5 de abril, 2015
Pero
no vi templo alguno en la ciudad, porque el Señor Dios, dueño de todo, y el
Cordero son su Templo. Tampoco necesita sol ni luna que la alumbren; la ilumina
la gloria de Dios, y su antorcha es el Cordero. […] Y nada manchado entrará en
ella: ningún depravado, ningún embaucador; tan sólo los inscritos en el libro
de la vida del Cordero.
Apocalipsis 21.22-23, 27, La Palabra (Hispanoamérica)
François
Bovon, “Le Christ de l’Apocalypse”, en Revue
de Théologie et de Philosophie, núm. 21, 1972, pp. 65-80. En español: “El
Cristo del Apocalipsis”, en Selecciones
de Teología, vol. 13, núm. 49, enero-marzo de 1974, www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol13/49/049_bovon.pdf.
El Cordero
degollado triunfa en la resurrección
La manera tan peculiar con que el Apocalipsis relee los sucesos del
Calvario está fundamentada en En
el capítulo 5, el vidente, elevado al cielo, asiste a la entronización del
Cordero, crucificado y resucitado. En el 12, nos describe el nacimiento del
hijo de la mujer coronada y después su elevación a los cielos, bajo la amenaza
del dragón. El 22, finalmente, evoca las bodas del Cordero con su Iglesia.
También en los textos litúrgicos que jalonan la obra aparece la riqueza
cristológica. En 1,4-6, la fórmula litúrgica culmina en una descripción de la
obra redentora. La referencia litúrgica a Cristo nos acompaña a lo largo de
toda la obra hasta el último verso donde la doxología se cambia en intercesión
(22,20-21). Finalmente, la profusión cristológica estalla en un tercer nivel:
los títulos y figuras.
En
primer lugar, el título de Cordero que predomina, de forma inédita en el NT,
para designar al Cristo victorioso de la muerte, conductor de su pueblo,
árbitro del universo y asociado a Dios. Seguidamente la presencia discreta de
los títulos tradicionales: Hijo de Dios, Señor, Hijo del hombre, Cristo
comprendido de manera arcaica o arcaizante, como el Mesías de las profecías
antiguas. Finalmente una multitud de expresiones, muchas de ellas propias del
Apocalipsis: el príncipe de los reyes de la tierra, el primer nacido de entre
los muertos, el señor de los señores, el rey de reyes, la palabra de Dios, el
verdadero, el santo, el fiel, el amén, el vástago de David, la estrella
brillante de la mañana, aquel que sondea las entrañas y los corazones, el que
tiene la llave de David, el que sostiene las siete estrellas en su derecha, el
primero y el último, el alfa y el omega, el comienzo y el fin, el principio de
la creación de Dios y, sobre todo, el viviente y el testigo fiel. […]
El Cordero triunfante, el Siervo de Isaías
y el Mesías Jesús de Nazaret
Según
Comblin es necesario subrayar la influencia preponderante del Deutero-Isaías,
su figura del Siervo y la idea de un proceso divino contra las naciones. Así el
Cordero del Apocalipsis representa al Siervo de Isaías, sufriente y luego
glorificado, cuya función es salvar a Israel y testimoniar, es decir, iluminar
y juzgar a las naciones. Testimonia contra las naciones en el juicio
escatológico que Dios envía contra ellas. En la figura del Siervo inserta
Comblin los otros dos componentes cristológicos que descubre: el Hijo del
hombre de Daniel y el Mesías de los profetas, quedando así transformados los
dos títulos y sus funciones. […]
Juan
subraya la continuidad entre el Resucitado y Jesús de Nazaret por medio de la
utilización del nombre propio de Jesús. Para él, Jesús se caracteriza por el
don que ha hecho de su vida. Él es el Cordero que ha ofrecido su sangre para
que los rescatados puedan blanquear sus vestidos (7,14). Y este don se
reencuentra en el otro extremo de la historia: el Hijo del hombre promete los
bienes escatológicos a los creyentes fieles. Es importante subrayar la
naturaleza relacional de este acto oblativo: el gesto tiene sentido si la
comunidad lo acepta y lo proclama. […]
El Resucitado es testigo
Así el
Resucitado es testigo ante Dios y el mundo, a lo largo del proceso que se
desarrolla entre los hombres y su creador. Frente a las naciones anuncia ahora
el exclusivismo de la fe (3,7). Frente a Dios presenta las inculpaciones que
tiene contra los hombres. Una ambigüedad parecida, Cristo inactivo y activo a
la vez frente a las naciones, caracteriza el período último de la historia. Así
aparece en los capítulos: 14; 18;20, 11- 15. El Cordero parece reservar todos
sus cuidados para su esposa que se prepara para las bodas. La visión del
capítulo 19 describe un Cristo singularmente activo en la Parusía. Identificado
con la Palabra de Dios se presenta como el adversario de toda oposición a Dios.
