sábado, 13 de junio de 2015

Letra 422, 14 de junio de 2015

SER PARTE
Karl Barth
Instantes. Santander, Sal Terrae, 2005, p. 109.

Clama a voz en grito, no te moderes, alza tu voz.
Isaías 58.1


A
la hora de verterse en la realidad, la confesión de fe entra necesariamente en contacto con las cuestiones que en cada momento mueven a la Iglesia y al mundo. Pero no lo hace atendiendo a dichas cuestiones en cuanto tal ni a su respuesta, sino al testimonio de Jesucristo que es preciso dar en el presente. Por eso da ese testimonio en cada época “como si nada hubiera pasado”, pues ciertamente hoy como ayer, aquí como allá, sólo tiene que testimoniar a Jesucristo. Pero lo hace siempre en función de lo que ocurrió. No habla sobre la situación, sino sobre el acontecimiento dentro de la situación —¡de la especial situación por él mismo escogida y caracterizada!—.

No habla desde el espíritu de la época, sino a él y con él, precisamente. Tomar partido, es decir, subordinar la propia causa a alguna otra, es una cosa; ser parte —en la propia causa, por propia iniciativa, porque el testimonio de Jesucristo exige que se responda sí o no— es otra cosa bien diferente. Una Iglesia que por puro miedo no se atreva siquiera a ser rozada por un “guardabarro”, ni a manifestarse ni a tomar partido; una Iglesia que ya no se atreva a ser parte, ha de considerar si no estará necesariamente comprometiéndose con alguien: con el diablo, que no conoce mejor aliado que una Iglesia que en la dificultad, y para conservar sin mancha su reputación y su apariencia, se mantenga eternamente neutral y silenciosa, limitándose a lo más a meditar y a discutir interminablemente: una Iglesia que, demasiado preocupada por la trascendencia nada fácil de amenazar del Reino de Dios, se haya convertido en un perro mudo. Eso es lo que no debe ocurrir.
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¿AUTORIDAD DE LA BIBLIA O EL PODER TRANSFORMADOR DE LA PALABRA?: NOTAS SOBRE EL USO DE LAS ESCRITURAS EN LOS PROBLEMAS ÉTICOS CONTEMPORÁNEOS (I)
Víctor Hernández Ramírez, Lupa Protestante, 9 de junio de 2015

Víctor HernándezLa incertidumbre es quizá la manera más común de experimentar la “modernidad líquida” en la cual vivimos: todo parece demasiado ligero, susceptible de anularse o esfumarse. Esa incertidumbre parece la contraparte a una libertad que se asocia con el individualismo moderno. Si suponemos que hay libertad para elegir, la incertidumbre resulta también de no saber qué es lo correcto o lo bueno.
Vivimos en una sociedad diversa, compleja y que tiene como una de sus condiciones el relativismo: frente a esa condición plural y relativista de la sociedad, muchos pueden seguir los usos y prácticas de su entorno o las modas del momento, pero siempre queda la cuestión de cuáles son los criterios éticos que guían sus decisiones o que permiten legitimar sus acciones. Lo mismo sucede si, frente a la condición relativista se asume una posición crítica o contra cultural: tarde o temprano hay que explicitar los criterios que responden a la pregunta básica: ¿qué hacer? ¿Cómo actuar en las diversas encrucijadas de la vida que nos corresponde vivir?
En este pequeño texto abordo una perspectiva de la ética desde el punto de vista cristiano, frente a esta complejidad de problemas éticos contemporáneos. Y dentro de esta perspectiva me limitaré al ámbito evangélico o protestante y a una práctica muy concreta que tiene lugar en la vida de las comunidades e individuos cristianos: me refiero al uso de la Biblia para hallar orientación o fundamentar lo que decidimos hacer, aquello que tiene un valor moral y ético.

