domingo, 16 de enero de 2011

Letra 204, 16 de enero de 2011


EL PAPA COPTO SHENOUDA III RECIBE LAS CONDOLENCIAS DE UNA DELEGACIÓN DEL CMI
Consejo Mundial de Iglesias, 13 de enero de 2011

Visitantes procedentes de las oficinas de Ginebra del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) tuvieron el honor de ser recibidos en El Cairo, Egipto, el 8 de enero de 2011, por el papa Shenouda III de la Iglesia Ortodoxa Copta. El Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, secretario general del CMI, presidió el grupo enviado a El Cairo para ofrecer personalmente las condolencias por el mortal ataque de bomba perpetrado el día de Año Nuevo en una iglesia de Alejandría.
Tveit expresó al papa Shenouda la condolencia y el apoyo de las iglesias miembros del CMI en este período difícil para Egipto. Le aseguró que la comunidad de iglesias está unida en la oración por la Iglesia Ortodoxa Copta y por todo el pueblo de Egipto. El secretario general del CMI habló de la cruz como símbolo de solidaridad compartido por los cristianos en todo el mundo. "La cruz sirve para recordar los sufrimientos que surgen en la vida humana y la muerte de Cristo en la cruz, pero, como emblema cristiano, indica también la resurrección, la reconciliación y la paz", dijo Tveit.
En su mensaje de Navidad, que los ortodoxos coptos celebran el 7 de enero, el papa Shenouda centró su atención en el amor y la paz de Dios para todas las personas. "Es alentador", dijo Tveit, "ver cómo su mensaje inspiró tanto a los cristianos como a los musulmanes a mantenerse unidos contra la violencia y los intentos de dividir al pueblo. El papa Shenouda demuestra que, cuando el liderazgo espiritual está bien orientado, se ejerce una enorme influencia para la construcción de la paz".
El papa Shenouda subrayó la importancia de orar a Dios y la necesidad de solidaridad entre todos los pueblos. Tveit viajó de Ginebra a El Cairo acompañado por el director de programas del CMI, Rev. Dr. Hielke Wolters, y la encargada del programa para el diálogo entre cristianos y musulmanes, Rima Barsoum.
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INVESTIGAR O SOMETERSE, HE AHÍ EL DILEMA (I)
Juan G. Bedoya
El País, 5 de enero de 2011
La Teología, con mayúscula, la disciplina académica que presumía antaño de ser la emperatriz de las ciencias, aparece hoy encerrada en una capilla de catequistas repitiendo lo que el Vaticano decide en cada momento. Es solo una apariencia. Grandes pensadores cristianos producen su obra cobijados en centros universitarios laicos, o publican en editoriales libres de control eclesiástico. Un ejemplo es el teólogo suizo Hans Küng, perito del Concilio Vaticano II junto a Joseph Ratzinger (hoy papa Benedicto XVI). Execrado sin contemplaciones por Roma, que le retiró incluso la
categoría de "teólogo católico", Küng sigue siendo una referencia mundial. El próximo mes de enero será investido doctor honoris causa por la Universidad a Distancia (UNED), a propuesta de su Facultad de Filosofía.
En España funcionan ya una docena de centros superiores donde la Teología o las ciencias de las religiones no tienen tufillo eclesiástico alguno. Son cátedras creadas sin interferencia religiosa y dirigidas por profesores de plantilla de las propias Universidades. Entre otras, cuentan con centros de ese tipo las Universidades Complutense y Carlos III (Comunidad de Madrid), la Pablo de Olavide (Sevilla), la Pompeu Fabra de Barcelona, la Universidad de Valencia y la cátedra de Filosofía de la Religión e Historia de las Religiones en la propia UNED.
La pérdida del tradicional monopolio teológico de la jerarquía católica ha sido pacífica. Nadie discute ya la competencia del Estado para crear facultades de Teología, y mucho menos la existencia de Universidades católicas con igual fin. No siempre fue así. La sabiduría popular, la más afectada por las feroces guerras de religión que asolaron Europa durante siglos, acuñó la expresión "¡Y se armó la de Dios es Cristo!", para escenificar las consecuencias de las disputas teológicas sobre si Jesús de Nazaret era hijo de Dios, y no un simple mesías.
Viejos recuerdos de la Inquisición, entre otros. Ahora, la Iglesia de Roma tiene un núcleo irrenunciable de doctrina y lo guarda con siete llaves, sin discusión, pero sin violencia. Hacia fuera, sin embargo, florecen teólogos que escapan de la caverna, liberados de amenazas de tortura u hoguera. Son pocos, pero suelen tener el favor del público. Es la atracción de la disidencia.
Entre los que en España han pagado por la osadía de ser libres destacan en los últimos años José María Díez-Alegría, José María Castillo, Benjamín Forcano, José Antonio Pagola, Juan Masiá y Juan Antonio Estrada, apartados de la docencia mediante sinuosos procesos. El último caso es el del teólogo franciscano José Arregi, obligado a abandonar la congregación de Francisco de Asís para evitar males mayores a sus superiores.
Humiliter se subiecti. Se ha sometido humildemente. Ésta era la fórmula de sometimiento de los censurados por Roma. Persiste. El Vaticano II suprimió en 1965 el Santo Oficio de la Inquisición, pero ha resurgido con fuerza, ahora con el nombre
de Congregación para la Doctrina de la Fe. También hay un latinajo para enunciar la nueva intransigencia. Roma locuta, causa finita. Una vez que Roma se ha pronunciado, el asunto queda zanjado. Es difícil encontrar otra institución que trate de modo tan desdeñoso a quienes defienden otros puntos de vista en sus filas.
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JESÚS Y LOS DERECHOS DE LAS MUJERES (I)
Cristina Conti
Lupa Protestante, 12 de diciembre de 2010
