sábado, 25 de abril de 2015

Una iglesia con sentido de misión en un mundo conflictivo, Rubén J. Arjona Mejía

26 de abril de 2015.
1 Corintios 1:10-19

Olvídese por un momento que usted vive en la Ciudad de México, en el año 2015. Imagine, por unos instantes, que usted vive en Corinto, a mediados del primer siglo. Imagine que tiene que ver a un posible cliente con quien piensa hacer negocios… ¿Qué lugar sería el apropiado para este importante encuentro? Hoy pensaríamos que un lugar adecuado sería un buen restaurante, quizá un café o algo por el estilo. Pero en el primer siglo, en la Ciudad de Corinto, el lugar por excelencia para los negocios, para la política y otras actividades sociales era el baño romano. Los baños romanos eran parte central de la formación y el mantenimiento de la identidad social romana. Ahora bien, no nos sorprenderá que los principales clientes de los baños eran los hombres adultos, particularmente aquellos que gozaban de riquezas. Mientras estos varones gozaban del agua caliente y de un ambiente agradable que invitaba a la conversación y la amistad, los esclavos y los criminales permanecían en el área los hornos y sólo se les veía cuando había que limpiar. Es posible que también hubiera baños para mujeres, o bien, que hubiera un horario especial para que las mujeres pudieran bañarse.

Ahora bien, según sugieren algunos biblistas e historiadores, los baños romanos eran parte importante del sistema de patronazgo que imperaba en la sociedad greco-romana. A través del este sistema de patronazgo, las personas con un status social y económico superior concedían favores a la gente de status inferior. La consecuencia, desde luego, era que la gente humilde quedaba en deuda con sus “benefactores” o “patrones.” ¿Cuál era la relación entre el sistema de patronzago y los baños? Un individuo poderoso y rico podía, por ejemplo, donar los fondos para construir un baño público. Para honrar al donante, se esculpía su estatua y se colocaba una placa con su nombre “patronus…” Desde luego, el donante adquiría prestigio y poder político. Una placa de la ciudad de Galacia decía lo siguiente “el consejo y la gente de Ankyra en honor a Menelao, magistrado y secretario, que fue líder del gimnasio y dio aceite en abundancia para la gente y ofreció baños gratuitos.” En otros casos, un individuo poderoso podía ofrecer acceso a su baño a cambio de favores y lealtad.

En un sentido, pues, la vida social en Corinto estaba organizada en relación a los baños. Algunos podían tal vez ir a los baños públicos; otros tendían que ir a los baños de sus patrones, les gustara o no. El poeta Marco Marcial, por ejemplo, cuenta en uno de sus poemas que él prefería ir a las aguas termales de Tito, pero frecuentemente tenía que ir a las aguas termales de Agripa, el baño preferido de uno de sus benefactores.[1]

En un ensayo reciente, el biblista Brian Tucker ha sugerido que el sistema de baños en Corinto puede ayudarnos a entender el trasfondo del primer capítulo de la primera carta a los corintios.[2] En el esquema de pensamiento de un ciudadano de Corinto, el que ponía el agua, por así decirlo, mandaba. No era difícil, pues, aceptar un esquema de clientelismo siempre y cuando uno disfrutara de un baño calientito, de aceite gratis, y posiblemente, una buena compañía. Acostumbrados a asociar el agua con el poder, es posible que los hermanos(as) de Corinto hicieran una conexión, hasta cierto punto inconsciente, entre agua y poder en el contexto del bautismo cristiano. Así como uno debía lealtad al benefactor que regalaba el agua y el aceite, uno debía también comprometerse con la persona que efectuaba el bautismo. En este sentido, el que bautizaba, en la mente de un ciudadano(a) de Corinto, era una especie de “patrón o benefactor espiritual.”

Ante una comunidad cristiana que empezaba a organizarse al interior de acuerdo al esquema del patronazgo que regía la vida pública, el apóstol Pablo responde con una exhortación profunda,

v. 10 Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todo una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.

Que no haya entre vosotros divisiones…La palabra divisiones (schismata) quiere decir literalmente “romper, desgarrar.” En este sentido, puede decirse que las divisiones al interior de la iglesia constituyen el desgarramiento del cuerpo de Cristo. Esta misma palabra se utiliza varias veces en el Evangelio de Juan para indicar diferencias de opinión respecto a Jesús (7:40-43; 10:19-21). Hubo entonces disensión entre la gente a causa de él; volvió a haber disensión entre los judíos…

Si la palabra divisiones significa literalmente “desgarramiento,” la frase “sino que estéis perfectamente unidos” sugiere la idea de “restaurar.” En Marcos 1:19, la misma palabra se traduce “remendar,” Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes…

Dividir, desgarrar; unir, remendar. Pablo no pide uniformidad, después de todo, esta epístola enseña que la unidad en medio de la diversidad no sólo es posible sino que es evidencia de la singularidad y poderío del evangelio. La base de la unidad, según explica Pablo, ha de ser el precisamente este evangelio. El problema en la iglesia de Corinto es que el sistema de patrones espirituales estaba tomando el lugar que le correspondía al evangelio de Cristo.

