sábado, 21 de abril de 2018

Letra 565, 22 de abril de 2018


LOS HOMBRES DEL MAESTRO (IX)
TOMÁS
Luis Arnaldich

Resultado de imagen para tomás, apóstolSu nombre figura por vez primera en la lista que dan los evangelios sinópticos de los doce apóstoles. Pero en el orden de su colocación se percibe una variante dictada por la modestia y humildad que caracterizan a San Mateo. Mientras Marcos y Lucas (Mc 3.18; Lc. 6.15) hablan de Mateo y Tomás, el primer evangelista invierte los términos, escribiendo: Tomás y Mateo, y para que el recuerdo de su pasada profesión le sirviera de ocasión para humillarse, añade a su nombre el epíteto del publicano (Mt 10.3).
El hecho de que un hombre se llamara Tomás debía extrañar a los lectores griegos del Evangelio, y de ahí que San Juan Evangelista, al mencionarle, añade: Llamado Dídimo, como si dijera: nombre que en griego corresponde a la palabra "Dídimo" (Jn 11.16; 21.2). Antes de los escritos del Nuevo Testamento no encontramos ningún individuo que lleve el nombre de Tomás, mientras que la palabra "Dídimo" como nombre propio figura en algunos papiros del siglo lll a. de Cristo originarios de Egipto. Se sabe que el término "Tomás" proviene de una raíz hebraica que significa duplicar, cuyo sentido aparece en el libro del Cantar de los Cantares (4.2; 6.6), en donde se habla de "crías mellizas o duplicadas". Esta aclaración hecha por el evangelista dio pie a que se formularan multitud de hipótesis encaminadas a identificar el otro mellizo.
Antiguas crónicas le asignan un hermano gemelo, llamado Eleazar o Eliezer; una hermana, con el nombre de Lydia o Lypsia. En las Actas apócrifas que llevan su nombre y en la Doctrina Apostolorum los mellizos son llamados Judas y Tomás, nombres que se repiten juntos en la historia del rey Abgaro, de Edesa (Eusebio, H. Eccl. 16).
Debía encontrarse Tomás atareado en su trabajo junto a las redes cuando oyó la invitación de Cristo, que le inducía a que le siguiera para transformarle en pescador de almas. Es de creer que, al oír la llamada de Jesús, lo abandonara todo y le siguiera, porque es muy probable que perteneciera él a aquel numeroso grupo de auténticos israelitas que sentían llamear en su corazón los ideales religiosos y mesiánicos, avivados por la esperanza de la llegada inminente del Mesías, que debía restablecer el reino de Israel. Por lo que nos deja adivinar el evangelio de San Juan, en las contadas ocasiones en que señala algún hecho o refiere algún diálogo en que interviene Santo Tomás, deducimos que nuestro apóstol era de modales poco refinados y amigo de soluciones tajantes, rápidas y expeditivas. Pero junto a esta brusquedad y rudeza tenía un corazón impresionable y sensible, demostrando repetidamente un amor extraordinario y una lealtad sin límites hacia su divino Maestro, que exteriorizaba con brutal franqueza. De ahí que, en justa correspondencia, profesara Jesús hacia él un afecto especial, como se lo demostró al aparecerse por segunda vez a sus apóstoles reunidos en el Cenáculo con el fin de quitar de los ojos de Tomás la venda de la incredulidad, que amenazaba cegarle, diciéndole en tono amistoso: "No hagas el incrédulo, que no te conviene".
De este amor y lealtad de Tomás hacia Cristo tenemos un fiel testimonio en su primera intervención que recuerda el Evangelio (Jn 11.1-16). Crecía la animosidad del judaísmo oficial contra Jesús, y se buscaba una ocasión propicia para quitarle silenciosamente de en medio. Todas estas maquinaciones conocíalas Jesús, y por ello, con el fin de ponerse al abrigo de toda asechanza, se retiró a la región de Perea. Conocían su paradero las hermanas de Lázaro, que le mandaron un recado con la noticia de que Lázaro, su hermano, estaba enfermo. A pesar de esta alarmante noticia permaneció Jesús dos días más en el lugar en que se hallaba: pasados los cuales dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea. La noticia desconcertó a los apóstoles, que recordaban el atentado que pocos días antes tuvo Jesús. Rabí —le dicen—, los judíos te buscan para apedrearte, y de nuevo vas allá? Cristo les responde que nada adverso sucederá en tanto que no llegue la hora decretada por el Padre, añadiendo: "Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero yo voy a despertarle". A estas palabras se acogen los discípulos con el fin de disuadirle del viaje a Judea. Sabían cuánta era la amistad que mediaba entre Jesús y la familia de Lázaro, y no dudaban de que, en caso de grave enfermedad, acudiría Jesús junto al lecho de su amigo. Pero, al anunciarles sin tapujos que Lázaro había muerto, callaron todos, consternados por la muerte de un amigo entrañable y por conjeturar que aquel triste desenlace empujaría a su Maestro a ir a Betania, situada junto a los muros de la ciudad de Jerusalén, donde, pocos días antes, los judíos juntaron piedras para apedrearles. Sólo Tomás rompió el silencio para increpar a sus compañeros de apostolado, reprochándoles implícitamente su cobardía y falta de fidelidad a su Maestro. "Vamos también nosotros a morir con Él", dijo Tomás. […]
Sus compañeros de apostolado, entusiasmados, contaron a Tomás que habían visto a Cristo, que le habían tocado y comido con Él. Tomás, en el fondo, quiere dar fe a su testimonio, pero responde con una negación fría a su narración entusiasta. No merece ni quiere sufrir la humillación de ser él el único del Colegio apostólico que no vea al Maestro resucitado, y de ahí sus protestas de que no creerá en lo que le dicen hasta que lo vea y toque él personalmente. Es curioso ver cómo cada vez sus exigencias van en aumento: quiere ver con sus propios ojos la señal o marca dejada por los golpes y tocar la herida. Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré (Jn 20,25).
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS

EL SEGUIMIENTO Y LA CRUZ (III)
Dietrich Bonhoeffer

Resultado de imagen para bonhoeffer bustoEs impuesta a todo cristiano. El primer sufrimiento de Cristo que todos debemos experimentar es la llamada que nos invita a liberarnos de las ataduras de este mundo. Es la muerte del hombre viejo en su encuentro con Jesucristo. Quien entra en el camino del seguimiento se sitúa en la muerte de Jesús, transforma su vida en muerte; así sucede desde el principio. La cruz no es la meta terrible de una vida piadosa y feliz, sino que se encuentra al comienzo de la comunión con Jesús.
Toda llamada de Cristo conduce a la muerte. Bien sea porque debamos, como los primeros discípulos, dejar nuestra casa y nuestra profesión para seguirle, bien sea porque, como Lutero, debamos abandonar el claustro para volver al mundo, en ambos casos nos espera la misma muerte, la muerte en Jesucristo, la muerte de nuestro hombre viejo a la llamada de Jesucristo. Puesto que la llamada que Jesús dirige al joven rico le trae la muerte, puesto que no le es posible seguir más que en la medida en que ha muerto a su propia voluntad, puesto que todo mandamiento de Jesús nos ordena morir a todos nuestros deseos y apetitos, y puesto que no podemos querer nuestra propia muerte, es preciso que Jesús, en su palabra, sea nuestra vida y nuestra muerte.
La llamada al seguimiento de Jesús, el bautismo en nombre de Jesucristo, son muerte y vida. La llamada de Cristo, el bautismo, sitúan al cristiano en el combate diario contra el pecado y el demonio. Cada día, con sus tentaciones de la carne y del mundo, vuelca sobre el cristiano nuevos sufrimientos de Jesucristo. Las heridas que nos son infligidas en esta lucha, las cicatrices que el cristiano conserva de ella, son signos vivos de la comunidad con Cristo en la cruz. Pero hay otro sufrimiento, otra deshonra, que no es ahorrada a ningún cristiano. Es verdad que sólo el sufrimiento de Cristo es un sufrimiento reconciliador; pero como Cristo ha sufrido por causa del pecado del mundo, como todo el peso de la culpa ha caído sobre él, y como Jesús ha imputado el fruto de su sufrimiento a los que le siguen, la tentación y el pecado recaen también sobre el discípulo, le recubren de oprobio y le expulsan, igual que al macho cabrío expiatorio, fuera de las puertas de la ciudad.
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AARÓN SÁENZ GARZA: EL PROTESTANTE QUE PUDO SER PRESIDENTE DE MÉXICO

