sábado, 27 de junio de 2015

Presente y futuro de la iglesia ante las promesas de Dios, L. Cervantes-O.

28 de junio, 2015

Por eso te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi Iglesia, y el poder del abismo no la vencerá.
Mateo 16.18, La Palabra (Hispanoamérica)

La iglesia, como pueblo de Dios presente en la historia, debe afrontar siempre su presente y su futuro asido a las promesas de su Señor y Salvador. Como continuidad de la comunidad del Antiguo Testamento, la iglesia ha recibido también las que el pueblo de Dios recibió con anterioridad, aunque cuando el propio Señor Jesucristo replanteó la forma que debía adquirir el grupo de sus seguidores/as, también renovó esas promesas y proyectó la presencia de la comunidad en el mundo de una manera diferente. Desde la llamada de Abraham, y a través de todos los episodios históricos, tan bellamente descritos por Hebreos cap. 11, el perfil comunitario del pueblo es una constante que se fue adaptando según el designio divino se fue revelando. Así, al momento de que el pueblo antiguo dejó de vivir bajo una monarquía, la esperanza mesiánica lo fue dotando de una comprensión que debía ir más allá de los usos humanos y políticos para retomar las intenciones originales de formar una auténtica comunidad alternativa a los usos y costumbres de las diversas épocas. Con ello, se podrían superar las inclinaciones hacia un uso del poder, entre otras cosas, que no debían prevalecer en esa nueva comunidad.

El famoso episodio de Mateo 16 en el que pregunta a sus discípulos sobre el concepto que tenía el mundo sobre él (“¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”, v. 13), algo que dicho sea de paso ellos debían de saber muy bien, lo cual no deja de ser una gran lección hasta hoy, pues la pregunta sobre la imagen y naturaleza del Señor quienes primero deben hacérsela son sus seguidores a fin de advertir las dimensiones del compromiso para el cual son llamados. Las ideas que circulan en el mundo sobre el Maestro de Nazaret deben ser debatidas y respondidas por los discípulos, para que la doctrina que ellos difundan sobre él clarifiquen y anuncien adecuadamente su mensaje, tal como lo intentaron los primeros seguidores en los Evangelios. Las diversas imágenes y creencias sobre Jesús, muchas veces contradictorias y falseadas, desde que fue un gran iniciado o hasta un revolucionario insurrecto tienen que ser confrontadas con las que proporciona el Nuevo Testamento para que, luego de un discernimiento espiritual profundo, pueda ofrecerse como parte de la proclamación del Evangelio de amor y justicia de Dios.

La variedad de opiniones (v. 14), fruto de una pluralidad ideológica indudable, no debe hacer que la iglesia flaquee en su apreciación central de la persona de Jesucristo, razón de ser de su existencia en el mundo y ante la que es preciso tomar una determinación: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” (v. 15). Si ésta es de aceptación y compromiso, como la de Pedro (“¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!, v. 16b), inmediatamente se da por sentado el acceso a la comunidad de seguidores/as por la mediación directa del Padre (v. 17), aun cuando sea siempre imperfecta en virtud de sus componentes humanos, pero llama la atención que Dios y Jesús mismo sigan confiando en la necesidad de crear esa comunidad, a sabiendas de sus debilidades y flaquezas. El gran malentendido que a veces es la iglesia (en palabras de Emil Brunner), no la desnaturaliza ni le resta dignidad pues, por el contrario, la establece como una realidad dotada de autoridad espiritual en el mundo y ésa es la raíz de las promesas que recibirán los discípulos: “…los vv. 17-19 ofrecen un relato del fundamento de la autoridad pospascual en la Iglesia y del encargo del liderazgo. […] El término ekklesía se encuentra solamente aquí y en 18.17 en los cuatro evangelios. Se refiere a la asamblea del pueblo de Dios”.[1]

Al edificar sobre la afirmación de Pedro la realidad y fortaleza de la iglesia (v. 18), la promesa fundamental consiste en que “el poder del abismo” (“las puertas del infierno”, RVR, expresión usada en diversos lugares del AT: Is 38.10, Job 38.17, Sal 9.14) no podrá vencerla, pues “Mateo relaciona aquí a la Iglesia con el reino: la Iglesia es una disposición interina que media la salvación en el tiempo entre el ministerio terreno de Jesús y al futura llegada del reino”.[2] Atar y desatar en la tierra y en el cielo (v. 19) es la siguiente parte de la promesa que, en 18.18 es entregada a la comunidad como un todo: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo”, lo que echa por tierra que únicamente Pedro como apóstol o “papa” tendría esa potestad, relacionada con la toma de decisiones definitivas dentro de la iglesia. La autoridad de la iglesia, por tanto, será de naturaleza colegiada siempre, para terminar con las inclinaciones al abuso de poder espiritual y material al interior de la comunidad naciente. Queda claro que deben leerse paralelamente los caps. 16 y 18 a fin de llegar a conclusiones sanas y correctamente aplicables en estos temas.

Por todo ello, estas promesas del Señor para la vida de su pueblo, en el perfil comunitario que se estaba delineando, son claras y reclaman de ella, en primer lugar, la humildad que tanta falta le hizo a Pedro luego de recibir la revelación divina sobre el mesianismo de Jesús, que aún no debía compartirse de manera tan inmediata, pues debía concluir primero la formación de los discípulos y madurar el momento para su manifestación, con todo y que el esquema de Mateo obedece más bien al rechazo del pueblo judío a la persona de Jesús. La garantía de que la iglesia como nuevo pueblo de Dios podría cumplir con su responsabilidad es el sello que debe caracterizar siempre la fuerza con que ella debe asumir su papel en el mundo, pues su presente y futuro no dependen de su capacidad para adaptarse a mejores posiciones sino de su fidelidad al interminable y exigente amor que Dios le manifestará siempre.



[1] Benedict T. Viviano, “Evangelio de Mateo”; en R.E. Brown et al., eds., Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento y artículos temáticos. Estella, Verbo Divino, 2004, p. 111, http://laicos.antropo.es/biblia-y-libros/Nuevo-comentario-biblico-San-Jeronimo.Nuevo-Testamento.pdf.
[2] Idem.

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