LOS HOMBRES DEL MAESTRO (XI)
SANTIAGO, HIJO DE ALFEO
Geraldo Mórujao
1.
Cuestión de los Santiagos
En el N. T. además de Santiago el Mayor hay otro apóstol
con el mismo nombre, S. el hijo de Alfeo (Mt 10.3; Mr 3.18; Lc 6.15; Hch 1.13),
identificado por algunos con el S. “hermano” del Señor (Mt 13.55; Mr 6.3). Muy
poco sabemos de su vida y actuación; los datos obtenidos de otras fuentes suman
una mezcla confusa, sumamente difícil de coordinar. San Pablo “lo vio” en
Jerusalén (Gál 1.19) a su regreso de Arabia y años después al finalizar su
tercer viaje (Hch 21.18). Hegesipo (PG 20, 195-206) y F. Josefo (Ant. lud., XX,9,1,200; De Bello lud., 11,20,20) facilitan datos y
noticias acerca de su piedad, de la veneración que por él sentía el pueblo, de
su martirio y sepultura.
Favorecido por el Señor con una
aparición individual (1 Cor 15.7), el llamado S. el Menor por San Marcos (Mr
15.40) puede ser muy bien el hijo de una de las Marías, fue hombre de intensa
oración. Nombrado obispo de Jerusalén por los apóstoles, desarrolló una celosa
actividad sobre todo en la tarea de acercamiento entre judíos y cristianos. El
prestigio, acrecentado con ocasión del Concilio de Jerusalén, desató odios y
envidias por parte de escribas y fariseos, quienes, instigados por el sumo
sacerdote Anás II, lograron llevarle a una de las almenas del Templo, desde donde
lo arrojaron, muriendo luego lapidado en el año 62.
2.
Identificación con el “hermano” del Señor
Nada se puede decir de modo definitivo, ni hay argumento
apodíctico alguno, ni la tradición es unánime, acerca de si S. el Menor, hijo
de Alfeo, es el S. hermano del Señor (“hermano” en el uso bíblico es sinónimo
de pariente más o menos cercano).
Los que afirman la identificación se
basan en: a) “y no vi ningún otro apóstol
fuera de Santiago, hermano del Señor” (Gál 1.19). b) Santiago aparece como figura muy importante en el Jerusalén (Hch
15.13-22), hasta el punto de determinar una decisión del Colegio Apostólico y
que San Pablo le llame “columna de la Iglesia” (Gál 2.9) junto a Pedro y Juan,
relevancia sólo explicable por su condición de apóstol. c) San Lucas, que acostumbra presentar a sus personajes, no hace
así con “el hermano del Señor” (Hch 12.17; 15.13) porque ya lo supone
presentado como apóstol en Hch 1.13; además, a partir de la muerte de Santiago
el Mayor, hijo de Zebedeo, habla ya de S. sin especificarle, señal de que sólo
queda y hay uno (Hch 12.17; 15.13; 21.18). d)
Finalmente, ante la dificultad que surge al constatar “Santiago apóstol, hijo
de Alfeo” y “el hermano del Señor, hijo de Cleofas”, los partidarios de la
identificación resuelven diciendo que se trata de dos formas, hebrea y griega,
del mismo nombre (lo que es muy poco probable), o que Cleofas era sólo
padrastro, o que es muy difícil la identificación de María de Cleofas con la
María madre de S. el Menor.
Por otro lado, la corriente de
autores y exegetas que niegan la identificación, argumentan diciendo que: a) El grupo de los hermanos de Jesús
aparece formando como grupo distinto al de los apóstoles (Hch 1.13-14; I Cor 9.5).
b) Los Evangelios narran la oposición
e incredulidad de los “hermanos” del Señor, después de elegidos los apóstoles,
que no podían permanecer en tal actitud (Jn 7.3-5; Mr 3.21-35). c) Finalmente, Gál 1,19 no es prueba de
identificación, pues la partícula griega el
me tiene también sentido adversativo (pero) y no sólo de excepción (fuera
de). Además, el pronombre griego heteras
(otro) puede incluso sugerir la idea de diferente o distinto de los apóstoles.
Decir “y no vi a ningún otro apóstol pero sí a Santiago, el hermano del Señor”
no incluye la identificación.
________________________________
EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
EL SEGUIMIENTO Y LA CRUZ (V)
Dietrich Bonhoeffer
Quien no quiere cargar su cruz,
quien no quiere entregar su vida al dolor y al desprecio de los hombres, pierde la comunión con Cristo,
no le sigue. Pero quien pierde su vida en el seguimiento, llevando la cruz, la
volverá a encontrar en este mismo seguimiento, en la comunión de la cruz con
Cristo. Lo contrario del seguimiento es avergonzarse de Cristo, avergonzarse de
la cruz, escandalizarse de ella.
