sábado, 10 de octubre de 2015

Una visión realista de las reformas religiosas, A.I. Rubén Núñez Castro

11 de octubre, 2015

Ahora quiero sellar una alianza con el Señor, Dios de Israel, para que aparte de nosotros su cólera. Por tanto, hijos míos, no se descuiden, porque el Señor los ha elegido para estar con él, para servirlo como ministros y para ofrecerle incienso.
II Crónicas 29.10-11, La Palabra (Hispanoamérica)

Las reformas o transformaciones profundas de las instituciones humanas no pasa de ser para, para muchos, más que un infructuoso intento por corregir la plana a Dios, especialmente cuando se trata de la existencia histórica de su pueblo en el mundo. Las iglesias enfrentan cotidianamente el dilema de ser fieles a su propósito esencial o de servir a intereses particulares que se instalan en medio de ella según el momento, las modas o la orientación predilecta que elijan. De ahí que en numerosas ocasiones se parezcan tanto a otras organizaciones que se niegan a avanzar o a cambiar para adaptarse y así renovar su presencia en la persecución de sus objetivos. La historia del pueblo de Dios en las Escrituras contiene numerosos ejemplos de esta disyuntiva tan grande que se vive no sin sufrimiento por parte de quien es experimentan con tristeza y dolor que se colocan otras orientaciones por encima de la obediencia a la voluntad transformadora de Dios. En reiterados momentos, el antiguo Israel tuvo que afrontar las consecuencias de alejarse de las intenciones divinas y de servir a gustos, preferencias o imposiciones que, sobre todo desde el poder monárquico, suplantaron los ideales de igualdad, justicia y servicio a su Dios.

Lo que aquí denominamos “visión realista de las reformas religiosas” tiene como trasfondo y premisa una enseñanza bíblica amplia que no debe olvidarse nunca: solamente si el Espíritu de Dios es quien preside los esfuerzos de renovación o reforma será posible encaminar la esperanza para lograr dichos cambios y observar sus resultados efectivos. De otra manera, aunque parezca que los seres humanos tenemos buenas intenciones, si no existe suficiente conexión con la iniciativa divina para adecuar la naturaleza, la marcha y los propósitos de la comunidad, cualquier empeño en este sentido será únicamente un conjunto vano y hueco de prácticas autocomplacientes y disfrazadas encaminadas a reproducir aquello que suponemos que está funcionando adecuadamente. Esto quiere decir que se estará practicamos el auto-engaño para que las cosas sigan igual.

Si miramos con atención a los profetas que acompañaron los procesos de reforma en la época de monarcas como Ezequías y Josías, encontraremos que ellos eran bastante realistas en su percepción de los momentos y que no se hacían demasiadas ilusiones con las medidas que, vistas con suficiente atención, no fueron más que paliativos para situaciones de crisis de las cuales el pueblo no saldría bien librado. Escuchar que los gobernantes, como Ezequías, pusieron manos a la obra para sanear y mejorar la existencia social, política y espiritual de sus gobernados, implicaría que, efectivamente, se dejarían conducir por el movimiento divino que intentaba cambiar las historias de injusticia por otras de auténtica renovación espiritual y religiosa, único sustento válido para caminar en la ruta que deseaba Yahvé, único gobernante absoluto de Israel. El contraste con la versión deuteronomista de los hechos es claro:

En el Segundo Libro de los Reyes hay una pequeña noticia sobre la reforma religiosa en el tiempo de Exequias (2 R 18.4). En la obra del Cronista, se desenvuelve en tres capítulos (29-31), comprendiendo la purificación del templo y de las personas, la celebración solemne de la Pascua y la organización del servicio. Algunos detalles reflejan el contexto socio-religioso del post-exilio, como la unión de cantores y levitas (2 Cr 29.12-15), la consolidación de la ley del puro y del impuro (30.15-20) y el hecho de que los levitas asumieran funciones exclusivas de los sacerdotes, fortaleciendo su posición en el culto (29.29-36; 30.21-27). Y todavía más. El reinado de Ezequías destaca la importancia de la ley, del culto y del templo. […]
La historia cronista no apunta hacia una esperanza mesiánica ni apocalíptica. Su obra es una meditación sobre el pasado para ofrecer una orientación para el momento presente.[1]

El texto de II Crónicas 29 es sumamente ilustrativo: a) el nuevo y joven rey, de apenas 25 años de edad, reinaría en Judá durante 27 largos años (v. 1); b) su perspectiva de gobierno era la correcta para los cronistas, pues actuó adecuadamente como David, su predecesor (v. 2); c) primeramente reparó el santuario principal (v. 3); d) y luego convocó a los funcionarios religiosos (v. 4) para advertirles que el proceso de reforma iba en serio con un lenguaje piadoso muy notorio (“purifíquense y purifiquen el Templo …y saquen de allí la impureza”, v. 5); e) e inmediatamente después practicar una fuerte crítica histórica sobre los antepasados desobedientes a Dios (vv. 6-9).

