LOS HOMBRES DEL MAESTRO (X)
LEVÍ O MATEO
F. Spadafora
En el elenco nominal del Colegio
apostólico, repetido cuatro veces en el N. T., aparece siempre M.,
ya en el séptimo (Mr 3.18; Lc 6.15), ya en el octavo (Mt 10.3; Hch 1.13) lugar.
Su condición de Apóstol, en el sentido más estricto de la palabra, connota
implícitamente un gran número de datos biográficos. En efecto, “los Doce”
fueron elegidos por Jesús con un doble programa: “para que estuvieran con él»;
y «para enviarlos a proclamar el Evangelio” (Mr 3.14). La fase preliminar,
formativa, les tenía que constituir autoptas (Lc 1.2) o testigos oculares. En
consecuencia, gran parte de las escenas de la vida pública del Maestro son, al
mismo tiempo, escenas de la vida de cada uno de sus discípulos y Apóstoles, y
entre ellos de S. Mateo. En la segunda fase, los Apóstoles tuvieron como oficio
(Hch 6.2-4) el de ser “servidores de la Palabra” (Lc 1.2), con todas las
actividades que ello implica. Ello, además de incluir a M. en los
acontecimientos más destacados de la Iglesia recién instituida, define y resume
su posterior actividad. El nombre Matthaeos
(del que deriva Matthaeus, Mateo) es
adaptación griega de Mattai,
contracción familiar del hebreo Mattan-yah
o Mattan-yahu, que quiere decir “don
de Dios”. Según algunos, M. significaría fiel, procediendo del hebreo 'emet.
El catálogo apostólico del primer
Evangelio yuxtapone al nombre propio M. la indicación de oficio: el Publicano
(Mt 10,3). De esta manera subraya la identidad del Apóstol con el recaudador de
impuestos que siguió a Jesús cuando éste le dirigió su característico imperativo
“¡Sígueme!” mientras ejercía la profesión en el telonio de Cafarnaum (Mt 9.9).
S. Marcos (2,14) y S. Lucas (5.27) dan a este recaudador el nombre de Leví;
Marcos añade: "hijo de Alfeo". Los tres Sinópticos se refieren a la misma
persona, que llevaría dos nombres hebraicos; lo cual es verosímil, aunque era
más usual yuxtaponer al nombre hebreo otro griego o latino
Por consiguiente, tenemos en la
conocida escena del telonio de Cafarnaum un rasgo autobiográfico de M.,
encuadrado en la forma literaria de las “narraciones de vocación”. Dando por
conocido el texto evangélico (Mt 9,913 par.) y su comentario literal, anotamos
las siguientes reflexiones: a) La vocación de Leví-Mateo se presenta en la
catequesis sinóptica como arquetipo ejemplar (junto con Mt 4.18-22 par.) de aquella
radical consagración que se cifra en las palabras "seguir a Jesús"; la
iniciación al seguimiento suponía tres fases: gracia del llamamiento por parte
del Señor, renuncia a toda previa posesión y pertenencia, dedicación, personal y
absoluta a Jesús. b) En la perspectiva del primer Evangelio, incorporar un
publicano al equipo de los inmediatos cooperadores del Mesías en la
instauración del Reino de Dios constituye un intencionado gesto antifarisaico
de sublime audacia, verdadero “escándalo” para la mentalidad farisea, dada la
identidad conceptual y afectiva, en el clima palestinense contemporáneo, entre
“publicano” y pecador. La misericordia salvífica (Mt 9,13) que presenta a M.
agraciado con el carisma del apostolado es un monumento levantado por el
evangelista a esta misericordia (v.). c) La aceptación por parte de Jesús y sus
discípulos del banquete ofrecido por M. en su casa, rodeado de colegas
publicanos y de pecadores, expresa, a través de uno de los actos y signos de comunión
de la pedagogía mesiánica, la del Convivium,
la presencia de contacto medicinal de Cristo y la Iglesia en el auténtico mundo
de los “enfermos” (Mt 9.12 par.), es decir, en el pueblo de los conscientemente
no-justos abiertos en humilde disponibilidad de conversión (Lc 5.32).
