FORMANDO A UN REFORMADOR:
LOS PADRES DE LUTERO
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Hans Luder
(Lutero) era el hijo de un campesino pobre. Debido a leyes de herencia, él no
tenía permitido ocupar la tierra de su padre. Él dejó su pueblo de origen en
Möhra para trabajar en Eisleben, donde Margarita dio a luz un hijo. De acuerdo
a la tradición católica, bautizaron al niño al día siguiente, el 11 de noviembre,
el cual también era el día festivo de San Martín de Tours. Por eso él fue
llamado Martín. Mientras él era aún un bebé, la familia se mudó a Mansfeld. Se
puede asumir que Hans era un hombre sabio y trabajador. De ser un trabajador
común en las minas de cobre llegó a ser el dueño de su propia mina. Antes de
que pasaran 25 años, le pertenecían por lo menos seis minas y dos fundidoras de
cobre y era miembro del concilio de la ciudad de Mansfield. Había nacido pobre
y se había convertido en un hombre de negocios. Algo de su ascenso pudo deberse
al hecho de que Margarita (también llamada Hanna) era de una familia respetada
en Eisenach. Es probable que su familia le prestara el dinero necesario a Hans
para comprar su propia mina de cobre. La minería de cobre era una profesión
riesgosa. Como los pequeños dueños de negocios hoy en día, no eran pudientes,
pero trabajaban duro y eran austeros. Debido a que Martín era de una familia de
ambos, campesinos y negociantes, él estaba al tanto de sus luchas y podía
escribir de la condición de sus vidas con cierta precisión.
Hans y Margarita amaban a sus hijos, pero eran estrictos en su crianza.
Su severidad parecía estar a la orden del día. Años después Martín recordaría
haber recibido una paliza de su madre tan severa que sangró (su crimen fue
tomar una nuez sin permiso). La escuela en Mansfeld era igualmente estricta.
Los castigos por no saber la lección asignada eran comunes. El fin de la semana
traía más castigos por cualquier infracción de comportamiento registrada
durante la semana. La lección estaba aprendida: todas las transgresiones debían
ser expiadas. No es de extrañar que Martín abogara por la reforma educativa y
tratara a sus propios hijos con tanta ternura.
Martín terminó sus últimos cuatro años pre-universitarios en Eisenach,
quedándose con Heinrich Schalbe, un amigo de la familia de parte de su madre.
Schalbe lo trataba como a un hijo, causando que Martín recordara que aquellos
años habían sido mucho más placenteros. Las historias del joven Martín como
pobre, un niño de una escuela para huérfanos cantando para obtener su cena,
parecen ser más leyenda que realidad. Puedenprovenir de un tiempo en el cual
los niños
de la escuela cantaban en las calles durante las vacaciones y a menudo eran
recompensados con pequeñas golosinas.
En 1502 Martín terminó su bachillerato en la Universidad de Erfurt, y
para enero de 1505 completó su maestría. Su futuro parecía brillante y sus
padres era optimistas acerca de la sacrificada inversión en su educación. Pero
Dios tenía otros planes para la vida de Martín, y una tormenta eléctrica el 2
de Julio de 1505, implicaría un giro de los acontecimientos. Atrapado en una
tormenta intensa y temiendo por su vida, Martín se comprometió
a convertirse en monje. Esto fue más que una simple oración de alguien expuesto
a la muerte. Para Martín fue un solemne juramento a Dios. Para septiembre él ya
había regalado sus posesiones y se había unido al monasterio agustino en
Erfurt. Los planes de Hans para su hijo estaban destruidos. Fue muchos años
después que Hans y Martín hicieron las pases acerca de la decisión del joven
muchacho. Antes de morir, Hans le dejó una considerable donación a la
Universidad de Wittenberg, donde Martín enseñaba.
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AGAR, MADRE ABANDONADA
Margot Kässmann
Sin
duda, el relato bíblico de Agar no refleja con todo detalle la situación de una
amante actual que queda embarazada. Los celos, los sentimientos de abandono y
sus consecuencias desempeñaban también un papel entonces, pero la situación de
las mujeres entonces y ahora ha cambiado: en tiempos bíblicos no existía el
derecho de autodeterminación de las mujeres. Agar tampoco era una querida en el
sentido actual. La traducción de Lutero dice que era la «criada» (Magd) de
Sara, mujer de Abraham. Ser criada no quería decir tener una relación de
servicio con la familia de Abraham, con derechos y remuneración incluidos. Agar
provenía de Egipto y en realidad era esclava de Sara.
