viernes, 30 de marzo de 2018

"Mujer, he ahí tu hijo... Hijo, he ahí tu madre", Pbro. Héctor Mendoza Núñez


Juan 19:17-30 

Introducción
La mujer, con el hombre, fue creada a imagen de Dios: “… “Y creo Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creo”. (Gn. 1:27)
Desde un inicio queda señalado el hecho de que ambos, varón y mujer, no solamente son colaboradores uno de otro en la construcción del mundo, sino también responsables  ante Aquel de quien reciben instrucciones para darle forma a este.
Hay muchos ejemplos en la Escritura de mujeres importantes que representaron un papel significativo en la vida del pueblo. Por ejemplo: Miriam, Débora, Hulda, etc. Ellas tuvieron una relación personal directa con Yahveh.
Con el correr del tiempo hubo, primeramente, una tendencia cultural, y luego, bajo la enseñanza rabínica, a darle preeminencia al varón, y a asignarle a la mujer un papel inferior y secundario.

De la mayor importancia en el NT es la actitud de Jesús hacia las mujeres, y su enseñanza sobre ellas. Abundan los encuentros de Jesús con mujeres, de acuerdo a los relatos evangélicos. Las perdonó, les enseñó, y ellas a su vez le sirvieron.
Jesús las incluyó en sus ilustraciones al enseñar, dejando bien claro que su mensaje las abarcaba también a ellas.
Honró  a la mujer, la puso en pie de igualdad con el hombre. A ambos les demandó el mismo nivel de conducta; a ambos les ofreció el mismo camino de salvación.
Después de la resurrección las mujeres se unieron con los demás seguidores de Jesús para perseverar “…unánimes en oración y ruego…” (Hch. 1:14).
En la elección de Matías, colaboraron (Hch. 1:15-26); recibieron poder y dones del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hch. 2:1-4, 18).

A María, la madre de Jesús, se le describe como “…bendita entre las mujeres…” (Lc. 1:42) Hubieron muchas cosas en la vida de María que ella no lograba entender, pero ella se las reservaba, guardándoselas y meditándolas en los profundo de su ser (Lc. 2:19). Pero llegaría un momento en que haría públicos los detalles del nacimiento y niñez de Jesús.

   Y, estando al pie de la cruz, Jesús la encomendó al cuidado de un discípulo.
Pero antes de considerar esta encomienda, recordemos las palabras del anciano e invidente profeta Simeón dirigidas a María en ocasión de la presentación del niño Jesús en el templo: “… ( y una espada traspasará tu misma alma )…” (Lc. 2:35)

I.             Las palabras de Simeón a María (Lc. 2:25-35).

   Los enemigos de Jesús no fueron los únicos espectadores en la cruz. Mientras se corría la voz en Jerusalén esa mañana, de que el Señor estaba bajo arresto y había sido condenado a muerte por el sanedrín, algunos familiares más próximos a él concurrieron.
Ver  morir a un familiar es doloroso, pero lo es más si se trata de un hijo o una hija. Lo natural es que mueran los progenitores antes que un hijo o una hija.
Es seguro que María recordaba lo que el anciano Simeón dijo sobre Jesús y ella, cuando aquel fue tomado en sus brazos siendo un recién nacido: “(y una espada traspasará tu misma alma)”
La espada de la que Simeón habló, ahora atravesaba su corazón.
Encontramos a María al principio del evangelio de Juan, y la volvemos a encontrar al final. Leemos de ella en el capítulo dos, y la encontramos nuevamente en el capítulo diecinueve. Los dos capítulos presentan un marcado contraste. En Juan dos, María está en una boda, participa de la alegría de una fiesta. Habla, da instrucciones y organiza. En Juan 19, su silencia es total y evidente. La tristeza la embarga. No cobra vida ninguna iniciática.
En Juan dos, el Señor dio muestra de su poder, tornó el agua en vino. En Juan diecinueve, se mostró débil; moría en agonía y vergüenza.
En Juan dos, era de esperarse que María dijera algo, pero en Juan diecinueve, no sabe qué decir, o si sabe, prefiere guardar silencio.
Junto a la cruz ella experimentaba el clímax de lo que significaban las palabras de Simeón.
Cuando se halló embarazada, no se hizo esperar para ella la vergüenza y el reproche. Rodeada de murmuraciones. Poco tiempo después de nacer Jesús, ella y José tuvieron que huir de Belén para escapar de la espada de Herodes.
¿Qué habrá sentido María al enterarse de que otros niños habían muerto tras el ocultamiento del su menor?

   Ahora, “…junto a la cruz de Jesús…” (v. 25), la espada atravesaba su ser entero porque él moría en una cruz, contado con transgresores.
Se trataba de un acto público. A la vista de todo tipo de gente. Era tan cosmopolita el asunto, que Pilato hizo escribir en tres idiomas la declaración para la cruz.
“Junto a la cruz” la espada atravesaba su alma.


II.            Las palabras de Jesús  a María (v. 26).
  
1.    Jesús la vio.
En medio de su agudo calvario, Jesús se preocupa por su madre. La encomendó al cuidado de Juan, “…a quien él amaba” (v. 26).
A María le dijo: “Mujer, he ahí tu hijo”.
Previsor de un riesgo inminente al que se enfrentaría una mujer que rebasaba apenas los 47 o 48 años de edad.
Con toda probabilidad, viuda, según algunas tradiciones. Habría de quedar expuesta al abandono y la desprotección al no tener una figura masculina que la representara y le ayudara a acceder a lo necesario para vivir.
Cuando Jesús fue arrestado, sus discípulos lo abandonaron. Tuvieron miedo de correr la misma suerte.
Pero durante el suplicio, aparecieron varias mujeres y un solo discípulo, según vv. 25 y 26.
Son las mujeres las que dan la cara cuando los hombres la escondemos.
¿Cuántas Marías (mujeres)  están solas y de pie junto a la cruz?  Entiéndase  “cruz” por cuantas batallas tienen que atravesar para sobrevivir.
Por cada hombre que trabaja duro, hay decenas de mujeres que envejecen más rápido porque llevan una cruz más pesada.
María estaba de pie, junto a la cruz, queriéndole dar alivio, curar sus heridas, consolarlo, acurrucarlo en su regazo.

2.    ¿Por qué Jesús le encomendó el cuidado de su madre a Juan?
a.    José había muerto. Tal vez esa sea una causa.
b.    Otra, que Juan era hijo de Zebedeo y Salomé, hermana de María. Entonces, Juan era primo de Jesús. Esta es otra probable causa.
c.    Pero, hay una más que señalan los comentaristas bíblicos, esta aparece en Juan 7:5: “Porque ni aún sus hermanos creían en él [Jesús]”.
Jesús le encomendó el cuidado de su madre a Juan porque, con toda probabilidad, fue rechazada por su misma familia a causa de su fe.
El evangelio es para personas rechazadas; para personas sin un espacio o lugar en la sociedad.
Jesús inaugura una nueva comunidad, una nueva familia.  La que ama y cuida al necesitado, al desamparado y al afligido.


III.          Las palabras de Jesús a Juan (v. 27).

“Después dijo al discípulo: He ahí tu madre”
El pastor había sido herido, y las ovejas dispersas. Juan, al parecer, había salido huyendo, abandonando a Jesús. Los demás discípulos hicieron lo mismo. Pero aquí lo vemos de regreso hasta la cruz.
La cruz no era el lugar más seguro para resguardarse.
En Juan 13:23 leemos que Juan “…estaba recostado al lado de Jesús…”, pero en nuestro capítulo de hoy leemos que estaba al pie de la cruz.
Allí en lo privado, en el aposento alto, estar recostado en el pecho de Jesús es una experiencia muy distinta a ponerse en público al pie de la cruz.
Regresar a la cruz requería valentía. Por otro lado, contrario a la costumbre, Jesús no amonestó a sus propios hermanos cuidar a su madre.
Cualquiera que haya sido la razón para no dejar a María al cuidado de sus otros hijos, la nueva relación entre Juan y María pone de manifiesto las provisiones hechas para nosotros en el cuerpo de Cristo, la nueva familia de Dios.
San Pablo, en el libro de los Hechos de los apóstoles (20:28), dice que Cristo adquirió la iglesia de Dios al precio de su sangre.
Uno de los obsequios que Jesús dio desde la cruz fue la iglesia. No como institución.
No una institución con formalismos, reglas, y ciertas exigencias. Factores que en muchas ocasiones son causas de su inoperancia y desaciertos, pues obstaculizan o frenan su dinamismo y desvirtúan su naturaleza.
Entonces, nos regaló la iglesia: cariñosa, generosa, sustentadora, esperanzadora familia más allá de la misma familia natural.
La preocupación de Jesús por María va más allá del futuro económico y social, aunque sin duda era de suma importancia.

Conclusión
Jesús propone una nueva relación. No la de un benefactor con una indigente, sino una relación que se caracteriza por un profundo amor, compasión, respeto, consuelo, esperanza, fortaleza, deseos de continuar, cobijo y abrigo.
Es un legado muy intenso. Implica reciprocidad en esta nueva relación.
Juan y María habrán de descubrirse ofreciendo y recibiendo de quien nunca pensaron hacerlo. En realidad no tienen obligación alguna desde las costumbres naturales y sociales, de entregarse al otro en esta magnitud.
Estamos influidos  por la noción de que sólo la familia es merecedora de nuestra atención, sacrificio y provisión, pero escuchar esta frase en labios de Jesús, pronunciada antes de su muerte, nos mueve el piso.
Nos señala que los alcances del amor no los establece ningún vínculo sanguíneo.

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