Comenzaremos con una afirmación abiertamente polémica: buena parte (sino es que la mayoría) de las iglesias evangélicas mexicanas de la actualidad desconoce la manera en que se ha relacionado su presencia con los acontecimientos históricos del pasado ya no tan reciente.
Ahora que, en tiempos electorales, se discute apasionadamente a qué confesión se adscribe el candidato que lleva la delantera en las preferencias, al parecer ha quedado en el olvido el episodio de Aarón Sáenz Garza (1891-1983), abogado, militar y diplomático de formación presbiteriana, quien en 1929 pudo haber sido el primer candidato presidencial por el naciente Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Luego de sus años iniciales, en 1911 “continuó sus estudios en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y en 1913, inmediatamente después de los asesinatos de Madero y Pino Suárez, salió de México en busca de Carranza, ya convertido en el jefe de la Revolución Constitucionalista, quien lo envió a incorporarse a las fuerzas revolucionarias de Sonora, que pronto habrían de constituir el pie veterano del Cuerpo de Ejército del Noroeste”.
Con una larga carrera política posterior (embajador en Brasil, regente de la capital, ministro de Educación, Industria y Comercio, y de Relaciones Exteriores), siempre fiel a los principios emanados de la Revolución Mexicana, y en estrecha cercanía con los presidentes Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles (con quien incluso emparentó), fue derrotado en la histórica convención llevada a cabo en Querétaro entre  febrero y marzo 1929, por Pascual Ortiz Rubio, quien finalmente sería presidente (1930-1932), aunque sin terminar su periodo.
Así resume Raymundo Riva Palacio lo acontecido en aquella ocasión, trazando puentes con la situación presente: “La fortaleza de López Obrador en las preferencias electorales desafía la historia política de México. Desde 1929 no se había tenido un aspirante protestante a la presidencia, cuando el general Aarón Sáenz desafió a Pascual Ortiz Rubio —el “delfín” de Plutarco Elías Calles, quien ordenó la Guerra Cristera—, pero fue relegado por el propio Partido Nacional Revolucionario, precursor del PRI, por su inclinación religiosa”.
Y es que, efectivamente, una de las causas por las que Sáenz Garza no resultó electo candidato a la presidencia fue precisamente su adscripción religiosa: “Mientras estaba reunido el cónclave saencista, Gonzalo N. Santos [operador político de Plutarco Elías Calles] pronunció un atronador discurso en el que, quitándose por fin la careta, acusó a Sáenz de reaccionario y de ser obispo protestante”.
Otra reconstrucción de lo sucedido, que coincide en lo esencial, puede leerse en el libro El partido de la revolución institucionalizada. La formación del nuevo Estado en México (1928-1945), de Luis Javier Garrido (México, Siglo XXI, 1982). Miguel Ángel Granados Chapa se refiere a la enorme animadversión que le causaba esta filiación a José Vasconcelos (candidato católico de la oposición en 1929), quien lo calificaba despectivamente como “pocho”, “pastor” o “agringado”. (LC-O)

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