viernes, 22 de mayo de 2020

Letra núm. 671, 24 de mayo de 2020

SIGILO PROFÉTICO Y PARLOTEO APOCALÍPTICO
Harold Segura 

P
Familia y Shalom: Conociendo a los oradores del Congreso Familia y ...or estos días de emergencia sanitaria y crisis económica, saltan a la palestra religiosa diferentes discursos bíblicos y teológicos que prometen explicar (a veces enmarañar) las razones del virus, los propósitos de Dios y otros misterios insondables. Los discursos apocalípticos (los que vaticinan peores males) superan con creces a los proféticos (los que denuncian los males y proponen cómo lidiar con ellos).

A propósito de ese contraste entre los acercamientos apocalípticos y lo proféticos, viene al caso mencionar que en la antigua literatura judía los textos apocalípticos se diferenciaban notoriamente de los proféticos (X. Pikaza). Los primeros afirmaban el fracaso de la historia y, por lo tanto, presagiaban las acciones justicieras de Dios para terminar con esa historia y hacer una nueva. Siendo que ya no se podía hacer nada, Dios debía intervenir para rehacer lo que el ser humano había arruinado. Desde esta óptica apocalíptica, Dios es el censor soberano y, el ser humano está a merced de agentes sobrehumanos (demonios o ángeles) que toman la decisión sobre el futuro de la humanidad.

Los textos proféticos, por su parte, no concebían la historia como “caso cerrado”, ni menos al ser humano como sujeto de fuerzas ajenas. Preferían criticar el actuar humano en la historia y animarlo a trabajar para construir una historia afín con los propósitos del Señor. En lugar de sentenciar ¡aquí ya no se puede hacer nada! Preferían anunciar ¡aquí todo está por hacerse! Denunciaban los males y estimulaban las acciones éticas a favor de la vida y el cambio. Jeremías lo hace a su manera: “Así ha dicho el Señor: «Deténganse en los caminos y pregunten por los senderos de otros tiempos; miren bien cuál es el buen camino, y vayan por él. Así hallarán ustedes el descanso necesario. Pero ustedes dijeron: “No iremos por allí.” También les puse vigilantes que les advirtieran: “Presten atención al sonido de la trompeta.” Pero ustedes dijeron: “No vamos a prestar atención.” (Jeremías 6.16-17).

Y Hageo reclama: “Así ha dicho el Señor de los ejércitos: ‘Piensen en lo que hacen. Vayan al monte, y traigan madera, y reconstruyan mi casa. Yo pondré en ella mi beneplácito, y seré glorificado’” (1.8). En nuestro caso y ante la pandemia, la “apocalíptica criolla” opta por el Dios severo y castigador que trama el fin, mientras sus voceros anuncian la aparición del Nuevo Orden Mundial y pintan el escenario dramático que nos espera y que, según dicen, ellos habían advertido. Dios, aquí, es el inflexible soberano que castiga. Y el ser humano, un ser incapaz bajo cuya responsabilidad solo pesa el no haberse arrepentido a tiempo. Ningún reclamo que denuncie su irresponsabilidad social, ni que incite al cambio de los modelos económicos que sustentan el dislocado orden social. De eso, nada. Los reclamos morales, por cierto, se reducen a los pecados sexuales, su idolatría religiosa y su abandono religioso. En silencio se quedan los desmesurados pecados sociales que hoy revela, ¡y de qué manera!, la pandemia: desigualdad social, injusticia económica, violencia de género, exclusión social, racismo, violencia estructural, entre decenas más.

Las dramáticas cifras de más de 3 900 millones de personas confinadas, casi 4 millones de infectadas, 300 000 fallecidas y más de 1 600 millones de niños y niñas afectados por el cierre de las escuelas, entre otras cifras que siguen ascendiendo cada día, ¿no podrían ser razón suficiente para que las iglesias enmienden sus vetustas teologías de la Misión? ¿No se requeriría para este momento una misión contextual, compasiva, profética y solidaria? Se trata de develar el rostro misericordioso y clemente de Dios (que llora junto a nosotros) y de ajustar los presupuestos antropológicos, para que el ser humano recupere su fisonomía bíblica como ser libre, responsable y con capacidad de cambio. Bajo esa premisa, el libro de Deuteronomio apela a la decisión del pueblo para que escoja el camino de la vida y de la bendición: “Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días” (Deuteronomio 30.19-20).