Cuando Sara constata que no es capaz de tener hijos, le dice a su
esposo: «Únete a mi sierva a ver si ella me da hijos». Y continúa: «Y él se
unió a Agar, y ella concibió». Este tipo de enunciados aparecen de forma
bastante lapidaria en la Biblia. Ni la más mínima alusión a las sensaciones,
los sentimientos o las complicaciones emocionales de los protagonistas. Se
trata de la descendencia de la tribu, y frente a este objetivo los estados
anímicos personales quedan relegados a un segundo plano.
Pero quizá podamos comprender cómo se siente Agar. Ella es también una
persona, seguramente una chica joven, que pertenece a otra mujer. Esta la
entrega a un hombre mayor. En la Biblia se dice que Abraham tenía ochenta y
seis años cuando nació Ismael. En definitiva, lo que aquí tenemos es una
violación. Si la atroz expresión de «máquina de parir» tiene cabida en algún
lugar, seguramente es aquí. No se trata de deseo ni de satisfacción sexual,
tampoco del deseo de una mujer de ser madre; todo gira en torno a la
procreación de un hombre. Se degrada a la mujer a la condición de medio para la
realización de este objetivo.
Con todo, la continuación de la historia muestra que no es tan fácil
desentenderse de los sentimientos. Agar se siente orgullosa de quedar
embarazada. A ella “le sale bien” lo que Sara «no consigue». Y Sara siente
rabia. Se ve limitada y humillada. Podemos imaginarnos cómo se desarrolla esta
historia a tres bandas en la casa de Abraham. Celos, soberbia, miedo, ira:
sentimientos violentos por todas partes. ¿Qué pensaría Abraham? ¿Estaría
simplemente orgulloso de haber engendrado un hijo? ¿Se habría enamorado tal vez
un poco de la joven que se quedó embarazada de él? ¿Le sacarían de quicio las
riñas de su mujer? ¿Sentiría compasión por los sentimientos que ella
experimentaba? Las escasas líneas del capítulo 16 del Génesis propician cierta
especulación al respecto.
Abraham sabe a qué le obligan las reglas de la tribu. Deja a Sara que
decida qué hacer con Agar. Por su parte, Agar tiene claro que no cuenta con
ninguna protección, y huye al desierto. Teme la dureza con la que la trata
Sara. Durante el embarazo, una mujer es especialmente vulnerable. Si, además,
el padre de la criatura no la apoya cuando otros la atacan, puede darse un
final trágico. ¿Se sintió tal vez Agar tan confusa y llena de dudas que
prefirió morir en el desierto? Por lo menos, tuvo el acierto de dirigirse a un manantial
de agua...
Allí, en la soledad, se cruza con un ángel. Este la «encuentra» junto a
la fuente, y la envía de vuelta a casa. Le dice que debe someterse, y no
rebelarse contra Sara; que dará a luz un hijo y que su descendencia será “tan
numerosa que no podrá contarse”. Sobre la figura del ángel podemos preguntar:
¿se encontró con una persona, o con su propia voz interior? Comoquiera que sea,
junto a esa fuente del desierto Agar toma conciencia de dos cosas: no puede
huir de Sara; sola, embarazada, sin derechos y sin medios, no tiene posibilidad
alguna de sobrevivir. Ni ella ni el niño. Pero ha sido bendecida con el
embarazo. Tendrá un hijo, y esto representa un regalo especial para su vida.
Por tanto, decide tener a su hijo. Y Agar regresa al lado de Abraham.
Muchas mujeres que tienen hijos sin que el padre permanezca junto a
ellas viven situaciones similares. Primero, tal vez, hay una sensación de gran
alegría por el embarazo, todo es orgullo. Pero en algún momento empiezan a
tener miedo: ¿cómo llevarán el hecho de vivir solas con su hijo? ¿Qué pasará
cuando no haya nadie que las apoye? Es cierto que hoy, en algunos países
democráticos, una mujer puede quedar embarazada sin tener pareja y sin temor a
ser discriminada. En Francia, uno de cada dos niños nace fuera del matrimonio.
La situación es muy distinta en otros países y sociedades. Hace poco se
habló de un hospital en el que se saca por cesárea a los hijos cuando las
madres ya no pueden ocultar el embarazo. El recién nacido es entregado en
adopción y se rehace el himen de la joven, no solo para evitar un escándalo,
sino también, bastante a menudo, para salvar la vida de la mujer, en el sentido
más estricto de la palabra. En algunas sociedades patriarcales, todavía son
muchos los varones que se sienten ofendidos en su honor cuando una hija, o una
hermana, queda embarazada sin estar casada. Son condiciones terribles para las
mujeres, que gracias a Dios ya se han superado en las democracias occidentales.
