14 En el momento en
que estaban sacando el dinero del templo, el sacerdote Hilquías encontró el
libro de la Ley de Dios, que había sido dada por medio de Moisés. 15 Entonces
Hilquías le dijo al secretario Safán: “¡Encontré el libro de la Ley en el
templo de Dios!”. Y se lo dio. 16 Safán le llevó el libro al rey,
junto con este informe: “Tus ayudantes están haciendo todo lo que les
encargaste: 17 Juntaron el dinero que había en el templo, y se lo
dieron a los encargados de la construcción. 18 Además, el sacerdote
Hilquías encontró un libro y me lo entregó”. Entonces Safán se lo leyó al rey. 19
Y cuando el rey escuchó lo que decía el libro de la Ley, rompió su ropa
en señal de tristeza. 20 Después les dio esta orden a Hilquías, a
Ahicam hijo de Safán, a Abdón hijo de Micaías, al secretario Safán y a su
ayudante personal Asaías: 21 “Vayan a consultar a Dios, para que
sepamos qué debemos hacer en cuanto a lo que dice este libro. ¡Dios debe estar
furioso con nosotros, pues nuestros antepasados no obedecieron lo que está
escrito aquí!”.
22 Ellos fueron a ver a
la profetisa Huldá, que vivía en el Segundo Barrio de Jerusalén. Huldá era la
esposa de Salum hijo de Ticvá y nieto de Harhás. Salum era el encargado de
cuidar la ropa del rey. Cuando la consultaron, 23-25 Huldá les
contestó: “El rey Josías debe enterarse del desastre que el Dios de Israel va a
mandar sobre este lugar y sus habitantes. Así lo dice el libro que le han leído
al rey. Dios está muy enojado, pues lo han abandonado para adorar a otros
dioses. ¡Ya no los perdonará más! 26-28 Pero díganle al rey que Dios
ha visto su arrepentimiento y humildad, y que sabe lo preocupado que está por
el castigo que se anuncia en el libro. Como el rey ha prestado atención a todo
eso, Dios no enviará este castigo por ahora. Dejará que el rey muera en paz y
sea enterrado en la tumba de sus antepasados. Luego el pueblo recibirá el
castigo que se merece”.
Los mensajeros fueron
a contarle al rey lo que había dicho Dios por medio de la profetisa Huldá. 29-30
Entonces el rey mandó a llamar a los líderes de Judá y de Jerusalén, para
que se reunieran en el templo con él. A la cita acudieron todos los hombres de
Judá, los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y sus ayudantes. Toda
la nación, desde el más joven hasta el más viejo, fue al templo. Allí, el rey
les leyó lo que decía el libro del pacto que habían encontrado. 31 Después
se puso de pie, junto a una columna, y se comprometió a obedecer siempre todos
los mandamientos de Dios, y a cumplir fielmente el pacto que estaba escrito en
el libro.
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