11 de septiembre, 2016
Sé que no hemos sido destruidos
porque Dios nos tiene compasión.
Sé que cada mañana se renuevan
su gran amor y su fidelidad.
Por eso digo que en él confío;
¡Dios es todo para mí!
Lamentaciones 3.22-24, Traducción en Lenguaje Actual
Sé que no hemos sido destruidos
porque Dios nos tiene compasión.
Sé que cada mañana se renuevan
su gran amor y su fidelidad.
Por eso digo que en él confío;
¡Dios es todo para mí!
Lamentaciones 3.22-24, Traducción en Lenguaje Actual
“En 588 a.C., el rey Sedecías suspendió el pago de tributos a Babilonia.
En 586 a.C., después de año y medio de cerco, los oficiales de Nabucodonosor
conquistaron, incendiaron Jerusalén y destruyeron el templo. Fue el fin del
Reino de Judá. Sedecías fue apresado y llevado con el segundo grupo de
deportados a Babilonia (2 Re 25.7). Lo reubicaron junto a los expatriados del
597 a.C. Estos acontecimientos, que dan pie a las Lamentaciones, se narran en
el Segundo libro de los Reyes y en Jeremías 39 y 52, y se transforman en una
visión en Ezequiel (Ez 9)”.[1] Éste es
el trasfondo histórico del libro de las Lamentaciones, escrito aproximadamente
entre el 586 y el 575 a.C., durante o poco después de la caída de Jerusalén. Aunque
el original hebreo no indica nada que lo relacione con Jeremías, la referencia
al profeta aparece en la Septuaginta, en una nota que afirma: “Sucedió cuando
Israel fue llevado cautivo y Jerusalén fue asolada, que Jeremías, llorando, se
sentó y entonó esta lamentación sobre Jerusalén, diciendo...”. Lo cierto es que
varios poetas, hombres y mujeres, hicieron del suceso el tema de sus textos.
Según Kathleen O’Connor, el trabajo mayormente debió ser realizado por mujeres,[2] pues la
tradición depositaba en ellas “el arte de la lamentación”, de lo cual hay
evidencia en el libro de Jeremías (9.17-21; 31.15).
Estamos ante un evidente caso de poesía teológica”, lo cual exige,
además de una sensibilidad específica para abordarla, el respeto por sus características
formales y expresivas (es un acróstico), lo que produce también una serie de requisitos
para acceder a su contenido y mensaje. Su lenguaje realista, hiperrealista
incluso, y la manera en que despliegue las observaciones y los diversos temas,
lo convierte, de entrada, en una profunda elegía (en griego, treno), es decir, en un poema triste que
se lamenta por la muerte de la gran ciudad de Jerusalén, como si fuera una
persona, y por la crisis humanitaria experimentada por el pueblo ante el sitio
de la misma. En ella caben “la descripción de rasgos sueltos, la transposición
imaginativa, los lamentos, las súplicas, las preguntas desconcertadas, la
exhortación. Todo ello suministra riqueza y variedad de materiales”.[3] La
primera lamentación destaca el sufrimiento como consecuencia de la propia
culpa; la segunda muestra a Yahvé como enemigo que ha destruido a Sión en el
día de su ira; la tercera, que se confía en Yahvé en medio del dolor, porque es
misericordioso; la cuarta, que el sufrimiento corresponde a la culpa, pero que
el tiempo de sufrir ha terminado; y la última es una oración para salir de la
miseria.
La Tercera Lamentación, un acróstico perfecto, puede dividirse en tres
partes bien definidas: la experiencia individual del dolor (vv. 1-20); la esperanza
en la misericordia de Dios (vv. 21-39); y una súplica individual y colectiva
(40-66). El tema central es el mismo de todo el libro: Dios es quien castiga
con justicia los pecados, pero también es el único que puede salvar. Está
redactada en primera persona, por lo que la voz que habla “expresa el dolor y
la súplica, el reconocimiento de sus pecados y su esperanza en la misericordia divina,
su propio ser y su pertenencia a un pueblo”.[4] El
hablante asume como propio el dolor por lo sucedido hasta ese momento, de
manera directa sobre él y así se presenta: “Yo soy el que ha sufrido/ el duro
castigo de Dios./ 2 Él me forzó a caminar/ por los caminos más oscuros;/ no
hay un solo momento/ en que no me castigue” (vv. 1-3). Su situación es trágica,
de muerte (vv. 4-6), al grado de que “Se niega Dios a escucharme” (v. 7). El
Señor ha encaminado sus fechas sobre él y, literalmente, lo acosa (8-15). La sensación
es de derrota total por causa de esta actuación divina (v. 16) y “la felicidad
es sólo un recuerdo” (v. 17). En el extremo del desencanto no duda en decir: “Me
parece que de Dios/ ya no puedo esperar nada” (18). Por ello, el ánimo está
perdido (vv. 19-20).
