Jyoti Sahi (India, 1944), El camino de la cruz
30 de marzo, 2018
Y estaba allí una vasija llena
de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un
hisopo, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo:
Consumado es (tetélestai). Y habiendo
inclinado la cabeza, entregó el espíritu (parédoken
to pneuma).
Juan 19.29-30, RVR1960
A partir de Getsemaní, a
partir del momento en que Jesús diciendo “Yo soy” se entregue en manos de los
guardias que han venido a arrestarlo, se hace visible que Jesús ha perdido toda
iniciativa, toda libertad de movimientos y de gestos. Pero a partir de este
momento se realiza también lo que había dicho: “Yo no busco mi prestigio; otro
se encarga de eso y es juez en el asunto (8.50), es mi Padre quien me glorifica”
(8.54).[1]
Jacques Guillet
“Rey de los judíos” (Jn
19.17-22)
“Pilato les preguntó: —¿De veras quieren que mate a su
rey?” (19.15b). Coronado con espinas por voluntad de un espurio imperio invasor,
Jesús probó el sabor de la muerte desde la detención arbitraria, la tortura insensible
y el juicio amañado: nada parecía favorecerle al momento de enfrentar cara a
cara la fuerza del poder de turno. El Cuarto Evangelio presenta el drama de la
salvación en una sucesión de cuadros que aumentan su intensidad hasta llegar al
paroxismo. El Nazareno había conseguido unificar en su contra al pueblo
manipulable que exigía su muerte inmediata, sin medas tintas, sin puntos
intermedios, sin discusiones inútiles. La parodia de juicio o “consulta
ciudadana” llevada a cabo por Pilato puso en el centro del escenario hasta
dónde podía llegar la injusticia humana para decir sobre la vida de una persona
inocente, violentada en todos sus derechos y condenada de antemano a llevar en
su cuerpo todas las desgracias indecibles que alguien pudiera imaginar.
La farsa tan teatralizada que encabezó Pilato contiene
todos los elementos para justificar la masacre de un hombre ciertamente
peligroso para el sistema, tanto Así que el representante imperial consideró
necesario cargarle la mano en el título que lo hacía, por un lado, competidor
político del César, pero, por otro lado, afirmando una verdad teológica a todas
luces necesaria. “Yo a esto vine, a reinar, y a dar testimonio de la verdad”,
dice Jesús en un momento crucial del diálogo (18.37). La disputa por el poder
era real desde el simbolismo religioso, mesiánico y material. En la figura de
Pilato, la ideología imperial enfrentó, desde la incomprensión casi total, la visión
judía del gobierno divino mediado por lo humano. El tendencioso letrero
colocado por orden suya en la cruz era una advertencia y una afirmación ambigua:
éste es el destino de quien compita por el poder temporal con Roma. Pero la
inconformidad de los judíos por ese anuncio tuvo su razón de ser: su
entreguismo y su colaboracionismo con el invasor no era solamente una traición
a su patria sino, en el mejor sentido, una muestra de idolatría e incredulidad
en el gobierno de Dios. El dilema era mucho mayor, pues la teología política
originada en el libro de Daniel, y que tanto inspiró a Jesús, cuestionaba
proféticamente el uso del poder de los imperios, cuya caída era prevista
inevitablemente. Al etiquetarlo como “rey de los judíos”, el imperio se deshace
de él y lo condena irremediablemente a la muerte, pues la “oposición espiritual”
a ese poder temporal era auténtica dada la firme postura de la cristiandad
juanina: “La comunidad que se expresó a través del Cuarto Evangelio, a
diferencia de Pablo y los sinópticos, no intentó hacer apologías de la fe para
convencer a los poderosos de que ellos eran inofensivos o que podrían ser
útiles a los gobernantes como buenos y honrados servidores”.[2] El
reino de Jesús, en efecto, no podía ser de este mundo injusto y corrupto (Jn
18.36). Tal como concluye Jürgen Moltmann: “El hombre de Nazaret se tornó
peligroso, y hubo de desaparecer rápido y sin escándalo”.[3]
“Hicieron un sorteo para
quedarse con mis ropas” (Jn 19.23-24)
En el colmo del abuso y de la ignominia de que fue víctima,
Jesús fue despojado de todas las cosas para afirmar el enorme grado de renuncia
de que fue capaz: cero propiedades, es decir, la negación absoluta del egoísmo.
El salmo 22 (v. 18: “Dividieron entre ellos mis ropas y echaron a suertes mi
túnica”, Jn 19.24b) citado en los cuatro evangelios, reaparece y sus
palabras van a pautar lo acontecido con la única propiedad material que le
quedaba: su túnica. Los soldados romanos se sentían autorizados para poseer
todos los bienes del crucificado, quienquiera que fuese, pues éste había
perdido todos los derechos y no merecía ninguna consideración. La triunfalista
actuación del imperio llegaba a ras de suelo con sus representantes operativos,
quienes, en medio de la tragedia, querían conservar el recuerdo de lo
acontecido como una especie de trofeo grotesco o como parte de un botín
carnavalesco después del crimen.
