domingo, 16 de junio de 2019

Superar la resistencia y el pesimismo en los proyectos divinos, L. Cervantes-O.



16 de junio, 2019

El trabajo es demasiado y falta mucho por reconstruir; además, estamos repartidos por todo el muro y lejos unos de otros. Por eso, si nos atacan, oirán sonar la trompeta. Si así sucede, corran a ayudarnos. Nuestro Dios luchará por nosotros. Nehemías 4.19b-20, TLA

En la segunda parte del cap. 4 de Nehemías se presenta la forma en que este líder del pueblo fue capaz de obtener un “segundo esfuerzo” o un segundo y definitivo empuje para avanzar de manera definitiva en la consecución del proyecto planteado, la reconstrucción de una ciudad que se encontraba prácticamente en ruinas. Y no lo hizo mediante una especie de animación superficial o con un manejo psicológico tramposo. Lo consiguió mediante el convencimiento y la instalación en el ambiente de la sólida convicción de que Dios estaba presente en todo el proceso de reedificación de murallas, enormes puertas… y vidas humanas maltrechas y sin suficiente esperanza. Todo ello gracias al desarrollo y aplicación de una visión clara, del establecimiento decidido de la misión que cada quien debía desempeñar en medio del conjunto. Además, partió de un análisis consistente de los pros y los contras, de las ventajas y las adversidades, de los apoyos y las oposiciones. En el mismo capítulo aparece la dura forma en que los adversarios intentaron acabar con el plan de Nehemías, pero ellos no lograron hacer que cejara en su intento por avanzar y concluir exitosamente con la obra.

Para lograr todo esto, Nehemías, tuvo que echar mano, en primer lugar, de un adecuado balance entre la comprensión del pasado y una anhelante mirada hacia adelante: “Nehemías organizó al pueblo para la defensa y evoco las tradiciones nacionales. Expresiones como ‘no temáis delante de ellos; acordaos del Señor grande y terrible’ (v. 14) y ‘nuestro Dios peleará por nosotros’ (v. 20), ciertamente inspiraban al pueblo, a trabajar, y defenderse”.[1] Mediante el uso de este lenguaje, que remitía al pasado glorioso de Dios en la vida del pueblo (pues no hay que olvidar que, a diferencia de otros pueblos, lo acontecido en Israel siempre fue una suerte de “épica divina”, pues sus héroes humanos actuaron con debilidades extremas), Nehemías fue capaz de recordar al pueblo las intervenciones salvadoras de Dios en el pasado (cf. Ex. 14.13-14; Dt 7.21; 10.17). La proyección hacia el futuro inmediato, dentro de las limitaciones del imperio persa, sin ser triunfalista, planteaba un horizonte de superación efectiva de las condiciones iniciales. Definitivamente habría una mejoría de las difíciles circunstancias en que se encontraba el pueblo y Jerusalén. La reconstrucción caló profundamente en la conciencia de los diversos sectores de lo que ahora era una pequeña provincia imperial.

El manejo de la situación fue eminentemente teológico, pues Nehemías colocó la “defensa nacional” como siempre había estado, “estrechamente ligada a la historia de la salvación”. Hoy podría decirse, como lo hace Pagán, que el dirigente judío tomó lo mejor de dos mundos, a veces no necesariamente opuestos, aunque su articulación debe hacerse con un buen discernimiento: “La sabiduría organizacional estaba unida a la convicción teológica de que Dios estaba con su pueblo respaldando el proyecto de reconstrucción”. La “sabiduría administrativa” de Nehemías, en momentos de crisis, se aplicó de manera consistente y forme. Asimismo, afirmó la importancia de la justicia y presentó la autodefensa como un acto noble y necesario. Experimentar la conciencia de la cercanía de Dios permitió que el pueblo volviese a trabajar con intensidad y certidumbre (v. 15). La garantía de que el Señor estuviese de su lado fue la razón de ser del impulso final para trabajar.

La gran capacidad de organización permitió establecer la estrategia de trabajo: “Una vez que las obras comenzaron y se hubo desatado la oposición, reevaluó su estrategia y la modificó para lograr sus metas. En las acciones que tomó se manifiesta el modelo de un líder lo suficientemente flexible como para responder a lo imprevisto”.[2] Pero no se trató solamente de dar los pasos marcados por una teoría de la organización eficiente sino de realizar, por fin, el ideal de una participación activa de todos los integrantes del pueblo: “Desde ese momento, la mitad de nosotros trabajaba en la reconstrucción y la otra mitad permanecía armada con lanzas, escudos, arcos y corazas” (16a). Nehemías reorganizó al grupo de trabajadores ante la nueva situación de resistencia y oposición, redistribuyó el trabajo e identificó a quiénes podían defender la ciudad ante los posibles ataques, además de establecer un sistema efectivo de comunicación para informar inmediatamente acerca de los peligros. Los jefes y los peones trabajaron como un solo hombre y, al mismo tiempo, estuvieron atentos para la defensa (16b-17).

La dualidad de acciones (trabajo y prevención para defenderse: 18a) manifestó la exigencia de comunicación instantánea (20a) con la confianza en la intervención divina (20b). Asimismo, debieron utilizar al máximo el tiempo disponible para trabajar y estar atentos (21-22), al grado de dormir con la ropa puesta y así estar siempre dispuestos para ambas tareas (23). La teología práctica y contextual que desarrolló Nehemías le permitió organizar al pueblo para defenderse de los adversarios, incluso de manera violenta si era necesario: “Aunque su fe estaba en Dios, al mismo tiempo se organizó para resistir al enemigo. Su actitud no fue pasiva, sino que organizó al pueblo para el combate. Tener la seguridad y la fe de que Dios esta con su pueblo, no es sustituto de la diligencia, la sabiduría y la prudencia. Nehemías confió en Dios y se preparó para el combate armado. […] La crisis que enfrentaba demandaba firmeza y valentía”.[3]

La gran lección de Nehemías 4 para nosotros hoy va en el mismo sentido: la confianza plena en Dios puede complementarse con acciones preventivas y el acopio de todo tipo de recursos para ponerlos al servicio de los proyectos divinos. Éstos traen en sí mismos su propia dinámica y se llevarán a cabo incluso a pesar de nosotros, dados los vaivenes de nuestro ánimo, nuestra falta de fe suficiente, la multitud de nuestras carencias y las dimensiones de los obstáculos a superar, situaciones que no se presentan en ese orden, por supuesto. En realidad, lo que hacemos no es esperar que Dios se sume a nuestros planes tan magníficos, sino que somos nosotros quienes nos unimos a las intenciones divinas que se realizarán de cualquier manera, con o sin nosotros. La obra de Dios está encaminada y dirigida por el Espíritu que se mueve permanentemente en medio de los conflictos humanos e históricos; sobrehumanos, intra y supra-históricos; con la consigna de establecer su Reino en el mundo. Y cada cosa que haga la iglesia, en este caso, debe subordinarse a ese proyecto mayor que nos rebasa totalmente, en tiempo y espacio. Pero eso no nos debe eximir de responder en consecuencia, con una clara visión de nuestra responsabilidad histórica, ante la cual se empequeñecen nuestras aportaciones, pero las cuales Dios espera que las hagamos visibles, tal como Nehemías lo intentó y lo consiguió, a pesar de todo y de todos.


[1] S. Pagán, op. cit., p. 136.
[2] Ídem.
[3] Ibíd., p. 137.

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