LOS HOMBRES DEL MAESTRO (VII)
JACOBO (SANTIAGO EL MAYOR)
A. Camerlynck
El hijo de Zebedeo y Salomé (Cf.
Mt 17.56; Mr 15.40; 16.1). Zanh
consigna que Salomé era la hija de un sacerdote. Santiago es designado "el
Mayor" para distinguirlo del apóstol Santiago "el Menor," quien
probablemente era más corto de estatura. No sabemos nada de los inicios de la
vida de Santiago. Era hermano de Juan, el amado discípulo, y probablemente el
mayor de los dos. Sus padres al parecer eran personas acomodadas como consta en
los siguientes hechos: Zebedeo era un pescador del Mar de Galilea, que
probablemente vivió en o cerca de Betsaida (Jn 1.44), tal vez en Cafarnaúm; y
disponía de algunos remeros o peones como sus asistentes comunes (Mr 1.20). Salomé
era una de las devotas mujeres que en adelante siguieron a Cristo y “cuidaban
de su asistencia” (cf. Mt 27.55; Mr 15.40; 16.1; Lc 8.2; 23.55; 24.1).
San Juan era conocido del sumo
sacerdote (Jn 8.16); y tuvo que haberse encargado de ahí en adelante de proveer
por la Madre de Jesús (Juan, xix,27). Es probable que, de acuerdo con Hch 4.13,
que Juan (y por consiguiente su hermano Santiago) no hayan recibido la
formación técnica de las escuelas rabínicas; en este sentido carecían de
preparación y de ninguna posición oficial entre los judíos. Mas sin embargo, de
acuerdo al rango social de sus padres, debieron ser hombres de educación
promedio, en los ámbitos comunes de la vida judía. Tuvieron oportunidad
frecuente de estar en contacto con la cultura griega y su lenguaje, que para
entonces estaban ampliamente difundidos a lo largo de las riberas del Mar de
Galilea.
Su
vida y apostolado
El origen galileo de Santiago puede en cierto grado
explicar el fuerte temperamento y la vehemente personalidad que les ganaron a
él y a San Juan el nombre de Boanerges, "hijos del trueno" (Mr 3.17)
; la estirpe galilea era devota, fuerte, laboriosa, valiente, y la mas fuerte
defensora de la nación Judía. Cuando Juan el Bautista proclamó el reino del
Mesías , San Juan se volvió discípulo (Jn 1.35); él fue conducido al
"Cordero de Dios" y posteriormente condujo a su hermano Santiago al
Mesías; el obvio significado de Jn 1.41 es que San Andrés encuentra a su hermano
Pedro primero y que posteriormente, San Juan (que no se nombra a sí mismo, de
acuerdo con su habitual y característica modestia y silencio acerca de sí
mismo) encuentra a su hermano (Santiago). El llamado a Santiago para el
apostolado del Mesías es reportado en una narración idéntica o paralela por Mt
4.18-22; Mr 1.19; y Lc 5.1-11. Los dos hijos de Zebedeo, así como Simón (Pedro)
y su hermano Andrés con quienes ellos estaban asociados (Lc 5.10), fueron
llamados por el Señor en el Mar de Galilea donde los cuatro de ellos junto con
Zebedeo y sus empleados estaban ocupados en su ordinario oficio de pescadores.
Los hijos de Zebedeo “al punto, dejadas las redes y a su padre, le siguieron”
(Mt 4.22), y se convirtieron en “pescadores de hombres”. Santiago estuvo con
los otros once llamados al apostolado (Mt 10.1-4; Mr 3.13-19; Lc 6.12-16; Hch
1.13). En los cuatro evangelios se enlistan los nombres de Pedro y Andrés,
Santiago y Juan formando el primer grupo, un selecto y prominente grupo (cf. Mr
13.3); especialmente Pedro, Santiago y Juan. Solamente estos tres apóstoles
fueron admitidos a presenciar el milagro de levantar de la muerte a la hija de
Jairo (Mr 5.37; Lc 8.51), en la Transfiguración (Mr 9.1; Mt 17.1; Lc 9.28), y
durante la agonía en Getsemaní (Mt 26.37; Mr 14.33). El hecho de que el nombre
de Santiago aparece siempre (excepto en Lc 8.51; 9.28; Hch 1.13, texto en
griego) antes de que el de su hermano implica aparentemente que Santiago era el
mayor de los dos. Es notable mencionar que Santiago jamás es mencionado en el
Evangelio de San Juan; este autor observa una reservada modestia no solo en
relación con su persona, pero también con miembros de su familia. […]
Su martirio
Durante la última jornada a Jerusalén, su madre Salomé
acudió al Señor y dijo a Él: “Dispón que estos dos hijos míos tengan su asiento
en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Mt 20.21). Y los dos
hermanos, ignorantes todavía de la naturaleza espiritual del Reino mesiánico,
se unieron a su madre en esta ansiosa ambición (Mr 10.37). Y a la afirmación de
que ellos estarían dispuestos a beber del cáliz que Él bebiera, y de ser
bautizados con el bautismo de sus sufrimientos, Jesús les aseguró que ellos
compartirían su pasión (Mr 10.38-39). Santiago se ganó la corona del martirio 14
años después de esta profecía, 44 d.C. Herodes Agripa I, hijo de Aristóbolo y
nieto de Herodes el Grande, reinaba en ese tiempo como “rey” sobre un dominio
mayor que el de su abuelo. Su gran propósito era complacer a los judíos en
todas formas, y mostraba gran aprecio por la Ley mosaica y costumbres judías.
De acuerdo con esta política, durante la celebración de la Pascua de 44 d.C. ,
perpetró crueldades hacia la Iglesia, cuyo rápido crecimiento enfurecía a los judíos.
El carácter apasionado de Santiago y su liderazgo entre las comunidades judeo-cristianas
probablemente condujo a Agripa a escogerlo como la primera víctima. “Degolló a
Santiago, el hermano de Juan, con la espada” (Hch 12.1-2). De acuerdo con la
tradición, la cual, como sabemos a partir de Eusebio (Hist. Ecle., II, ix,2,3), fue recibida por Clemente de Alejandría
(en su séptimo libro de su obra perdida Hipotiposis),
el acusador que condujo al apóstol al juicio, conmovido por su confesión, se
convirtió entonces al cristianismo, siendo ambos decapitados. Como Clemente
testifica expresamente que el relato le fue dado “por aquellos que estaban
frente a él”, esta tradición cuenta con mejores fundamentos que muchas otras
tradiciones y leyendas relativas a las obras apostólicas y muerte de Santiago,
relatadas en la obra en latín Passio
Jacobi Majoris, el etiópico Hechos de
Santiago y otros más.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
LA LLAMADA AL SEGUIMIENTO (VII)
Dietrich Bonhoeffer
Sigue siendo él mismo, quizás más aún que antes; sometido
a la exigencia de las obras, permanece por completo en el estado de muerte de
la vida anterior. Ciertamente, hay que cumplir la obra; pero esta, por sí
misma, no permite salir de la muerte, de la desobediencia y de la impiedad. Si
consideramos nuestro primer paso como presupuesto de la gracia, de la fe, somos
juzgados por nuestra obra y nos vemos separados por completo de la gracia.
En este acto externo se halla
incluido todo lo que acostumbramos a llamar disposición, buena intención, todo lo
que la Iglesia romana llama facere quod
in se est. Si damos este primer paso con intención de colocarnos en la
situación de poder creer, esta posibilidad de la fe no es, en tal caso, más que
una obra, una nueva posibilidad de vida dentro de nuestra vieja existencia;
cometemos un error pleno, permanecemos en la incredulidad.
