Priscila en la película Pablo, apóstol de Cristo (Andrew Hyatt, 2018)
13 de mayo, 2018
Saluden a Andrónico y a
Junia, que son judíos como yo, y que estuvieron en la cárcel conmigo. Son
apóstoles bien conocidos, y llegaron a creer en Cristo antes que yo.
Romanos 16.7, TLA
Los
evangelios no son informes detallados sino invitaciones al discipulado [de
iguales].[1]
Elisabeth Schüssler Fiorenza
Jesús
mismo estableció la consigna que prevalecería al interior de su grupo de
seguidores/as en relación con el poder o la preeminencia de algunos sobre los
demás: “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, si alguien quiere ser
importante, tendrá que servir a los demás. Si alguno quiere ser el primero,
deberá ser el esclavo (doulos) de
todos” (Mr 10.43-44). A partir de esas palabras, los discípulos/as debieron
atravesar por varias etapas para comprender cabalmente lo que significaba, en
el esquema de la venida del Reino de Dios, pertenecer a una comunidad de
iguales, a diferencia de lo que acontecía en el resto de la sociedad de su
tiempo. No faltan pasajes que evidencian que la dificultad para poner en
práctica esta igualdad y hacerla efectiva en medio de la nueva comunidad de
hombres y mujeres. Ya en Mr 9.33-37 se manifestaron las disputas sobre quién
entre ellos “sería el mayor” y en 10.35ss dos discípulos solicitaron los
primeros lugares, lo que dio pie para la enérgica afirmación citada. Resulta
muy evidente que los hombres del grupo, dominados por las tendencias
prevalecientes, inmediatamente se propusieron relegar a un segundo plano a las
mujeres, lo que se aprecia sobre todo en la autoridad concedida a los testimonios
de la resurrección, en los que se trató de imponer el de Pedro, por encima de
María Magdalena. Esa tendencia aflora en una serie de rasgos posteriores que
trataron de imponerse y, con ello, modificar las instrucciones originales del
maestro del grupo.
La pertenencia de las mujeres a este grupo es
incuestionable: “Las mujeres formaron parte del grupo que seguía a Jesús desde
el principio. […] Nunca se dice que Jesús las llamara individualmente, como, al
parecer, lo hizo con algunos de los Doce, no con todos. Probablemente se
acercaron ellas mismas, atraídas por su persona, pero nunca se hubieran
atrevido a seguir con él si Jesús no las hubiera invitado a quedarse. En ningún
momento las excluye o aparta en razón de su sexo o por motivos de impureza. Son
‘hermanas’ que pertenecen a la nueva familia que va creando Jesús, y son
tenidas en cuenta lo mismo que los ‘hermanos’. El profeta del reino sólo admite un discipulado de iguales”.[2]
Jesús sustituyó “el ansia de poder por la entrega a los necesitados y por el
servicio”. Por ello, criticó el “concepto cerrado de comunidad, que pretende
monopolizar el espíritu de Jesús”, y promovió “una comunidad abierta,
consciente de que el Reino de Dios la desborda y se goza con ello”.[3]
“Un análisis minucioso de sus tendencias androcéntricas y de sus funciones
patriarcales [de los textos] puede, no obstante, proporcionar pistas sobre el
discipulado histórico de iguales de los comienzos del Cristianismo”.
Jesús no puede suprimir
el carácter abrumadoramente patriarcal de aquella sociedad. Es sencillamente
imposible. Sin embargo, introduce unas bases nuevas y una actitud capaces de “despatriarcalizar”
la sociedad: nadie puede en nombre de Dios defender o justificar la prepotencia
de los varones, ni el sometimiento de las mujeres a su poder patriarcal. Jesús
lo subvierte todo al promover unas relaciones fundadas en que todas las
personas, mujeres y varones, son creadas y amadas por Dios: él las acoge en su
reino como hijos e hijas de igual dignidad. Jesús ve a todos como personas
igualmente responsables ante Dios. Nunca le habla a nadie a partir de su
función de varón o de mujer. […]
En
la nueva familia de Jesús todos comparten vida y amor fraterno. Los varones
pierden poder, las mujeres ganan dignidad. Para acoger el reino del Padre hay
que ir creando un espacio de vida fraterna, sin dominación masculina.[4]
En Romanos 16, el apóstol Pablo asume la
existencia de una comunidad de iguales en la capital del imperio, misma que no
había sido fundada por él. Hay, pues, una distancia misionera importante, pues
ese grupo no dependía de su influencia inicial para su existencia y
organización. Acaso ese dato ayude a explicar la forma tan explícita en que
acepta la inclusión de mujeres y hombres como iguales en la vida y misión de la
comunidad. Su opinión tan elogiosa para Febe (vv. 1-2), Priscila (3-5), María
(6), Junia (7, calificada como “apóstol” y cuyo sexo se cambió,
tendenciosamente, con el tiempo), Trifena, Trifosa y Pérside (12), la madre de
Rufo (13, quien lo trataba como a su hijo), y Julia y la hermana de Nereo (15).
