CULTO POLÍTICO
Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 108.
Procurad
el bien de la ciudad y orad por ella.
Jeremías 29.7
L
|
a Iglesia no debe nunca dejar de ser la Iglesia. La comunidad cristiana
tiene una tarea de la que la comunidad civil jamás podrá eximirle y a que
tampoco puede desempeñar de la manera en que la comunidad civil desempeña la
suya. Anuncia el señorío de Jesucristo y la esperanza en el Reino venidero de
Dios. La comunidad civil no tiene que transmitir ningún mensaje de este género,
aunque sí se le pide que no prescinda de él; tampoco ora, pero sí se le hace
saber que se ora por ella. En cambio, precisamente al cumplir la tarea que le
es propia, la comunidad cristiana se ve implicada también en la tarea de la
comunidad civil.
En efecto, al creer en Jesucristo y
anunciar a Jesucristo, cree y anuncia a quien, como Señor de la Iglesia, es
también Señor del mundo. La comunidad cristiana ora por la comunidad civil;
pero al hacerlo se hace responsable de ella ante Dios, cosa que no haría en
serio si, al tiempo que ora por ella, no trabajara además activamente en su
favor. Sirve a Dios y, precisamente por ello y con ello, al ser humano.
La comunidad cristiana está
fundamentada en el reconocimiento del Dios que, siendo Dios, se hizo hombre,
convirtiéndose de ese modo en prójimo del ser humano. Lo cual conlleva
inevitablemente que la comunidad cristiana se ocupe ante todo del ser humano, y
no de ninguna otra cosa, tanto en el ámbito político como en cualquier otra
circunstancia. Después de que Dios mismo
se hiciera hombre, el ser humano es la medida de todas las cosas.
______________________________
JESÚS NO FUE A LA MARCHA DE JESÚS
Juan Arias, El País, 5
de junio de 2015
Bastaría echar un vistazo a algunos de los
hechos y dichos de Jesús tal como aparecen en la Biblia para imaginarse que, de
haber estado presente, habría huido de la Marcha apoteósica del jueves
realizada en su honor.
Habría
huido para encontrarse, en la periferia de la ciudad, con la caravana de
excluidos por los evangélicos fundamentalistas, todos los diferentes y
perseguidos por los poderes conservadores con quienes, sin embargo, Jesús se
entendía mejor que con los sacerdotes y doctores del Templo.
La Marcha
para Jesús llevaba como título “Exaltando al Rey de reyes”, y en él se oyeron
gritos, entre otros, contra la prostitución, las drogas y las nuevas familias
formadas por gais o lesbianas. Brasil merece ser visto
como un país tolerante y moderno sin obsesiones contra los que practican
diferentes sexualidades
En la gran
marcha para Jesús se escuchaban los ecos de intolerancia e indignación contra
la liberadora publicidad de la firma Boticario, en la que parejas de hombres y
parejas de mujeres se cambian regalos con naturalidad y afecto y que los
evangélicos han intentado impugnar ante la justicia.
La Biblia
está, sin embargo, cuajada de historias de amor entre personas del mismo sexo,
como los casos de las mujeres Rut y Noemí, o David y Jonathan. Y hasta de Jesús
con el discípulo Juan, a quién los evangelios presentan como un caso especial
de amor. Juan era para Jesús el “amado” y “preferido”. Y los apóstoles se
besaban entre ellos. Jesús no soportaba la
hipocresía de los hombres de Iglesia, como muchos pastores de hoy, que se
creían dueños de la verdad y hasta de la vida y los afectos de la gente
El pastor
Esteban Hernández, de la Iglesia Renacer, ha anunciado que las imágenes de la
Marcha para Jesús serán llevadas a 170 países. Su deseo es que Brasil no sea
visto en el exterior, entre otras cosas, como “el país de las prostitutas”. En
verdad, como Brasil merece ser visto dentro y fuera de sus fronteras es como un
país tolerante y moderno sin esas obsesiones contra los que practican
diferentes sexualidades, a quienes se sigue matando, o contra las prostitutas,
a las que Jesús amaba y defendía contra la hipocresía de los fariseos, llegando
a decir que Dios las prefería a ellos.