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
EL SEGUIMIENTO Y LA CRUZ (IV)
Dietrich Bonhoeffer
De este modo, el cristiano se convierte en portador del
pecado y de la culpa en favor de otros hombres. Quedaría aplastado bajo este
peso si él mismo no fuese sostenido por el que ha llevado todos los pecados.
Pero en la fuerza del sufrimiento de Cristo le es posible triunfar de los
pecados que recaen sobre él, en la medida en que los perdona. El cristiano se
transforma en portador de cargas: “Llevad los unos las cargas de los otros y
así cumpliréis la ley de Cristo” (Gal 6, 2).
Igual que Cristo lleva nuestra
carga, nosotros debemos llevar las de nuestros hermanos; la ley de Cristo que
debemos cumplir consiste en llevar la cruz. El peso de mi hermano, que debo
llevar, no es solamente su suerte externa, su forma de ser y sus cualidades,
sino, en el más estricto sentido, su pecado. Y no puedo cargar con él más que
perdonándole en la fuerza de la cruz de Cristo, de la que he sido hecho
partícipe. De este modo, la llamada de Jesús a llevar la cruz sitúa a todo el
que le sigue en la comunión del perdón de los pecados. El perdón de los pecados
es el sufrimiento de Cristo ordenado a los discípulos. Es impuesto a todos los
cristianos.
Pero ¿cómo sabrá el discípulo cuál
es su cruz? La recibirá cuando siga a su Señor sufriente, reconocerá su cruz en
la comunión con Jesús. El sufrimiento se convierte así en signo distintivo de
los seguidores de Cristo. El discípulo no es mayor que su maestro. El
seguimiento es una passio passiva,
una obligación de sufrir. Por eso pudo Lutero contar el sufrimiento entre los
signos de la verdadera Iglesia. También por eso, un trabajo preliminar a la
Confesión de Augsburgo definió a la Iglesia como la comunidad de los que “son
perseguidos y martirizados a causa del Evangelio”.
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MARÍA, MAGDALENA: DE APÓSTOL A PROSTITUTA ARREPENTIDA
Carmen Bernabé Ubieta
María Magdalena fue una figura descollante del
cristianismo primitivo. Señal de ello es la transformación que sufrió en los
distintos escritos, tanto canónicos como apócrifos. Bien que muchas de las
referencias que se encuentran son parcas, sin embargo, revelan las tensiones
internas entre distintos grupos del movimiento reunido en torno a Jesús. De
acuerdo con datos de los evangelios, ella fue discípula de Jesús, testigo
cualificada de la resurrección, receptora de la primera aparición del
Resucitado y enviada por el mismo Resucitado con un encargo apostólico. No
obstante, su nombre fue invisibilizado en algunas fuentes, su liderazgo negado
y su importancia relegada. Finalmente, hacia el s. VII, fue presentada como una
prostituta arrepentida. Las causas de esta transformación de su memoria no son
siempre evidentes, pero las fuentes brindan datos que ayudan a deducir muchas
de ellas.
1. Su
origen
Vivió en la primera mitad del siglo I. Se llamaba Miriam
o Mariamme, un nombre bastante común en aquel momento. Su apelativo era de
Magdala, una ciudad situada en la orilla oeste del Lago de Galilea, entre
Tiberiades (sede de la corte del rey Herodes Antipas) y Capernaum, base de
operaciones de Jesús de Nazaret. Magdala era más grande que Capernaum y más
pequeña que Tiberiades. Contaba con una gran flota pesquera y una industria de
la salazón.
2.
