sábado, 6 de junio de 2015

"Esfuérzate... y cobra ánimo": el presente y el futuro de la iglesia están en las manos de Dios, L. Cervantes-O.

7 de junio, 2015

Sin embargo, anímate Zorobabel —oráculo del Señor—, anímate sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y que se anime toda la gente del país —oráculo del Señor—. Pongan manos a la obra porque yo estoy con ustedes, dice el Señor del universo.
Hageo 2.4, La Palabra (Hispanoamérica)

El libro de Hageo (en hebreo Jaggai: “Alegre”, Hilario) manifiesta claramente una preocupación comunitaria por el templo como “un elemento clave en el mundo simbólico de la religiosidad popular”.[1] El profeta seguramente perteneció al llamado “pueblo de la tierra” (am ha aretz), los campesinos de Judá que ocuparon la tierra en Palestina después de la caída de Jerusalén. Alicia Winters explica así el contexto de lo acaecido en esa época para situar el mensaje de Hageo sobre la reconstrucción del templo:

Con la caída de Jerusalén y la deportación de los principales ciudadanos a Babilonia, quedaron en la tierra los pobres “que no tenían nada” (Jr 39.10). Durante el conflicto con Babilonia, muchos habitantes de Judá se habían refugiado en Moab, Amón, Edom y otras regiones, pero Jr 40.7ss indica que muchos de estos desplazados volvieron y se establecieron alrededor de Godolías en Mispá “y recogieron vino y abundantes frutos”. Ezequiel hace pensar que al principio vivían entre las ruinas, en los campos o escondidos en rocas y cavernas (Ez 33.27), pero también sabemos que los babilonios repartieron tierras y viñedos entre los más pobres (2 R 25.10-12).[2]

Y agrega, en torno a la mentalidad prevaleciente al momento de afrontar la posibilidad de dar inicio a dicha reconstrucción: “El proyecto de reconstrucción despertaría interés no solamente entre los exiliados, sino también en la comunidad que ya ocupaba la tierra en Palestina, debido la importancia que las ruinas ya habían adquirido a sus ojos. El mensaje de Ageo se da en este contexto. Ya se conocía la promesa de reconstrucción, la esperanza de reconstrucción, pero había vacilación y demoras para dar comienzo al proyecto de parte de aquellos que vinieron de lejos”. Había una vacilación de fondo, una tardanza ocasionada por motivos de comodidad económica y de incomprensión de los tiempos divinos, en una especie de confrontación divina-humana. “El profeta no estaba proponiendo la reconstrucción del templo como una idea nueva. Ya se venía hablando del proyecto”. Su inquietud era que nada se hacía. Los compiladores del libro anotaron con precisión la fecha del día en que Ageo abordó formalmente a los altos funcionarios del grupo de los repatriados [segundo año del rey Darío de Persia, 520 a.C.] para expresar las inquietudes de los campesinos, que constituían, para él y para los compiladores, ‘el resto del pueblo’, o ‘el pueblo de la tierra’”. De ahí la importancia de la observación: “Este pueblo dice: ‘No ha llegado aún el tiempo en que la casa de Yavé sea reedificada’” (1.2).
Pero ante la emergencia de los grupos populares como responsables de la vida y espiritualidad de la nueva época, el eventual nuevo templo ya no significaría lo mismo que para las generaciones anteriores. De las cuatro veces (todas fechadas rigurosamente) que el profeta recibe la palabra divina, en la primera (1.12-14) hay una reacción muy favorable por parte de los responsables político y religioso: Zorobabel, nieto del rey Jeconías, y Josué, nieto del sacerdote Seraías. En la segunda proclamación (2.1-9), la exhortación consiste en animar a ambos líderes, además del resto del pueblo (un avance considerable en relación con la antigüedad), para seguir adelante en el proyecto de reconstrucción, considerando seriamente la promesa que hace Yahvé para conducir el proceso. Hay una crítica directa al templo de Salomón y a las prácticas que generó: “¿Quién queda entre ustedes que haya conocido este Templo en su esplendor inicial? ¿Cómo lo ven ahora? ¿No les salta a la vista su insignificancia?” (2.3). Ahora el templo será un lugar de reunión de dimensión internacional (2.7), por lo que llama también la atención la denominación de Dios como “Señor del universo”, resultado de una proyección universal que permitió superar el exclusivismo etnocentrista de Israel. Y no está ausente la reminiscencia de la fidelidad de Yahvé desde el acontecimiento del Éxodo: “Este es el compromiso que pacté con ustedes cuando salieron de Egipto: mi espíritu estará en medio de ustedes; por tanto, no teman” (2.5).
Winters destaca cinco funciones o dimensiones simbólicas del templo en el pensamiento de Hageo y la comunidad campesina de Judá que dominaba en ese momento, luego del fin de la monarquía israelita:

1. El templo proporcionaba continuidad con el pasado frente a los grandes cambios en la vida política del país. El templo no era simplemente un lugar de culto. Era símbolo de la acción de Dios en medio de su pueblo. […]
2. El templo simbolizaba la relación continua del pueblo con la tierra. […] La continuidad con el pasado queda reforzada al señalarse la continuidad con la tierra como lugar sagrado. […]
3.El templo articulaba la identidad del pueblo y canalizaba su resistencia frente a la creciente penetración de las costumbres y exigencias de los conquistadores extranjeros. […] Además, en la medida en que ensalza a Zorobabel como sucesor de las promesas davídicas, Hageo lanza una protesta contra las pretensiones persas a la sucesión de la monarquía. […]
4. El templo creaba comunidad, proporcionando organización y estabilidad frente a la incertidumbre que prevalecía en todas partes. El templo formaba parte de la realidad que vivía el pueblo: campesinos y campesinas que sufrían hambre, sentían frío, etcétera. […]
5. El templo hablaba de la presencia de Dios con su pueblo y así brindaba esperanza para el futuro. “Porque yo estoy con vosotros” [2.4b] es la razón detrás de todo en el libro de Hageo. […] El templo es un proyecto y plantea una utopía, una esperanza: “Desde el día que se echó el cimiento del templo de Yavé: meditad... Ni la vid, ni la higuera, ni el granado, ni el árbol de olivo han florecido todavía; mas desde este día os bendeciré” [2.19].[3]

El énfasis crítico de estas afirmaciones siguen vigente actualmente si se analizan las esperanzas que las comunidades depositan en sus lugares de culto y pierden de vista el verdadero fin de los mismos. El tercer oráculo recibido por Hageo tiene que ver con la purificación ritual (2.10-19), lo que demuestra su cercanía con los círculos sacerdotales de la época del exilio, en función de las fechas en que comenzó la reconstrucción del templo. La bendición resultante del esfuerzo por reconstruir será una realidad tangible en términos agrícolas. Finalmente, Zorobabel recibe el anuncio del beneplácito divino, y la exhortación a esforzarse con denuedo para conseguir los propósitos más altos en beneficio del pueblo (2.20-23). De la misma manera, hoy el presente y el futuro de la iglesia están en las manos de Dios y Él la guiará para retomar, cada vez que sea necesario, el rumbo que requiere, pues muchas veces no es capaz de comprender los alcances de los proyectos divinos y con frecuencia requiere correctivos históricos severos como los que atravesó el pueblo antiguo.



[1] Alicia Winters, “El templo de Ageo”, en RIBLA, núm. 35-36, www.claiweb.org/ribla/ribla35-36/el%20templo%20de%20ageo.html.
[2] Idem.
[3] Idem.

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