LOS HOMBRES DEL MAESTRO (V)
JUAN
Serafín de Ausejo
1. Veinte
años tendría escasamente cuando Jesús le llamó, Fue, sin duda, el más
joven de los discípulos y menor que el Maestro en una buena docena de años,
Ribereño del
lago de Tiberiades, ni su género de vida como pescador, ni aquella fogosidad
juvenil que le mereció el título de Boanerges (= “hijo del trueno" ),
compartido con su hermano Santiago el Mayor; ni su actividad apostólica en los
tiempos heroicos de la primitiva Iglesia palestinense; ni su longevidad casi
centenaria, la cual supone una constitución somática vigorosa; ni la intrepidez
con que defendió, frente a herejes gnósticos—llamándoles “anticristos”—, la
verdadera fe en Jesús Dios-hombre; ni la densidad sublime de su teología y de
su mística, basadas, sin embargo, en la realidad histórica: nada de esto autoriza
esa figura de jovencito blandengue—casi femenil, si no enfermizo—, tantas veces
representada por un arte iconográfico que parece ignorar los datos bíblicos. Si
Juan fue “el discípulo a quien amaba Jesús” y el más joven de los apóstoles,
fue también el pescador robusto y vigoroso, el mozo equilibrado y sereno que
respetuosamente sabe quedarse en segundo lugar cuando acompaña a Pedro; el
hombre varonil a quien Jesús confía de por vida su propia Madre como herencia;
el teólogo que, sin perder el contacto con la tierra, sabe elevarse a tales
cumbres teológicas como ningún otro escritor neotestamentario, ni siquiera San
Pablo. Todo ello supone una personalidad riquísima en cualidades humanas y una
entrega interna y externa, total y decisiva, al amor y al servicio del Maestro.
Se conocen dos
etapas de su vida, separadas por un largo silencio de casi medio siglo. Los
detalles de la primera quedaron consignados en los libros sagrados del Nuevo
Testamento; los de la segunda, en la más estricta y depurada tradición
contemporánea. Entre ambas, la carencia de datos durante ese prolongado
silencio.
2. Respecto de la primera etapa
sabemos que Juan era de Betsaida, a orillas del lago, patria también de Pedro.
Sus padres fueron Zebedeo y Salomé (¿hermana de San José?). Los hijos de este
matrimonio, Santiago y Juan, fueron pescadores, como su papadre, pero no de
condición precaria, puesto que tenían a su servicio jornaleros, poseían barca
propia, pescaban al copo con amplia red barredera, y su madre era una de
aquellas piadosas mujeres que con sus bienes sufragaban las necesidades
materiales del Maestro,
Juan, su hermano
Santiago y su amigo Pedro formaban el grupo predilecto de Jesús, Los tres
fueron testigos directos de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración
de Jesús en el Tabor, de su agonía en Getsemaní.
Jesús tuvo tal
predilección por Juan que éste se señalaba a sí mismo como "el discípulo a
quien amaba Jesús". En la noche de la cena reclinó su cabeza sobre el
costado del Maestro y fue el único discípulo que estuvo al pie de la cruz, a
quien Jesús agonizante dejó encomendada su divina Madre.
Su amistad con
Pedro fue de siempre. Paisano suyo y compañero de pesca, ellos dos fueron los
encargados por Jesús de preparar la última cena pascual. También fue Juan,
seguramente, el que introdujo a Pedro en la casa del sumo sacerdote durante la
noche de la pasión. Y en la mañana de la resurrección ambos comprueban juntos
que el sepulcro está vacío. Juntos aparecen también en la curación del
paralítico por Pedro, en la detención y en el juicio sufrido ante el Sanedrín,
y en Samaria, adonde van en nombre de los Doce, para invocar allí, sobre los ya
creyentes, al Espíritu Santo. Y cuando San Pablo, allá por el año 49, vuelve a
Jerusalén al final de su primera expedición misionera, encuentra allí a Pedro y
a Juan, a quienes califica de "columnas" de la Iglesia.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
LA LLAMADA AL SEGUIMIENTO (V)
Dietrich Bonhoeffer
Si no
hubiese salido, no habría aprendido a creer. Hay que dejar clara esta situación sobre el mar inseguro, situación absolutamente
imposible e irresponsable en el plano ético, a fin de que la fe sea posible. El
camino de la fe pasa por la obediencia a la llamada de Jesús. Este paso es
necesario; sin él, la llamada de Jesús se pierde en el vacío y toda presunta
obediencia se revela como una falsa exaltación. Al establecer la diferencia
entre una situación en la que se puede creer y otra en la que no se puede
creer, corremos un gran peligro. Debe quedar claro, ante todo, que la situación
por sí misma nunca nos revela a cuál de estas dos clases pertenece. Sólo la
llamada de Jesús la cualifica como situación en la que se puede creer. En
segundo lugar, no corresponde al hombre determinar cuál es la situación en la
que es posible la fe. El seguimiento no es una oferta del hombre. Sólo la
llamada crea la situación. En tercer lugar, esta situación nunca implica en sí
misma un valor propio, sólo la llamada la justifica. Por último, y esto es
esencial, la situación en la que se puede creer sólo llega a producirse por
medio de la fe. La idea de una situación en la que se puede creer es sólo la
descripción de un estado de hecho en el que son válidas las dos frases
siguientes, ambas igualmente verdaderas: sólo el creyente es obediente y sólo
el obediente cree.
Supone un grave
atentado a la fidelidad bíblica tomar la primera frase dejando la segunda. Sólo
el creyente es obediente; pensamos que entendemos esto. La obediencia es una
consecuencia de la fe, como el buen fruto es producto del buen árbol, decimos.
Primero la fe; sólo después viene la obediencia. Si con esto sólo pretendemos
probar que la fe sola justifica y no los actos de obediencia, entonces tenemos
la condición preliminar necesaria e irrefutable para todo lo restante. Pero si
con esto hemos de dar una precisión temporal cualquiera, según la cual primero
habría que creer para que, a continuación, intervenga la obediencia, entonces
se separaría la fe de la obediencia, y sigue existiendo el problema práctico
sobre cuándo debe comenzar la obediencia. La obediencia queda separada de la
fe. Es verdad que la obediencia y la fe deben estar separadas a causa de la
justificación, pero esta separación no puede suprimir la unidad que existe
entre ellas y que consiste en que la fe sólo se da en la obediencia, nunca sin
ella, y en que la fe sólo es fe en el acto de obediencia.
Puesto que es
inexacto hablar de la obediencia como de una consecuencia de la fe, y con el
fin de fijar la atención en la unidad indisoluble de fe y obediencia, conviene
contraponer a la frase “sólo el creyente es obediente”, la otra: “sólo el
obediente cree”. Si en la primera proposición la fe es presupuesto de la
obediencia, en la segunda la obediencia es presupuesto de la fe. Del mismo modo
que la obediencia ha sido llamada consecuencia de la fe, hay que llamarla
también presupuesto de la fe.
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IRRUPCIÓN RELIGIOSA EN LAS ELECCIONES DE 2018
Canal Once, 5 de marzo
11 pm
Como pocas veces en la historia de
los procesos electorales, lo religioso se ha hecho presente en los discursos y
posicionamientos de los candidatos a la presidencia. Bernardo Barranco, junto
con el Mtro. Leopoldo Cervantes-Ortiz, profesor de teología, y el Dr. Roberto
Blancarte, profesor de El Colegio de México, analizan por qué la clase política
recurre a lo religioso con tanta frecuencia, un fenómeno presente no sólo en
México, sino en muchos países latinoamericanos.
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RELIGIÓN Y ELECCIONES 2018: “EL PUNTO DE
INFLEXIÓN” DE MORENA Y ENCUENTRO SOCIAL
Protestante Digital, 23 de febrero de 2018
Ésa es la canción que le queremos
poner don Andrés Manuel López Obrador, surge de que pensamos que usted es Caleb
y que está a punto de conquistar el monte Hebrón, donde gobernó David.
Hugo Éric
Flores, presidente del PES
Las palabras
con que abre este artículo,
dirigidas este martes 20 de febrero al candidato presidencial Andrés Manuel
López Obrador, marcan, junto con el resto de lo acontecido en la unción como
representante del partido de inspiración evangélica que preside Hugo Éric
Flores, para la contienda electoral del próximo 1 de julio, un auténtico punto
de inflexión que ha ido más allá de lo imaginado por los observadores y los
analistas, pues nunca antes el elemento religioso heterodoxo fue incorporado de
esta manera a un proceso electoral. Pocos entre éstos, máxime si no son
conocedores del medio cristiano-evangélico, podrían recordar los estudios
dedicados al tema de los partidos confesionales cristianos por estudiosos como
el ya fallecido José Míguez Bonino o el profesor Jean-Pierre Bastian, y mucho
menos referirse a los diversos acercamientos de la llamada “teología política”
a la incidencia de lo religioso en este campo tan polémico. El primero, teólogo
metodista de amplia trayectoria y gran reconocimiento, desde la vertiente del
protestantismo histórico, en un volumen que lleva por título Poder del Evangelio y poder político: la
participación de los evangélicos en la vida política en América Latina
(1994), en donde cuestiona radicalmente la existencia de este tipo de
agrupaciones. El segundo, sociólogo e historiador de la Universidad de
Estrasburgo, y con una larga estancia en América Latina, en ensayos sueltos
pero muy puntuales al respecto. En uno de ellos, escribe: “Con la
multiplicación de actores religiosos en competencia surge la posibilidad de un
neo-corporativismo societal donde el intermediario religioso podría
transformarse en mandatario.
A la vez, la
crisis de legitimidad que experimentan los partidos políticos tradicionales les
obliga a entrar en competencia con nuevas organizaciones políticas; por
ejemplo, con las partidistas confesionales evangélicas y pentecostales”. Recientemente,
ante el triunfo del evangélico Fabricio Alvarado en la primera vuelta de las
elecciones en Costa Rica del pasado 4 de febrero, Bastian afirmó, en una
comunicación personal: “No me sorprende, ¡ya en mi estudio […] publicado en
alemán en 2000, lo había previsto! Confirma el carácter reaccionario de los
movimientos religiosos evangélico-pentecostales, en total oposición a lo que
fue el protestantismo histórico latinoamericano”.
(LC-O)
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