Los rasgos de la tradición
La leyenda suscitada en torno a su figura no ha hecho más
que ocultar la persona histórica. Prostituta arrepentida, llorona inconsolable
por causa de su pecado, han sido los rasgos que han llegado hasta nosotros. Sin
embargo, un examen de las fuentes más antiguas demuestra que no hay base para
sostener esa imagen, mientras deja adivinar la función social de semejante
distorsión.
3.
Fuentes
Los textos antiguos que la mencionan son los evangelios
(Mr, Mt, Lc, Jn), algunos escritos extracanónicos, sobvre todo los de
Nag-Hammadi, y ciertos escritos disciplinarios eclesiásticos. Todos ellos entre
el siglo I-IV d.C. De esa época es también el testimonio de Celso, un autor que
polemiza con el cristianismo naciente.
4.
Discípula
Ser discípula implicaba compartir con los discípulos
varones, enseñanza, tarea y estigma, debido a las características del grupo.
María Magdalena se convirtió así para las siguientes generaciones en testigo
cualificada de la enseñanza y la actuación del Maestro.
5. Testigo
Éste es otro de los rasgos de su presentación (Mr
15.40-47; Mt 27.55-61; Lc 23.49-56; Jn 19.25). Ella aparece como testigo
cualificada no sólo de la vida y enseñanzas de Jesús sino también de sus
últimas horas, de su muerte y del destino de su cuerpo.
En los relatos de la pasión, una vez
muerto Jesús, y subrayando que no había allí ningún discípulo, los textos
cuentan cómo las mujeres se fijaban qué pasaba con el cuerpo de Jesús y dónde
era puesto. Todos, excepto Juan quien, debido a su plan literario-teológico, no
menciona a las mujeres y sí a dos varones que actúan como los amigos del novio.
De nuevo, María Magdalena es
presentada como testigo cualificada ante la comunidad posterior, en una cultura
donde las mujeres no podían serlo.
6. Receptora
de la aparición del resucitado (Apóstol)
El resucitado se le aparece y la envía a dar la noticia
de que la muerte no ha podido con él y ha pasado al ámbito de Dios (Mt 28.9-10;
Jn 20.14-18; Mr 16.9).
La recepción de una aparición del
resucitado es importante porque está muy relacionada con la autoridad, como se
hace evidente en otros escritos neo-testamentarios y en los apócrifos.
Es tan importante este motivo que ya
en los propios textos evangélicos se observa una tendencia a desdibujar u
oscurecer este rasgo y a introducir la figura de Pedro, como elemento de
autoridad ante la comunidad.
En Lucas, escrito posteriormente, no
hay aparición del resucitado a las mujeres, pero sí un viaje de Pedro al
sepulcro para comprobar lo que habían dicho éstas (Lc 24.12), y es la de él, la
primera aparición que narrativamente se reconoce y se proclama (Lc 24.33-35).
Esta cierta rivalidad entre las figuras de Pedro y de ella se encuentra
desarrollada en los escritos extracanónicos.
En los relatos de la aparición del
Resucitado, éste envía a María Magdalena con una misión: “Vete y di…” (Mt
28.10; Jn 20.18). Y es que la aparición del Resucitado se considera el origen
de la autoridad que tiene el apóstol en su misión de enviado a otras
comunidades. Así justifica Pablo el origen de su misión y autoridad (Gál
1.15-16).
7.
Relevancia en la comunidad
En el caso de las listas de mujeres que aparecen en los
evangelios (Mr 15.40, 47; 16.1; Mt 27.55, 62; 28.1; Lc 8.1-3; 28.10), María
Magdalena es citada siempre en primer lugar, excepto en Jn 19.25 donde aparece
en último lugar por razones literarias. Este dato indica, con toda
probabilidad, su importancia en las comunidades y su preeminencia entre el
grupo de mujeres discípulas y testigas de primera hora.
Ella sería un símbolo de la
comunidad, como se aprecia claramente en Jn 20.1, 2, 11, 18. Es un rasgo
central.
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