sábado, 3 de febrero de 2018

Jesús preparó a los discípulos en el camino para atender las necesidades humanas, L. Cervantes-O.


4 de febrero de 2018

Jesús les dijo: Denles ustedes de comer.
Lucas 9.13, TLA

Toda la actividad de Jesús, sus palabras y sus acciones tuvieron como eje central la instauración del reinado de Dios en la tierra. Para tal fin, y a contracorriente de otros profetas (como Juan el Bautista), llevó a cabo un proyecto comunitario al que invitó a unirse a varias personas. Llama la atención la insistencia de los evangelios en registrar los nombres de los 12 más visibles, que representarían el número simbólico del pueblo de Dios en la historia. Con ese grupo en mente y en la práctica, Jesús de dio a la tarea de servir al pueblo pobre de su tiempo para hacer visible la cercanía del reino divino. El sentido del envío de los doce tenía la misma finalidad. Pero esa instauración no podía quedarse en el solo anuncio de una realidad espiritual, el reinado de Dios tiene que empezar a “verse” también de alguna manera; por eso, las acciones y los signos de Jesús hicieron visible y palpable la realidad del reino.

Una de las principales necesidades humanas es la comida para el mantenimiento de la vida. El evangelio de Lucas es el que subraya con mayor intensidad la acción de comer como parte de la manifestación de la presencia de Dios. Si podemos hablar aquí de milagro, no podemos plantearlo como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que realizó Jesús, sino como el milagro que genera el desprendimiento y la actitud de compartir, la apertura generosa y solidaria con los demás. (La Biblia de Nuestro Pueblo). “Como Juan y como los antiguos profetas, Jesús insiste en reeditar el proyecto del Padre: una mesa llena, alrededor de la cual puedan sentarse todos los hermanos, repartiendo el pan, sin discriminación, sin injusticias”.[1]

Eso es lo que tiene que promover de manera permanente el discípulo de Jesús, y eso es lo que tiene que “sacramentalizar” en el mundo nuestro compromiso cristiano. “A los discípulos que acaban de regresar de predicar y curar al pueblo de Dios les da Jesús un nuevo encargo: tienen que alimentar al Israel reconstituido con la eucaristía. Vuelve a aparecer el tema lucano de la comida. En 4.16-9.6, este motivo apareció, en gran parte, en los relatos que presentaban la gozosa comunión de mesa de Jesús con los pecadores. Aquí recibe una dimensión complementaria: En la misión del reino de Jesús, Dios está cumpliendo sus promesas de alimentar a una creación hambrienta” (Comentario bíblico San Jerónimo). La orden que reciben los discípulos (la misma que dio Eliseo, II R 4.42-44) era algo que iba más allá de sus fuerzas. Por eso quisieron disolver la reunión, algo contrario a las intenciones de Jesús: los discípulos hacen sus cálculos porque “todavía no saben confiar en el don de Dios”.[2] Pensaron que sólo mediante una compra podrían alimentar al pueblo, pero ¡sólo el don es posibilidad de vida!

“Ésta es la tercera mesa que encierra la primera parte del Evangelio y con la cual nosotras las comunidades debemos confrontarnos. El pueblo debe pasar por la prueba del pan. Si no creemos en el pan compartido, nunca seremos los discípulos y las discípulas de Jesús”.[3] El Señor enseñó a los discípulos las diversas posibilidades para la sobrevivencia y propuso un contra-poder basado en la gratuidad, en la gracia absoluta, en el don que viene de Dios y de la disposición de un pueblo para compartir en medio de la escasez y de la necesidad. Ellos debían siempre leer estas cosas entre líneas para hacer presente el nuevo impulso del Reino de Dios contra el peso de la materialidad inclemente e interesada solamente en la ganancia.





[1] Sandro Gallazzi, “Pues yo estoy en medio de ustedes como ¡aquel que sirve! (Lc 22,27)”, en RIBLA, núm. 44, 2003/1, p. 109, www.claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2#39-51.
[2] Silvano Fausti, Una comunidad lee el evangelio de Lucas. Bogotá, San Pablo, 2007, p. 293.
[3] S. Gallazzi, op. cit.

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