sábado, 1 de enero de 2011

Letra 202, 2 de enero de 2010


AL UMBRAL DEL 2011
Carmelo Álvarez
ALC Noticias, 29 de diciembre de 2011

Una vez más llegamos a ese momento crucial en que dejamos atrás un viejo año y nos aprestamos a recibir el nuevo. Es un rito de pasaje que cada año nos rodea de sensaciones muy diversas. La mayoría de las personas desean olvidar momentos dolorosos que llevaron a la separación física de seres queridos o rupturas de todo tipo desde divorcios hasta distanciamientos de amistades y familiares, por las razones que fueren.

Sin embargo, siempre tenemos este optimismo que nos llama a mirar hacia el futuro con esperanza. Somos seres humanos tercamente afirmados y afirmadas con posibilidades de reclamar lo mejor de nuestra humanidad y los más altos ideales que implica enmendarnos y proponernos ser mejores. Yo afirmo esa dimensión pues soy por naturaleza optimista. Pero debo advertir que más allá de nuestras buenas intenciones hay que discernir y decidir como humanidad los rumbos que tenemos que escoger. Nuestras aspiraciones, sueños y deseos son necesarios. Pero la fuerza ética que nos plantea retos ineludibles, incluso para la preservación de la creación y por ende de la especie humana, está en juego. A pesar de nuestras buenas intenciones seguimos atrapados en conductas que nos pueden llevar a nuestro propio precipicio y destrucción. ¡Los tiempos que enfrentamos son de una gran complejidad!

Casi todos los desafíos que tenemos por delante son producto de nuestro atropello contra la naturaleza y su equilibrio. Los últimos 500 años hemos experimentado los más grandes logros tecnológicos, científicos y de desarrollo industrial y económico, como nunca antes en la historia de la humanidad. De igual forma han sido los siglos en que la destrucción de nuestro hábitat natural ha ido erosionando nuestra propia existencia y subsistencia. Desde la contaminación del agua hasta la explotación indiscriminada de los recursos naturales, la mayoría de ellos no renovables, el cerco de nuestra autodestrucción se hace cada día más evidente.

Entonces, ¿qué hemos de hacer? Creo que podríamos comenzar con una actitud de humildad y conversión. Nuestra fe, tanto en su dimensión moral como espiritual, debería señalarnos rutas para enmendarnos, cambiar, corregir y llamarnos a cuentas como seres humanos racionales y sensibles. Aquella afirmación bíblica en Lucas 18.8, puede ser una admonición y una promesa: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”.

Pienso que tanto para las personas creyentes en una fe religiosa como para hombres y mujeres de buena voluntad que tienen fe y se piensan agentes morales que miran con perplejidad, pero también con una gran dosis de compromiso en la necesidad de que los seres humanos nos unamos en una gran gesta de reconciliación y paz, el llamado es ineludible. Hace falta un verdadero humanismo ecuménico hacia este siglo 21 que nos sigue desafiando y acompañando.

El cinismo no es el camino, la urgencia en actuar responsablemente es nuestra fuerza. Todos y todas somos agentes de transformación. Frente a las guerras, los conflictos de todo tipo que generan más y más violencia y las ideologías paralizantes y enajenantes, hay que seguir soñando y luchando por un mundo mejor. Nuestra utopía es ese lugar distinto y posible que nos aguarda, pero que hemos de construir con imaginación y tenacidad. Como decía el Mahatma Gandhi en la India: “Si la fuerza espiritual que existe en el mundo fuera más negativa que positiva, hace tiempo estaríamos destruidos”.

Afirmemos que hemos sido puestos aquí en este mundo de Dios con el propósito de propiciar una gran convivencia de toda la creación, en una gran parábola de ternura y amor que nos envuelva a todos y todas. Un poema de nuestro querido obispo Pedro Casaldáliga sugiere una ruta de paz:

Danos, Señor, aquella Paz extraña
que brota en plena lucha
como una flor de fuego;
que rompe en plena noche
como un canto escondido;
que llega en plena muerte
como el beso esperado.

Danos la Paz de los que andan siempre,
desnudos de ventajas,
vestidos por el viento
de una esperanza núbil.

Aquella Paz del pobre
que ya ha vencido el miedo.
Aquella paz del libre
que se aferra a la vida.

La Paz que se comparte
en igualdad fraterna
como el agua y la Hostia.

