía preocupado al pueblo. Para atajar la situación, Moisés se dirige a Yahvé y le solicita la garantía de su acompañamiento para cumplir las expectativas de la comunidad y6 recibe palabras de aliento: “Mi presencia irá contigo y te daré descanso” (33.14). La carga espiritual, social y política que llevaba Moisés sobre sus hombros es redirigida por el propio Dios para asegurar que sus planes se cumplirán. No obstante, Moisés es enfático: “Si no vas a estar conmigo, es preferible que no nos saques de aquí. ¿Cómo sabré que estarás con nosotros y que verdaderamente nos has apartado de entre todos los pueblos de la tierra?” (33.15-16). A Dios le agradó esta forma de reaccionar y accedió, nada menos, que a “mostrar su gloria”, es decir, a dejarse ver, aunque no de manera plena (33.20). El pueblo ahora sabría que el Dios liberador seguiría estando con ellos luego de esta negociación en la que la propia libertad de Dios estaría salvaguardada. Vendría ahora una nueva versión de las tabla de la ley destrozadas por Moisés (34.1-10) y un reforzamiento de la alianza.
Una de las cosas que llama más la atención en la forma en que el libro del Éxodo expone la formalización del pacto de Yahvé con su pueblo es la intensidad con que se va desplegando históricamente a medida que avanza la experiencia de la comunidad en el camino nuevo de la libertad. La confianza con la que Moisés se dirige a Dios manifiesta cómo se fue forjando un liderazgo que reconoció plenamente las acciones liberadoras y participó en la conformación de la “comunidad alternativa”, la cual, como fruto de la salida de la situación de esclavitud en Egipto, comenzó a aprender la experiencia de la libertad en el desierto, a la vez que identificó el nuevo rostro de un Dios solidario y atento a sus necesidades. El proyecto original, expuesto por Moisés al Faraón: “Deja ir a mi pueblo, para que me sirva” (Éx 8.1). La fortaleza con que el pacto se consolidó en medio de las veleidades históricas dependió enteramente de la manera en que Dios se condujo con el pueblo, pues incluso ante los exabruptos del dirigente principal, como cuando quebró las tablas de la Ley ante la infidelidad manifiesta del pueblo, Yahvé no cejó en su afán de conducir, diríamos hoy, pastoralmente a su pueblo para que pudiera entender, progresivamente, las bondades y exigencias del pacto al que era llamado y que se encaminaban a establecer en el mundo una nueva forma de convivencia basada en la libertad como premisa fundamental.
En Éxodo 33 encontramos uno de los diálogos más intensos de Moisés con Yahvé, pues luego de la entrega de la Ley y de afirmar los lineamientos del pacto con el pueblo mediante una serie de ordenaciones litúrgicas y de organización de la vida social, el líder del pueblo debe escuchar el anuncio de que Dios no marcharía más al lado del pueblo debido a sus desobediencias constantes (33.3), puesto que eso mismo pondría en riesgo la sobrevivencia del pueblo. Éste reacciona en consecuencia con tristeza y decepción, pues ese aparente “abandono” de Yahvé no garantizaría en absoluto la consumación de las promesas del éxodo y la plenitud de vida en la tierra hacia la cual se dirigía el pueblo liberado. Dos situaciones nuevas se presentaban ahora: al quitarse las joyas y atavíos (33.4b, 5b-6), el pueblo renunciaba a las manifestaciones externas de grandeza o poder y subordinaba su existencia a la gracia y voluntad de Dios que está por manifestarse. Moisés, por su parte, toma el tabernáculo, la representación física de la presencia de Yahvé en medio del pueblo, y lo llevó fuera del campamento. Con ello, marcaba una distancia con la trascendencia divina y obligaba al pueblo a hacer un esfuerzo mayor para encontrarse con Dios: “…cualquiera que buscaba a Yahvé, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento” (33.7b).