El uso de la Biblia: ¿entre el fundamentalismo y el relativismo?
¿Cómo se utiliza la Biblia, por parte de creyentes de iglesias evangélicas, al tomar decisiones para actuar? ¿Influye de manera decisiva ese uso de las Escrituras en tales decisiones o se subordina a otros principios éticos de la cultura (o subcultura) de la que se forma parte? ¿Se reflexiona bíblicamente, por parte de los creyentes, para analizar cuestiones morales o simplemente se siguen los dictados de pastores y líderes de sus iglesias? Son preguntas que apuntan a la dimensión práctica que tiene el uso de la Biblia en las iglesias, puesto que se asume que cada creyente (y cada comunidad) lee la Biblia y ejercita la libre interpretación, sin tener que someterse a autoridades eclesiásticas.
El uso de la Biblia en la historia del protestantismo se cruza inevitablemente con el debate entre fundamentalismo y liberalismo teológico: frente a la teología liberal (siglos XIX y parte del XX)  tiene lugar una reacción que considera fundamental la lectura literal de la Biblia, la proclamación de su inerrancia y un uso imperativo de la misma. En no pocas ocasiones se usa la Biblia como un “arma” para atacar “apóstatas” o se hace de la Biblia casi un icono o sacramento de fe (lo que algunos han llamado “Bibliolatría”).
En realidad las cosas son más complejas y tienen diversos matices en la manera como el fundamentalismo se ha situado en el mundo evangélico (es necesario conocer sus orígenes en el mundo anglosajón de Gran Bretaña y los E.U.; como también resulta valioso analizar los efectos de este fundamentalismo en la historia de las iglesias evangélicas en otras latitudes, como América Latina o España) pero ciertamente los posicionamientos se acompañan de una animosidad que tiende a expulsar a quienes no asumen el mismo uso de la Biblia.
Si tenemos en cuenta la condición posmoderna en la que vivimos, frente a esa “impotencia moral” (Zygmunt Bauman) que prevalece para casi todos, es muy comprensible que se reaccione contra las posiciones éticas relativistas: ¿cómo actuar de manera responsable desde una ética cristiana? ¿Qué significa que la Biblia es nuestra “norma de fe y conducta”, como se dice en las profesiones de fe evangélicas, si hay tantas opiniones y argumentaciones a favor y en contra de cada tema cotidiano? ¿Cómo atenuar la incertidumbre y, sobre todo, cómo ofrecer respuestas sólidas a nuestros hijos?
¿Es verdad que el debate fundamentalismo-relativismo nos obliga a escoger entre unos y otros? ¿Sólo es posible seguir la Biblia en las decisiones éticas si aceptamos los principios fundamentalistas que exigen una práctica “autoritativa” de la Biblia y una interpretación literal de la misma? ¿O acaso la Biblia es tan sólo un conjunto de principios de valor diverso y relativo con respecto a los problemas éticos contemporáneos?

