25 de octubre, 2015
Toda la nación, desde el más joven hasta el más viejo, fue al
templo. Allí, el rey les leyó lo que decía el libro del pacto que habían
encontrado. Después se puso de pie, junto a una columna, y se comprometió a
obedecer siempre todos los mandamientos de Dios, y a cumplir fielmente el pacto
que estaba escrito en el libro.
II Crónicas 34.35-36, La
Palabra (Hispanoamérica)
Ezequías, Josías, Lutero, Zwinglio, Müntzer, Bucero, Farel, Calvino y un
larguísimo etcétera no son más que algunos nombres en la gesta continua del
Espíritu Santo por renovar a su iglesia. Cada vez, incansablemente busca que el
pueblo de Dios reaccione, responda y esté a la altura de los proyectos y planes
divinos que atraviesan la historia humana. En lo recóndito del corazón de cada
persona, así como en los grandes acontecimientos, su labor es un persistente intento
por adecuar las circunstancias conflictivas al propósito supremo de hacer
visible, en su mayor intensidad, el Reino de Dios en el mundo. En todos los
episodios relacionados con esfuerzos claros de renovación y reforma de las
actitudes, las mentalidades, las doctrinas y las prácticas, unirse a las
intenciones divinas ha implicado enormes riesgos y dificultades, especialmente ante
el orden establecido, es decir, precisamente aquellas estructuras que desean
continuar vigentes, pero que son las que deben modificarse para dejar paso a
nuevas realidades que muestren efectivamente el impacto del Evangelio de Jesucristo.
Es por ello que acudimos nuevamente a beber de las grandes lecciones bíblicas e
históricas para alimentar nuestra fe y nuestro ánimo por participar verdaderamente
del proyecto, siempre inacabado, por hacer visible la eficacia del mensaje
cristiano para renovar todas las cosas, tal como lo anunciaron los profetas y
los visionarios cuyo testimonio está registrado en las Sagradas Escrituras.
Al leer el caso de Josías, en el antiguo Judá, somos testigos de un
auténtico rescate de la Palabra histórica de Dios, un primer paso gigantesco
para echar a andar una reconstrucción nacional en serio, con varios pasos
adelante a los dados por Ezequías. Ciertamente, los recursos con que contaba el
rey iban disminuyendo dramáticamente, pero el contexto de precariedad en muchos
sentidos dotó a su empeño de una calidad moral y espiritual que fue capaz de
dar origen a una auténtica escuela teológica (la llamada deuteronomista) que dejaría una marca indeleble en la historia del
pueblo, pues proporcionó una auténtica relectura de los sucesos y acciones
divinas que sigue iluminando hasta hoy la fe y perspectiva de quienes se
acercan a ellos. La vinculación entre las reformas y esa tradición espiritual consiste
en que el descubrimiento del Libro de la Ley (II Cr 34.14-15) desencadenó un
despertar religioso que se centraría en un tema crucial para cualquier proyecto
similar: la obediencia irrestricta a la palabra divina.
La reacción favorable del monarca a ese descubrimiento fundamental abrió
las puertas para emprender una serie de movimientos encaminados a mejorar las
políticas y acciones en todos los niveles. Fiel a su época, Josías respondió
como creyó adecuado, esto es, buscar una palabra profética fresca y pertinente
para su situación, reconociendo la validez de la presencia de hombres y mujeres
tocados por el Espíritu para ese propósito : “Vayan a consultar a Dios, para
que sepamos qué debemos hacer en cuanto a lo que dice este libro. ¡Dios debe
estar furioso con nosotros, pues nuestros antepasados no obedecieron lo que
está escrito aquí!” (v. 21). La profetisa Hulda (cercana a un servidor real) apareció
entonces en escena y respondió enfáticamente a la solicitud de un mensaje
nuevo, solamente que sus palabras fueron duras y directas, sin ánimo de quedar
bien con nadie, como parte de la más genuina intransigencia profética: “El rey
Josías debe enterarse del desastre que el Dios de Israel va a mandar sobre este
lugar y sus habitantes. Así lo dice el libro que le han leído al rey. Dios está
muy enojado, pues lo han abandonado para adorar a otros dioses. ¡Ya no los
perdonará más!” (vv. 23-25). Para agregar una palabra de reconocimiento: “Pero
díganle al rey que Dios ha visto su arrepentimiento y humildad, y que sabe lo
preocupado que está por el castigo que se anuncia en el libro. Como el rey ha
prestado atención a todo eso, Dios no enviará este castigo por ahora. Dejará
que el rey muera en paz y sea enterrado en la tumba de sus antepasados. Luego
el pueblo recibirá el castigo que se merece” (vv. 26-28). Se convoca entonces
al pueblo y se anuncia la disposición de obedecer los mandatos divinos (vv. 31-33),
lo que aconteció de manera oficial. ¿Miel sobre hojuelas? No necesariamente…
La lectura integral de los hechos implica mirar cada elemento con ojo crítico,
como lo hizo Shigeyuki Nakanose:
a) la reforma tuvo
varias consecuencias que beneficiaron a unos y perjudicaron a otros: “Todo el
pueblo de las pequeñas ciudades del interior es obligado a venir al gran
centro, hacer peregrinación, prestar culto, participar de las fiestas. La
centralización posibilita arrancar más tributo a los campesinos, aumentar el
lucro por el control de las rutas, intensificar el comercio”;
b) los que más lucraron
con la reforma josiánica fuieron la casa real, los sacerdotes sadoquistas de la
corte, los comerciantes y el “pueblo de la tierra”;
c) el Estado pudo ampliar
su dominio y explotación;
d) los santuarios de
los levitas del interior fueron cerrados y destruidos, y ellos fueron rebajados
a una segunda categoría en la organización del culto;[1]
La reforma “fue un triunfo del yahvismo oficial sobre la religiosidad
popular”, casi siempre ambigua y conflictiva. Y, por supuesto, hubo resistencia
en los grupos afectados por ellas. Como respuesta, la escuela deuteronomista hizo
una revisión de la historia de Israel, desde la conquista de la tierra hasta la
reforma religiosa, según los intereses de Josías. “La presentación del ‘libro
de la ley’ es una forma eficaz de legitimar la reforma. Otro elemento de
justificación de ésta, como en el tiempo de Ezequías, es la teología davídica
que proclamaba al rey como ‘hijo de Dios’, ‘padre y defensor de los pobres’”. El
gran objetivo de esta historia Deuteronomista es mostrar la sobrevivencia de
Judá gracias a la fidelidad de Yahvéh a la alianza con David y sus descendientes,
lo que se convertiría en un horizonte utópico y mesiánico con el tiempo, capaz
de renovar las esperanzas populares. No obstante, al cabo de tres décadas la
historia mostró realidades durísimas: el exilio y la destrucción de la nación, tan
bien descrita en las Lamentaciones y en el libro de Jeremías. Los redactores
deuteronomistas tendrían mucho trabajo y lo cumplieron fielmente durante el
exilio y después de él. El resultado: nada menos que la escritura completa del
Pentateuco, un monumento teológico a la revelación y acción de Dios en la
historia.
[1] S. Nakanose, “Para entender el libro
del Deuteronomio. ¿Una ley a favor de la vida?”, en RIBLA, núm. 23, www.claiweb.org/ribla/ribla23/para%20entender%20el%20libro%20de%20deuteronomio.html.
No hay comentarios:
Publicar un comentario