En este contexto hay que entender el reporte traído a Pablo por los de Cloé:

11-12 Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo.

Así como los ciudadanos(as) de Corinto estaban acostumbrados a identificarse con un benefactor, los hermanos(as), siguiendo el mismo esquema, ahora se estaban identificando un “patrón espiritual,” posiblemente aquél que los había bautizado. Todo parece indicar que las divisiones en la iglesia de Corinto no eran por argumentos teológicos sofisticados, sino más bien por la identificación espontánea de los hermanos y hermanas con uno u otro líder.

Aunque Pablo se refiere a Cefas y a Cristo, poco se dice en la carta respecto a estos grupos. Pero al hablar de un grupo de Cristo, Pablo quiere acentuar cuán absurdas son las divisiones al interior de la iglesia, ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Colocar a Cristo al nivel de Pablo, Apolos o Pedro es verdaderamente escandaloso. No es raro escuchar este tipo de argumento: “yo no soy presbiteriano, o metodista, o bautista; lo importante es que soy cristiano…” Uno de los problemas con este tipo de respuesta, con frecuencia bien intencionada, es que Cristo queda reducido al nivel de un líder humano en busca de adeptos, o para ponerlo en términos del ambiente electoral, como si Cristo fuera un candidato más en busca de votos.

Un análisis más minucioso de la epístola y el contexto general del Nuevo Testamento revela que la preocupación principal de Pablo era el grupo que había radicalizado su lealtad hacia Apolos. ¿Quién era Apolos? Hechos 18:24-25 ofrece una breve descripción de este varón. Se dice que era un hombre elocuente, poderoso en las Escrituras, instruido en el camino del Señor, y que siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente. Dadas estas características no fue difícil que se convirtiera en un líder influyente en Corinto; aunque Pablo había fundado la iglesia en Corinto, posiblemente mucha gente se había impresionado con la elocuencia de Apolos y poco a poco habrían acentuado su liderazgo para llevar a la iglesia en otra dirección.  La epístola no ofrece evidencia de que el mismo Apolos buscara dividir la iglesia; Pablo no critica directamente a Apolos, sino a la sobreestimación de lo que Pablo llama la “sabiduría de palabras,” o como traduce la versión hispanoamericana, “sin alardes de humana elocuencia” (v. 17), posiblemente una alusión a la elocuencia de Apolos. Según Pablo, una predicación elocuente, adornada con sabiduría de palabras, pero lejana al evangelio de Cristo, ¡termina por hacer vana—por anular—la cruz de Cristo!

En el fondo, como hemos dicho, lo que parece estar en juego es la identificación del bautismo cristiano con el sistema de patronazgo y el lugar de los baños romanos en este sistema. Por eso Pablo hace ciertas referencias al bautismo que a nuestros oídos pueden sonar extrañas: “Doy gracias a Dios que a ninguno de vosotros he bautizado…” no parece ser algo por lo que un pastor debiera dar gracias a Dios. Al contrario, la administración del sacramento del bautismo es un privilegio por el cual un vive humildemente agradecido delante de Dios. Pero Pablo, para sorpresa nuestra, da gracias a Dios porque no ha bautizado a los corintios. Y es que, como he explicado, los corintios habían adoptado la tendencia de identificar a la persona que los había bautizado como su “patrón o benefactor espiritual.” Es posible que Apolos, quien según Hechos se había instruido en el bautismo de Juan, hubiera bautizado a muchos creyentes de Corinto, convirtiéndose así en el “benefactor espiritual” de buena parte de la iglesia.

Como bien sabemos los mexicanos(as), los sistemas clientelares tienen un enorme poder sobre las masas y sobre la mente y emociones de los individuos. El ama de casa a la que se le regala un horno de microondas, un padre al que se le ofrece material de construcción, un joven que recibe una computadora, de repente se ve entusiasmado en el discurso del candidato, envuelto en la retórica, en la respuesta emocionada de las masas. En el fondo, pues, en este primer capítulo de Corinto, Pablo escribe en contra del uso clientelar del evangelio de Cristo, e incluso llega a relativizar la importancia del bautismo debido a su uso clientelar. ¡El bautismo cristiano se había convertido en una especie de baño romano! Aquél que tenía el agua, aquél que daba el agua también tenía el poder.