No como un
país que castiga aún como crimen la libertad de la mujer de decidir sobre el
fruto de su vientre si así se lo exige su conciencia. Ni un país hipócrita en
materia del uso de las drogas o que aún no ha sido capaz de legislar la
legitimidad de nuevas formas de familia, queriendo, como lo hacen los
evangélicos, imponer a toda la sociedad un solo tipo de familia tradicional con
gestos y guiños de dictadura que recuerdan la trágica y asustadora posición
política de las llamadas repúblicas islámicas.
Como ha
escrito oportunamente en este diario mi compañera Carla Jiménez lo que la
democracia brasileña conquistada con tantas luchas y muertes no merece es que
“la hipocresía pueda dominar el día a día cotidiano del país”. Brasil fue visto
siempre por nosotros los extranjeros como un país acogedor y tolerante en
materia de fe y de costumbres. Resulta hoy triste y preocupante que sea
justamente desde los templos de donde lleguen gritos de guerra contra los
diferentes, contradiciendo a Isaías que profetizaba la llegada de un Mesías, no
discriminador ni intolerante, sino que abrazaría a todas las razas y pueblos
con sus propias identidades: “Mi casa será llamada la casa de oración para
todos los pueblos” (Is. 56)
Jesús
hubiese huido ayer de la Marcha que pretendía presentarlo y consagrarlo como
“Rey de reyes”, ya que durante su vida, ya lo había hecho cuando la multitud,
en busca de milagros, quiso hacerlo rey. Lo cuenta el evangelista Juan: “La
gente, al ver el milagro que había hecho Jesús (el de la multiplicación de los
panes) decía: “Este es el profeta que tiene que venir al mundo”. Y Jesús,
dándose cuenta de que querían llevárselo para hacerlo rey, se retiró sólo al
monte”.
Jesús nunca
buscó el poder. No lo temía pero tampoco lo amaba. Como en vida, si los
evangélicos deseasen hacerle de nuevo rey de reyes, Jesús sólo aceptaría serlo
de aquellos a quienes algunos de los pastores de sus iglesias, discriminan y
humillan. Si hay algo que revelan con claridad meridiana los textos sagrados es
que Jesús lo que no soportaba era la hipocresía de los hombres de Iglesia que
se creían entonces, como muchos pastores o obispos de hoy, dueños de la verdad
y hasta de la vida y los afectos de la gente.
En una
Marcha en honor de Jesús, mejor que gritar contra las prostitutas, el aborto o
contra la homosexualidad, seguramente él hubiese preferido leer en las
pancartas y consignas algunas frases de su famoso discurso contra la
hipocresía, recogido por el evangelista Mateo (23, 1-39), como estas:
- “!Ay de
vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas que limpiáis por fuera el
vaso y el plato pero por dentro estáis llenos de rapiña y codicia!”
- “!Ay de
vosotros que por fuera parecéis justos ante los hombres pero por dentro estáis
llenos de crímenes!”
- “Ay de
vosotros, maestros de la ley y fariseos, que descuidáis lo más importante de la
ley como la justicia y la misericordia”.
Una de las
grandes consignas de Jesús, en quién se inspiran todas las iglesias cristianas,
era aquella de “misericordia quiero y no sacrificios” [Oseas 6.6].
Los
teólogos de la liberación, primero condenados por el Vaticano y en fase de
rehabilitación por el papa Francisco, siempre sostuvieron que la gran
revolución del Crucificado fue el haber desviado el eje de la fe de los ritos a
la defensa de la vida y de la libertad, del altar a la calle. Y en la calle,
los preferidos de aquel rey sin corona y sin casa fueron siempre los que aún
hoy siguen siendo los excluidos de la sociedad.
¿Dónde
estaría ayer Jesús durante la marcha que quiso colocarle de nuevo la corona del
rey de los bienpensantes, los puros y los satisfechos?
