sábado, 29 de enero de 2011

El pacto de Dios en la vida cotidiana de su pueblo, L. Cervantes-O.

30 de enero, 2011

1. Pacto y ley: los tres usos
El pacto de Yahvé con su pueblo debía tener consecuencias espirituales, éticas y comunitarias en la vida cotidiana porque de otra manera se corría el riesgo de hacer del mismo una ficción religiosa más, ajena a las realidades humanas. Los escritores y redactores del Pentateuco, muy conscientes de las limitaciones de la religiosidad, asumieron la tarea de interpretar históricamente los alcances del pacto de Yahvé con el pueblo de Israel para desglosar, mediante las leyes instauradas por la tradición de Moisés, un corpus jurídico que fuera capaz de dar cohesión a la vida comunitaria en todos los sentidos. De ahí que la vida humana, individual y colectiva, es expuesta en todos sus detalles para demostrar la forma en que Yahvé, como Dios de la alianza, deseaba ser significativo en medio de todas las relaciones sociales, morales, económicas y políticas de un pueblo que, más allá de su diferencia cultual con las culturas circundantes, fuera capaz de existir en el mundo con una visión clara de los designios divinos para cada situación de la vida, pero siempre a través del ejercicio de una libertad que diera fe de las condiciones básicas que Yahvé esperaba que se cumplieran como evidencia de que Israel efectivamente podía ser visto como una “comunidad alternativa” que superase las formas enajenantes de la religión.
Dentro de la tradición reformada, uno de los conceptos doctrinales más importantes, relacionados con la comprensión de una ética derivada del pacto de Dios con su pueblo es lo que se conoce como “los usos de la ley”. El primero es el uso original, el político, civil y social, aunque con una enorme cantidad de elementos rituales. Es el uso relacionado con los aspectos externos de la fe y la alianza con Dios. Esta ley original, mosaica, se estableció como una norma comunitaria, organizativa y litúrgica. Escribe Calvino, jurista y teólogo:

Por Ley no entiendo solamente los diez mandamientos, los cuales nos dan la regla para vivir piadosa y santamente, sino la forma de la religión tal y como Dios la promulgó por medio de Moisés. Porque Moisés no fue dado como legislador, para que abrogase la bendición prometida al linaje de Abraham, sino que más bien vemos cómo a cada paso trae a la memoria a los judíos el pacto gratuito hecho con sus padres, del cual ellos eran los herederos, como si él hubiera sido enviado para renovarlo (Institución de la Religión Cristiana, II, vii).

Siguiendo a la carta a los Hebreos (8.5), Calvino explica que, si bien ahora nos repugnan muchos de los lineamientos rituales de los aspectos externos de la Ley, debemos hacer el esfuerzo espiritual por descubrir en qué sentido Dios deseaba conducir a su pueblo por caminos de justicia mediante las instrucciones tan precisas, y a veces tan difíciles de cumplir que aparecen en los libros de Éxodo y Levítico. El segundo uso, el pedagógico, se basa en las palabras paulinas que se refieren a la Ley como un maestro cercano, un ayo, un pedagogo (Gál 3.24) que reconoce sus limitaciones pero que, aun así, cumple una función instructiva para llevarnos a Cristo (“El fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”, Ro 10.4). Este uso tiene el propósito de convencer a los seres humanos acerca de la banalidad de sus esfuerzos propios para alcanzar la perfección. Estamos ante lo máximo que puede lograr la religión en este mundo: proponer la bondad como modelo de vida, pero sin las atribuciones suficientes para lograrla.
Las palabras paulinas de Romanos 7, destacan dramáticamente esta incapacidad religiosa y legal para conseguir “empatar” la existencia con la justicia divina: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro 7.12, 22-23). Este conflicto, irresoluble sin la intervención de la gracia divina, dice Pablo, hace que la Ley nos entregue a Jesucristo como única posibilidad de resolución: allí nace la posibilidad de que la Ley divina tenga un efecto profundo en la vida y sea capaz de devolvernos la dignidad y la libertad de hijos e hijas de Dios, pues de otra manera seguiríamos siendo “hijos de la ira” (Ef 2.3):