Moisés captó muy bien los riesgos de no contar con la presencia divina ante los desafíos que debía enfrentar el pueblo, pues aunque la comunidad estaba expectante cada vez que él se presentaba delante de Dios (33.8-10), el anuncio de su alejamiento tenía preocupado al pueblo. Para atajar la situación, Moisés se dirige a Yahvé y le solicita la garantía de su acompañamiento para cumplir las expectativas de la comunidad y6 recibe palabras de aliento: “Mi presencia irá contigo y te daré descanso” (33.14). La carga espiritual, social y política que llevaba Moisés sobre sus hombros es redirigida por el propio Dios para asegurar que sus planes se cumplirán. No obstante, Moisés es enfático: “Si no vas a estar conmigo, es preferible que no nos saques de aquí. ¿Cómo sabré que estarás con nosotros y que verdaderamente nos has apartado de entre todos los pueblos de la tierra?” (33.15-16). A Dios le agradó esta forma de reaccionar y accedió, nada menos, que a “mostrar su gloria”, es decir, a dejarse ver, aunque no de manera plena (33.20). El pueblo ahora sabría que el Dios liberador seguiría estando con ellos luego de esta negociación en la que la propia libertad de Dios estaría salvaguardada. Vendría ahora una nueva versión de las tabla de la ley destrozadas por Moisés (34.1-10) y un reforzamiento de la alianza.
2. Dios se compromete a estar siempre presente
La calidad moral y espiritual requerida para el liderazgo del pueblo de Dios aparece nítidamente en la figura de Moisés, quien luego de esta ardua negociación con Yahvé lo reconoce como un Dios “fuerte, misericordioso y piadoso; lento para el enojo y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado… (34.6b-7a). La alianza se refuerza mediante un esfuerzo divino-humano de acercamiento gracias a la disposición encontrada por el propio Dios para acatar su voluntad. La mediación humana de Moisés proporcionó también un espacio de gracia para tratar con la magnificencia y la santidad de Yahvé y, así, atenuar los riesgos de la destrucción del pueblo.
El éxodo continuaría así, a través de una etapa de profundización de la alianza que funcionará mediante una cadena de advertencias acerca de las obligaciones teológicas, rituales y éticas del pueblo. Debería surgir entonces, una suerte de “ética colectiva” que le aseguraría al pueblo la posibilidad de seguir tratando con Dios en medio de las nuevas circunstancias históricas. La capacitación espiritual y política del pueblo se pondría a prueba, más tarde, de diversas maneras en coyunturas inesperadas y que mostrarían, paulatinamente, el esquema de relación que Dios esperaba mantener con el pueblo.
La figura de Moisés, rescatada y subrayada por la carta a los Hebreos, se ubica en la historia del pacto como determinante para canalizar, al mismo tiempo, las esperanzas humanas y los propósitos divinos, una relación que implica enormes dificultades de conciliación pero que en la historia posterior al éxodo fue mostrando su desarrollo e implicaciones.
La calidad moral y espiritual requerida para el liderazgo del pueblo de Dios aparece nítidamente en la figura de Moisés, quien luego de esta ardua negociación con Yahvé lo reconoce como un Dios “fuerte, misericordioso y piadoso; lento para el enojo y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado… (34.6b-7a). La alianza se refuerza mediante un esfuerzo divino-humano de acercamiento gracias a la disposición encontrada por el propio Dios para acatar su voluntad. La mediación humana de Moisés proporcionó también un espacio de gracia para tratar con la magnificencia y la santidad de Yahvé y, así, atenuar los riesgos de la destrucción del pueblo.
El éxodo continuaría así, a través de una etapa de profundización de la alianza que funcionará mediante una cadena de advertencias acerca de las obligaciones teológicas, rituales y éticas del pueblo. Debería surgir entonces, una suerte de “ética colectiva” que le aseguraría al pueblo la posibilidad de seguir tratando con Dios en medio de las nuevas circunstancias históricas. La capacitación espiritual y política del pueblo se pondría a prueba, más tarde, de diversas maneras en coyunturas inesperadas y que mostrarían, paulatinamente, el esquema de relación que Dios esperaba mantener con el pueblo.
La figura de Moisés, rescatada y subrayada por la carta a los Hebreos, se ubica en la historia del pacto como determinante para canalizar, al mismo tiempo, las esperanzas humanas y los propósitos divinos, una relación que implica enormes dificultades de conciliación pero que en la historia posterior al éxodo fue mostrando su desarrollo e implicaciones.
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