LOS HOMBRES DEL MAESTRO (VIII)
BARTOLOMÉ
J. Prado González
Natanael era nativo de Caná de
Galilea, próximo a Nazaret. Su
nombre es evidentemente un patronímico, pues hace referencia explícita al
nombre del padre. Se trata de un nombre de características probablemente
arameas, "bar-Tôlmay", que significa "hijo de Talmay",
"hijo del portador de agua".
No tenemos noticias importantes de
Bartolomé. De hecho, su nombre aparece siempre y sólo dentro de las listas de
los Doce y, por tanto, no es el protagonista de ninguna narración.
Tradicionalmente es identificado con Natanael: un nombre que significa
"Dios ha dado". Este Natanael era originario de Caná (cf Juan 21.2)
y, por tanto, es posible que haya sido testigo de algún gran «signo» realizado
por Jesús en aquel lugar (cf Juan 2.1-11).
La identificación de los dos
personajes se debe probablemente al hecho de que Natanael, en la escena de la
vocación narrada por el Evangelio de Juan, es colocado junto a Felipe, es
decir, en el puesto que tiene Bartolomé en las listas de los apóstoles
referidas por los demás Evangelios. A este Natanael, Felipe le había dicho que
había encontrado a “ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los
profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret” (Juan 1.45).
Como sabemos, Natanel le planteó un
prejuicio de mucho peso: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?” (Juan 1.46a).
Esta expresión es importante para nosotros. Nos permite ver que, según las
expectativas judías, el Mesías no podía proceder de un pueblo tan oscuro, como
era el caso de Nazaret (cf. también Juan 7,42). Al mismo tiempo, sin embargo,
muestra la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas,
manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperamos. Por otra parte,
sabemos que, en realidad, Jesús no era exclusivamente “de Nazaret”, sino que
había nacido en Belén (cf. Mateo 2.1; Lucas 2.4). La objeción de Natanael, por
tanto, no tenía valor, pues se fundamentaba, como sucede con frecuencia, en una
información incompleta.
El caso de Natanael nos sugiere otra
reflexión: en nuestra relación con Jesús, no tenemos que contentarnos sólo con
las palabras. Felipe, en su respuesta, presenta a Natanael una invitación
significativa: “Ven y lo verás” (Juan 1.46b). Nuestro conocimiento de Jesús
tiene necesidad sobre todo de una experiencia viva: el testimonio de otra
persona es ciertamente importante, pues normalmente toda nuestra vida cristiana
comienza con el anuncio que nos llega por obra de uno o de varios testigos.
Pero nosotros mismos tenemos que quedar involucrados personalmente en una
relación íntima y profunda con Jesús.
Cuando Jesús ve que Natanael se
acerca, exclama: “Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”
(Juan 1.47). Se trata de un elogio que recuerda al texto de un Salmo: “Dichoso
el hombre […] en cuyo espíritu no hay fraude” (Salmo 32,2), pero que suscita la
curiosidad de Natanael, quien replica sorprendido: ”¿De dónde me conoces?”
(Juan 1.48a). La respuesta de Jesús no se entiende en un primer momento. Le
dice: “Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la
higuera” (Juan 1.48b).
Hoy es difícil darse cuenta con
precisión del sentido de estas últimas palabras. Según dicen los especialistas,
es posible que, dado que a veces se menciona a la higuera como el árbol bajo el
que se sentaban los doctores de la Ley para leer la Biblia y enseñarla, está aludiendo
a este tipo de ocupación desempeñada por Natanael en el momento de su llamada.
De todos modos, lo que más cuenta en
la narración de Juan es la confesión de fe que al final profesa Natanael de
manera límpida: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (Juan
1.49). Si bien no alcanza la intensidad de la confesión de Tomás con la que
concluye el Evangelio de Juan: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20.28), la
confesión de Natanael tiene la función de abrir el terreno al cuarto Evangelio.
En ésta se ofrece un primer e importante paso en el camino de adhesión a
Cristo. Las palabras de Natanael presentan un doble y complementario aspecto de
la identidad de Jesús: es reconocido tanto por su relación especial con Dios
Padre, del que es Hijo unigénito, como por su relación con el pueblo de Israel,
de quien es llamado rey, atribución propia del Mesías esperado.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
EL SEGUIMIENTO Y LA CRUZ (II)
Dietrich Bonhoeffer
“Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo”. Lo que Pedro dijo al negar a Cristo —“No conozco a ese hombre”— es lo que debe
decir de sí mismo el que le sigue. La negación de sí mismo no consiste en una
multitud, por grande que sea, de actos aislados de mortificación o de
ejercicios ascéticos; tampoco significa el suicidio, porque también en él puede
imponerse la propia voluntad del hombre. Negarse a sí mismo es conocer sólo a
Cristo, no a uno mismo; significa fijamos sólo en aquel que nos precede, no en
el camino que nos resulta tan difícil. De nuevo la negación de sí mismo se
expresa con las palabras: él va delante, mantente firmemente unido a él.