Seguir a Jesús es estar vinculado al
Cristo sufriente. Por eso el sufrimiento de los cristianos no tiene nada de
desconcertante. Es más bien, gracia y alegría. Las actas de los primeros
mártires dan testimonio de que Cristo transfigura, para los suyos, el instante
de mayor sufrimiento con la certeza indescriptible de su proximidad y de su
comunión. De suerte que, en medio de los más atroces tormentos soportados por
su Señor, participan de la alegría suprema y de la felicidad de la comunión con
él. Llevar la cruz se les revelaba como la única manera de triunfar del
sufrimiento. Y esto es válido para todos los que siguen a Cristo, puesto que
fue válido para Cristo mismo.
Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y
suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no
sea como yo quiero, sino como quieras tú...”. Y alejándose de nuevo, por
segunda vez oró así: “Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase
tu voluntad” (Mt 26.39, 42).
Jesús pide al Padre que pase de él
este cáliz, y el Padre escucha la oración del Hijo. El cáliz del sufrimiento
pasará de él, pero únicamente bebiéndolo. Cuando Jesús se arrodilla por segunda
vez en Getsemaní, sabe que el sufrimiento pasará en la medida en que lo sufra.
Sólo cargando con él vencerá al sufrimiento, triunfará de él. Su cruz es su
triunfo.
El sufrimiento es lejanía de Dios.
Por eso, quien se encuentra en comunión con Dios no puede sufrir. Jesús ha afirmado
esta frase del Antiguo Testamento. Precisamente por esto toma sobre sí el
sufrimiento del mundo entero y, al hacerlo, triunfa de él. Carga con toda la
lejanía de Dios. El cáliz pasa porque él lo bebe. Jesús quiere vencer al
sufrimiento del mundo; para ello necesita saborearlo por completo. Así,
ciertamente, el sufrimiento sigue siendo lejanía de Dios, pero en la comunión
con el sufrimiento de Jesucristo el sufrimiento triunfa del sufrimiento y se
otorga la comunión con Dios precisamente en el dolor.
____________________________
JAMES H. CONE Y LA TEOLOGÍA NEGRA
Puesto que Dios nos ha liberado, estamos emplazados a
acercarnos a nuestro prójimo y reconciliarnos con él, especialmente con nuestro
prójimo blanco. Pero esto no significa que tengamos que dejarnos prescribir por
los blancos lo que significa reconciliación. Para nosotros, significa en primer
lugar participar en el actuar revolucionario de Dios en el mundo, cambiando las
estructuras políticas, económicas y sociales, de modo que las diferencias entre
ricos y pobres, opresores y oprimidos, ya no sigan siendo las decisivas. No
puede haber reconciliación entre esclavos y señores, mientras éstos no
desaparezcan como tales.
J.C., “Teología negra”
En muchos círculos teológicos se señala la aparente escasez de buenos teólogos/as estadunidenses
con el argumento de que, debido a que la enorme cantidad de libros religiosos
que se publica en ese país, cuesta trabajo discernir entre el trigo y la paja.
De los convulsos años 60, en medio de la fiebre producida por los teólogos de
“la muerte de Dios” y otras corrientes de menores, es posible rescatar algunos
nombres que siguen siendo valiosos hasta la fecha.
Entre ellos están, por supuesto,
Harvey Cox (1929), quien con La ciudad
secular (1965) colocó nuevamente a la teología como materia de discusión en
espacios no solamente eclesiales gracias a su gran perspicacia para trabajar
los temas relacionados con la secularización. […] De la misma época, por edad,
hay que destacar a Walter Brueggemann (nacido en 1933), figura señera del
pensamiento cristiano actual, quien se ha consolidado como una de las figuras
proféticas más relevantes de finales del siglo XX e inicios del XXI, también
con una amplia obra de diálogo entre la Biblia y la realidad presente. Otro
nombre importante es el Y, por supuesto, sin olvidar a Cornel West, casi 20
años más joven que Cone, es un pensador con el que éste tuvo mucha cercanía en
los años recientes.
Pero quizá sea
el recientemente fallecido James H. Cone, ministro metodista ordenado y
profesor de amplia trayectoria en el Seminario Unión, de Nueva York, quien
mejor encarnó el espíritu libertario y contestatario, utópico y práctico, al
mismo tiempo, de las vanguardias teológicas que, en esos años, cambiaron
definitivamente el rostro de la cristiandad estadunidense. […]
Cone, forjado en
el cristianismo de raigambre afro-americana, conoció los duros momentos del
racismo dentro del evangelicalismo tradicional, lo que lo llevó a simpatizar
con varias de las vertientes del pensamiento y la acción que desembocaron en el
movimiento del black power y en las propuestas de Martin Luther King, Jr. y
Malcolm X.
De hecho, el
libro que es reconocido como el detonante de la teología negra fue,
precisamente Teología negra y poder negro,
1969, al que seguirían Teología negra de
la liberación, en 1973), Los
espirituales y el blues: una interpretación, 1972, Martin, Malcolm y América: ¿sueño o pesadilla?, 1972, y Dios de los oprimidos, 1975, entre
otros. […]
Como se puede
apreciar en la cita que abre este artículo, su comprensión de la teología
estuvo marcada por la necesaria reivindicación de sus raíces cristianas negras,
fuertemente sacudidas por el ambiente hostil por parte de la población blanca. (LCO)
No hay comentarios:
Publicar un comentario