8 de abril de 2018
Jesús contestó: —Ustedes están
confundidos y no confían en Dios. ¿Acaso no pueden hacer nada sin mí? ¿Cuándo
van a aprender? ¡Tráiganme aquí al muchacho!
Mateo 17.17, TLA
La relación que tuvo Jesús con las necesidades humanas
concretas rebasó, con frecuencia, los límites de la paciencia de las personas.
Las historias se suman una tras otra: desde los amigos que no dudaron en abrir
el techo de una vivienda para llevar a un paralítico, hasta las mujeres que le
reclamaron no haber estado presente al morir Lázaro, los evangelios incluyen un
amplio mosaico de situaciones antes las cuales Jesús tuvo palabras precisas
para responder y acciones eficaces para subsanar la urgencia de las personas.
Enfermedad, muerte (física y social), estigmas y una auténtica crisis
humanitaria, todo ello lo enfrentó con firmeza y profunda sensibilidad. En el
caso del hombre cuyo hijo era epiléptico (o “lunático”, como se le ha conocido
tradicionalmente; seleniadsetai, Mt
17.15: “atacado por la luna”, como se describía antiguamente la epilepsia, desorden
neurológico que provoca convulsiones violentas transitorias. El epiléptico
podía morir por los efectos del ataque); Mr 9.17, “poseído por un espíritu
mudo”; Lc 9.39: “un espíritu lo ataca y lo hace gritar”), los discípulos
intentaron sanarlo sin ningún éxito. La evolución que va desde la posesión (en
Mr) a lo lunático (en Mt) evidencia la dificultad para interpretar el tipo de
afectación que tenía la persona, algo muy común en la antigüedad.
Los énfasis diferenciados de los evangelistas son
muy claros: para Marcos (que en 9.18 describe con lujo de detalles lo que acontecía
con el joven), está en la necesidad de la oración y el ayuno, como componentes
espirituales del servicio, lo mismo que en Mateo (Lucas no se refiere a la
necesidad de la oración), que abrevia notablemente el relato, la incapacidad de
los discípulos fue notoria. Jesús responde inmediatamente ante la exigencia del
padre (Mt 17.15-16) y fustiga duramente a los discípulos (v. 17) para luego
atender al enfermo y sanarlo de manera inmediata (v. 18). El Señor manifiesta
una especie de impaciencia por la incapacidad de los discípulos para resolver
el problema, lo cual, dado el enfoque profundamente eclesial de Mateo,
representa un reproche hacia aquellas cosas que la comunidad no puede hacer, desde diferentes perspectivas. Primeramente,
las que claramente son imposibles para ella, como las enfermedades más
complejas que en la época de Jesús se comprendían de otra manera.
Pero, en segundo lugar, la clara impaciencia del
Señor va hacia la escasa disposición de la iglesia para actuar ante las diferentes
situaciones, sean éstas posibles o imposibles, pues el lugar de la fe es
insustituible para la vida y misión de la comunidad. Los discípulos no dejaron
de preguntar por qué no pudieron sanar al joven (v. 19) y la respuesta del
Señor, ya más mesurada después de la atención que ofreció, apunta hacia la poca
fe con que contaban ellos (20a). Ciertamente, la iglesia no está en condiciones
de resolver todas las necesidades humanas, pero lo que se espera de ella es que
sea una “maestra de la fe para el mundo”, es decir, que demuestre continuamente
cuál es la verdadera función de la fe para la vida de las personas en
necesidad. Los “aprendices de siervos”, los discípulos, experimentaron la
frustración de no poder actuar como su Señor, exactamente igual que cuando la
iglesia no es capaz de evitar la guerra, de contribuir a la paz, de evitar la
violencia o de reconciliar a los enemigos. Histórica y materialmente, la
iglesia debe valorar siempre sus limitaciones y sustituirlas únicamente con una
actitud de fe centrada en la fuente de la bendición que ella puede compartir:
Jesucristo, como dueño y señor del poder que es capaz de hacer cualquier cosa,
por encima de nuestra fe y de nuestra incredulidad.
Jesús llamó la atención hacia el hecho de que la oración
(la búsqueda continua de Dios) y el ayuno (la experiencia de la debilidad
auto-asumida) son los únicos recursos válidos para afrontar esas exigencias
mayores que hace el mundo necesitado. Por lo demás, la iglesia, como bien
hicieron los discípulos, siempre tiene que remitir a las personas al poder
sanador y restaurador de su Señor, pues ella misma no cuenta con ningún otro
poder, más que el otorgado por él. Lo que no debe estar nunca en juego es la
falta de sensibilidad de la iglesia ante el sufrimiento de las personas. Por ello son muy atendibles las observaciones de Simon Légasse en su estudio de los milagros de Jesús según Mateo (Xavier León-Dufour, ed., Los milagros de Jesús según el Nuevo Testamento. Madrid, Cristiandad, 1979, pp. 235-237).
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