_____________________________________________
“ESE VENERO, ESE MANANTIAL”: PRESENCIA
DE LA BIBLIA EN LA CULTURA DE OCCIDENTE (IV)
Protestante Digital, 4 de junio de 2015
Lectura y cultura
A
|
l momento de hablar de las tradiciones literarias,
¿cómo no referirse a la bellísima comparación entre Homero y el Génesis que
practica Erich Auerbach en Mímesis (1942) donde coloca lado a lado esas
dos grandes obras y advierte sus similitudes y diferencias? Al comparar el
episodio de la cicatriz de Ulises en la Odisea y el intento de
sacrificio de Isaac (Gn 32) se sumerge en ambas tradiciones y encuentra que la
bíblica se sostiene con un valor propio:
En las
narraciones del Antiguo Testamento, el sosiego de la diaria actividad en la
casa, en los campos y en el pastoreo está siempre minado por los celos en torno
a la elección y a la bendición paternas, y se suscitan complicaciones
inconcebibles para los héroes homéricos. Para que en éstos surjan el conflicto
y la enemistad, se necesita un motivo palpable y claramente definible, y una
vez surgido rompe en una lucha abierta; mientras que en aquéllos, la constante
consunción de los celos y la trabazón de lo económico con lo espiritual
conducen a una impregnación de la vida diaria con gérmenes de conflicto y,
frecuentemente, a un envenenamiento de la misma. La intervención sublime de
Dios actúa tan profundamente en la vida diaria, que las dos zonas de lo sublime
y lo cotidiano son fundamentalmente inseparables y no sólo de hecho.
Se
podría establecer toda una teoría de la lectura basada en postulados o
metáforas bíblicos, como el que inició Ezequiel y continuó el vidente de
Apocalipsis: “comer” o “devorar” el rollo o el libro es la disposición que se
espera de todo aquel que se acerca a las Sagradas Escrituras. La apropiación de
la Biblia mediante la lectura reproduce esta metáfora como un proceso cotidiano
que funda y desarrolla una “cultura de la lectura” propia de comunidades
creyentes e incluso no creyentes. Así, como lo planteó Paul Ricoeur, “el sujeto
aparece constituido a la vez como lector y como escritor de su propia vida” (Tiempo
y narración. III, 1985). Al considerar una muestra de lectura piadosa clásica
como El progreso del peregrino (1678), de John Bunyan, derivada también de una
interpretación alegórica de los textos bíblicos, Javier Alcoriza y Antonio
Lastra han descrito el proceso mediante el cual el principio protestante del
libre examen de las Escrituras “tuvo como consecuencia literaria la
transformación de los cristianos en lectores”, acontecimiento de vastas
dimensiones si se toma en cuenta que la lectura de la Biblia ya traía tras de
sí una larga historia. Al puritanismo le correspondió, agregan: “la tarea de
traducir la Biblia y darle a su interpretación un valor de verdad”, así como
“persuadir al pueblo, que lentamente habría de transformarse en público”.
Algunos
postulados de la Reforma alcanzaron una nueva proyección, a la hora de replantearse
el contacto de los creyentes con los textos sagrados a través de la mediación
cultural del libro: “La afirmación del sacerdocio universal […] resulta,
incluso, más sencillo de comprender si la interpretamos […] como un imperativo
más asequible que ordenaría a todos los creyentes, cuyo deber era ser
sacerdotes, que aprendieran a leer”. Más adelante, estos analistas abundan: “De
Bunyan a Tolstoi, por tanto, la pregunta por la conducta de la vida (o por lo
que la vida debía ser) habría tomado cuerpo en la literatura e influido en la
imaginación de lectores y escritores. La pregunta habría sido, por así decirlo,
traducida de la religión a la imaginación, o de la teología a la literatura”.
Dicho con otras palabras, la Biblia seguiría influyendo en la conducta de las
personas pero a trasmano, en los contenidos morales de muchas obras literarias
derivadas de aquélla.
Otros territorios
Todo esto entra en consonancia con la constatación, en una historia más amplia de la lectura, de la fuerza con que la Biblia llegó a penetrar en las culturas gracias al nuevo impulso educativo de las reformas religiosas, luego de una larga historia de lecturas piadosas y espirituales en el Medievo, un tanto alejada de las grandes masas de población. La lectura era un “ritual religioso”. Con la Reforma Protestante empalmó el surgimiento de la imprenta y del “lector humanista”, y lo específico de este movimiento consistió en despertar y consolidar los impulsos de una lectura individual que, culturalmente, se desplegaría también en otros territorios, con otros intereses y otros autores literarios. Jean François Gilmont, en la memorable Historia de la lectura en el mundo occidental (1997), de G. Cavallo y R. Chartier, exploró los ambientes y escenarios producidos por estos movimientos religiosos y señala que, al entrecruzarse las prácticas de lectura, el acto litúrgico produjo una participación colectiva que marcó para siempre el rumbo de las sociedades que los incubaron. No obstante, lo oral seguía siendo primordial.
