Ilya Repin, Jesús levanta a la hija de Jairo (1871)
29 de abril de 2018
Jesús
contestó: —Ustedes están confundidos y no confían en Dios. ¿Acaso no pueden
hacer nada sin mí? ¿Cuándo van a aprender? ¡Tráiganme aquí al muchacho!
Mateo
17.17, TLA
No puedes dirigir a la gente si no la amas. No puedes
salvarla, si no le sirves.
Cornel West
Con la revisión anterior de algunos episodios contenidos
en los evangelios parece que no queda ninguna duda del perfil de servicio que
caracterizó la actuación de Jesús de Nazaret durante su ministerio terrenal. A la
proclamación apasionada del Evangelio del Reino de Dios agregó una práctica de
servicio que siempre fue más allá de lo esperado en su época. Él encarnó
visiblemente lo anunciado por el profeta Isaías acerca de la labor del siervo
sufriente, especialmente en sus capítulos 61 (que leyó él mismo en la sinagoga
de Nazaret) y 53, cuya aplicación en su pasión y muerte impactó tanto a los
autores de los evangelios. Posteriormente, sus discípulos, hombres y mujeres, luego
de un periodo de incertidumbre posterior a la resurrección, buscaron la manera
de ser fieles al legado de testimonio mediante el servicio desinteresado a las
comunidades en medio de las cuales el seguimiento de Jesús trataba de ser una
realidad transformadora. De ello dan fe los primeros capítulos del libro de los
Hechos de los Apóstoles.
Gracias al apóstol Pablo la fe
cristiana se extendió en otros territorios ocupados por el Imperio Romano, lo
que obligó a formularla y experimentarla de un modo que, sin perder su
potencial transformador, pudiera ser comprendida y vivida en las diversas culturas
de ese tiempo, dominadas por una comprensión helenística de la realidad, es
decir, por un desprecio de la corporalidad, considerada como algo malo y poco
importante. Insertar en ese medio la realidad de la resurrección y sus consecuencias
fue un gran desafío para las comunidades cristianas. Pablo afirmó la unidad de
la persona humana y, por lo tanto, que el cuerpo puede y debe estar a
disposición de Dios como instrumento del bien (13).
He aquí una concepción
realista de la unidad del hombre y de su responsabilidad. De ahí que su
exhortación a los creyentes de Roma era la consigna para dedicarse por entero
al servicio de Dios y de los demás como testimonio de la nueva vida en Cristo: “Así
que no dejen que el pecado los gobierne, ni que los obligue a obedecer los
malos deseos de su cuerpo. Ustedes ya han muerto al pecado, pero ahora han
vuelto a vivir. Así que no dejen que el pecado los use para hacer lo malo. Más
bien, entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada” (6.12-13). La RVR 1960
habla de no presentar los “miembros (méle) al pecado como instrumentos de
iniquidad”, sino más bien presentarse a sí mismos “como vivos de entre los
muertos” y los miembros “como
instrumentos de justicia” (vv. 13, 19).
Al estar dominados ya no por
la ley, sino más bien por la gracia, cambia la percepción y el uso del cuerpo,
que será el instrumento del servicio; los miembros
son las partes del cuerpo que ahora deben canalizar todas sus energías al
servicio de la justicia, palabra tan relevante para esta carta paulina. Pablo
expresa la tensión de la opción cristiana “con la imagen más fuerte que tiene a
mano y que sabe que va a impactar a sus lectores: la imagen de la esclavitud” (Biblia de Nuestro Pueblo), pues era muy
probable que algunos cristianos de Roma fueran realmente esclavos. “Dos
esclavitudes se presentan al cristiano como opción de vida: la esclavitud al
pecado o la esclavitud a Cristo. El pecado conduce a sus esclavos a la muerte. Por el contrario, la ‘obediencia’ a Cristo –ya no habla de esclavitud– conduce
a la salvación y por ella a la vida”.
La gracia ya había hecho de esos creyentes
“servidores de la justicia”: “¿No
sabéis que, si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois
esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?”
(v. 16). Los seguidores de Jesús, subraya Pablo, ahora serían “siervos (doula) de la justicia” (v. 18). Ésa es
la base para el testimonio cristiano, es decir, la evangelización continua mediante
el servicio, siempre desinteresado, a los demás, pues el amor de Dios en Cristo
debe compartirse permanentemente de esa manera, sirviendo.
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