Los relativistas son “cristianos de café”… y los fundamentalistas también
En su libro “La Biblia al pie de la letra” (The Year of Living Biblically), A. J. Jacobs, escritor estadunidense, judío y agnóstico, da cuenta de su experiencia de vivir un año de su vida tratando de seguir todos los mandamientos de la Biblia “al pie de la letra” (literally).
La lectura de este libro es una experiencia curiosa: un agnóstico que se dedica a poner en práctica los mandamientos bíblicos en Nueva York, que intenta cumplirlos al menos una vez (como apedrear algún adúltero), en su vida íntima (no se sienta donde se ha sentado su esposa cuando ella tiene la menstruación), que conversa con muchos líderes religiosos para preguntarles sobre su manera de interpretar la Biblia y ponerla en práctica, y que al final de cuentas dice cosas sorprendentes (si piensas que son dichas por un escritor agnóstico): “La letra de la Biblia es eterna, pero no así su interpretación” o “Se ha interpretado tanto a los evangelios que hemos empezado a atender sólo a las interpretaciones y no a lo que dijo Jesús”; y sobre la oración dice: “La oración es un buen medio para enseñarme el concepto del sacrificio de mi tiempo por un bien superior”.
Aunque A. J. Jacobs también dice cosas como éstas: “Si de verdad sigues todas las reglas, acabarás por pasar todo el tiempo comportándote como un loco”. O, refiriéndose a ciertas posiciones fundamentalistas sobre el origen de las Escrituras: “La Biblia salió del horno de Dios como un pastel cocinado en su punto”.
Hay una conclusión de A. J. Jacobs que me resulta muy interesante. El autor dice que los grupos más fundamentalistas suelen criticar a sus opositores diciendo que son “cristianos de café”: es decir, que solamente escogen ciertos textos de la Biblia para avalar sus posiciones de moda o que siguen ciertas interpretaciones para acomodarlas a sus puntos de vista.  Pero,  al  final  de su experiencia de tratar de cumplir todos los mandatos bíblicos de manera literal (y de haberse entrevistado con todo tipo de creyentes en la Biblia), Jacobs afirma que todos, sean fundamentalistas u opositores de los fundamentalistas, todos son “cristianos de café”, porque unos y otros eligen ciertos textos bíblicos por sobre otros o porque inevitablemente usan determinados criterios de interpretación de los textos y usan ciertos criterios de aplicación de los textos bíblicos en su vida. Nadie puede aplicar literalmente todos los mandamientos de la Biblia en su vida.
Esta conclusión, en realidad, no es novedosa, pues la manera de interpretar y de vivir la Biblia, así como la reflexión teológica que le sigue, siempre supone una “pre-comprensión” de las Escrituras y siempre hace uso de un “canon dentro del canon”. En el caso de los cristianos, la Biblia entera se lee a partir de Jesús el Cristo, la revelación plena de Dios. Para los cristianos la Biblia tiene sentido a partir de y en Jesucristo, quien es la Palabra que se ha hecho carne, habitando entre nosotros (Juan 1). En este acercamiento a la Biblia, el/la cristiano/a se plantea los problemas éticos desde la perspectiva de su experiencia de fe y en el propósito de cumplir la voluntad de Dios.

Los factores no–teológicos en los debates de una ética cristiana
bibliaSin embargo, frente a las cuestiones éticas contemporáneas, los creyentes evangélicos no simplemente pueden acercarse a la Biblia para saber cómo ésta puede guiarles en sus preguntas éticas, sino que también están en juego otros factores. Es lo que llamo “los factores no–teológicos”. Los factores no–teológicos consisten en aquello que subyace como entorno o condición en la vida de las comunidades evangélicas: la pertenencia a una determinada familia evangélica, la cultura religiosa de la que se forma parte, las formas de organización del poder, la manera como se toman decisiones, el cómo se legitiman las prácticas.
Esto condiciona la manera de posicionarse ante una cuestión ética: ¿Qué aconsejar a una adolescente con un embarazo no deseado? ¿Es ético tener el dinero de la iglesia en un banco que invierte en la industria armamentista? ¿Las mujeres pueden ser pastoras con plenos derechos en la iglesia? ¿Se puede ser homosexual y cristiano evangélico? ¿Se deben negar la participación en los sacramentos a una persona divorciada? ¿Se deberían aceptar las ofrendas de personas que explotan a sus empleados con sueldos indignos o condiciones precarias? ¿Es ético que se prometan bendiciones divinas a cambio de ofrendas o diezmos?
El papel que juegan estos factores no–teológicos es importante porque una persona no siempre puede opinar o preguntar con entera libertad, porque hay posicionamientos morales o éticos ya asumidos en su iglesia como institución o en la cultura religiosa de la que forma parte. Esto suele ser más evidente en los temas de ética sexual (las prácticas sexuales, la identidad de género, etcétera), por razones que afectan la historia de la moral sexual cristiana.

Los mismos pastores no tienen entera libertad de dialogar sobre temas éticos o al menos no pueden hacerlo de manera pública. Si un pastor hace preguntas o plantea abrirse a un diálogo en una cuestión ética determinada puede incluso poner en riesgo su lugar en la institución o puede ocurrir que un pastor se quede sin trabajo y que ninguna comunidad le acepte si ha sido pillado con “aires liberales”. Y entonces ya no importa que haga una exégesis adecuada del texto bíblico o que pretenda una interpretación más flexible de algunos “mandamientos bíblicos”.

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