Hasta ahí las cosas parece que iban muy bien. Los problemas inician cuando se anuncia el decreto oficial de reforma: “Ahora quiero sellar una alianza con el Señor, Dios de Israel, para que aparte de nosotros su cólera. Por tanto, hijos míos, no se descuiden, porque el Señor los ha elegido para estar con él, para servirlo como ministros y para ofrecerle incienso (vv. 10-11). El lenguaje unipersonal del rey se impone abiertamente por encima de los proyectos divinos y la reforma se convierte en un programa gubernamental más como los que se escuchan a veces en nuestros tiempos contra la corrupción y que terminan en los escritorios u oficinas, eso sí, con fuertes gastos para llevarlos a cabo de manera casi siempre incompleta. En la historia que nos ocupa, queda la impresión que los levitas y demás religioso entendieron que la reforma se lograría únicamente limpiando el Templo “como había ordenado el rey a instancias del Señor” (vv. 15-16). Pero los cronistas son muy agudos, pues Ezequías estaba más preocupado por la ley, del culto y el templo. Y es allí donde nos topamos con los 16 días que duró la purificación del templo, es decir, las medidas externas de reforma (v. 17).

El relato incluye con una nota de satisfacción, casi un informe burocrático y administrativo: “Ya hemos limpiado todo el Templo del Señor: el altar del holocausto con todos sus utensilios y la mesa de los panes de la ofrenda con los suyos. También hemos reparado y purificado todos los objetos que profanó el rey Ajaz con sus infidelidades durante su reinado, y los hemos dejado ante el altar del Señor” (vv.18-19). ¿Y los cambios de fondo, podríamos preguntar? La respuesta está en la teología del libro: “El Cronista sitúa al templo en continuidad con la ‘carpa del encuentro’, el antiguo santuario instituido por Dios en el Sinaí (Ex 25; 1Cr 16,37-42). Esta ligazón, tiene la función de legitimar el templo y la ciudad de Jerusalén como el único local de culto. De igual forma, el Cronista da una resonancia central a David, como fundador del templo y del culto en Jerusalén”.[2] Entonces, más bien, se trató de legitimar, varios años después, una dinastía y de perpetuar su memoria entre el pueblo que ya no vivió nada de aquel esplendor.

La versión de II Reyes 18-20 difiere un poco y habla de la enfermedad que sufrió y de las circunstancias en que terminó el reinado de Ezequías: “Sabiendo de su dolencia, el hijo del rey de Babilonia mandó emisarios con una carta y presentes para Ezequías, quien les mostró todos los tesoros del palacio. Ese comportamiento del rey mereció seria advertencia del profeta Isaías, quien predijo el saqueo de Jerusalén y la deportación de la nobleza, después de la muerte de Ezequías. La buena acogida a la embajada de Babilonia muestra que Ezequías no confiaba solamente en Yahvé, sino también en las alianzas políticas y eso le acarreó la amenaza hecha por Isaías, de la ruina que ocurriría en el futuro, pero que ya había sido anunciada en su reinado (20,12-19)”.[3] Dolorosamente, no bastaron las reformas para evitar la caída de Jerusalén. Acaso eran bastante tardías, no se asumieron como debían o no se contó con el realismo con que debían afrontarse. Es una gran lección para nuestros tiempos.



[1] Shigeyuki Nakanose, “Re-escribiendo la historia. Una lectura de los libros de las Crónicas”, en RIBLA, núm. 52, www.claiweb.org/ribla/ribla52/rescribiendo.html.
[2] Idem.
[3] Lilia Ladeiras Veras, “Reformas y contra-reforma. Un estudio de 2 Reyes 18-25”, en RIBLA, núm. 60, www.claiweb.org/ribla/ribla60/lilia.html.

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