Pedro Casaldáliga, Al acecho del Reino, 233

Que esa paz inquieta nos encamine en este nuevo año 2011 hacia proyectos y luchas por la justicia y la paz, hacia un mundo nuevo. Estos son mis deseos y mi terco optimismo. ¡Feliz y desafiante 2011!
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JUNIA, LA APÓSTOL TRANSEXUADA (I)
Cristina Conti
Lupa Protestante, 15 de noviembre de 2010

El cambio de sexo parece ser algo que sólo se ha dado en las últimas décadas. Eso es cierto, por supuesto, en cuanto a la operación quirúrgica que posibilita un cambio del sexo físico, pero han ocurrido cambios de sexo operados por medio del leguaje, y que se han hecho siglos después de la muerte de la persona en cuestión. Tal es el caso de la apóstol Junia, cuyo nombre se encuentra entre los saludos finales de la epístola de Pablo a los cristianos de Roma.

La cuestión sobre el género sexual de Junia no es menor, puesto que, si se trataba de una mujer apóstol –el cargo más alto en la iglesia del primer siglo– eso constituiría un buen argumento a favor de la ordenación y el liderazgo de las mujeres en todas las iglesias de la actualidad.

Ya en la época de Pablo, los apóstoles no eran solamente aquellos doce apóstoles elegidos por Jesús al comienzo de su ministerio. Esos doce varones representaban al nuevo Israel, que tal como el antiguo Israel, debía asentarse sobre doce patriarcas. Por esa razón era necesario que fueran varones, porque se trataba de patriarcas, no de matriarcas. Y también, por el mismo motivo, era necesario que fueran judíos. Teniendo estas cosas en cuenta, podemos ver que no es válido el argumento de que las mujeres no pueden acceder al ministerio sacerdotal porque Jesús eligió a doce varones para que fueran sus apóstoles. En primer lugar, Jesús tenía necesariamente que elegir a doce varones judíos para que representaran a los patriarcas del nuevo Israel que él estaba creando. Si llevamos el argumento hasta sus últimas consecuencias, los únicos que podrían acceder al sacerdocio tendrían que ser no sólo varones, sino también judíos. Me pregunto cuántos judíos convertidos al cristianismo podrá haber entre los sacerdotes de la ICR o de las iglesias ortodoxas, o entre los pastores de las iglesias evangélicas conservadoras.

En segundo lugar, apóstoles y sacerdotes son cargos eclesiásticos totalmente diferentes. Los apóstoles de la iglesia primitiva, así como los patriarcas del antiguo Israel, no ejercían funciones sacerdotales, para eso estaban los presbíteros y los levitas, respectivamente. En tercer lugar, por definición un apóstol (del verbo griego apostéllō = enviar) es una persona enviada por Jesús o por la iglesia con una misión. En efecto, los 72 discípulos enviados por Jesús (Lc 10:1-20) eran técnicamente apóstoles, y nada indica que entre ellos no hubiera mujeres. En realidad es lo más probable que algunos de los 72 fueran mujeres, especialmente si tenemos en cuenta el texto de Lucas 8:1-3 sobre las mujeres discípulas que formaban parte del grupo de seguidores de Jesús. Y no olvidemos que, cuando Jesús envía a María Magdalena a testificar a sus hermanos sobre la resurrección, la está convirtiendo en un apóstol (Jn 20:17-18; Mt 28:10). Así lo reconoció Hipólito de Roma (s. III), cuando dijo que María Magdalena era una “apóstol a los apóstoles”. En cuarto lugar, en la iglesia de los primeros siglos, los apóstoles eran simplemente personas enviadas por sus iglesias con la misión de fundar nuevas iglesias. Es decir que los apóstoles de esa época serían lo que actualmente llamamos misioneros. Por tanto, que Jesús haya elegido doce apóstoles varones no sirve como argumento para negar la ordenación de las mujeres al sacerdocio. Además, veremos que había mujeres apóstoles reconocidas, al menos en la iglesia del primer siglo.

Al final de su carta a los romanos, el apóstol Pablo envía sus saludos a unos parientes suyos, Andrónico y Junia, agregando que son “ilustres entre los apóstoles” (Rom 16:7). Muchos traductores vierten el nombre de la persona que acompañaba a Andrónico como Junias, un nombre masculino. Sin embargo, el nombre Junias no existe en la onomástica griega, en cambio el nombre femenino Junia aparece frecuentemente en la literatura y en las inscripciones.

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