sábado, 12 de mayo de 2018

Seguidores/as de Jesús en una comunidad de iguales, L. Cervantes-O.



Priscila en la película Pablo, apóstol de Cristo (Andrew Hyatt, 2018)

13 de mayo, 2018

Saluden a Andrónico y a Junia, que son judíos como yo, y que estuvieron en la cárcel conmigo. Son apóstoles bien conocidos, y llegaron a creer en Cristo antes que yo.
Romanos 16.7, TLA

Los evangelios no son informes detallados sino invitaciones al discipulado [de iguales].[1]
Elisabeth Schüssler Fiorenza

Jesús mismo estableció la consigna que prevalecería al interior de su grupo de seguidores/as en relación con el poder o la preeminencia de algunos sobre los demás: “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, si alguien quiere ser importante, tendrá que servir a los demás. Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el esclavo (doulos) de todos” (Mr 10.43-44). A partir de esas palabras, los discípulos/as debieron atravesar por varias etapas para comprender cabalmente lo que significaba, en el esquema de la venida del Reino de Dios, pertenecer a una comunidad de iguales, a diferencia de lo que acontecía en el resto de la sociedad de su tiempo. No faltan pasajes que evidencian que la dificultad para poner en práctica esta igualdad y hacerla efectiva en medio de la nueva comunidad de hombres y mujeres. Ya en Mr 9.33-37 se manifestaron las disputas sobre quién entre ellos “sería el mayor” y en 10.35ss dos discípulos solicitaron los primeros lugares, lo que dio pie para la enérgica afirmación citada. Resulta muy evidente que los hombres del grupo, dominados por las tendencias prevalecientes, inmediatamente se propusieron relegar a un segundo plano a las mujeres, lo que se aprecia sobre todo en la autoridad concedida a los testimonios de la resurrección, en los que se trató de imponer el de Pedro, por encima de María Magdalena. Esa tendencia aflora en una serie de rasgos posteriores que trataron de imponerse y, con ello, modificar las instrucciones originales del maestro del grupo.

La pertenencia de las mujeres a este grupo es incuestionable: “Las mujeres formaron parte del grupo que seguía a Jesús desde el principio. […] Nunca se dice que Jesús las llamara individualmente, como, al parecer, lo hizo con algunos de los Doce, no con todos. Probablemente se acercaron ellas mismas, atraídas por su persona, pero nunca se hubieran atrevido a seguir con él si Jesús no las hubiera invitado a quedarse. En ningún momento las excluye o aparta en razón de su sexo o por motivos de impureza. Son ‘hermanas’ que pertenecen a la nueva familia que va creando Jesús, y son tenidas en cuenta lo mismo que los ‘hermanos’. El profeta del reino sólo admite un discipulado de iguales”.[2] Jesús sustituyó “el ansia de poder por la entrega a los necesitados y por el servicio”. Por ello, criticó el “concepto cerrado de comunidad, que pretende monopolizar el espíritu de Jesús”, y promovió “una comunidad abierta, consciente de que el Reino de Dios la desborda y se goza con ello”.[3] “Un análisis minucioso de sus tendencias androcéntricas y de sus funciones patriarcales [de los textos] puede, no obstante, proporcionar pistas sobre el discipulado histórico de iguales de los comienzos del Cristianismo”.

Jesús no puede suprimir el carácter abrumadoramente patriarcal de aquella sociedad. Es sencillamente imposible. Sin embargo, introduce unas bases nuevas y una actitud capaces de “despatriarcalizar” la sociedad: nadie puede en nombre de Dios defender o justificar la prepotencia de los varones, ni el sometimiento de las mujeres a su poder patriarcal. Jesús lo subvierte todo al promover unas relaciones fundadas en que todas las personas, mujeres y varones, son creadas y amadas por Dios: él las acoge en su reino como hijos e hijas de igual dignidad. Jesús ve a todos como personas igualmente responsables ante Dios. Nunca le habla a nadie a partir de su función de varón o de mujer. […]
En la nueva familia de Jesús todos comparten vida y amor fraterno. Los varones pierden poder, las mujeres ganan dignidad. Para acoger el reino del Padre hay que ir creando un espacio de vida fraterna, sin dominación masculina.[4]