Pero en medio
de esa circunstancia emocional tan deprimida, surgen las primeras palabras de esperanza,
que van a ser, en sentido estricto, el centro estructural y teológico de todo
el libro: “Sé que no hemos sido destruidos/ porque Dios nos tiene compasión./ Sé
que cada mañana se renuevan/ su gran amor y su fidelidad./ Por eso digo que en
él confío;/ ¡Dios es todo para mí!” (22-24). A partir de ahí el lenguaje cambia,
pero además se va a establecer una reflexión teológica consistente para colocar
el pacto antiguo en una nueva dimensión de trato hacia el pueblo que se puede
calificar de dialéctica. La afirmación de confianza en eminentemente individual
(24) y de allí se parte para exhortar a los demás a confiar en Yahvé, aunque
con una mirada nueva de la fe, de la historia, de la vida completa (25). La
espera de la salvación debe ser paciente y deben aprenderse las lecciones desde
la juventud (26-27), etapa de hondo aprendizaje, pues el sufrimiento puede afrontarse
desde el silencio cuando Dios lo ordena así (28, 29-30). La actitud propuesta
es definitivamente mística, contraria al exceso de palabrería de otros momentos,
ante la que bien vale la pena recuperar lo que la propia Escritura afirma en
otros lugares (“calle delante de Él toda la tierra”, Hab 2.20; “sean pocas tus
palabras”, Ecl 5.2).
El nuevo paso
histórico reconoce que el rechazo de Dios es efectivo, pero que no será
duradero (31). La “relación dialéctica” con Él no se presta para triunfalismos
espirituales inauténticos, pues realmente de Él vienen todas las cosas, dicho
esto sin que parezca una pose o una afirmación “positivista”: Él es la fuente única
del sufrimiento y la aflicción (32), pero no desde una perspectiva sádica, pues
a Él también le duele lo que acontece, no disfruta con ello ni mucho menos (32b-33),
lo cual es una amplia veta para cuestionar otros discursos teológicos. Un
aspecto esclarecedor en este punto se refiere a que, en el v. 32, donde se traduce
comúnmente como “misericordia”, la palabra original habla de “entrañas” o “vientre”
(como en Gn 49.25, Is 26.3 y Os 9.14”. “Este vientre, como símbolo femenino,
resalta la maternidad de Dios con una imagen positiva y abre la esperanza a la
misericordia de Dios, por el eventual perdón y la restitución, tal como lo
expresa el v. 31”.[5]
Jesús también experimentó esa sensación de indignación en las vísceras o en el “seno
materno” (Mr 6.34; Mt 9.36).[6] De ahí
surgirá la preocupación social al trasladar estos sentimientos divinos al ámbito
de lo público, como lo refleja esta traducción: “Violar los derechos humanos/
es algo que Dios no soporta./ Maltratar a los prisioneros/ o no darles un
juicio justo,/ es algo que Dios no aprueba” (34-36). La sección concluye desde
un horizonte sapiencial de observación: si nada escapa al designio divino,
incluso lo bueno y lo malo (37-38), ésa será la razón para dejar la queja por
causa de la justicia del castigo (39).
Si en otros
lugares del AT, se cuestiona, así sea implícitamente, el pacto de Dios con el
pueblo (Job, Ester, Eclesiastés), aquí la recuperación del mismo es agónica, es
decir, se interpreta como una situación crítica que impacta en el corazón mismo
de Dios para garantizar la permanencia de la alianza en el marco de la
fidelidad divina indiscutible, pero sin olvidar al socio humano que, a pesar de
sus desobediencias, seguirá siendo la contraparte de este convenio de amor,
compasión y justicia. Y tuvieron que decirlo los poetas...
[1] Pinky Riva, “Meguilat Eijá. El
libro de las Lamentaciones”, en RIBLA, núm.
67, p. 66, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/67.pdf.
[2] K. O’Connor, Kathleen, “Lamentations”,
en Carol A. Newsome y Sharon H. Ringe, eds., Women’s Bible Commentary, Louisville, Westminster John Knox, 1992,
1998.
[3] P. Riva, op.
cit., p. 67.
[4] Ibíd.,
p.
77.
[5] Ídem.
[6] Cf. Pedro Fraile Yécora, Entrañas de misericordia. Jesús, ternura de
Dios. Madrid, PPC, 2015, pp. 85-87, https://issuu.com/ppcmexico/docs/entra__as_de_misericordia_issuu.
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