15 de febrero,
2015
Todo
lo ha puesto Dios bajo el dominio de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la
Iglesia que es el cuerpo de Cristo, y, como tal, plenitud del que llena totalmente
el universo
Efesios 1.22-23, La Palabra (Hispanoamérica)
La carta a los efesios bien podría ser considerada un auténtico “resumen
y manifiesto eclesiológico”, pues la conciencias comunitaria que promueve y la
clara visión sobre el proyecto de Dios en la historia adquiere dimensiones
extraordinarias. Así se aprecia en el inicio mismo de la epístola, en donde,
luego de una amplia introducción con un tono celebratorio y hasta lírico, el
apóstol Pablo afirma la existencia de la iglesia como una suerte de “vanguardia
de Dios en la historia”, es decir, la punta de lanza del proyecto divino de
salvación para la humanidad y la creación entera. La grandeza de la visión
paulina consiste en que, al escribir a la comunidad cristiana de Éfeso, es
capaz de trascender el aspecto local y de proyectarse hasta la comprensión de
los planes de Dios.
Luego del saludo y una doxología exaltada que bien hacen las más
recientes traducciones en colocar en verso, en la que el apóstol invita a la
alabanza de Dios (1.1-3), se introduce progresivamente el tipo de conocimiento
al que los elegidos/as en Cristo (1.4-6, notable el giro del v. 6, en el que se
afirma que la bondad de Dios “ se convierte en himno/ de alabanza a su gloria”)
tienen ahora acceso. La muerte de Jesús libera y perdona pecados (7) y ese “derroche
de gracia” (8a) llena de sabiduría e inteligencia a los/as creyentes (8b) para
comprender “sus designios más secretos” (9a), los que “benévolamente/ había
decidido realizar/ por medio de Cristo” (9b) al llevar a la historia “a su
punto culminante” y lograr que “todas las cosas,/ las del cielo y las de la
tierra,/ recuperen en Cristo su unidad” (10). Semejante conocimiento, agrega en
los vv. 11 y 12, permite que los integrantes de la comunidad participen “de la
herencia/ a la que hemos sido designados de antemano” (11b) y ellos y ellas, en
un acto de alquimia divina de salvación se convertirán, también, “en himno
[poema]/ de alabanza a su gloria” (12b). Todo lo cual se acompaña del
maravilloso “sello del Espíritu prometido” (13).
A partir del v. 13 hace su aparición la intensa “conciencia eclesiológica”,
individual y comunitaria, que el apóstol desea promover en sus lectores/as y
oyentes y en el v. 14 subraya que los integrantes de la comunidad son parte del
“pueblo adquirido por Dios” y nuevamente destaca la acción poética divina de
convertir a todo el conjunto de redimidos “en himno de alabanza a su gloria”. Ésa
es la percepción que alcanza paulatinamente el apóstol, la de que Dios está
construyendo en el mundo una presencia suya mediante la comunidad de
redimidos/as en Cristo que vendrán a constituirse en vanguardia del Reino de
Dios en el mundo, llevando sobre sí la conciencia y la experiencia de que Dios
está transformándolo para su gloria, a pesar de que los signos visibles vayan incluso en un radical sentido
contrario. El v. 15 (ya en prosa, para mostrar el cambio de tono del discurso) da
fe del testimonio del que ya se tiene noticia de la comunidad de Éfeso, y el 16
de la manera en que el apóstol ora por ella. El 17 expresa el contenido de la
misma: que ella sea capaz de tener a su disposición “un espíritu de sabiduría y
de revelación” que les haga conocer muy bien a su Dios. Y que sus ojos se
llenen de luz “para que conozcan [: a)]
cuál es la esperanza a la que los llama, [b)]
qué inmensa es la gloria que ofrece en herencia a su pueblo y [c)] qué formidable la potencia que
despliega en favor de nosotros los creyentes, manifestada en la eficacia de su
fuerza poderosa” (18-19).
Ser vanguardia de Dios en la historia es poseer todo esto: fe, sabiduría,
esperanza y confianza en que los planes de Dios han de realizarse plenamente
gracias a su poder desplegado en medio de los conflictos históricos, que se
manifestará inevitablemente sobre “todo principado, potestad, autoridad y
dominio, y por encima de cualquier otro título que se precie de tal, no sólo en
este mundo presente, sino también en el futuro” (21), después de haber
resucitado a Jesús y de colocarlo en el cielo al lado suyo. Así, la comunidad
cristiana en medio del mundo, con Jesucristo como su cabeza indiscutible (22),
consciente de toda esta superioridad cósmica, histórica y espiritual, estará en
condiciones de actuar en consonancia con los grandes proyectos de su Señor y Salvador
(23).
Tal como resume Mariano Ávila Arteaga:
Dios nos ha incorporado a ser parte vital de su
proyecto que consiste en ser artesanos de la paz-shalom en un mundo desarticulado, alienado y deshecho socialmente.
Por la obra e intervención del Espíritu Santo en nuestra vida, somos ahora
parte del plan eterno de Dios por medio de Jesús el Mesías, nuestro libertador
y Señor.
Los proyectos
globalizadores de los poderes que operan en nuestro mundo y en nuestras
sociedades, también nos convocan a vivir de acuerdo con sus valores y metas
para organizar la vida humana son proyectos que prometen la armonía y bienestar
sociales.
Nosotros tenemos
otro Señor y otro proyecto para construir, junto con el crucificado, un
proyecto alternativo de genuina paz y armonía en toda la creación.[1]
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