El despojo de los bienes de un condenado, más la
satanización inmediata y automática de su memoria, aderezado todo con la
impunidad que proporciona el anonimato autorizado por los poderes, produce una
mezcla cada vez más aumentada de indignación y coraje. La impotencia de la
gente cercana a Jesús, el pánico que poseyó a sus seguidores por la cercanía
del sufrimiento y la represión brutal, hicieron que esta farsa creciera en
intensidad dramática, desvelando aspectos que, sin ser centrales en el relato
de la muerte del Salvador, adquiere una relevancia inesperada. Dueños por
derecho de las ropas de la víctima, los soldados aplican la tradición sin
contemplaciones. El Cuarto Evangelio es el único que se refiere a la falta de
costuras de la túnica del Señor (23b) y es posible que “insinúe el carácter
sacerdotal de Cristo en la crucifixión, puesto que estaba prohibido desgarrar
la túnica del sumo sacerdote (Lv 21.10)”.[4]
Pero, más allá de esas especulaciones, el hecho es que hasta en el nivel más
pequeño, los soldados continuaron con la execración de quien ya estaba en la
cruz.
Al pie de la cruz, las mujeres
(Jn 19.25-27)
Ahora que se ha consumado la reivindicación “oficial” de
María Magdalena, bien vale la pena voltear la mirada para encontrarla, junto a
la madre de Jesús y la madre Cleofas, en la plenitud del seguimiento comprometido.
Como comenta Xabier Pikaza: “La iglesia oficial ha podido tener miedo ante
María Magdalena y ha preferido destacar el papel de María, la madre de Jesús.
Pero las dos mujeres van juntas, las dos son esenciales en la primera iglesia.
Magdalena no pudo ser obispo o papa en la iglesia que triunfó desde el siglo
II-III, pero podría haberlo sido en una iglesia no jerárquica ni patriarcalista
del futuro”.[5]
Discípula de discípulas, apóstola futura de los apóstoles, ella estuvo al pie
de la cruz en el instante más climático de toda la historia de la salvación. Al
igual que Marcos (15.40), este evangelio da fe de la fidelidad de las mujeres,
es decir, de la existencia de un estilo femenino de seguimiento de su persona,
de su proyecto, al contrario de las imposiciones patriarcales para cambiar el
rostro de dicha respuesta a su mensaje. Asimismo, en Juan se repite lo dicho
por los sinópticos sobre el descreimiento de los hermanos de Jesús (7.3-5), por
lo que la encomienda para un discípulo de su propia madre manifestaría que los
demás hermanos y familiares habían roto los vínculos con ella y con Jesús mismo.
Pero el texto es enfático sobre esa presencia atribulada y comprometida: presas
de la impotencia absoluta, únicamente contemplaron aterradas lo sucedido desde
los pies mismos del instrumento de tortura.
“Todo está consumado”: Jesús
experimenta la muerte verdadera (Jn 19.28-30)
¿Por qué insistir en que fue una “muerte verdadera,
auténtica”? Precisamente porque ha habido quienes la han negado bajo el
argumento de que el Hijo de Dios no podía pasar por el purgatorio del fin de la
existencia física y material. Pero el texto sagrado, siendo realista y directo,
no deja de interpretar lo sucedido a cada paso: Jesús sabe y entiende que ya
todo había llegado a su plena consumación y, haciendo acopio de las últimas
fuerzas con que contaba, habló para cumplir las profecías sobre él. Primero para
expresar la sed que sintió (19.28), y luego, después de apurar el cáliz más
amargo que podía imaginar (29-30a), dijo la afirmación final, plena de
significado por el cumplimiento de su labor antes y durante la experiencia
terrible de la cruz. “Todo ha sido cumplido”. Jesús había dicho tajantemente
sobre su vida: “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo
poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (10.18), expresión que
forma parte de la más alta cristología juanina. Era Él quien disponía de su
vida, atenazada por los acontecimientos materiales que se habían venido
sucediendo, pero quien en medio de tanta crueldad seguía dominando la situación
con una conciencia mesiánica profundamente arraigada. Si los demás evangelios
usan expresiones equivalentes para mostrar el momento final de su vida, “únicamente
Juan […] habla de la muerte de Jesús como de un ‘entregar’ su espíritu,
indudablemente porque quiere también que el lector piense en el Espíritu que se
otorga como consecuencia de la glorificación de Jesús (7.39; 20.23)”.[6]
Jesús experimentó la consumación total de su
trabajo redentor, lo afirmó puntualmente desde la cruz y entregó el espíritu
como señal de aceptación completa de su destino como salvador. En este
horizonte cristológico, ningún intermediario humano, ninguna otra condición o
contingencia, ninguna posibilidad aleatoria, podía contravenir lo que estaba
aconteciendo entre Dios y Jesús para cumplir en su totalidad el esfuerzo redentor
realizado en la cruz. Esta fe cristológica total fue capaz de transfigurar los
acontecimientos visibles en un asunto entre Dios y Jesús con los seres humanos
como testigos, destinatarios y beneficiarios del acuerdo entre ellos para
rescatar la vida de la humanidad y del cosmos. Para este evangelio:
La cruz es el lugar donde el
Hijo va a glorificar a su Padre dando testimonio ante los hombres de la gloria
que él recibe del Padre (17.1). […]
Lo que ocurre
en la cruz es el instante supremo de una realidad que duró toda la vida del
Verbo hecho carne. Lo que vio en el calvario el discípulo predilecto, la sangre
y el agua brotando del costado abierto (19.35), la vida naciendo de la muerte,
la gloria del Padre sobre su Hijo moribundo, lo vieron también otros desde que
Jesús se manifestó entre los hombres y han dado testimonio de ello. Son ellos,
y con ellos los hermanos impresionados por su testimonio, los que dicen juntos:
“Hemos contemplado su gloria” (1.14). […]
La palabra
habitual es la de exaltación, que designa a la vez levantar en la cruz y elevar
en la gloria ante el mundo (3, 14; 8, 28; 12, 23.34; 13, 31). […]
Lo que pasa
es que Juan concentra en un punto único, la cruz, lo que los sinópticos
distribuyen por toda la existencia de Jesús.[7]
La glorificación de Jesús lo ha elevado hasta la
cruz y ella ya es el trono contradictorio desde el cual el amor de Dios invadirá
todas las esferas de la existencia humana para confrontarla con el designio
divino de bendición y aceptación. Por todo ello, podemos unirnos sin dudarlo a
la oración de Karl Rahner (1904-1984) quien lo expresó teológicamente con
diáfana profundidad:
Está cumplido.
Sí, Señor, es el fin. El fin de tu vida, de tu honor, de las esperanzas
humanas, de tu lucha y de tus fatigas. Todo ha pasado y es el fin. Todo se
vacía y tu vida va desapareciendo. Desaparición e impotencia.... Pero el final
es el cumplimiento, porque acabar con fidelidad y con amor es la apoteosis. Tu
declinar es tu victoria.
¡Oh
Señor!, ¿cuándo entenderé esta ley de tu vida y de la mía? La ley que hace de
la muerte, vida; de la negación de sí mismo, conquista; de la pobreza, riqueza;
del dolor, gracia; del final, plenitud.
Sí,
llevaste todo a plenitud. Se había cumplido la misión que el Padre te
encomendara. El cáliz que no debía pasar había sido apurado. La muerte, aquella
espantosa muerte, había sido sufrida. La salvación del mundo está aquí. La
muerte ha sido vencida. El pecado, arrasado. El dominio de los poderes de las
tinieblas es impotente. La puerta de la vida se ha abierto de par en par. La
libertad de los hijos de Dios ha sido conquistada. ¡Ahora puede soplar el
viento impetuoso de la gracia! El mundo en la oscuridad comienza, lentamente, a
arrebolarse con el alba de tu amor.[8]
[1] J.
Guillet, Jesucristo en el evangelio de Juan.
Estella, Verbo Divino, 1982 (Cuadernos bíblicos, 31), pp. 62-63, www.mercaba.org/ORARHOY/FOLLETOS%20EVD/031_jesucristo_en_el_evangelio_de_juan_-_jacques_guillet.pdf.
[2] Godofredo
Alejandro de Vega Reyes, Jesús y la buena
nueva. Trasfondos políticos y sociales en el Nuevo Testamento. La Habana,
Editorial de Ciencias Sociales, 2010.
[3] J.
Moltmann, Cristo para nosotros hoy. Madrid,
Trotta, 1997, p. 33.
[4] Bruce
Vawter, “Evangelio según san Juan”, en R.A. Brown et al., eds., Comentario
bíblico san Jerónimo. IV. Madrid, Cristiandad, 1972, p. 518.
[5] Juan G. Bedoya,
“María Magdalena, de prostituta a apóstol de los apóstoles”, en El País, 26 de marzo de 2018, https://elpais.com/cultura/2018/03/26/actualidad/1522052801_709590.html.
Cf. “María Magdalena, apóstola de los apóstoles”, en boletín de la
oficina de prensa del Vaticano, 10 de junio de 2016, https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2016/06/10/apostol.html:
“La Iglesia, hoy en día, prosigue resaltando esta importancia —manifestada
en el compromiso de una nueva evangelización— y quiere acoger sin distinción,
hombres y mujeres de cualquier raza, pueblo, lengua y nación, para anunciarles
la buena noticia del evangelio de Jesucristo, acompañarlos en su peregrinación
terrena y ofrecerles las maravillas de la salvación de Dios. ¡Santa María Magdalena es
un ejemplo de evangelización verdadera y auténtica, es decir, una evangelista que
anuncia el gozoso mensaje central de Pascua!”.
[6] B. Vawter, op.
cit., p. 519.
[7]J. Guillet, op. cit., pp. 26, 29.
[8] K.
Rahner, “Sexta palabra”, en Oraciones de
vida. Recopiladas por Albert Raffelt. Introducción de Karl Lehmann.Madrid,
Publicaciones Claretianas, 1986, pp. 73-74, http://biblio3.url.edu.gt/Libros/2011/Rahner/Rahner-02.pdf.
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