Juan 19:17-30
Introducción
La mujer, con el hombre, fue creada a imagen
de Dios: “… “Y creo Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creo”. (Gn. 1:27)
Desde
un inicio queda señalado el hecho de que ambos, varón y mujer, no solamente son
colaboradores uno de otro en la construcción del mundo, sino también
responsables ante Aquel de quien reciben
instrucciones para darle forma a este.
Hay
muchos ejemplos en la Escritura de mujeres importantes que representaron un
papel significativo en la vida del pueblo. Por ejemplo: Miriam, Débora, Hulda,
etc. Ellas tuvieron una relación personal directa con Yahveh.
Con
el correr del tiempo hubo, primeramente, una tendencia cultural, y luego, bajo
la enseñanza rabínica, a darle preeminencia al varón, y a asignarle a la mujer
un papel inferior y secundario.
De
la mayor importancia en el NT es la actitud de Jesús hacia las mujeres, y su
enseñanza sobre ellas. Abundan los encuentros de Jesús con mujeres, de acuerdo
a los relatos evangélicos. Las perdonó, les enseñó, y ellas a su vez le
sirvieron.
Jesús
las incluyó en sus ilustraciones al enseñar, dejando bien claro que su mensaje
las abarcaba también a ellas.
Honró a la mujer, la puso en pie de igualdad con el
hombre. A ambos les demandó el mismo nivel de conducta; a ambos les ofreció el
mismo camino de salvación.
Después
de la resurrección las mujeres se unieron con los demás seguidores de Jesús
para perseverar “…unánimes en oración y
ruego…” (Hch. 1:14).
En
la elección de Matías, colaboraron (Hch.
1:15-26); recibieron poder y dones del Espíritu Santo el día de Pentecostés
(Hch. 2:1-4, 18).
A María, la madre de Jesús, se le describe
como “…bendita entre las mujeres…” (Lc.
1:42) Hubieron muchas cosas en la vida de María que ella no lograba
entender, pero ella se las reservaba, guardándoselas y meditándolas en los
profundo de su ser (Lc. 2:19). Pero
llegaría un momento en que haría públicos los detalles del nacimiento y niñez
de Jesús.
Y, estando al pie de la cruz, Jesús la
encomendó al cuidado de un discípulo.
Pero
antes de considerar esta encomienda, recordemos las palabras del anciano e
invidente profeta Simeón dirigidas a María en ocasión de la presentación del
niño Jesús en el templo: “… ( y una
espada traspasará tu misma alma )…” (Lc. 2:35)
I.
Las palabras de Simeón a María (Lc. 2:25-35).
Los enemigos de Jesús no fueron los únicos
espectadores en la cruz. Mientras se corría la voz en Jerusalén esa mañana, de
que el Señor estaba bajo arresto y había sido condenado a muerte por el
sanedrín, algunos familiares más próximos a él concurrieron.
Ver morir a un familiar es doloroso, pero lo es
más si se trata de un hijo o una hija. Lo natural es que mueran los
progenitores antes que un hijo o una hija.
Es
seguro que María recordaba lo que el anciano Simeón dijo sobre Jesús y ella,
cuando aquel fue tomado en sus brazos siendo un recién nacido: “(y una espada traspasará tu misma alma)”
La
espada de la que Simeón habló, ahora atravesaba su corazón.
Encontramos
a María al principio del evangelio de Juan, y la volvemos a encontrar al final.
Leemos de ella en el capítulo dos, y la encontramos nuevamente en el capítulo
diecinueve. Los dos capítulos presentan un marcado contraste. En Juan dos,
María está en una boda, participa de la alegría de una fiesta. Habla, da
instrucciones y organiza. En Juan 19, su silencia es total y evidente. La
tristeza la embarga. No cobra vida ninguna iniciática.
En
Juan dos, el Señor dio muestra de su poder, tornó el agua en vino. En Juan
diecinueve, se mostró débil; moría en agonía y vergüenza.
En
Juan dos, era de esperarse que María dijera algo, pero en Juan diecinueve, no
sabe qué decir, o si sabe, prefiere guardar silencio.
Junto
a la cruz ella experimentaba el clímax de lo que significaban las palabras de
Simeón.
Cuando
se halló embarazada, no se hizo esperar para ella la vergüenza y el reproche.
Rodeada de murmuraciones. Poco tiempo después de nacer Jesús, ella y José
tuvieron que huir de Belén para escapar de la espada de Herodes.
¿Qué
habrá sentido María al enterarse de que otros niños habían muerto tras el
ocultamiento del su menor?
Ahora, “…junto
a la cruz de Jesús…” (v. 25), la espada atravesaba su ser entero porque él
moría en una cruz, contado con transgresores.
Se
trataba de un acto público. A la vista de todo tipo de gente. Era tan
cosmopolita el asunto, que Pilato hizo escribir en tres idiomas la declaración
para la cruz.
“Junto a la cruz” la
espada atravesaba su alma.
II.
Las palabras de Jesús a María
(v. 26).
1. Jesús
la vio.
En
medio de su agudo calvario, Jesús se preocupa por su madre. La encomendó al
cuidado de Juan, “…a quien él amaba” (v.
26).
A
María le dijo: “Mujer, he ahí tu hijo”.
Previsor
de un riesgo inminente al que se enfrentaría una mujer que rebasaba apenas los
47 o 48 años de edad.
Con
toda probabilidad, viuda, según algunas tradiciones. Habría de quedar expuesta
al abandono y la desprotección al no tener una figura masculina que la
representara y le ayudara a acceder a lo necesario para vivir.
Cuando
Jesús fue arrestado, sus discípulos lo abandonaron. Tuvieron miedo de correr la
misma suerte.
Pero
durante el suplicio, aparecieron varias mujeres y un solo discípulo, según vv.
25 y 26.
Son
las mujeres las que dan la cara cuando los hombres la escondemos.
¿Cuántas
Marías (mujeres) están solas y de pie
junto a la cruz? Entiéndase “cruz”
por cuantas batallas tienen que atravesar para sobrevivir.
Por
cada hombre que trabaja duro, hay decenas de mujeres que envejecen más rápido
porque llevan una cruz más pesada.
María
estaba de pie, junto a la cruz, queriéndole dar alivio, curar sus heridas,
consolarlo, acurrucarlo en su regazo.
2. ¿Por
qué Jesús le encomendó el cuidado de su madre a Juan?
a.
José había muerto. Tal vez esa sea una causa.
b.
Otra, que Juan era hijo de Zebedeo y Salomé,
hermana de María. Entonces, Juan era primo de Jesús. Esta es otra probable
causa.
c. Pero,
hay una más que señalan los comentaristas bíblicos, esta aparece en Juan 7:5: “Porque ni aún sus hermanos creían en él
[Jesús]”.
Jesús
le encomendó el cuidado de su madre a Juan porque, con toda probabilidad, fue
rechazada por su misma familia a causa de su fe.
El
evangelio es para personas rechazadas; para personas sin un espacio o lugar en
la sociedad.
Jesús
inaugura una nueva comunidad, una nueva familia. La que ama y cuida al necesitado, al
desamparado y al afligido.
III.
Las palabras de Jesús a Juan (v. 27).
“Después dijo al discípulo: He
ahí tu madre”
El
pastor había sido herido, y las ovejas dispersas. Juan, al parecer, había
salido huyendo, abandonando a Jesús. Los demás discípulos hicieron lo mismo.
Pero aquí lo vemos de regreso hasta la cruz.
La
cruz no era el lugar más seguro para resguardarse.
En
Juan 13:23 leemos que Juan “…estaba recostado al lado de Jesús…”, pero en
nuestro capítulo de hoy leemos que estaba al pie de la cruz.
Allí
en lo privado, en el aposento alto, estar recostado en el pecho de Jesús es una
experiencia muy distinta a ponerse en público al pie de la cruz.
Regresar
a la cruz requería valentía. Por otro lado, contrario a la costumbre, Jesús no
amonestó a sus propios hermanos cuidar a su madre.
Cualquiera
que haya sido la razón para no dejar a María al cuidado de sus otros hijos, la
nueva relación entre Juan y María pone de manifiesto las provisiones hechas
para nosotros en el cuerpo de Cristo, la nueva familia de Dios.
San
Pablo, en el libro de los Hechos de los apóstoles (20:28), dice que Cristo
adquirió la iglesia de Dios al precio de su sangre.
Uno
de los obsequios que Jesús dio desde la cruz fue la iglesia. No como institución.
No
una institución con formalismos, reglas, y ciertas exigencias. Factores que en
muchas ocasiones son causas de su inoperancia y desaciertos, pues obstaculizan
o frenan su dinamismo y desvirtúan su naturaleza.
Entonces,
nos regaló la iglesia: cariñosa, generosa, sustentadora, esperanzadora familia
más allá de la misma familia natural.
La
preocupación de Jesús por María va más allá del futuro económico y social,
aunque sin duda era de suma importancia.
Conclusión
Jesús
propone una nueva relación. No la de un benefactor con una indigente, sino una
relación que se caracteriza por un profundo amor, compasión, respeto, consuelo,
esperanza, fortaleza, deseos de continuar, cobijo y abrigo.
Es
un legado muy intenso. Implica reciprocidad en esta nueva relación.
Juan
y María habrán de descubrirse ofreciendo y recibiendo de quien nunca pensaron
hacerlo. En realidad no tienen obligación alguna desde las costumbres naturales
y sociales, de entregarse al otro en esta magnitud.
Estamos
influidos por la noción de que sólo la
familia es merecedora de nuestra atención, sacrificio y provisión, pero
escuchar esta frase en labios de Jesús, pronunciada antes de su muerte, nos
mueve el piso.
Nos
señala que los alcances del amor no los establece ningún vínculo sanguíneo.
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