Diez mujeres, de un total de 28 menciones. No es poca cosa y sí muy sintomático
del papel desempeñado por ellas en la comunidad romana. Pablo afirmó, con los
elementos de estos saludos, además del resto de las enseñanzas de la carta, una
auténtica “mutualidad de ministerios” basada en la igualdad de género.
Para Pablo, Febe es una auténtica diaconisa;
Priscila está por delante de su esposo en el servicio, sin menoscabo de su
papel en la iglesia; Junia es una verdadera “apóstola”. Eso las coloca en un
plano de igualdad en el llamado, el servicio y la misión.[5]
El cuadro que pinta Romanos 16.1-16 es fascinante en el sentido de la praxis de
la comunidad de iguales: “Si Romanos 16 fue enviada originalmente con Febe a la
capital del imperio, entonces vemos aquí un retrato de una iglesia vibrante y
multifacética que usaba los dones y aptitudes de hombres y mujeres para
extender el Evangelio. […] En cualquier caso, Pablo se da cuenta de su profundo
endeudamiento con hombres y mujeres en su ministerio”.[6]
En resumen, la comunidad de iguales iniciada por Jesús
de Nazaret incluyó discípulos y discípulas sin ninguna distinción, lo que
contribuiría a proyectar la misión en nuevos espacios culturales. Tal como
afirma Elisabeth Schüssler Fiorenza:
En conclusión: la
literatura paulina y el libro de los Hechos nos revelan que numerosas mujeres
se contaban entre los misioneros y líderes más destacados del movimiento
cristiano primitivo. Eran apóstoles y ministros al igual que Pablo, y algunas
fueron sus colaboradoras. Enseñaban, predicaban y participaban en la difusión
del Evangelio. Fundaron iglesias domésticas y, como patronas importantes,
utilizaban su influencia en favor de otros misioneros y de otros cristianos.[7]
El “discipulado de iguales” debe seguir siendo,
entonces, el horizonte hacia el cual se debe mover toda expresión cristiana que
desee ser fiel al espíritu del movimiento original de Jesús, en medio de la
búsqueda de la humanización completa de mujeres y hombres. En ese proceso,
ambos podrán interactuar para que, de manera mutua, sus carismas y ministerios
edifiquen a la iglesia: “El hombre identificado a una mujer, Jesús, suscitó un
discipulado de iguales que todavía necesita ser descubierto y realizado por las
mujeres y los hombres de nuestros días. […] El bautismo es el sacramento que
nos llama al discipulado de iguales. […] El Evangelio llama a la existencia a
la Iglesia en tanto que discipulado de iguales, continuamente recreado en el
poder del Espíritu”.[8]
[1] E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella. Una reconstrucción
teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Bilbao, Desclée de
Brouwer, 1989, p. 143, http://libroesoterico.com/biblioteca/ESPECIALES1/elisabeth-schussler-fiorenza-en-memoria-de-ella.pdf.
[2] José Antonio Pagola, Jesús. Aproximación histórica. Madrid, PPC, 2007, p. 230, http://centrodeformacion.com.ve/formacionnacional/fraternidad/sesion-I/docs/5.pdf.
[3] Rafael Aguirre, “La mirada de Jesús sobre
el poder”, en Teología y Vida, Vol.
55, núm. 1, 2014, p. 92, https://scielo.conicyt.cl/pdf/tv/v55n1/art05.pdf.
[4] J.A. Pagola, op. cit., pp. 224, 226.
[5] Cf. Susan
Matthew, Women in the Greetings of Romans 16.1-16: A Study of Mutuality and
Women’s Ministry in the letter of romans. Londres-Nueva Delhi, Bloomsbury, 2013.
[6] Ben Witherington III, Women in the Earliest
Churches. Universidad de Cambridge,
1988, pp. 113, 116.
[7] E. Schüssler Fiorenza, op. cit., pp. 234-235Cf. Hans Küng, La mujer en el cristianismo. Madrid,
Trotta, 2002, pp. 25-44, https://es.scribd.com/doc/298424009/Hans-Kung-La-Mujer-en-El-Cristianismo.
[8] Ibíd.,
pp. 203, 402, 403. Cf. la sección “La liberación de las estructuras
patriarcales y el discipulado de iguales”, en E. Schüssler Fiorenza, op. cit., pp. 188-203.
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