4 de octubre, 2015
Dios es nuestro amparo y fortaleza,
nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea
removida,
Y se traspasen los montes al corazón del mar;
Salmo 46.1-2, La Palabra (Hispanoamérica)
Ein’ feste Burg ist unser Gott,
Castillo
fuerte es nuestro Dios,
Ein' gute Wehr und Waffen;
defensa y buen escudo.
Er hilft uns frei aus aller Not,
Con su poder nos librará
Die uns jetzt hat betroffen.
en este trance agudo.
M. Lutero, “Castillo
fuerte”, versión de Juan Bautista Cabrera
(1837-1916)[1]
Es muy difícil concentrar en un texto, sea éste un documento,
manifiesto, poema o, en nuestro caso, en un canto, el espíritu de todo un movimiento
social. Eso ha sucedido con himnos como La
Marsellesa o La Internacional en
el ámbito de la lucha social. En el campo de la fe protestante, nada ha
encarnado mejor el espíritu de la Reforma Protestante que uno de los 37 himnos
compuestos por Martín Lutero, aquel que se basa en los salmos 46, 33 y en
Efesios 6, pues la fuerza bíblica, teológica y espiritual de la Reforma
encontró notable expresión en su capacidad de traducirse musicalmente para
impactar emocionalmente a los fieles y confirmarlos en sus convicciones y en su
participación. Lutero mismo escribió al respecto. “Me he convencido tan
plenamente del valor del canto en el ministerio cristiano que ahora no
permitiría que nadie predicara ni enseñara al pueblo de Dios si no reconoce y
practica el poder de los cantos sagrados. Creo que el Diablo, el autor de
ansiedades pesarosas y turbulentas desgracias, huye ante el sonido de la música
sagrada casi tanto como ante la misma Palabra de Dios”.[2]
La fuerza del salmo original y la cadena de ideas vertidas en cada una de las
cuatro estrofas forman un conjunto que atrapa y concentra sólidamente el
sentido profundo de la Reforma como un todo coherente.
Compuesto en 1529, observa John D. Julian que existen hasta cuatro
versiones de su origen: según el poeta Heinrich
Heine, fue cantado por Lutero y sus compañeros cuando entraban a
Worms el 16 de abril, 1521, para asistir a la dieta;
para K..T. Schneider, fue un tributo de Lutero a su amigo Leonard Kaiser, que fue ejecutado
el 16 de agosto de 1527; según Jean-Henri Merle d’Aubigné,
fue cantado por los príncipes luteranos cuando entraron a Augsburgo
antes de la Dieta de 1530 donde se presentó la Confesión de Augsburgo; o fue compuesto
para la Dioeta de Spira, adonde los príncipes luteranos presentaron una
protesta contra el Edicto de Worms, del emperador Carlos V.[3]
Sea como fuere, el canto alcanzó una aceptación absoluta y se ha utilizado desde
entonces de diversas maneras: “En los siglos sucesivos fue adaptado al gusto
musical predominante, en particular mediante un ritmo modificado. Bach utilizó
la melodía en una cantata homónima (BWV 80) y en el preludio coral para órgano
BWV 720. Es más famosa la melodía utilizada en la Sinfonía núm. 5, La Reforma, de Mendelssohn y en la
ópera Los hugonotes, de Meyerbeer”.[4]
Cada estrofa es un manifiesto teológico en sí mismo, pues no le resta un
ápice a su fuente bíblica, a la que contextualiza intensamente en la coyuntura
que le tocó enfrentar, en los años de prueba sobre la solidez del movimiento
que encabezó. Si el salmo enfatiza la manera en que es posible superar el temor
ante cataclismos naturales (“Por
tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,/ y se traspasen los montes
al corazón del mar; Aunque bramen y se turben
sus aguas,/ Y tiemblen los montes a causa de su braveza” (vv. 2-3), Lutero
traslada esa confianza a la requerida para enfrentar la oposición contra la
Reforma, sin olvidar su propio enfoque de la misma, con la óptica religiosa del
momento: “Con furia y con afán/ acósanos Satán,/ Por armas deja
ver/ astucia y gran poder;/ cual él no hay en la tierra”. La
fuerte oposición y rechazo que había generado el cambio religioso desde el
papado, la Curia romana, el emperador de Alemania y los príncipes, constituía
una barrera aparentemente insalvable para mantener la fe, la confianza y la
convicción para seguir adelante.
Por ello, si “Dios está en medio de ella; no
será conmovida./ Dios la ayudará al clarear la mañana” (v. 5). Y Lutero
visualizaba el apoyo y sostenimiento divino para que, si el movimiento era algo
producido por el propio Dios, se mantendría y se encaminaría para dar los
resultados que Él quisiese. De ahí proceden las afirmaciones de la segunda
estrofa: “Nuestro valor es nada aquí,/ con él todo es perdido;/ mas
por nosotros pugnará/ de Dios, el escogido./ Sabéis quién es Jesús,/
el que venció en la cruz,/ Señor de Sabaoth,/ y pues Él solo es Dios/ Él
triunfa en la batalla”. Sabaoth representa la lucha militar frontal, la
batalla frente a los enemigos más recalcitrantes. Podríamos hablar aquí ampliamente
de la Contrarreforma como un proyecto de respuesta variada y plural al
movimiento reformista, pero hay que matizar cualquier observación.
La tercera y la cuarta estrofas desglosan la
confianza existente para afrontar los más aciagos momentos que acechaban la
lucha reformista, pero con un acento tan confiado y exaltado, que ha llegado
hasta nuestros días. “Aunque estén demonios mil/ prontos a devorarnos/ no
temeremos, porque Dios/ sabrá aún ampararnos./ Que muestre su
vigor/ Satán, y su furor;/ dañarnos no podrá,/ pues
condenado es ya/ por la Palabra Santa”. Una afirmación de fe consistente
con el mensaje bíblico relacionado con la manera en que Dios ha contenido ya la
fuerza rebelde de Satán.
Y, por último, la obligada referencia a la
fuerza de la Palabra divina, principio moral y material de la Reforma en todas
sus formas, no deja de subrayar la fe de la Reforma, viva y basada en donde
debe basarse siempre, recordando las palabras de Isaías 40.8, con crítica profética
de por medio: “Sin destruirla dejarán,/ aun mal de su grado/ esta Palabra del
Señor;/ Él lucha a nuestro lado./ Que lleven con furor/ los bienes, vida, honor,/
los hijos, la mujer…/ todo ha de perecer…/ De dios el Reino queda”. Nada puede
valer nada al lado de la Palabra, del Reino del Evangelio de Jesucristo:
cualquier bien, vida u honor es nada al lado suyo, la causa suprema de la
Reforma. En eso consiste la auténtica fe de la Reforma, que le da sentido a
nuestra propia fe, hoy y siempre.
[1] Cf. Manuel de León, “Juan Bautista
Cabrera y los himnos evangélicos”, en Protestante Digital, 9 de
abril de 2014, http://protestantedigital.com/blogs/1372/Juan_Bautista_Cabrera_y_los_himnos_evangelicos
[2] Cit. en “‘Castillo fuerte es nuestro Dios’, el canto de Lutero”, en Protestante Digital, 31 de octubre de
2012, http://protestantedigital.com/cultura/28286/Castillo_fuerte_es_nuestro_Dios_el_canto_de_Lutero
[4] Nicola Sfredda, La
música nelle chiese della Riforma. Turín, Claudiana, 2010, p. 48. Versión
de LC-O.
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