En Romanos 16, el apóstol Pablo asume la existencia de una comunidad de iguales en la capital del imperio, misma que no había sido fundada por él. Hay, pues, una distancia misionera importante, pues ese grupo no dependía de su influencia inicial para su existencia y organización. Acaso ese dato ayude a explicar la forma tan explícita en que acepta la inclusión de mujeres y hombres como iguales en la vida y misión de la comunidad. Su opinión tan elogiosa para Febe (vv. 1-2), Priscila (3-5), María (6), Junia (7, calificada como “apóstol” y cuyo sexo se cambió, tendenciosamente, con el tiempo), Trifena, Trifosa y Pérside (12), la madre de Rufo (13, quien lo trataba como a su hijo), y Julia y la hermana de Nereo (15). Diez mujeres, de un total de 28 menciones. No es poca cosa y sí muy sintomático del papel desempeñado por ellas en la comunidad romana. Pablo afirmó, con los elementos de estos saludos, además del resto de las enseñanzas de la carta, una auténtica “mutualidad de ministerios” basada en la igualdad de género.

Para Pablo, Febe es una auténtica diaconisa; Priscila está por delante de su esposo en el servicio, sin menoscabo de su papel en la iglesia; Junia es una verdadera “apóstola”. Eso las coloca en un plano de igualdad en el llamado, el servicio y la misión.[5] El cuadro que pinta Romanos 16.1-16 es fascinante en el sentido de la praxis de la comunidad de iguales: “Si Romanos 16 fue enviada originalmente con Febe a la capital del imperio, entonces vemos aquí un retrato de una iglesia vibrante y multifacética que usaba los dones y aptitudes de hombres y mujeres para extender el Evangelio. […] En cualquier caso, Pablo se da cuenta de su profundo endeudamiento con hombres y mujeres en su ministerio”.[6]
En resumen, la comunidad de iguales iniciada por Jesús de Nazaret incluyó discípulos y discípulas sin ninguna distinción, lo que contribuiría a proyectar la misión en nuevos espacios culturales. Tal como afirma Elisabeth Schüssler Fiorenza:

En conclusión: la literatura paulina y el libro de los Hechos nos revelan que numerosas mujeres se contaban entre los misioneros y líderes más destacados del movimiento cristiano primitivo. Eran apóstoles y ministros al igual que Pablo, y algunas fueron sus colaboradoras. Enseñaban, predicaban y participaban en la difusión del Evangelio. Fundaron iglesias domésticas y, como patronas importantes, utilizaban su influencia en favor de otros misioneros y de otros cristianos.[7]

El “discipulado de iguales” debe seguir siendo, entonces, el horizonte hacia el cual se debe mover toda expresión cristiana que desee ser fiel al espíritu del movimiento original de Jesús, en medio de la búsqueda de la humanización completa de mujeres y hombres. En ese proceso, ambos podrán interactuar para que, de manera mutua, sus carismas y ministerios edifiquen a la iglesia: “El hombre identificado a una mujer, Jesús, suscitó un discipulado de iguales que todavía necesita ser descubierto y realizado por las mujeres y los hombres de nuestros días. […] El bautismo es el sacramento que nos llama al discipulado de iguales. […] El Evangelio llama a la existencia a la Iglesia en tanto que discipulado de iguales, continuamente recreado en el poder del Espíritu”.[8]


[1] E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1989, p. 143, http://libroesoterico.com/biblioteca/ESPECIALES1/elisabeth-schussler-fiorenza-en-memoria-de-ella.pdf.
[2] José Antonio Pagola, Jesús. Aproximación histórica. Madrid, PPC, 2007, p. 230, http://centrodeformacion.com.ve/formacionnacional/fraternidad/sesion-I/docs/5.pdf.
[3] Rafael Aguirre, “La mirada de Jesús sobre el poder”, en Teología y Vida, Vol. 55, núm. 1, 2014, p. 92, https://scielo.conicyt.cl/pdf/tv/v55n1/art05.pdf.
[4] J.A. Pagola, op. cit., pp. 224, 226.
[5] Cf. Susan Matthew, Women in the Greetings of Romans 16.1-16: A Study of Mutuality and Women’s Ministry in the letter of romans. Londres-Nueva Delhi, Bloomsbury, 2013.
[6] Ben Witherington III, Women in the Earliest Churches. Universidad de Cambridge, 1988, pp. 113, 116.
[7] E. Schüssler Fiorenza, op. cit., pp. 234-235Cf. Hans Küng, La mujer en el cristianismo. Madrid, Trotta, 2002, pp. 25-44, https://es.scribd.com/doc/298424009/Hans-Kung-La-Mujer-en-El-Cristianismo.
[8] Ibíd., pp. 203, 402, 403. Cf. la sección “La liberación de las estructuras patriarcales y el discipulado de iguales”, en E. Schüssler Fiorenza, op. cit., pp. 188-203.

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