A pesar de todo, es preciso realizar
la obra externa, tenemos que ponernos en situación de poder creer. Hemos de dar
el paso. ¿Qué significa esto? Significa que sólo damos realmente este paso
cuando lo hacemos sin pensar en la obra que debemos realizar, fijándonos
solamente en la palabra de Jesús que nos llama a él. Pedro sabe que no tiene
derecho a salir de la barca por propia voluntad; si lo hiciese, el primer paso
constituiría su perdición. Por eso grita: “Ordéname que vaya a ti sobre las aguas”.
Y Cristo responde: “Ven”.
Es preciso que Cristo haya llamado;
sólo por su palabra podemos dar el paso. Esta llamada es su gracia, que llama
de la muerte a la nueva vida de obediencia. Pero
ahora que Cristo ha llamado, Pedro debe salir de la barca
para ir a él. De hecho, el primer paso de la obediencia es ya en sí mismo un
acto de fe en la palabra de Cristo. Pero desconoceríamos por completo la fe en
cuanto fe si concluyésemos de todo esto que el primer paso es innecesario
puesto que ya existe la fe. A este razonamiento conviene oponer la frase: Hay
que haber dado el paso de la obediencia, antes de poder creer. El que no es
obediente no puede creer.
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PUBBLICADO EL “LLAMAMIENTO DE ARUSHA AL DISCIPULADO”
Los participantes de la Conferencia Mundial sobre
Misión y Evangelización (CMME) del Consejo Mundial de Iglesias hicieron público
un “Llamamiento al discipulado” el 13 de marzo, último día de la conferencia.
Más de mil personas comprometidas con la misión y la evangelización y
procedentes de diferentes tradiciones cristianas de todo el mundo se reunieron
en Tanzania con motivo de la CMME.
“A pesar de algunos destellos de esperanza, hemos de
considerar las fuerzas de la muerte que están alterando el orden mundial e
infligiendo sufrimiento a muchas personas”, dice la declaración. “Observamos la
sorprendente acumulación de riqueza que se debe a un sistema financiero mundial
que enriquece a unos pocos y empobrece a muchos”.
Este sistema imperial mundial ha
convertido al mercado financiero en uno de los ídolos de nuestro tiempo y ha
fortalecido las culturas de la dominación y la discriminación que siguen
marginando y excluyendo a millones de personas, continúa la declaración.
“El discipulado es un don y un
llamamiento a colaborar activamente con Dios para transformar el mundo”, recoge
la declaración, que luego pasa a enumerar las múltiples maneras en que las
personas podrían seguir el llamamiento a un discipulado transformado y
transformador.
“Estamos llamados a proclamar las
buenas noticias de Jesucristo –la plenitud de la vida, el arrepentimiento y el
perdón de los pecados, y la promesa de la vida eterna– de palabra y obra, en un
mundo violento donde muchos son sacrificados a los ídolos de la muerte y muchos
todavía no han oído el Evangelio”, recoge uno de esos llamamientos.
Otro dice: “Estamos llamados a
discernir la palabra de Dios en un mundo que comunica muchos mensajes
contradictorios, falsos y confusos”.
Los participantes describieron
asimismo su llamamiento a cuidar de la creación de Dios y a solidarizarse con
los países que se ven gravemente afectados por el cambio climático.
“Estamos llamados como discípulos a
pertenecer juntos a comunidades justas e incluyentes, en nuestra búsqueda de la
unidad y en nuestro camino ecuménico, en un mundo que se basa en la marginación
y la exclusión”, continúa la lista.
En el documento también se hace
hincapié en derribar las barreras y buscar justicia para las personas que son
desposeídas y desplazadas de sus tierras, incluyendo a los migrantes, los
refugiados y los solicitantes de asilo, y en oponerse a las nuevas fronteras
que separan y matan.
“Estamos llamados a seguir el camino
de la cruz, que cuestiona el elitismo, los privilegios y el poder personal y
estructural”, concluye el documento. “Estamos llamados a vivir a la luz de la
resurrección, que ofrece posibilidades de transformación llenas de esperanza”.
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