23 de junio, 2019
Ustedes deben
devolverles hoy mismo sus campos, sus viñedos, sus olivares y sus casas. No los
obliguen a pagar lo que deben, ya sea dinero, trigo, vino o aceite, ni los
obliguen a pagar intereses. Nehemías 5.11, TLA
Después
de que Nehemías organizó al pueblo para enfrentar el conflicto armado contra
los enemigos de la reconstrucción, salieron a la luz los fuertes problemas
socio-económicos al interior de la comunidad judía. La protesta popular que
refiere el cap. 5 demandaba justicia contra los propios hermanos, acusándolos categóricamente
de explotación. El pasaje destaca la existencia de la pobreza en la provincia
de Judá durante la administración de Nehemías. Todo el capítulo “muestra cómo
el endeudamiento excesivo hace que los hijos e hijas de las familias lleguen a
convertirse en esclavos”.[1]
Lo sucedido aconteció por la forma en que la presión económica y social fue
capaz de destrozar la solidaridad entre vecinos y dentro de las familias. Tal
como concluye Miqueas 7.6: “¡Los propios parientes se vuelven enemigos!”. “Todos
los elementos de endeudamiento, empobrecimiento y miseria que se pueden
observar ya en el periodo monárquico tardío se encuentran también en la época
persa”.[2]
La acumulación de la desigualdad produjo la reaparición de la esclavitud. Neh
5.1-13 muestra el estado de agitación y protestas porque los agricultores
estaban amenazados por la pérdida de sus campos y casas, y por la esclavitud de
algunos de sus hijos e hijas.
La frase que expresó el descontento (“hubo gran clamor”,
v. 1a) está ubicada en un contexto teológico y práctico muy relevante. Su
trasfondo remitía a lo acontecido en Egipto antes del éxodo y tenía una profunda
carga histórica arraigada en la conciencia del pueblo pobre y sometido: “El
pueblo, y sus mujeres ‘clamaron’ contra sus hermanos judíos. La expresión ‘gran
clamor’ hace referencia a la oración y a la petición que se hace en un momento
de crisis seria (Ex. 14.10). El clamor del pueblo contra sus hermanos fue
similar al clamor de los hijos de Israel contra el faraón egipcio (Éx 3.7). El
pueblo “clamaba” y pedía justicia”.[3]
La presencia y voz de las mujeres es algo que destaca desde el inicio: “La referencia
a las mujeres en el v. 1 es también importante. El problema era tan serio que
la narración incluye una mención explícita. Eran quienes administraban las
casas, mientras los hombres trabajaban en la reconstrucción. Comenta Samuel
Pagán: Además, las demandas de Nehemías para finalizar la reconstrucción de los
muros eran ciertamente fuertes. Entre sus preparativos ante la amenaza enemiga,
recomendó al pueblo que vivía en las zonas rurales que permaneciera en
Jerusalén (4.22), lo que afectó la agricultura, pues los que podían cultivar la
tierra estaban defendiendo la ciudad”.[4]
Las protestas se presentaron como una cascada, tal
como se advierte en los vv. 1-5: a) hombres
y mujeres con familias extensas no tenían suficiente para comer (2); b) algunos habían hipotecado sus casas para
conseguir recursos (3); y c) otros
pidieron prestado para pagar los impuestos, incluyendo el del rey (4; es la única
vez que aparece la palabra middâ: “impuesto-tributo”).
La argumentación más humana, teológica y profunda aparece en el v. 5: “Somos de
la misma raza que nuestros compatriotas, y nuestros hijos tienen los mismos
derechos que los de ellos. Sin embargo, tendremos que vender a nuestros hijos
como esclavos. La verdad es que algunas de nuestras hijas ya lo son, y no
podemos hacer nada para evitarlo, porque nuestros campos y viñedos ya
pertenecen a otros”. Se trataba de una auténtica crisis humanitaria, similar a
la que vive México en estos días con los migrantes de diversos países. José S. Croatto
se refiere al trasfondo imperial y a la distinción de clases sociales
prevaleciente: “Los ricos podían pagar tales impuestos, pero los pobres debían
someterse a una nueva deuda para pagar la del tributo imperial. […] Este estado
de pobreza y endeudamiento obliga a las familias a autodestruirse: los deudores
deben entregar a sus hijos e hijas como esclavos (v. 5a), hecho que se da sobre
todo con las mujeres (comp. I Sam 8.13). No hay manera de evitarlo; para colmo,
los familiares dados en esclavitud deben trabajar en campos y viñas que ya
fueron empeñados”.[5]
El parecido con I Sam 8.11-17 es notable: leva para el ejército, trabajos
forzados, secuestro y trata de mujeres para el harén.
La indignación que produjo esta denuncia en el ánimo
de Nehemías (6) lo encaminó a dirigirse expresamente a los responsables de la
situación crítica: los jefes (horim) y
gobernantes () a quienes reprendió por el maltrato de los compatriotas (7). Entonces
surgió el enorme dilema y la contradicción producida por el sistema imperial (8):
“Nosotros hemos estado haciendo todo lo posible por rescatar a nuestros
compatriotas que fueron vendidos como esclavos a otras naciones. Ahora ustedes
los están obligando a venderse de nuevo, y después nosotros tendremos que
volver a rescatarlos” (8). “Si la expresión no es retórica, indica que los
repatriados del exilio provenían tanto del edicto de Ciro como del esfuerzo de
sus hermanos que los “compraron” con dinero. Ahora bien, la crítica del
gobernador pone a la vista la incoherencia de la práctica actual de volver a
“vender” a aquellos hermanos otrora “comprados”. Irónicamente, ahora serían
vendidos al mismo Nehemías y colaboradores, quienes volverían a comprarlos”.[6]
Todo se redujo, finalmente, a un esquema de compra-venta de personas al
servicio del esclavismo de la época.
El relato avanza con una decisión histórica, digna
de un estadista como Nehemías: primeramente, señala la falta ética de sus compatriotas
(9), en segundo lugar, renuncia (junto con su familia) a no demandar el pago de
su propia deuda (10); y por último, ordena la devolución completa de campos, viñedos,
olivares y casas (10a). Se trataba de una condonación total, de un perdón de
deudas absoluto, incondicional, para el presente y para el futuro inmediato: “No
los obliguen a pagar lo que deben, ya sea dinero, trigo, vino o aceite, ni los
obliguen a pagar intereses” (10b). Al contraer una deuda para comer y para
pagar otra deuda, se trataba de recuperar los bienes hipotecados. ¿Cómo podría
superarse una situación tan apremiante, para deudores y acreedores, por igual?
La única posibilidad sería de carácter jubilar: “Sólo la llegada de un año
sabático (11b., l2ss) podía traer la liberación de los esclavos” (Croatto). Fue
un momento de gran tensión dramática y social, que Nehemías condujo
admirablemente para convertirse no solamente en dirigente de la reconstrucción
sino en un auténtico reformador social, superior incluso a los reyes antiguos
que intentaron algo similar.
[1] Rainer Kessler, Historia social del antiguo Israel. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 2013 (Biblioteca de estudios bíblicos, 139), pp. 209-210.
[2] Ibíd., p. 212.
[3] S. Pagán, op. cit., p. 139.
[4] Ibíd.,
p.
138.
[5] J.S. Croatto, “La
deuda en la reforma social de Nehemías. (Un estudio de Nehemías 5.1-19)”, en RIBLA, núm. 5-6, 1990/1, p. 28, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/5-6.pdf.
[6] Ibíd.,
p.
29.
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