Se escoge, en este caso, el camino profético, que convoca a la trasformación. El mismo que hoy pudiera escoger el pueblo de Dios, para sumarse como actor protagónico de las transformaciones éticas, sociales, ecológicas y políticas que apremian. ¡Porque malas noticias, sobran! Urge profecía que movilice cambios, en lugar de apocalipticismo que los paralice.                                   

(Lupa Protestante)
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REFLEXIONES PARA TIEMPOS DE ANGUSTIA (X)
Salatiel Palomino López

E
l infame virus Corona (Covid 19) nos ha puesto a sufrir a lo largo y ancho del planeta.  El pánico que ha generado y las medidas extraordinarias que se han tomado en todos los países son realmente impresionantes. Yo personalmente no recuerdo una experiencia semejante, y eso es lo que también oigo decir a muchas autoridades en las noticias; pero en un artículo que leí se nos recordaba que la influenza asiática que azotó en 1957 también cobró más de un millón de vidas, 116 mil solamente en Estados Unidos. La influenza de Hong Kong, de 1968, también llegó al millón de víctimas, de las cuales unas 100 mil eran estadunidenses.  Lo cierto es que, a lo largo de la historia, las plagas mortales, si bien han sido siempre un flagelo para la humanidad de todas las latitudes, también es cierto que son un fenómeno recurrente y no extraño. ¿Será que debemos acostumbrarnos al fenómeno?

Yo creo que no es posible aceptar tranquilamente la amenaza de la muerte colectiva a gran escala. De hecho, para cada persona, cualquier crisis de enfermedad mortal es una gran tragedia, aunque no sea compartida por muchas otras personas.  El dolor, sufrimiento y aflicción de una sola persona es ya una gran crisis. ¡Cuánto más el sufrimiento masivo que vemos estos días por todas partes! Aunque nuestro Dios es el Soberano Señor de la historia, no ha planeado la existencia humana como un gran chiste cruel con el que se alegra más cuanto mayor sea el número de las víctimas. Al contrario, Dios mismo sufre compasivamente al lado de quienes padecen; y la pérdida de una sola de sus criaturas inflige una gran pena al Creador mismo. En las palabras del Señor Jesús en el evangelio, Dios se preocupa hasta por un aparentemente insignificante pajarillo corriente que se vende en el mercado por unos cuantos centavos (Mt 10.29), y ha hecho provisión para el sustento y la supervivencia de las aves dentro del benévolo mundo donde Él las ha colocado (Mt 6.26). En ese mismo contexto, Jesucristo nos invita a reflexionar, “¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”. Igualmente, el Salmo 116 nos lo recuerda al hablar de la trascendencia que la muerte misma asume a los ojos de Dios, especialmente la muerte de las hijas e hijos de su pueblo: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (v. 15). A Dios le cuesta mucho (“estimada” = de gran precio) ver la dolorosa experiencia de la muerte de los humanos; no le es cosa barata, ligera ni intrascendente.

Por eso, Dios, Creador amoroso y sabio Soberano del mundo y la historia, que conoce nuestra fragilidad y “se acuerda de que somos polvo” (Sal. 103:14), ha querido desde siempre mostrarnos su misericordia y alentarnos en medio del hecho abrumador de nuestra mortalidad. El salmista afirma: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (v. 13); y por ello nos recuerda que “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” (vv. 3-5). La actual pandemia es sin duda gigantesca y avasalladora para nuestra débil constitución humana, pero la Escritura nos recuerda que igualmente tendrá su fin, en tanto que mayor y más contundente es la misericordia del Dios clemente que nos acompaña con su paternal cuidado. “Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Salmo 30.5).

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