Juan 5:1.18
Introducción
En la
última parte del capítulo 4 y en los primeros 18 versículos del capítulo 5,
encontramos dos relatos de curaciones. Las curaciones en los evangelios
sinópticos son abundantes, pero en el evangelio de Juan son muy escasas.
De
hecho, sólo narra estas dos curaciones y la del ciego de nacimiento (cap. 9).
Las curaciones de los capítulos 4 y 5 tienen rasgos en común.
La
primera curación (4:43-54) trata del hijo de un oficial del rey. En el relato
se nos dice que el muchacho está convaleciente (vv.47-49). Pero el mismo relato
nos dice que al muchacho le es restaurada su salud por la palabra del Señor,
incluso pronunciada a distancia.
¿Cuál
fue la palabra pronunciada a distancia?
V. 50: “…ve, tu hijo vive…”. Y
el mismo versículo nos dice que el oficial del rey no sólo creyó la palabra del
Señor, sino también la obedeció: “ve… y
se fue”.
Si
el Señor ha de llevar a cabo algún cambio en la vida de una persona, es
necesario oír, creer y obedecer su voz.
La
segunda curación (5:1-18) es la del paralítico. El episodio describe la
curación de un enfermo. La figura de este enfermo representa la masa de
enfermos, que es el pueblo excluido de la fiesta.
Una
fiesta que no es para él, como tampoco lo es para la masa de enfermos que
representa, porque es “… fiesta de los judíos…”
(5:1). Es decir, fiesta exclusiva de los líderes religiosos.
Para
este enfermo no hay esperanza, y se encuentra próximo a la muerte. Pero Jesús
le ofrece la salud.
Y
nos encontramos, ahora, en este relato, al que no podía moverse hecho capaz de
elegir su propio camino. El destino de este enfermo estaba señalado por sus
propias circunstancias. Pero su encuentro con Jesucristo le capacitó para
elegir su propia ruta. Este hombre padecía una enfermedad que había hipotecado
su vida toda.
¿Cuántos
años había pasado postrado en cama?
“Y había allí un hombre que hacía treinta y
ocho años que estaba enfermo”
Tal
era su impotencia que ni siquiera podía hacer uso de cualquier medio para su
curación. Y cuando lo intentaba vez tras vez, otro ya se le había adelantado.
En
primer lugar
I.
Se nos hace saber acerca de una “fiesta” en Jerusalén, v. 1
1. Una “fiesta”, que no se precisa cuál sea de
todas, pero se califica como “… fiesta de
los judíos…”.
Es
decir, fiesta del régimen; dirigida y controlada por los dirigentes. La fiesta
es observada desde afuera, no desde el círculo dirigente.
“Fiesta de los judíos” es la
denominación dada por aquellos que no participan en ella. La “fiesta” no es para el pueblo.
Y
Jesús sube a Jerusalén por segunda vez.
2. Se
destaca el nombre de “Jerusalén”, vv.
1 y 2
En
los vv. 2 y 3 notamos un gran contraste: la “fiesta”
de los dirigentes por un lado, y por otro, la multitud que se describe (una
masa de gente enferma, sin fuerza ni actividad, tirada en el suelo).
Los
enfermos tienen tres características: “ciegos”,
“cojos” y “paralíticos” (v. 3).
El
uso del término “multitud” (v. 3)
incluye a la gran mayoría del pueblo. O sea, no se trata solamente de enfermos
físicamente hablando.
Son
“ciegos” por haber hecho suya la doctrina
de la “Ley”, que les impide ver el proyecto de Dios para el ser humano; son “cojos” sin libertad de movimiento ni
acción, resecos y sin vida. Estas dos características son citadas en el segundo
libro Samuel (5:8) como excluidas del templo. Y, finalmente, la tercera
característica es la del que no puede moverse.
La
“multitud” tirada en los pórticos está excluida de la “fiesta”. Así se representa la situación
del pueblo. Para éste, impotente, enfermo y miserable, no hay celebración ni
alegría.
La
situación de esta “multitud” explica
la oposición de Jesús al sistema religioso y político de las autoridades
judías. En su primera visita a Jerusalén fue directamente al templo, ciudadela
del régimen, para denunciarlo (2:13-22).
Ahora,
en cambio, va a encontrarse en el lugar donde yacen las ovejas enfermas y
dispersas que no tienen pastor. La curación que va a efectuar Jesús no va
dirigida únicamente a un individuo, es el signo de la liberación de la multitud
de marginados, miserables, sometidos a la “Ley”.
“Treinta y ocho años”
equivalen a la vida entera de este individuo. Está al final de su vida, y es en
ese momento cuando se le acerca Jesús. Ahora, esos mismos “treinta
y ocho años” referidos al pueblo, recuerdan los cuarenta años en el
desierto, donde murió una generación completa que había salido de Egipto, sin
llegar a la tierra prometida. La situación de esta “multitud” –de la que habla
Juan-, es la de quienes van a morir sin haber salido del desierto, sin haber
conocido la dicha que Dios había prometido. Los “treinta y ocho años” significan que está apunto de muerte.