Ahora bien, es importante no “dejar ir” a Pablo tan fácilmente. Después de todo, aunque Pablo no ha bautizado a los hermanos(as) de Corinto, reconoce que ha bautizado a Crispo, a Gayo… y como no queriendo, también se acuerda que bautizó a la familia de Estéfanas, en otras palabras, Pablo también ha participado, en cierta manera, de aquel sistema de patronazgo espiritual. En defensa de Pablo, uno podría argumentar, ¿qué tanto es tantito? Después de todo, Pablo sólo bautizó a unos “cuantitos.” El asunto es que Crispo, Gayo y Estéfanas no eran precisamente los hermanos más humildes de la congregación. En Romanos 16:23, Pablo se refiere a Gayo como su hospedador y hospedador de toda la iglesia. La implicación es que Gayo tenía una buena casita para hospedar tanta gente y que seguramente tenía una posición social y económica prominente. Crispo había sido principal de la sinagoga en Corinto, convertido como resultado de la predicación misionera de Pablo (Hechos 18:8). Estéfanas se había convertido en líder de los creyentes de Acaya y Pablo se refiere a él como alguien digno de apoyo y servicio (1 Co. 16:15-17). En otras palabras, es posible que Crispo, Gayo y Estéfanas hubieran quedado como encargados de Pablo para bautizar a los nuevos creyentes.

¿Qué nos enseña la primera epístola a los Corintios, particularmente esta sección que hoy estudiamos respecto a la misión de la iglesia en un mundo conflictivo? ¿Habrá algo que la iglesia, nuestra iglesia pueda aprender respecto a cómo hacer misión en una sociedad inmersa en controversias de todo tipo? ¿Cómo entender el llamado a la unidad en Cristo en un mundo en el que se dice hay más de 30,000 denominaciones cristianas?

La lección más significativa de nuestra consideración de este capítulo introductorio es la afirmación de Cristo Jesús como la base única e indiscutible de la unidad cristiana. Cuando el culto a la personalidad de un líder, los carismas y la ambición de un individuo o de un grupo se imponen sobre “la palabra de la cruz,” algo anda mal. En esos momentos esta carta ofrece un modelo de iglesia, un modelo de misión capaz de diferenciar lo prioritario de lo secundario; lo que esencial para la unidad y lo que no lo es. Por una parte, el evangelio de Cristo Jesús; el amor como el más grande de los dones. Por otra parte, asuntos importantes pero no imprescindibles para la unidad, por ejemplo, las opiniones particulares de Pablo con respecto al matrimonio, a la soltería o a la viudez.

En este contexto, la iglesia de hoy hará bien en retomar aquella frase, atribuida por unos a San Agustín, por otros a Juan Wesley, recientemente atribuida a Marco Antonio de Dominis (1617), arzobispo de Split, Croacia: “unitatem in necessariis, in non necessariis libertatem, in omnibus caritatem.” “En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; en todo, caridad.”
  
Pero hay, me parece, una segunda e importante lección que podemos tomar del texto que hoy hemos considerado. Entre líneas podemos leer cierta autocrítica del apóstol Pablo hacia su participación en el sistema de patronazgo espiritual prevaleciente en Corinto. Uno puede percibir el conflicto interno en Pablo; el dar gracias a Dios porque no ha bautizado a ninguno, seguido del paradójico reconocimiento de que, efectivamente, sí bautizó a por lo menos tres prominentes líderes de la iglesia. Este espíritu de auto-reflexión y auto-crítica, podemos afirmar, fue producto del impacto del Evangelio de Cristo en la vida de Pablo.

En otras palabras, lo que quiero sugerir aquí es que para hacer misión en un mundo conflictivo, una fuente inagotable de sabiduría es nuestra propia experiencia de conflicto interno acompañada de la obra restauradora y reconciliadora del Evangelio de Cristo. Todos aquí hemos experimentado conflicto interno, a veces profundo y doloroso; conocemos lo que es el duelo, la ruptura, el fracaso; lo mismo en el campo laboral que en el ámbito de la salud o de la vida familiar y afectiva, somos mujeres y hombres en conflicto. Pero por la gracia de Dios, no hemos sido abandonados ni somos presas de nuestro conflicto interno; la palabra de la cruz, locura para los que se pierden, pero para nosotros ha sido salvación, poder de Dios. Por eso entendemos bien el conflicto, pero entendemos mejor que la resolución del conflicto—con frecuencia un proceso largo y doloroso—es producto de la gracia de Cristo y de la obra santificadora del Espíritu de Dios.

El apóstol Pablo, misionero a los gentiles, como nosotros y nosotras, era un hombre en conflicto. Precisamente en su segunda carta a los corintios (12:7-9), Pablo habla de aquél “aguijón en la carne,” mensajero de Satanás que lo abofetea. Pablo hubiera deseado que el Señor quitara ese aguijón, pero la respuesta del Señor fue una y clara: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.



[1] Martial, Epigrams, 3.36.5.
[2] J. Brian Tucker, “Baths, Baptism, and Patronage: The Continuing Role of Roman Social Identity in Corinth, en Reading Paul in Context: Explorations in Identity Formation. Londres, T & T Clark, 2010, pp. 173-188.

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