Olivier Millet y Philippe de Robert practicaron en Cultura bíblica (2001) otro abordaje de la influencia cultural y artística de los textos sagrados partiendo de los énfasis literarios (en una amplia revisión de las tradiciones). A continuación hacen desfilar una larga lista de nombres y obras. Finalmente, afirman que este “Gran Código” (otra vez las palabras de Blake) “ha alimentado y sigue alimentando toda manifestación artística y, por ende, literaria, de la civilización occidental”. Su revisión de las épocas los conduce a observar que, para fines del siglo XIX y principios del XX: “La utilización de motivos bíblicos rara vez se llevó a cabo sin la incorporación de cierta carga de sentimiento religioso, al no abandonarse del todo el simbolismo”. Más tarde, “irrumpe de lleno en la literatura la mística y los motivos de oración y de plegaria. La presencia de la Biblia es, en todo caso, una constante en la literatura de esta época como lo fue en épocas anteriores […] columna vertebral de la literatura occidental, de forma casi automática, o siendo incorporada a la obra literaria por devoción o con voluntad desacralizadora”, como acontece en El evangelio de Lucas Gavilán (1979), de Vicente Leñero. Para demostrar sus juicios, se dieron a la tarea de valorar la presencia de la Biblia en el mundo del arte en general.
La iconografía derivada de las historias y relatos bíblicos ha producido una enorme cantidad de obras que se han instalado en el imaginario colectivo durante siglos. Así ha sucedido, por ejemplo, con las imágenes del Buen Pastor o de la Santa Cena, de Leonardo Da Vinci que, ligadas a aspectos litúrgicos, forman parte de la tradición eclesiástica. Las imágenes de Cristo han sido un motivo casi interminable para los artistas de todos los tiempos. La escultura también ha sido un arte directamente influido por la Biblia: el caso de Miguel Ángel Buonarroti, sin ser único, es el más visible. Rembrandt y Marc Chagall, sin duda, son dos de los mayores “traductores” del mensaje bíblico a la pintura. La obra de Chagall, minuciosamente dedicada a ciclos enteros de las Escrituras es testimonio dinámico de una lectura profunda. Tres de sus series son particularmente importantes: La Biblia (1956), Dibujos para la Biblia (1960) y los 32 grabados de los Salmos de David (1979). En la música, pueden mencionarse los grandes oratorios y cantatas de tema bíblico de Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Händel y otros grandes exponentes del arte coral, sin olvidar a Palestrina, Haydn y Felix Mendelssohn (su Elías, de 1846, es majestuoso). Los salmos musicalizados por el estadunidense Leonard Bernstein (1965) y otras obras de Sergio Cárdenas, desde México, son ejemplos de la vitalidad con que se ha abordado los temas bíblicos. El texto de I Corintios 13 en griego (la Canción por la unificación de Europa) en manos del polaco Zbigniew Preisner, es sin duda una aportación sublime a la banda sonora de la película Azul (1993), de su coterráneo Krzysztof Kieslowski.
Ya como un arte más distintivo del siglo XX, el cine también ha recogido un sinnúmero de referencias bíblicas, lo mismo del Antiguo que del Nuevo Testamento. Los diez mandamientos (1956), de Cecil B. DeMille, marcó toda una época. Sobre la pasión de Jesús la lista es enorme, pero los resultados son sumamente desiguales. Entre decenas de autores y cientos de películas, destaca Pier Paolo Pasolini, gran lector e intérprete del Evangelio de Mateo (1964).
Cierra este recuento con los versos de T.S. Eliot (“Coros de La Roca”, I), Premio Nobel en 1948, en alusión directa a la presencia de las Sagradas Escrituras en nuestro mundo:
Se cierne el águila en la cumbre del cielo,
el cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.
México, D.F., abril de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario