7 de junio, 2015
Sin
embargo, anímate Zorobabel —oráculo del Señor—, anímate sumo sacerdote Josué,
hijo de Josadac, y que se anime toda la gente del país —oráculo del Señor—.
Pongan manos a la obra porque yo estoy con ustedes, dice el Señor del universo.
Hageo 2.4, La Palabra (Hispanoamérica)
El libro de Hageo (en hebreo Jaggai:
“Alegre”, Hilario) manifiesta claramente una preocupación comunitaria por
el templo como “un elemento clave en el mundo simbólico de la religiosidad
popular”.[1]
El profeta seguramente perteneció al llamado “pueblo de la tierra” (am ha aretz), los campesinos de Judá que
ocuparon la tierra en Palestina después de la caída de Jerusalén. Alicia Winters explica
así el contexto de lo acaecido en esa época para situar el mensaje de Hageo
sobre la reconstrucción del templo:
Con la caída de
Jerusalén y la deportación de los principales ciudadanos a Babilonia, quedaron
en la tierra los pobres “que no tenían nada” (Jr 39.10). Durante el conflicto
con Babilonia, muchos habitantes de Judá se habían refugiado en Moab, Amón,
Edom y otras regiones, pero Jr 40.7ss indica que muchos de estos desplazados
volvieron y se establecieron alrededor de Godolías en Mispá “y recogieron vino
y abundantes frutos”. Ezequiel hace pensar que al principio vivían entre las
ruinas, en los campos o escondidos en rocas y cavernas (Ez 33.27), pero también
sabemos que los babilonios repartieron tierras y viñedos entre los más pobres (2
R 25.10-12).[2]
Y agrega, en torno a la mentalidad prevaleciente al momento de afrontar la
posibilidad de dar inicio a dicha reconstrucción: “El proyecto de
reconstrucción despertaría interés no solamente entre los exiliados, sino
también en la comunidad que ya ocupaba la tierra en Palestina, debido la
importancia que las ruinas ya habían adquirido a sus ojos. El mensaje de Ageo
se da en este contexto. Ya se conocía la promesa de reconstrucción, la
esperanza de reconstrucción, pero había vacilación y demoras para dar comienzo
al proyecto de parte de aquellos que vinieron de lejos”. Había una vacilación
de fondo, una tardanza ocasionada por motivos de comodidad económica y de
incomprensión de los tiempos divinos, en una especie de confrontación
divina-humana. “El profeta no estaba proponiendo la reconstrucción del templo
como una idea nueva. Ya se venía hablando del proyecto”. Su inquietud era que
nada se hacía. Los compiladores del libro anotaron con precisión la fecha del
día en que Ageo abordó formalmente a los altos funcionarios del grupo de los
repatriados [segundo año del rey Darío de Persia, 520 a.C.] para expresar las
inquietudes de los campesinos, que constituían, para él y para los compiladores,
‘el resto del pueblo’, o ‘el pueblo de la tierra’”. De ahí la importancia de la
observación: “Este pueblo dice: ‘No ha llegado aún el tiempo en que la casa de
Yavé sea reedificada’” (1.2).
Pero ante la emergencia de los grupos populares como responsables de la
vida y espiritualidad de la nueva época, el eventual nuevo templo ya no
significaría lo mismo que para las generaciones anteriores. De las cuatro veces
(todas fechadas rigurosamente) que el profeta recibe la palabra divina, en la
primera (1.12-14) hay una reacción muy favorable por parte de los responsables
político y religioso: Zorobabel, nieto del rey Jeconías, y Josué, nieto del
sacerdote Seraías. En la segunda proclamación (2.1-9), la exhortación consiste
en animar a ambos líderes, además del resto del pueblo (un avance considerable
en relación con la antigüedad), para seguir adelante en el proyecto de reconstrucción,
considerando seriamente la promesa que hace Yahvé para conducir el proceso. Hay
una crítica directa al templo de Salomón y a las prácticas que generó: “¿Quién
queda entre ustedes que haya conocido este Templo en su esplendor inicial?
¿Cómo lo ven ahora? ¿No les salta a la vista su insignificancia?” (2.3). Ahora
el templo será un lugar de reunión de dimensión internacional (2.7), por lo que
llama también la atención la denominación de Dios como “Señor del universo”, resultado
de una proyección universal que permitió superar el exclusivismo etnocentrista
de Israel. Y no está ausente la reminiscencia de la fidelidad de Yahvé desde el
acontecimiento del Éxodo: “Este es el compromiso que pacté con ustedes cuando
salieron de Egipto: mi espíritu estará en medio de ustedes; por tanto, no teman”
(2.5).
Winters destaca cinco funciones o dimensiones simbólicas del templo en
el pensamiento de Hageo y la comunidad campesina de Judá que dominaba en ese
momento, luego del fin de la monarquía israelita:
1. El templo
proporcionaba continuidad con el pasado frente a los grandes cambios en la vida
política del país. El templo no era simplemente un lugar de culto. Era
símbolo de la acción de Dios en medio de su pueblo. […]
2. El templo
simbolizaba la relación continua del pueblo con la tierra. […] La continuidad con el
pasado queda reforzada al señalarse la continuidad con la tierra como lugar
sagrado. […]
3.El templo
articulaba la identidad del pueblo y canalizaba su resistencia frente a la
creciente penetración de las costumbres y exigencias de los conquistadores
extranjeros. […] Además,
en la medida en que ensalza a Zorobabel como sucesor de las promesas davídicas,
Hageo lanza una protesta contra las pretensiones persas a la sucesión de la
monarquía. […]
4. El templo creaba
comunidad, proporcionando organización y estabilidad frente a la incertidumbre que
prevalecía en todas partes. El templo formaba parte
de la realidad que vivía el pueblo: campesinos y campesinas que sufrían hambre,
sentían frío, etcétera. […]
5. El templo hablaba
de la presencia de Dios con su pueblo y así brindaba esperanza para el futuro. “Porque yo estoy con vosotros” [2.4b]
es la razón detrás de todo en el libro de Hageo. […] El templo es un proyecto y
plantea una utopía, una esperanza: “Desde el día que se echó el cimiento del
templo de Yavé: meditad... Ni la vid, ni la higuera, ni el granado, ni el árbol
de olivo han florecido todavía; mas desde este día os bendeciré” [2.19].[3]
El énfasis crítico de estas afirmaciones siguen vigente actualmente si
se analizan las esperanzas que las comunidades depositan en sus lugares de
culto y pierden de vista el verdadero fin de los mismos. El tercer oráculo
recibido por Hageo tiene que ver con la purificación ritual (2.10-19), lo que
demuestra su cercanía con los círculos sacerdotales de la época del exilio, en
función de las fechas en que comenzó la reconstrucción del templo. La bendición
resultante del esfuerzo por reconstruir será una realidad tangible en términos
agrícolas. Finalmente, Zorobabel recibe el anuncio del beneplácito divino, y la
exhortación a esforzarse con denuedo para conseguir los propósitos más altos en
beneficio del pueblo (2.20-23). De la misma manera, hoy el presente y el futuro
de la iglesia están en las manos de Dios y Él la guiará para retomar, cada vez
que sea necesario, el rumbo que requiere, pues muchas veces no es capaz de
comprender los alcances de los proyectos divinos y con frecuencia requiere
correctivos históricos severos como los que atravesó el pueblo antiguo.
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