28 de junio, 2015
Por
eso te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi Iglesia, y
el poder del abismo no la vencerá.
Mateo 16.18, La Palabra (Hispanoamérica)
La iglesia, como pueblo de Dios presente en la historia, debe afrontar
siempre su presente y su futuro asido a las promesas de su Señor y Salvador.
Como continuidad de la comunidad del Antiguo Testamento, la iglesia ha recibido
también las que el pueblo de Dios recibió con anterioridad, aunque cuando el
propio Señor Jesucristo replanteó la forma que debía adquirir el grupo de sus
seguidores/as, también renovó esas promesas y proyectó la presencia de la
comunidad en el mundo de una manera diferente. Desde la llamada de Abraham, y a
través de todos los episodios históricos, tan bellamente descritos por Hebreos
cap. 11, el perfil comunitario del pueblo es una constante que se fue adaptando
según el designio divino se fue revelando. Así, al momento de que el pueblo
antiguo dejó de vivir bajo una monarquía, la esperanza mesiánica lo fue dotando
de una comprensión que debía ir más allá de los usos humanos y políticos para
retomar las intenciones originales de formar una auténtica comunidad alternativa
a los usos y costumbres de las diversas épocas. Con ello, se podrían superar las
inclinaciones hacia un uso del poder, entre otras cosas, que no debían
prevalecer en esa nueva comunidad.
El famoso episodio de Mateo 16 en el que pregunta a sus discípulos sobre
el concepto que tenía el mundo sobre él (“¿Quién dice la gente que es el Hijo
del Hombre?”, v. 13), algo que dicho sea de paso ellos debían de saber muy bien,
lo cual no deja de ser una gran lección hasta hoy, pues la pregunta sobre la
imagen y naturaleza del Señor quienes primero deben hacérsela son sus seguidores
a fin de advertir las dimensiones del compromiso para el cual son llamados. Las
ideas que circulan en el mundo sobre el Maestro de Nazaret deben ser debatidas
y respondidas por los discípulos, para que la doctrina que ellos difundan sobre
él clarifiquen y anuncien adecuadamente su mensaje, tal como lo intentaron los
primeros seguidores en los Evangelios. Las diversas imágenes y creencias sobre Jesús,
muchas veces contradictorias y falseadas, desde que fue un gran iniciado o hasta
un revolucionario insurrecto tienen que ser confrontadas con las que
proporciona el Nuevo Testamento para que, luego de un discernimiento espiritual
profundo, pueda ofrecerse como parte de la proclamación del Evangelio de amor y
justicia de Dios.
La variedad de opiniones (v. 14), fruto de una pluralidad ideológica
indudable, no debe hacer que la iglesia flaquee en su apreciación central de la
persona de Jesucristo, razón de ser de su existencia en el mundo y ante la que
es preciso tomar una determinación: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”
(v. 15). Si ésta es de aceptación y compromiso, como la de Pedro (“¡Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo!, v. 16b), inmediatamente se da por sentado
el acceso a la comunidad de seguidores/as por la mediación directa del Padre (v.
17), aun cuando sea siempre imperfecta en virtud de sus componentes humanos,
pero llama la atención que Dios y Jesús mismo sigan confiando en la necesidad
de crear esa comunidad, a sabiendas de sus debilidades y flaquezas. El gran
malentendido que a veces es la iglesia (en palabras de Emil Brunner), no la
desnaturaliza ni le resta dignidad pues, por el contrario, la establece como
una realidad dotada de autoridad espiritual en el mundo y ésa es la raíz de las
promesas que recibirán los discípulos: “…los vv. 17-19 ofrecen un relato del
fundamento de la autoridad pospascual en la Iglesia y del encargo del
liderazgo. […] El término ekklesía se
encuentra solamente aquí y en 18.17 en los cuatro evangelios. Se refiere a la asamblea
del pueblo de Dios”.[1]
Al edificar sobre la afirmación de Pedro la realidad y fortaleza de la
iglesia (v. 18), la promesa fundamental consiste en que “el poder del abismo” (“las
puertas del infierno”, RVR, expresión usada en diversos lugares del AT: Is
38.10, Job 38.17, Sal 9.14) no podrá vencerla, pues “Mateo relaciona aquí a la
Iglesia con el reino: la Iglesia es una disposición interina que media la
salvación en el tiempo entre el ministerio terreno de Jesús y al futura llegada
del reino”.[2]
Atar y desatar en la tierra y en el cielo (v. 19) es la siguiente parte de la
promesa que, en 18.18 es entregada a la comunidad como un todo: “Les aseguro
que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo
que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo”, lo que echa por tierra
que únicamente Pedro como apóstol o “papa” tendría esa potestad, relacionada
con la toma de decisiones definitivas dentro de la iglesia. La autoridad de la
iglesia, por tanto, será de naturaleza colegiada
siempre, para terminar con las inclinaciones al abuso de poder espiritual y
material al interior de la comunidad naciente. Queda claro que deben leerse paralelamente
los caps. 16 y 18 a fin de llegar a conclusiones sanas y correctamente
aplicables en estos temas.
Por todo ello, estas promesas del Señor para la vida de su pueblo, en el
perfil comunitario que se estaba delineando, son claras y reclaman de ella, en
primer lugar, la humildad que tanta falta le hizo a Pedro luego de recibir la
revelación divina sobre el mesianismo de Jesús, que aún no debía compartirse de
manera tan inmediata, pues debía concluir primero la formación de los discípulos
y madurar el momento para su manifestación, con todo y que el esquema de Mateo obedece
más bien al rechazo del pueblo judío a la persona de Jesús. La garantía de que
la iglesia como nuevo pueblo de Dios podría cumplir con su responsabilidad es
el sello que debe caracterizar siempre la fuerza con que ella debe asumir su
papel en el mundo, pues su presente y futuro no dependen de su capacidad para
adaptarse a mejores posiciones sino de su fidelidad al interminable y exigente amor
que Dios le manifestará siempre.
[1] Benedict T. Viviano, “Evangelio
de Mateo”; en R.E. Brown et al.,
eds., Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento y
artículos temáticos. Estella, Verbo Divino, 2004, p. 111, http://laicos.antropo.es/biblia-y-libros/Nuevo-comentario-biblico-San-Jeronimo.Nuevo-Testamento.pdf.
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