Así que la Ley sirve para exhortar a los fieles, no para complicar sus conciencias con maldiciones. Incitándolos una y otra vez los despierta de su pereza y los estimula para que salgan de su imperfección. Hay muchos que por defender la libertad de la maldición de la Ley dicen que ésta ha sido abrogada y que no tiene valor para los fieles ? sigo hablando de la Ley moral ?, no porque no siga prescribiendo cosas justas, sino únicamente para que ya no siga significando para ellos lo que antes, y no los condene y destruya pervirtiendo y confundiendo sus conciencias. San Pablo bien claramente muestra esta derogación de la Ley. Y que el Señor también la haya enseñado se ve manifiestamente por el hecho de no haber refutado la opinión de que Él había de destruir y hacer vana la Ley, lo cual no hubiera hecho si no se le hubiera acusado de ello. Ahora bien, tal opinión no se hubiera podido difundir sin algún pretexto o razón, por lo cual es verosímil que nació de una falsa exposición de la doctrina de Cristo; pues casi todos los errores suelen tomar ocasión de la verdad. Por tanto, para no caer nosotros también en el mismo error, será necesario que distingamos cuidadosamente lo que está abrogado en la Ley, y lo que aún permanece en vigor (IRC, II, vii, 14).

La ley moral permanece, pero ahora tenemos que relacionarnos con la Ley en general como Cristo mismo se relacionó. Ésa es la razón de ser del llamado “tercer uso de la ley”, es decir, el uso ético y cristiano de la misma.

2. Levítico y la vida cotidiana
Escuchemos este magnífico resumen acerca de los propósitos del Levítico, como resumen legal para una existencia sana y coherente del pueblo, según los parámetros del pacto con Yahvé:

El objetivo primero del libro del Levítico sería el de articular diversos códigos referentes a la vida civil y cúltica, teniendo como marco el calendario de fiestas (capítulo 23), y centralizar de forma definitiva la reconstrucción de la vida nacional después del exilio en el culto y en la ley en el ámbito del proyecto persa para la región.
El Levítico explicitaría así las propuestas de la reforma de Esdras, tanto en lo que respecta a la reforma del clero y del culto como también a la debida organización de la vida económica del templo y el sistema de las ofrendas, estableciendo la relación necesaria entre la jurisdicción civil y la religiosa.
Los diversos códigos articulados dan a la comunidad judía organizada alrededor del templo indicaciones acerca de todos los aspectos de la observación religiosa en conexión con todas las dinámicas de la vida (económica, social, sexual, física, ética...), teniendo como eje estructurado de la vida de la sociedad la liturgia del culto y el liderazgo del clero.
[1]

De manera muy imaginativa, Cardoso Pereira nos lleva de la mano por la anatomía divina y humana para explicar el contenido del libro y lo sintetiza como sigue: las instrucciones relacionadas con “la nariz de Dios” aparecen en los caps. 1-7 (el sacrificio; la ofrenda vegetal; los sacrificios pacíficos; el sacrificio por el pecado; casos de indigencia; el sacrificio de reparación; procedimientos rituales complementarios; y los procedimientos de los sacerdotes en los diversos sacrificios). En los caps. 8-10, se relacionan “el cuerpo de Dios y el ojo del ser humano”, pues reúnen leyes acerca de los sacerdotes, sus funciones y obligaciones en todos los rituales. La presencia de Dios, requerida por el pueblo, se sitúa en 9.4, 6, 23. El cuerpo humano (hombre y mujer) como tal aparece en los caps. 11-15, en busca de la purificación ritual en términos de las comidas (11), el parto (12), la enfermedad (13-14) y el sexo (15). El 16 instala la celebración del Día de la Expiación como centro de las celebraciones. Los caps. 17-26 se ocuparán del “cuerpo social”, el entramado en donde la cotidianidad con todas sus manifestaciones exigirá verificar los resultados de la alianza.
El cap. 19 subraya la necesidad de vivir como consecuencia de la creencia en un Dios de santidad, ajeno por completo a la injusticia y el pecado prevalecientes en el mundo. La santidad exigida al pueblo pasa por una praxis que rebasa la doctrina y se instala en el corazón mismo de la vida diaria, esto es, en donde las personas son lo que son siempre: seres humanos en continuo conflicto entre el ser y el deber ser. Allí se debate verdaderamente si el pacto de ha interiorizado o no: en las relaciones comerciales, laborales y personales. Aquí es donde cualquier ley o creencia pasa por su verificación histórica. Se trata, en palabras de W. Brueggemann, de vivir en una “santidad disciplinada”, pero siempre en medio del mundo, en la vida de todos los días: desde obedecer a los padres hasta entregar el salario adecuado.

[1] Nancy Cardoso Pereira, “Comida, sexo y salud: leyendo el Levítico en América Latina”, en RIBLA, núm. 23, www.claiweb.org/ribla/ribla23/comida%20sexo%20salud.htmlhttp://www.claiweb.org/ribla/ribla23/comida%20sexo%20salud.html

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