SER PARTE
Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 109.
Clama a
voz en grito, no te moderes, alza tu voz.
Isaías 58.1
A
|
la hora de
verterse en la realidad, la confesión de fe entra necesariamente en contacto con las cuestiones que en cada momento mueven a la Iglesia y al mundo. Pero no
lo hace atendiendo a dichas cuestiones en cuanto tal ni a su respuesta, sino al
testimonio de Jesucristo que es preciso dar en el presente. Por eso da ese
testimonio en cada época “como si nada hubiera pasado”, pues ciertamente hoy
como ayer, aquí como allá, sólo tiene que testimoniar a Jesucristo. Pero lo
hace siempre en función de lo que ocurrió. No habla sobre la situación, sino
sobre el acontecimiento dentro de la situación —¡de la especial situación por
él mismo escogida y caracterizada!—.
No habla
desde el espíritu de la época, sino a él y con él, precisamente. Tomar partido,
es decir, subordinar la propia causa a alguna otra, es una cosa; ser parte —en
la propia causa, por propia iniciativa, porque el testimonio de Jesucristo
exige que se responda sí o no— es otra cosa bien diferente. Una Iglesia que por
puro miedo no se atreva siquiera a ser rozada por un “guardabarro”, ni a manifestarse
ni a tomar partido; una Iglesia que ya no se atreva a ser parte, ha de
considerar si no estará necesariamente comprometiéndose con alguien: con el
diablo, que no conoce mejor aliado que una Iglesia que en la dificultad, y para
conservar sin mancha su reputación y su apariencia, se mantenga eternamente
neutral y silenciosa, limitándose a lo más a meditar y a discutir
interminablemente: una Iglesia que, demasiado preocupada por la trascendencia
nada fácil de amenazar del Reino de Dios, se haya convertido en un perro mudo.
Eso es lo que no debe ocurrir.
_____________________________
¿AUTORIDAD DE LA BIBLIA O EL PODER
TRANSFORMADOR DE LA PALABRA?: NOTAS SOBRE EL USO DE LAS ESCRITURAS EN LOS
PROBLEMAS ÉTICOS CONTEMPORÁNEOS (I)
Víctor Hernández Ramírez, Lupa
Protestante, 9 de junio de 2015
La
incertidumbre es quizá la manera más común de experimentar la “modernidad
líquida” en la cual vivimos: todo parece demasiado ligero, susceptible de
anularse o esfumarse. Esa incertidumbre parece la contraparte a una libertad
que se asocia con el individualismo moderno. Si suponemos que hay libertad para
elegir, la incertidumbre resulta también de no saber qué es lo correcto o lo
bueno.
Vivimos
en una sociedad diversa, compleja y que tiene como una de sus condiciones el
relativismo: frente a esa condición plural y relativista de la sociedad, muchos
pueden seguir los usos y prácticas de su entorno o las modas del momento, pero
siempre queda la cuestión de cuáles son los criterios éticos que guían sus
decisiones o que permiten legitimar sus acciones. Lo mismo sucede si, frente a
la condición relativista se asume una posición crítica o contra cultural: tarde
o temprano hay que explicitar los criterios que responden a la pregunta básica:
¿qué hacer? ¿Cómo actuar en las diversas encrucijadas de la vida que nos
corresponde vivir?
En
este pequeño texto abordo una perspectiva de la ética desde el punto de vista
cristiano, frente a esta complejidad de problemas éticos contemporáneos. Y
dentro de esta perspectiva me limitaré al ámbito evangélico o protestante y a
una práctica muy concreta que tiene lugar en la vida de las comunidades e
individuos cristianos: me refiero al uso de la Biblia para hallar orientación o
fundamentar lo que decidimos hacer, aquello que tiene un valor moral y ético.
El uso de la Biblia: ¿entre el fundamentalismo y el relativismo?