“Tome su cruz”. Jesús, por su
gracia, ha preparado a los discípulos a escuchar estas palabras hablándoles
primero de la negación de sí mismo. Si nos hemos olvidado realmente de nosotros
mismos, si no nos conocemos ya, podemos estar dispuestos a llevar la cruz por
amor a él. Si sólo le conocemos a él, no conocemos ya los dolores de nuestra
cruz, sólo le vemos a él. Si Jesús no nos hubiese preparado con tanta
amabilidad para escuchar esta palabra, no podríamos soportarla. Pero nos ha
puesto en situación de percibir como una gracia incluso estas duras palabras, que
llegan a nosotros en la alegría del seguimiento y nos consolidan en él.
La cruz no es el mal y el destino
penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros únicamente del hecho de
estar vinculados a Jesús. La cruz no es un sufrimiento fortuito, sino necesario.
La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho
de ser cristianos. La cruz no es sólo y esencialmente sufrimiento, sino sufrir
y ser rechazado; y estrictamente se trata de ser rechazado por amor a
Jesucristo, y no a causa de cualquier otra conducta o de cualquier otra
confesión de fe. Un cristianismo que no toma en serio el seguimiento, que ha
hecho del Evangelio sólo un consuelo barato de la fe, y para el que la
existencia natural y la cristiana se entremezclan indistintamente, entiende la
cruz como un mal cotidiano, como la miseria y el miedo de nuestra vida natural.
Se olvidaba que la cruz siempre
significa, simultáneamente, ser rechazado, que el oprobio del sufrimiento forma
parte de la cruz. Ser rechazado, despreciado, abandonado por los hombres en el
sufrimiento, como dice la queja incesante del salmista, es un signo esencial
del sufrimiento de la cruz, imposible de comprender para un cristianismo que no
sabe distinguir entre la existencia civil y la existencia cristiana. La cruz es
con-sufrir con Cristo, es el sufrimiento de Cristo. Sólo la vinculación a
Cristo, tal como se da en el seguimiento, se encuentra seriamente bajo la cruz.
“Tome su cruz”; está preparada desde
el principio, sólo falta llevarla. Pero nadie piense que debe buscarse una cruz
cualquiera, que debe buscar voluntariamente un sufrimiento, dice Jesús; cada
uno tiene preparada su cruz, que Dios le destina y prepara a su medida. Debe
llevar la parte de sufrimiento y de repulsa que le ha sido prescrita. La medida
es diferente para cada uno. Dios honra a este con un gran sufrimiento, le
concede la gracia del martirio, a otro no le permite que sea tentado por encima
de sus fuerzas. Sin embargo, es la misma cruz.
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MARÍA
MAGDALENA QUIERE SER INTENSA, PERO
SE QUEDA EN UNA FLOJA REVISIÓN DEL MITO BÍBLICO (II)
Mikel Zorrilla
Lo que sí ayuda es a fortalecer
la sensación de que ‘María Magdalena’ es una película que busca la intensidad
en la que todos los recursos técnicos están al servicio de transmitir al
espectador la importancia de lo que se nos está contando. Te creas o no que eso
sucediera así realmente, es cierto que esta visión de la historia tiene mucho
más fondo que la que se había difundido ampliamente hasta ahora, pero aquí
eso se limita a contarlo de tal forma que
nunca logra engancharte.
Tampoco
ayuda que el resto del reparto pase desapercibido en líneas generales y que no
tarde en dar la sensación de que Joaquin
Phoenix queda demasiado en segundo
plano, Su actuación es sobria y encaja bien con el enfoque buscado por la
película, pero somos tan conscientes de que puede dar mucho más de sí que su
Jesucristo nos sabe a demasiado poco.
Por lo
demás, Davis opta por un tono buscando el realismo emocional en el que su
trabajo visual se queda sensiblemente por debajo de los juegos que planteaba
en Lion.
Por desgracia, aquí se
necesitaba un mayor empuje para que la película despegase más allá de por la
aparente importancia de lo que nos está contando. Sí, hacía falta una película que diera una imagen más certera de María
Magdalena, pero la intensidad mal entendida de la que nos ocupa dista mucho de
ser memorable.
En
definitiva, María Magdalena hace
justicia ofreciendo una visión más apropiada de su protagonista, pero nunca
llega a plantear nada interesante más allá del hecho de estar contando una
historia “inédita” hasta ahora en el cine. Ni su director sabe cómo sacar
partido al enfoque planteado ni Rooney Mara logra exprimir la intensidad que
caracteriza a la película. No
llega a ser mala, pero estoy convencido de que en un par de semanas apenas
recordaré cosas concretas de ella.
www.espinof.com
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