Vio
a otros –muchos- curarse en las aguas de Betesda. Los vio de regreso a casa,
llenos de júbilo y de salud. Pero para él parecía no haber remedio. Año tras
año permanecía en el mismo estado.
En
segundo lugar
II.
Se nos hace saber acerca de una creencia
popular de la gente, vv. 2-4
1. ¿Qué
creencia?
Que
“… un ángel descendía de tiempo en tiempo
al estanque…” (v. 4).
Por
debajo del estanque había una corriente subterránea que de cuando en cuando
agitaba las aguas. Se creía que quien agitaba las aguas era un ángel, y que la
primera persona que entraba al estanque después de la agitación, quedaba curada
de cualquier enfermedad.
¿De
qué manera descendía el ángel? ¿Por qué no se dice nada sobre su origen?
2. Era el
tipo de creencias que estaba diseminado por todo el mundo antiguo.
La gente creía en todo tipo de
espíritus y demonios.
3.
Si
había alguna eficacia en estas aguas, se
debía en parte a sus elementos minerales y en parte a la imaginación de la
gente.
4.
La expresión “… un ángel descendía de tiempo en tiempo…” (v. 4) refleja el
esfuerzo por integrar en la ortodoxia una práctica extraña a la religión judía.
5. Esta
creencia popular no es algo que Juan respalde. No coincide con el pensamiento
general de su evangelio.
Lo
que sí coincide con el pensamiento general de so obra es:
-Dejar
que el paralítico declare su fracaso ante la vida.
-Confesar
que las aguas de Betesda lo han mantenido postrado durante muchos años.
III.
Se nos hace saber que sólo Jesús da la vida (v.
6).
Como
por un movimiento de cámara, se aísla a uno de entre todos los demás que
yacían. Jesús ve y, como ocurre con frecuencia, sabe (vv. 5 y 6).
1. El
relato sólo nos dice que Jesús subió a Jerusalén y que dentro de la ciudad
había una piscina. Sin más explicación, vemos a Jesús entre la multitud de
enfermos.
2.
Las señales de larga enfermedad en este hombre
son visible: sin fuerzas, incapaz de movimiento, víctima de su enfermedad, sin
creatividad ni iniciativa.
3. “… ¿Quieres ser sano?” le
dijo Jesús (v. 6).
Su
pregunta parece extraña. ¿Cómo no iba a desearlo el enfermo? Alguno dirá que, sin duda, el hombre quería
ser sano. Sin embargo, déjenme decirles que hay personas desesperanzadas que no
buscan remedios.
4. En
cuanto enfermo, no tenía esperanza (v. 7).
Responde
respetuosamente: “Señor”. Sigue
pensando que su salvación está en la piscina y expone a Jesús su situación de
dependencia. No puede ir él solo y nadie se presta a ayudarle.
Pero
el agua del estanque no sirve a Jesús como no servía tampoco la del pazo de
Jacob, mencionada en el capítulo anterior con la samaritana. Esta última no
apaga la sed, como aquella tampoco cura de la desesperanza.
El
agua es factor de vida, pero hay
aguas como la del pozo de Jacob (capítulo 4) y la del estanque de Betesda
(capítulo 5), que, aunque la prometen, no
la pueden dar. El agua de vida es el Mesías.
5. ¿Cuál
será el punto clave del relato?
“… Jesús le dijo: levántate,
toma tu lecho, y anda”. (v. 8).
-Si
se curaba, tendría que enfrentarse a la responsabilidad de ganarse la vida
trabajando. ¿Podría encontrar trabajo a la edad que ya tenía? ¿De qué si no
tiene oficio alguno?
-
Hay enfermos para quienes su padecimiento no es del todo desagradable, ya que
otros son los que se hacen responsables por ellos.
-Veamos
la declaración imperativa de Jesús:
“…levántate, toma tu lecho, y
anda”
·
Estas palabras requerían de una fuerte
determinación de parte del paralítico.
·
Jesús le requiere haga algo que no había sido
capaz de hacer durante treinta y ocho años.
·
Jesús no lo levanta, lo capacita para que se
levante él mismo y camine.
·
Jesús lo hace dueño de aquello que lo dominaba,
lo hace poseedor de aquello que lo poseía. Estaba sometido y privado de
iniciativa propia. Ahora puede disponer de sí mismo, con plena libertad de
acción. De un hombre inutilizado hace un hombre libre. No lo llama a ser
discípulo, simplemente lo ha hecho hombre.
Conclusión
¿Qué
le tiene postrado(a) a usted?
Escuche
la voz de Jesús, crea y haga las
palabras que él emite.
¿Le
estará requiriendo, como al paralítico, haga lo que no ha hecho para cambiar
sus circunstancias?
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