¿Cómo se
utiliza la Biblia, por parte de creyentes de iglesias evangélicas, al tomar
decisiones para actuar? ¿Influye de manera decisiva ese uso de las Escrituras
en tales decisiones o se subordina a otros principios éticos de la cultura (o
subcultura) de la que se forma parte? ¿Se reflexiona bíblicamente, por parte de
los creyentes, para analizar cuestiones morales o simplemente se siguen los
dictados de pastores y líderes de sus iglesias? Son preguntas que apuntan a la
dimensión práctica que tiene el uso de la Biblia en las iglesias, puesto que se
asume que cada creyente (y cada comunidad) lee la Biblia y ejercita la libre
interpretación, sin tener que someterse a autoridades eclesiásticas.
El
uso de la Biblia en la historia del protestantismo se cruza inevitablemente con
el debate entre fundamentalismo y liberalismo teológico: frente a la teología
liberal (siglos XIX y parte del XX) tiene lugar una reacción que
considera fundamental la lectura literal de la Biblia, la proclamación de su
inerrancia y un uso imperativo de la misma. En no pocas ocasiones se usa la
Biblia como un “arma” para atacar “apóstatas” o se hace de la Biblia casi un
icono o sacramento de fe (lo que algunos han llamado “Bibliolatría”).
En
realidad las cosas son más complejas y tienen diversos matices en la manera
como el fundamentalismo se ha situado en el mundo evangélico (es necesario
conocer sus orígenes en el mundo anglosajón de Gran Bretaña y los E.U.; como
también resulta valioso analizar los efectos de este fundamentalismo en la
historia de las iglesias evangélicas en otras latitudes, como América Latina o
España) pero ciertamente los posicionamientos se acompañan de una animosidad
que tiende a expulsar a quienes no asumen el mismo uso de la Biblia.
Si
tenemos en cuenta la condición posmoderna en la que vivimos, frente a esa
“impotencia moral” (Zygmunt Bauman) que prevalece para casi todos, es muy
comprensible que se reaccione contra las posiciones éticas relativistas: ¿cómo
actuar de manera responsable desde una ética cristiana? ¿Qué significa que la
Biblia es nuestra “norma de fe y conducta”, como se dice en las profesiones de
fe evangélicas, si hay tantas opiniones y argumentaciones a favor y en contra
de cada tema cotidiano? ¿Cómo atenuar la incertidumbre y, sobre todo, cómo
ofrecer respuestas sólidas a nuestros hijos?
¿Es
verdad que el debate fundamentalismo-relativismo nos obliga a escoger entre
unos y otros? ¿Sólo es posible seguir la Biblia en las decisiones éticas si
aceptamos los principios fundamentalistas que exigen una práctica
“autoritativa” de la Biblia y una interpretación literal de la misma? ¿O acaso
la Biblia es tan sólo un conjunto de principios de valor diverso y relativo con
respecto a los problemas éticos contemporáneos?
Los relativistas son “cristianos de café”… y los fundamentalistas
también
En su libro
“La Biblia al pie de la letra” (The Year of Living Biblically), A. J.
Jacobs, escritor estadunidense, judío y agnóstico, da cuenta de su experiencia
de vivir un año de su vida tratando de seguir todos los mandamientos de la
Biblia “al pie de la letra” (literally).
La
lectura de este libro es una experiencia curiosa: un agnóstico que se dedica a
poner en práctica los mandamientos bíblicos en Nueva York, que intenta
cumplirlos al menos una vez (como apedrear algún adúltero), en su vida íntima
(no se sienta donde se ha sentado su esposa cuando ella tiene la menstruación),
que conversa con muchos líderes religiosos para preguntarles sobre su manera de
interpretar la Biblia y
ponerla en práctica, y que al final de cuentas dice cosas sorprendentes (si
piensas que son dichas por un escritor agnóstico): “La letra de la Biblia es
eterna, pero no así su interpretación” o “Se ha interpretado tanto a los
evangelios que hemos empezado a atender sólo a las interpretaciones y no a lo
que dijo Jesús”; y sobre la oración dice: “La oración es un buen medio para
enseñarme el concepto del sacrificio de mi tiempo por un bien superior”.
Aunque
A. J. Jacobs también dice cosas como éstas: “Si de verdad sigues todas las
reglas, acabarás por pasar todo el tiempo comportándote como un loco”. O, refiriéndose
a ciertas posiciones fundamentalistas sobre el origen de las Escrituras: “La
Biblia salió del horno de Dios como un pastel cocinado en su punto”.
Hay
una conclusión de A. J. Jacobs que me resulta muy interesante. El autor dice
que los grupos más fundamentalistas suelen criticar a sus opositores diciendo
que son “cristianos de café”: es decir, que solamente escogen ciertos textos de
la Biblia para avalar sus posiciones de moda o que siguen ciertas
interpretaciones para acomodarlas a sus puntos de vista. Pero, al
final de su experiencia de tratar de cumplir todos
los mandatos bíblicos de manera literal (y de haberse entrevistado con todo
tipo de creyentes en la Biblia), Jacobs afirma que todos, sean fundamentalistas
u opositores de los fundamentalistas, todos son “cristianos de café”, porque
unos y otros eligen ciertos textos bíblicos por sobre otros o porque
inevitablemente usan determinados criterios de interpretación de los textos y
usan ciertos criterios de aplicación de los textos bíblicos en su vida. Nadie
puede aplicar literalmente todos los mandamientos de la Biblia en su vida.
Esta
conclusión, en realidad, no es novedosa, pues la manera de interpretar y de
vivir la Biblia, así como la reflexión teológica que le sigue, siempre supone
una “pre-comprensión” de las Escrituras y siempre hace uso de un “canon dentro
del canon”. En el caso de los cristianos, la Biblia entera se lee a partir de
Jesús el Cristo, la revelación plena de Dios. Para los cristianos la Biblia
tiene sentido a partir de y en Jesucristo, quien es la Palabra que se ha hecho
carne, habitando entre nosotros (Juan 1). En este acercamiento a la Biblia,
el/la cristiano/a se plantea los problemas éticos desde la perspectiva de su
experiencia de fe y en el propósito de cumplir la voluntad de Dios.
Los
factores no–teológicos en los debates de una ética cristiana
Sin
embargo, frente a las cuestiones éticas contemporáneas, los creyentes
evangélicos no simplemente pueden acercarse a la Biblia para saber cómo ésta
puede guiarles en sus preguntas éticas, sino que también están en juego otros
factores. Es lo que llamo “los
factores no–teológicos”. Los factores
no–teológicos consisten en aquello que subyace como entorno o condición en la
vida de las comunidades evangélicas: la pertenencia a una determinada familia
evangélica, la cultura religiosa de la que se forma parte, las formas de
organización del poder, la manera como se toman decisiones, el cómo se
legitiman las prácticas.
Esto
condiciona la manera de posicionarse ante una cuestión ética: ¿Qué aconsejar a
una adolescente con un embarazo no deseado? ¿Es ético tener el dinero de la
iglesia en un banco que invierte en la industria armamentista? ¿Las mujeres
pueden ser pastoras con plenos derechos en la iglesia? ¿Se puede ser homosexual
y cristiano evangélico? ¿Se deben negar la participación en los sacramentos a
una persona divorciada? ¿Se deberían aceptar las ofrendas de personas que
explotan a sus empleados con sueldos indignos o condiciones precarias? ¿Es
ético que se prometan bendiciones divinas a cambio de ofrendas o diezmos?
El
papel que juegan estos factores no–teológicos es importante porque una persona
no siempre puede opinar o preguntar con entera libertad, porque hay posicionamientos
morales o éticos ya asumidos en su iglesia como institución o en la cultura
religiosa de la que forma parte. Esto suele ser más evidente en los temas de
ética sexual (las prácticas sexuales, la identidad de género, etcétera), por
razones que afectan la historia de la moral sexual cristiana.
Los
mismos pastores no tienen entera libertad de dialogar sobre temas éticos o al
menos no pueden hacerlo de manera pública. Si un pastor hace preguntas o
plantea abrirse a un diálogo en una cuestión ética determinada puede incluso
poner en riesgo su lugar en la institución o puede ocurrir que un pastor se
quede sin trabajo y que ninguna comunidad le acepte si ha sido pillado con
“aires liberales”. Y entonces ya no importa que haga una exégesis adecuada del
texto bíblico o que pretenda una interpretación más flexible de algunos
“mandamientos bíblicos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario