25 de marzo de 2018
Lc 23.26-38
Una vez que Jesús fue llevado al Calvario, fue despojado de sus vestiduras. Se le clavó dolorosamente a la cruz y se le alzó en medio de dos ladrones. Fue en ese momento, al comenzar el tiempo culminante de su pasión, que pronunció unas palabras la primera de perdón. Sólo Lucas, el médico evangelista, ha dejado constancia de esta palabra. (Lc. 23, 34) ¿Qué significa en sí misma? ¿Qué significa para nosotros? ¿A qué se refería Jesús con estas palabras que pronunció en la cruz? Parece que con ellos perdona sólo a los que ignoran las causas de sus actos o no son responsables de ellos. Con esta frase pronunciada con un amor loable, Jesús nos enseña a perdonar.
Ahora bien, surge un problema, pues Cristo dijo: “Perdónalos porque no saben lo
que hacen”. A partir de aquí podríamos entender que sólo se puede perdonar a los que no saben
lo que hacen.
No saber lo que se hace implica una ignorancia de la propia acción, y esto se
fundamenta en la capacidad del autoconocimiento. Aunque también puede haber sido por una breve ofuscación.
Se puede notar sanamente que Jesús no oraba por aquellos que entendieron que
crucificaban al Hijo de Dios y no quisieron confesar, sino por aquellos que no
sabían lo que hacían, teniendo el esmero de Dios, y no según el conocimiento. Aquí
entramos a un dilema de culpa o pecado, Es claro que para recibir el perdón hace
falta reconocer el pecado, El pasaje no indica las culpas que por lo tanto el perdón
implique el abandono de la justicia, sin embargo si muestra que Dios es rico en
misericordia y quiere que todos los hombres estén en paz con Él.
Queda claro que Cristo estaba dispuesto a perdonar a sus ofensores que no sabían
lo que hacían porque no lo habían reconocido como Dios.
Sin embargo, parece que la misericordia de Cristo está más cercana a aquellos que
no lo hubieran reconocido. Sin duda la muerte de un inocente reclama justicia, cosa
que no se niega en las palabras de Cristo. El perdón ha brotado de la perfección de
su amor.
Es por esto que los libera de sus pecados para que puedan reconocerlo como Hijo
de Dios con mayor disposición. Desde la perspectiva de la cruz el perdón no es una
obligación, no es el olvido, no es una expresión de superioridad moral ni es una
renuncia al derecho.
El perdón es un acto liberador. Perdonar es ir más allá de la justicia. El perdón
reconcilia.
Al analizar un primer acercamiento al concepto de reconciliación, existen en todos
nosotros dos reacciones casi inmediatas y mecánicas.
La primera consiste en considerar que el avance en la reconciliación es
principalmente una cuestión de mecanismos, estrategias y voluntad.
La segunda, queremos entender que la reconciliación supone una restauración o
vuelta a la situación previa al desgarro, violencia u ofensa.
Pero la reconciliación me parece bastante increíble y mucho más profundo, es lo
que Jesús desde la cruz realiza, la reconciliación es más una espiritualidad que una
estrategia, la reconciliación es un don de Dios, el propio Jesús en la cruz hace a
Dios precursor de la reconciliación al pronunciar (“Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen”). Y como personas ésta podría ser es una experiencia que
muchos hemos vivido: hay veces que, por muchos “esmero” que le echemos, somos
incapaces de perdonar, hasta que abrimos nuestro corazón al don de Dios.
Esforzarnos en plantear el perdón, creemos que del espíritu de Dios emana la
novedad que hace de la reconciliación no una mera vuelta atrás, sino una portadora
de un nuevo estado de cosas, de unas relaciones reconstituidas y restablecidas sobre nuevas bases, de una situación diferente y mejor, proponerlo, hablar y poner
en práctica es invitar a ser cada vez más persona. Quien ha llegado a conocer al
Padre, refiere a él la capacidad de perdonar.
Creo que el perdón es un principio irrenunciable para el trabajo de la iglesia en la
tarea de reconciliación:
En primer lugar, la cercanía a todos los que sufren, escuchando y narrando sus
historias de dolor e intentando reparar en lo posible la humanidad rota de las
víctimas.
En segundo lugar, pasar de la culpa, destructora, a la responsabilidad,
humanizaste.
En tercer lugar, poner la mirada en el futuro por construir.
Los cristianos sólo vamos a ser capaces de realizar este tipo de aportaciones, u otras
más importantes, si somos capaces de vivir una espiritualidad de la esperanza y del
perdón sin ingenuidad, con humildad y sencillez, pero cultivando la experiencia de
que el Espíritu es novedad permanente que siempre nos puede sorprender.
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