jueves, 2 de abril de 2015

El Cordero cumple el plan divino y llama a la comunión, L. Cervantes-O.

2 de abril, 2015

Y oí en el cielo una voz poderosa que decía: […]
Han sido ellos quienes lo vencieron
por medio de la sangre del Cordero
y por medio del mensaje con que testificaron,
sin que su amor a la vida/ les hiciera rehuir la muerte.
Apocalipsis 12.10a, 11, La Palabra (Hispanoamérica)



En la visión apocalíptica, el conflicto entre lo que representa la acción salvadora de Jesucristo, el Cordero de Dios, se percibe mediante una intensa oposición entre dos personajes simbólicos, la mujer y el dragón, es decir, entre el pueblo de Dios y los enemigos del proyecto redentor. En Ap 12, tal conflicto alcanza una dimensión encarnizada, aunque ciertamente la disparidad entre aparente fuerza de ambos parece muy clara: la mujer está embarazada (vv. 1-2) y el dragón esplende con todo su vigor para tratar de acabar con su hijo apenas naciese (vv. 3-4). Ella da a luz al hombre que gobernará el mundo (v. 5), el cual es protegido por el propio Dios (v. 6). “Con el nacimiento del Mesías […] se da comienzo a la batalla decisiva entre Dios y Satán por el dominio del mundo; con él comienzan, en cierta manera, los últimos tiempos, y por eso es en sí mismo un suceso escatológico”.[1] Se trata de una escena sobrecogedora que concentra maravillosamente la lucha radical entre el plan del Creador de todas las cosas y la resistencia profunda en su contra. “La descripción es muy realista y todos sus lamentos [de la mujer] están tomados de diversos pasajes del Antiguo Testamento, que presentan la llegada del tiempo mesiánico bajo la imagen de una mujer en trance de dar a luz; la mujer es Israel (Is 66.7s; Miq 4.9s). El paralelo más exacto lo encontramos en Is 26.17: ‘Como mujer encinta cuando llega el parto, se retuerce y grita en sus colores’”.[2] La mujer es el “arquetipo ideal” del pueblo de Dios que, desde el punto de vista divino, que “está presente en él desde un principio en el cielo”.[3] El dragón es un animal mitológico y representa las fuerzas malignas enemigas de Dios. Su apariencia (siete cabezas y diez cuernos) proviene del libro de Daniel (7.7, 24), lo mismo que su actuación al “arrastrar un tercio de las estrellas del cielo” y arrojarlas sobre la tierra (8.10).

A continuación, la batalla con los ángeles de Dios es encarnizada: las huestes satánicas son derrotadas y expulsadas del cielo (Ap 12.7-8; cf. Dn 2.35; Jn 12.31b: “…ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”), con lo que el dragón es lanzado a la tierra (v. 9). Una gran voz anuncia, entonces, que ha llegado la plenitud de la salvación y el Reino de Dios, y que ha sido vencido el “acusador” continuo de la humanidad y de los redimidos (v. 10). “Era espía envidioso, mirando, vigilando, acusando... Era signo de todos los espías terrestres que rodean a la comunidad de Juan, acusando a sus fieles ante las autoridades del Imperio. Satán, el Diablo antiguo, es en la iglesia el signo frontal de la denuncia, división y muerte. Pues bien, ya ha sido expulsado de los cielos. No puede buscar allí su aval o protección”.[4] Los acompañantes del Cordero han vencido, juntamente con él, toda la oposición violenta en contra de los planes de Dios. Las armas con que han obtenido esta victoria son, primero, la sangre del cordero degollado (v. 11.a) y la palabra de su testimonio (11b): si el conflicto eminentemente espiritual entre Dios y sus enemigos se lleva a cabo en el cielo, la tierra “es el campo de batalla de los testigos, de su muerte heroica y de su victoria final. Los testigos pudieron ser fieles porque a causa de la muerte de Jesús habían recibido la fuerza para serlo”.[5] Los mártires cristianos son todos los que ofrendarán su vida por la fe en el periodo de gran prueba que está por venir.

“No cantan los humanos la victoria de los ángeles sino, al contrario, los ángeles la victoria de los humanos. Lo que antes era reino o triunfo de Miguel (batalla celeste) es ahora expresión de triunfo humano. Los cristianos vencen a Satán por los dos medios ya evocados al principio del Apocalipsis (cf. 1,2): por la sangre del Cordero (entrega de Jesús) y la palabra de su testimonio, por el martirio hecho palabra de vida”.[6] La voz celebra esta victoria y exhorta a los cielos a alegrarse, aun cuando el dragón, ya en la tierra, no deja de hacer la guerra a la mujer (v. 13), pero ella es protegida (v. 14) y puede resistir esos embates ayudada por la tierra (vv. 15-16). El dragón no deja de pelear contra los fieles seguidores del Cordero (v. 17). La derrota del dragón fue efecto de la muerte de Jesús en la cruz, por lo que, haga lo que haga, visiblemente en la historia, no podrá recuperarse de su derrota definitiva aun cuando siga asesinando creyentes y masacrando comunidades. La certeza de que ellos y ellas acompañarán al Cordero en sus bodas (19.7, 9), en el acto supremo de comunión, compañerismo y salvación, es el horizonte de fe que les espera como destino final.

Alegrémonos y gocémonos
y ensalcemos su grandeza,
porque ha llegado el momento
de las bodas del Cordero.
¡Está su esposa engalanada,
vestida de lino finísimo
y deslumbrante de blancura!
El lino que representa
las buenas acciones de los consagrados a Dios. (19.7-8)

Allí verán cara a cara a su Señor y verificarán que lo vivido por causa de su nombre valía ése y todos los esfuerzos y sufrimientos. Allí su llanto será enjugado definitivamente (21.4), por su Señor mismo. Ahora mismo el Señor llama a su pueblo a anticipar ese acto crucial y extraordinario en la mesa que precede, cada vez que se realiza, la consumación de la comunión plena de Dios con su pueblo.




[1] Alfred Wikenhauser, El evangelio según san Juan. Trad. Florencio Galindo. Barcelona, Herder, 1967 (Biblioteca Herder, sección de Sagrada Escritura, 95), p. 158.
[2] Ibid., p. 153.
[3] Ibid., p. 154.
[4] X. Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1997 (Guías de lectura del Nuevo Testamento), p. 146.
[5] Johannes Beutler, “El mensaje del Apocalipsis frente a las interpretaciones fundamentalistas”, en Armando J. Bravo, ed., Apocalipsis: ¿fin de la historia o utopía cristiana? Memorias del V Simposio Internacional de Teología. México, Universidad Iberoamericana, 1999, p. 21.
[6] X. Pikaza, op. cit., p. 146.

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