Cuando se enunciaron los Derechos Humanos poco antes de la revolución francesa, esos derechos se referían exclusivamente a los varones de la especie humana. La otra mitad de la humanidad no fue tenida en cuenta. Es más, recién se consideraron seriamente los derechos de las mujeres gracias a los reclamos del primer movimiento feminista, el de las sufragistas de fines del siglo XIX. Muchas de ellas habían militado en los movimientos contra la esclavitud. Mientras luchaban por la libertad de los esclavos, estas mujeres fueron tomando conciencia de que a ellas también la sociedad patriarcal las mantenía en una especie de esclavitud, y así comenzaron a luchar por sus propios derechos. Se las llamó sufragistas porque lo primero que reclamaron fue el derecho al voto, pensando ingenuamente que, una vez que las mujeres pudieran votar, sus derechos humanos empezarían a ser reconocidos.
Si bien, algunos años después, las mujeres obtuvieron unos pocos derechos, esto no ocurrió más que en ciertos países occidentales. El ejemplo más notable en Latinoamérica es el de Uruguay, donde se legisló ampliamente en favor de las mujeres en las reformas del presidente José Batlle y Ordóñez en 1917. Sin embargo, no fue sino hasta la segunda mitad del siglo XX, con el surgimiento de lo que se conoce como el segundo feminismo, que los derechos de las mujeres llegaron a consolidarse en la mayoría de los países de occidente –al menos en la letra de la ley.
En las iglesias cristianas, lamentablemente, la situación de las mujeres ha progresado mucho menos que en la sociedad circundante. Las iglesias siempre resultan ser algo así como el vagón de cola del tren de la historia. Sólo se deciden a hacer cambios mucho después de que la sociedad secular los ha efectuado. Con honrosas excepciones, la mayoría de las iglesias ha perdido su don profético. Los seguidores de Cristo debían ser sal y luz para el resto del mundo, sin embargo terminan siendo una fuerza retrógrada, que resiste gran parte de los progresos que hace la sociedad.
El problema es que las iglesias suelen medir los cambios sociales con el parámetro de sus dogmas y tradiciones, como si éstas fueran revelaciones dadas por Dios. Pero los dogmas y tradiciones son elaboraciones humanas, no revelación divina. La revelación de Dios se da en los acontecimientos, y el acontecimiento cumbre de la revelación es Dios mismo encarnado en Jesús de Nazaret. Jesús nos muestra cómo es Dios y cuál es su voluntad. Ninguna tradición, ni dogma –y tampoco ninguna Escritura interpretada a través de las tradiciones– puede estar por encima de lo que Jesús hizo y dijo.
Jesús promovió a todas las personas débiles y despreciadas por la sociedad de su tiempo: los pobres, los enfermos, los marginados, los publicanos y las rameras,
los huérfanos y las viudas, los niños y las mujeres. A todos ellos los impulsó a que alcanzaran su plena humanidad. Ésa es la voluntad de Dios, que todos los seres humanos puedan ser plenamente humanos. . . y también plenamente hermanos.
En ninguna parte de los Evangelios vamos a encontrar a Jesús tratando a las mujeres como si fueran inferiores en algún aspecto. Tampoco les pidió jamás que se sujetaran a los varones, ni siquiera a sus propios esposos. Jesús siempre trató a las mujeres como a verdaderos seres humanos. Desafió todas las convenciones de su tiempo al tener mujeres discípulas, que además lo mantenían económicamente (Lc 8:1-3; 24:6-8); al hablar públicamente de teología con mujeres (Mt 15:21-28 par; Jn 4:7-42; 11:20-27); al tocar y sanar a una mujer considerada impura por su flujo de sangre (Mc 5:24-34 par); al dejarse tocar por una pecadora notoria, compararla favorablemente con un fariseo y luego perdonarla (Lc 7:36-50); al sanar a una mujer encorvada y llamarla "hija de Abraham" , un título reservado a los varones (Lc 13:10-17); al permitir que María de Betania aprendiera teología a sus pies como una discípula más, en lugar de estar en la cocina como les correspondía a las mujeres (Lc 10:38-42). Jesús era un hombre liberado y liberador.
La Pascua conmemora el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, la resurrección de Jesús. Y, a pesar de que las mujeres no podían ser testigos según las costumbres judías, las primeras testigos de ese acontecimiento fueron mujeres. Jesús las eligió porque ellas siempre estuvieron a su lado, sirviéndolo durante su ministerio, solidarizándose con su sufrimiento cerca de la cruz, fijándose dónde lo sepultaban, volviendo al sepulcro para cumplir fielmente con el ritual de embalsamar el cuerpo. Las discípulas mujeres nunca abandonaron a su maestro, ni lo negaron, ni se escondieron cobardemente, como los discípulos varones. Ellas amaban a Jesús y estaban dispuestas a arriesgar la vida por él. Es que Jesús les había mostrado que Dios no hace diferencias de valor entre varones y mujeres, les había dado la dignidad que la sociedad les negaba, las había hecho plenamente humanas.
Pero eso no es todo. Es bien sabida la importancia de "lo primero" en la cultura judía: los primogénitos y las primicias como apartados para Dios, el hecho de que Cristo fuera el primero en todo (Col 1:15-20). Eso también aplica a los primeros testigos. Ser la primera persona en ver a Jesús resucitado implicaba ser la persona elegida para ser la cabeza de la iglesia naciente. Y Jesús eligió a las mujeres. Claro que eso iba tan en contra de las costumbres de la época, que la iglesia hizo todo lo que pudo para acabar con el liderazgo de las mujeres. Para fines del siglo III, ya habían logrado reducir a las mujeres nuevamente a la sujeción.

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