[…]
Juan
atribuye al Cordero la mayor parte de los títulos de Dios: el Señor, el Santo,
el Alfa y Omega. En lugar de decir, como el resto del NT, que se sienta a la
derecha de Dios, se atreve a proclamar que se sienta con Dios en el mismo
trono. Con todo, la identificación no es completa. Cada persona guarda su
identidad propia: Dios es el Padre, Jesús es su Hijo. El Espíritu no obtiene,
según parece, un rango tan elevado como el Hijo en la jerarquía celeste: tiene
un lugar delante del trono de Dios, está junto a la Iglesia. Presente en la
tierra, para reagrupar a Israel, une su voz a la de la Iglesia: "El
Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!" (22, 17). Aparece más como la relación
misma que une al Cordero con su Iglesia, que como una criatura enviada de parte
de Cristo. […]
El Cristo del Apocalipsis es a la vez escondido y conocido. Limitado por su cruz, es ilimitado por su futuro. Lo terminó todo en el Gólgota y, con todo, le queda por hacer. Lo que debe hacer parece al mismo tiempo mínimo y decisivo. Mínimo pues el movimiento fue dado en Pascua, decisivo pues aún se debe operar el paso de lo invisible a lo visible (1,7). A diferencia de diversas corrientes del cristianismo primitivo, Juan, el profeta, orienta resueltamente el Cristo de la fe hacia el futuro. […]
El Cordero prepara a la iglesia para la
vida
El
Cristo del Apocalipsis prepara a sus comunidades para afrontar el mundo de los
hombres cuya dureza no oculta. Ataca con violencia el mesianismo político. Enseña
cómo la tenencia del poder, favorecida por una ideología religiosa, aliena o
puede alienar a los hombres. En una visión última, cuenta con el derrocamiento
del poder opresivo y la liberación del hombre (Cfr 20,4-6; 21,6-7). El Cordero,
en cuanto testigo, dice al mundo la Palabra de Dios y anuncia a Dios lo que
reprocha a los hombres. Esta palabra es eficaz, es acción. La escena del jinete
con la espada en la boca (19,2 ss), es suficiente para mostrarlo. Esta palabra
eficaz no olvida su referencia a Dios que le da su poder y su verdad. Palabra
verdadera, descubre las maquinaciones de la tiranía: percibe justamente,
describe con precisión, critica inexorablemente. […]
El
testigo implacable, su inexorable crítica, sólo permite una violencia: la que
se hace a él. La suerte del testigo verdadero ha desembocado en la muerte. No
porque se levante como el campeón de una teología del más allá y de una ética
masoquista, sino porque reivindica la creación de Dios y practica la ética de
la vida. Para establecer y transmitir esta vida, debe luchar con la palabra y
soportar aparentes derrotas. En esta dialéctica de la intención política y los
medios no violentos se explica el título que domina la cristología del
Apocalipsis: el Cordero. No el dulce cordero de la iconografía piadosa; sino el
Cordero triunfador, viril, de pie, llevando en su cuerpo la señal de su muerte.
Una muerte que ha proclamado nuestra vida y la comunica.
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