Por desgracia, ni siquiera en estas democracias se reconocen de hecho todos sus
derechos a todas las mujeres; algunos ciudadanos son reacios a conceder estos
derechos, por ejemplo, a las mujeres inmigrantes, y hay que trabajar para
superar esta injusticia.
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LUTERO O EL
CRIADO DE DIOS, OBRA DE TEATRO
DE FRANCISCO PRIETO (I)
La soberbia es la madre de la intolerancia.
¿Saben?, por ella he herido de muerte a la Iglesia. Y lo peor es que veo a la
Iglesia reformada multiplicarse en sectas y más sectas. Es verdad que Roma
había ofendido gravemente a Dios. Cuánto me duele que los campesinos no me
hubieran entendido, y que yo mismo, el motor de su rebelión, pidiera a sus
opresores que los aniquilaran sin piedad.
Lutero en su lecho de muerte, según F. Prieto
Francisco Prieto (La Habana, 1942) es un
personaje muy reconocido en el ámbito cultural mexicano. Novelista, ensayista,
profesor y comunicador, conduce el programa radial “Huellas de la historia”
desde 1989. Nunca ha ocultado su fe católica y, por el contrario, pertenece a
esa extraña franja de autores mexicanos (como Vicente Leñero, Ignacio Solares y
Javier Sicilia) que, a contracorriente de las posturas dominantes, considera
que sus creencias son el motor de su labor cultural.
Formó parte
del grupo de escritores (“Los católicos”) que se reunieron durante varios años
en la casa de Leñero principalmente para debatir acerca de sus ideas
religiosas. Es autor de un buen número de novelas, entre ellas: Caracoles
(1975), Taller de marionetas (1978), Ruedo de los incautos
(1983), Si llegamos a diciembre (1985), La inclinación (1986), Tres
novelas del deseo y la culpa (2004), entre otras. Otras obras de teatro
suyas son: La expiación (1986), Shakespeare y yo (1987) y Felonía
(2007), acerca de la pederastia sacerdotal, además de algunos volúmenes de
ensayo. Uno de sus trabajos recientes es La construcción del infierno
(2016).
En un
volumen publicado recientemente, Prieto se ubica en la estirpe de autores
creyentes como François Mauriac, Graham Greene, Julien Green y Georges
Bernanos, una filiación restringida a pocos escritores mexicanos. Su testimonio
de esas tertulias es elocuente y significativo: “En aquellas reuniones todos
alimentamos nuestra fe, nuestras visiones de la institución eclesiástica, tan
divergentes, pero todo con Él, por Él y en Él”. “En palabras de Vicente Leñero
el eje narrativo de Prieto es ‘el análisis de la condición humana en lo que
tiene de angustioso; en las situaciones límite de amor, de la pasión, del sentido
de la vida, de la muerte’”.
Sobre los
herejes y la herejía como posibilidad de la vida de fe, Prieto ha escrito
líneas esclarecedoras: “La herejía es, antes que cualquier otra cosa, un acto
de libertad que brota de lo más profundo de la conciencia. Son las grandes
herejías las que han mantenido vivas las tradiciones en su esencialidad, hasta
dejarlas libres de adherencias malignas y volverlas a la vida, revolucionadas.
El hereje es el que ha conquistado la autenticidad desde el amor a la verdad,
el que ha vencido el miedo a la soledad, a la orfandad puesto que, de pronto,
se percibe solo, fuera del vientre de su iglesia a la que ama desde la raíz de
su ser. Es ese amor a la iglesia originaria la que dispara la herejía”.
De 1999 es Lutero
o el criado de Dios, una obra de teatro en la que, con base en los últimos
momentos de la vida del reformador alemán, sondea en las posibilidades de la
conciencia y la autoevaluación que hace el personaje de los entretelones de su
vida y obra.
La elección
de los personajes que acompañan a Lutero evidencia una buena reconstrucción
histórica de la época y de algunos instantes cruciales de su vida. Se sirve de
la presencia de dos de sus hijos, Juan y Martín, para que, mediante un
contrapunto existencial bien llevado, cada uno de ellos represente los polos
opuestos de su influencia en el ámbito familiar. Juan expone la visión positiva
de aprovechamiento de tal influencia, en el sentido de asumir la fe de su
padre. Martín, por el contrario, se adelanta a una visión bastante cínica de la
realidad religiosa y del verdadero impacto de la obra de su progenitor. (LC-O)